Por Valentina Temesio
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Desde las 14:30 la gente comienza a acercarse a la playa de La Barra. Sobre la arena están clavadas sombrillas de colores: de rayas blancas y rojas, multicolores, azul sobrio, amarillo apagado y naranja vibrante. El viento más leve que en los primeros días de enero las hace bailar.
Hay personas de traje de baño, otras vestidas con ropa ligera. Algunas se abrazan con tinte a reencuentro, otras hablan de las fiestas a las que fueron en lo que va de 2025. El aire es veraniego. Mientras se cuelan algunas canciones que suenan desde un parlante, se escucha el sonido del mar: la ola que ruge y nunca deja de sonar.
De a ratos se puede ver a una de las artistas que en breve dará un concierto ante cientos de personas: Zoe Gotusso. De negro y jean, liviana, saluda a fanáticos pequeños y adultos.
Algunos vinieron por ella. Otros por el uruguayo Jorge Drexler, que llegó a Maldonado después de dar varios conciertos en el balneario de su corazón, La Paloma. Muchos, también, por los dos.
En la casa de la cordobesa, situada cerca de un barranco y de un río, sonó mucho el disco Eco, que Drexler lanzó en 2004. “Debo decir que me gustaba tanto que dejé de escucharlo, porque siento que es como un crimen para un artista empezar a sacar yeites de alguien que admira mucho”, dice en diálogo con Montevideo Portal, antes de subir al escenario.
Hace siete años, los caminos del uruguayo y la argentina se cruzaron por primera vez en carne y hueso. Fue en Santa Fe, cuando Salvapantallas (la banda de Gotusso de aquel entonces) teloneó un show de Drexler. Algo “idílico y soñado” para la cantautora.
Después, el músico le diría algo que la marcaría: que ella cantaba como hablaba, que su voz no estaba en una “pretensión”. “Es lo mismo que hace un artista cuando está sobre el escenario o está en la tierra”, expresa. Por eso, ella siente que cuando los dos muestran su arte están cercanos a “decir verdades y abrazar a la gente que los escucha”.
Para el momento en el que la argentina se sube al escenario del sunset de Itaú, que reunió a cientos de locales y veraneantes con entrada libre, la playa está colmada de cientos de personas. Primero, versiona a Paulinho Moska; después le dedica una canción a su madre, “Vivir”, en la que se pregunta que hará cuando se quede sin ella.
Cuando toca, improvisa: comparte con su banda, canta sola con su guitarra. El público la aplaude; una adolescente canta todas sus canciones, una madre abraza a su hijo, todos miran, le dicen que la aman. Ella, mientras, baila suave y da vueltas con la misma dulzura de sus canciones.
“Estoy contenta de estar acá. Muy contenta de compartir con mi amigo ahora, Jorge. A los 15 lo admiraba mucho. En ese momento, nunca me hubiera imaginado que el camino nos iba a cruzar”, dice al público. Y sigue tocando “María”, que tiene olor a “mar”, “Ganas”, “Ayer te vi”. Con el sol todavía arriba, se va.
De traje amarillo y con su guitarra española, Drexler llega al escenario casi en el mar. Con la pureza de quien ama la naturaleza, le pide al público que se dé vuelta para admirar la Luna semillena que comenzó a salir antes de que el cielo se vista de noche.
Los primeros acordes de la velada son “Me haces bien”, después vendrán los de “La trama y el desenlace”. El público es multicultural: Drexler les canta a los brasileños, a los mexicanos, a los bolivianos.
Así, comparte su historia con el público: “Gracias a Bolivia yo estoy tocando con ustedes esta noche; un país pobre de América del Sur dando asilo a refugiados políticos centroeuropeos”. Es que el padre de Drexler escapó de una Alemania tomada por el nazismo, y, entonces, sostiene: “Los círculos migratorios van y vienen, vamos y venimos”.
Una mujer en primera fila se para y baila con admiración, el resto canta casi todas las canciones, y el músico les cede el silencio para que las hagan suyas. También las comparte. Cuando el cielo se enciende con un degradé naranja, Drexler canta “Al otro lado del río” a capella, de la misma forma que lo hizo en el Teatro Kodak de Los Ángeles en 2005, cuando solo pudo interpretar su versión durante unos pocos segundos al recibir un premio Óscar.
Pasan las canciones y el uruguayo invita a la argentina a volver al escenario: su “amiga”, “la voz más bonita del Río de la Plata”, dice. Gotusso vuelve a nombrar a su mamá, Soledad, que lleva el mismo nombre que la canción que los dos artistas improvisan ante un público tomado por la calma.
Con “Noctilucas”, Drexler habla sobre el destino, sobre la primera vez que vio a este organismo en una noche poloniense hace unos 20 años. “Me estaba separando, pensé que algo bueno iba a pasar, solo que demoró cuatro años: le pusimos Luca a mi hijo porque tuve un sueño en el que recordaba noctilucas”, cuenta.
Su repertorio sigue: repasa canciones con C.Tangana, cambia la guitarra por su sampler, habla con el público como si no hubiera distancias, conscientiza sobre la contaminación sonora y pide que la Luna sea la escenografía de la velada.
Y entonces, cuando la velada llega a su fin, Drexler canta “Sea” y le dedica la noche a Mercedes Sosa, “que está mirando desde la Luna”, y el público enciende las linternas de sus teléfonos y los mueve al ritmo de la canción.
En medio de un balneario explotado, el uruguayo y la argentina llevaron la calma al atardecer del segundo domingo de un año que acaba de comenzar.
Por Valentina Temesio
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