Hay quienes dicen que ganar el Premio Nobel de Literatura no sirve para nada. Que ganarlo no da chapa de nada. Es cierto que, la mayoría de quienes dan esa afirmación por cierta, nunca ganaron un Nobel, pero algo de razón les asiste. Al fin y al cabo, la Academia le dio uno a Doris Lessing, y en cambio se lo escamoteó a Jorge Luis Borges por varias décadas, y no hay un Nobel póstumo.

Así las cosas, el Nobel a Bob Dylan, en 2016, podría resultar una palmada en el hombro, una guiñada de "eh, chicos, nosotros también somos cool", y pocas cosas más. Afortunadamente, la obra poética de Dylan se erige por encima de cualquier suspicacia y polémica e entre casa.

El sello español Malpaso acaba de publicar Letras completas [distribuye en Uruguay Océano], una cuidada edición bilingüe, que reúne el cancionero de quien fuera bautizado como Robert Zimmerman, acompañado de una traducción esmerada, aunque ninguna traducción es definitiva, decía el ciego sin Nobel. La edición es, de por sí, un lujo, y complementa la publicación de Tarántula y Crónicas I- Memorias, un gesto de justa grandeza con el juglar de Minnesota, aquel que profetizó que "el perdedor de hoy vencerá mañana". Nunca el almanaque tuvo tanta razón.