Contenido creado por Gerardo Carrasco
Libros

Nuevo libro

Lanzamiento editorial

Amado Dubarry
Edición de autor
2009

09.04.2009 15:56

Lectura: 7'

2009-04-09T15:56:00-03:00
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Desde Salto, cuna de Horacio Quiroga y Marosa di Giorgio, llegan novedades literarias. Se trata de la novela breve "Un puñado de piedritas blancas", debut editorial de Amado Dubarry Bernhardt. Pese a su brevedad, la obra participa de diversos géneros, menudeando en ella la evocación, el dramatismo, el cuadro de costumbres y hasta un soplo sobrenatural.

Prólogo.

Amado Dubarry Bernhardt nació en Salto, en 1958.Su vocación por las letras lo llevó a leer con dedicación a Quiroga, Borges, Morosoli y Amorim entre otros, quienes dejaron una fuerte impronta en él.

"Un puñado de piedritas blancas", a caballo entre la novela y la "nouvelle", nos lleva a dos mundos, es decir, un mundo de ficción, la novela en sí, cuya estructura está basada en un mundo real, donde los protagonistas, hombres y mujeres de nuestra región: inmigrantes, criollos, mulatas, negros, patrones, criados, se relacionan en un espacio no precisado intencionalmente por el narrador, para permitirle al lector jugar con sus hipótesis e imaginación.

Ejemplos: " el río que separaba ambos países...
" pequeño poblado a la orilla de otro río...
"El establecimiento de don Tomás, ubicado en los arrabales de la ciudad..."
¿Novela regionalista?.Dubarry extrae las características propias del campo y de la ciudad para desarrollar las diferentes escenas.
Y, el otro mundo, es identificado en el capítulo final, el de lo misterioso e inexplicable, el mundo de los mitos, y leyendas propios de la región, de nuestro entorno.
La originalidad del relato de Dubarry está en la unión de esos dos mundos mediante el elemento que da lugar al título: "Un puñado de piedritas blancas".
En cuanto a los recursos lingüísticos y gramaticales -utilizados con acierto, observamos el uso del Pretérito, punto de partida de la narración, quedando la historia enmarcada con precisión en el pasado, con anterioridad al momento de la enunciación y su combinación con los tiempos verbales usados en el párrafo final: el presente-término no marcado-habitual. "El sereno del cementerio toma su turno", y el futuro simple del modo condicionado:
... "será escenario de...
... voces y risas parecerán estar...
... recogerá y quemará..., que abren las puertas al lector para la entrada a ese otro mundo de ficción.
¿O realidad?

Profesora Maria Inés Delgado.

Un puñado de piedritas blancas
Amado Dubarry Bernhardt
Edición de autor
62 páginas
$ 190


Adelanto: Capítulo I

 


UN PUÑADO DE PIEDRITAS BLANCAS


I

La primera vez que Martín Sabino entró a un cementerio tenía doce años. Lo hizo de la mano de su padre, que lo guió por un terreno plano y despejado lleno de senderos y tumbas a ambos lados, prolijamente diagramadas. Habían ingresado por una puerta secundaria, alejada de la necrópolis propiamente dicha, que se veía a lo lejos, detrás de una hilera de pinos.
Detuviéronse frente a una de las tumbas, sencilla y bien mantenida como todas las demás, señalada con una simple cruz de hierro y cubierta con un montón aplastado de piedritas blancas, casi esféricas. Estuvieron en silencio un rato, solitarios a esa hora de la tarde, el hombre como ensimismado, y el niño contagiándose de su actitud y del ámbito de tranquilidad que los rodeaba.

Habían viajado durante todo el día. Primero cruzaron el río que separaba los dos países en una lancha de línea, luego sufrieron un largo recorrido en un ómnibus desvencijado que los depositó en un pequeño poblado, a la orilla de otro río, lo atravesaron a bordo de una balsa con algunos automóviles y unos pocos pasajeros nocturnos, callados y pensativos. Un muchacho con un termo enorme y una caja que sujetaba con una correa, les vendió café caliente y unos emparedados de milanesas. Después de desembarcar y llegar a una estación de trenes, Martín se durmió en un banco mientras aguardaban. Su padre también dormitaba. Ya despuntaba el día. Cuando descendieron del tren, ya en el centro de la ciudad, asombrado, el niño pudo vislumbrar la gran urbe. Las calles llenas de automóviles, las veredas atiborradas de gente, los escaparates de las tiendas, los carteles luminosos, los edificios enormes... Almorzaron en una cantina de un barrio muy populoso, con casas de alto pintadas de varios colores, conventillos con ropa tendida entre los edificios, plazoletas y calles adoquinadas. Finalmente, un coche de alquiler a través de cuyos cristales Martín no se perdió detalle de ese mundo fantástico, los dejó en el lugar en que se encontraban.

-Esta es la tumba de tu madre, Martín, ya te estás haciendo un hombrecito y quería que conocieras el lugar.
-Sí, padre.
-Ella murió cuando tú tenías unos pocos meses de edad y no llegaste a conocerla bien. Era una mujer muy dulce y muy frágil, y yo no supe cuidarla. Por mi trabajo, viajaba mucho y me divertía igual, estando muy poco en la casa. Cuando lo hacía ella me regalaba, generalmente los domingos, unas melodías hermosas interpretadas en un piano de cola que teníamos, legado de su familia. Hubiera sido, sin duda, una excelente intérprete profesional, pero nunca tuvo la oportunidad ni, creo yo, las ganas de trascender.
Martín sintió como una náusea mientras pasaban por su mente imágenes muy difusas de un pecho muy blanco, unos ojos transparentes y unas manos muy suaves acariciándolo. Y aquella música tristísima que repiqueteaba en sus oídos.

-Claro, -pensó- la tocaba alguien que se estaba muriendo.
-Has vivido todos estos años con tus tías, mis hermanas, y estoy muy satisfecho de la labor que están haciendo contigo. Te han educado con excelentes maestros y te han infundido costumbres sanas. Quiérelas y protégelas como lo hacen contigo, Martín, son dos buenas personas.
-Sí, padre.
-Para tu tranquilidad, porque ya vas a comenzar a entender de estas cosas, les envío a ellas puntualmente dinero que cubre todos los gastos, de manera que no eres ni un agregado, ni una carga. La casa pertenece a la familia y nunca nadie los va a molestar. En estos años nos hemos visto poco y hablado menos, por eso quería traerte aquí y decirte algunas cosas que tu madre seguramente compartiría conmigo.
Martín cerró los ojos y recordó las escasas visitas de su padre, estas no duraban más de un par de días. Entonces la casa se impregnaba de aquel aroma de colonia cara y tabaco que aquel, casi extraño, impecablemente vestido, dejaba a su paso. Recordaba también como lo espiaba a hurtadillas, observando sus modales suaves pero firmes, su desenvoltura, su manera de sentarse, de hablar, de comer en la mesa. Luego, a solas, imitaba frente al espejo del baño sus gestos, tratando de atrapar aquella solemnidad que emanaba de su persona. Solemnidad que perduraba por días después que él se iba, como constancia de una presencia extraordinaria.

-Trata de conducirte con rectitud en la vida. Con una actitud sincera y noble. Cuando llegues a una encrucijada de caminos, toma siempre el que da más trabajo, Martín, el que te producirá desvelos y temores, angustias y llantos, pero que te dará las mayores alegrías y logros, o sea el camino correcto. Endurece la piel, hijo, para que se noten menos las cicatrices y los golpes. Has visto a tus tías muy dadas a la religión y los rezos, que eso no te llene la cabeza, pero recuerda, cuando definas tus creencias, esas conductas, esas formas de meditación que son las plegarias y el recogimiento, difícilmente formen malas personas. Finalmente, te pido, vuelve aquí alguna vez, como homenaje a una madre que no conociste y tanto te quiso.

Quedáronse unos momentos más en silencio y antes de retirarse del lugar, Martín tomó, furtivamente, un puñado de piedritas blancas y las guardó en el bolsillo de su pantalón. Sabía que a esa tumba y a su padre ya no los volvería a ver.