Contenido creado por María Noel Dominguez
Tiempo libre

Nada es lo que parece

La humillación ritual de la mujer del concierto de Coldplay

Kristin Cabot ha llegado a la conclusión de que su silencio ya no le sirve. Dijo que las mujeres han sido sus peores críticas.

19.12.2025 07:39

Lectura: 17'

2025-12-19T07:39:00-03:00
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Por The New York Times | Lisa Miller

Kristin Cabot ha llegado a la conclusión de que su silencio ya no le sirve. Al principio tenía sentido, después de que apareció en una pantalla gigante, horrorizada, en brazos de su jefe en un concierto de Coldplay el 16 de julio de 2025, un momento que causó furor internacional. El TikTok original recibió 100 millones de visitas en cuestión de días. Cabot dio marcha atrás para tratar de arreglar las cosas con las personas que más le importaban: sus dos hijos adolescentes; su empleador, la empresa tecnológica Astronomer; y su segundo marido, Andrew Cabot, del que se había separado y con quien estaba negociando un acuerdo de divorcio. En la fase inicial, lo único que podía pensar era: Dios mío, hay personas a las que he lastimado. Le hice daño a gente buena.

Cinco meses después de que el escándalo de TikTok se convirtiera en el desastre definitorio de su vida, en su primera entrevista desde que pasó el concierto, describió qué se siente ser blanco de burlas y ataques. En los comentarios en línea la han llamado zorra, destructora de hogares, cazafortunas, la otra... las etiquetas habituales para avergonzar a las mujeres. Se ha escudriñado su aspecto, se han evaluado partes concretas de su cuerpo y se ha considerado que no era suficientemente guapa. Algunas de las personas más famosas del mundo —Whoopi Goldberg, Gwyneth Paltrow— e incluso Phillie Phanatic, la mascota oficial de los Philadelphia Phillies, han utilizado su humillación.

Se reveló su información personal y durante semanas recibió entre 500 y 600 llamadas diarias. Los paparazzi acampaban frente a su casa y los autos recorrían lentamente su cuadra, “como un desfile”, recordó. Recibió amenazas de muerte: “No fueron 900, como se publicó en la revista People. Recibí 50 o 60”, me dijo.

Así que, aunque el caso #coldplaygate, como llegó a llamarse, se iba olvidando tras otras noticias, ella vive esa experiencia todos los días. Sus hijos se resisten a que los vean con ella. Justo antes del Día de Acción de Gracias, una mujer la reconoció mientras cargaba gasolina en Cumberland Farms. Llamó a Cabot “repugnante” y dijo: “‘Los adúlteros son la forma más baja de ser humano. Ni siquiera merecen respirar el mismo aire que yo respiro’”. Cabot parafraseó esa cita.

Este mes viajé a su casa de New Hampshire en un fin de semana nevado y estuvimos hablando durante horas sobre los sucesos del 16 de julio. Cabot llevaba semanas debatiendo, por su cuenta y con familiares y amigos, si debía hablar o no de lo sucedido. Cualquier intento de corregir los hechos la exponía a ser linchada de nuevo. Su madre, Sherry Hoffman, me dijo en una llamada telefónica que estaba tan preocupada por Cabot que solía rezar una especie de oración: “Por favor, no salgas allá afuera, te van a hacer papilla”.

Pero Cabot, de 53 años, quiso decir la verdad, y sus hijos, su madre y sus amigos más íntimos la apoyaron. “No dejaba de pensar en un dicho que he oído a lo largo de los años”, comentó Hoffman. “‘El silencio es aceptación’. Y pensé: ‘Dios mío, eso es lo que van a pensar de ella el resto de su vida’”.

Cabot contrató a un consultor en comunicación estratégica para que la ayudara a contar su historia y al mismo tiempo minimizar el daño que han sufrido ella y sus seres queridos: un acto delicado en la cuerda floja que, en su presencia, resultaba a veces angustioso y a veces demasiado conveniente.

Las dos empezamos el día en la cocina. Cabot, con el pelo recogido en un chongo, estaba nerviosa y se guiaba por una lista que tenía mientras narraba su historia. Pero para el anochecer, ya estaba sentada muy cómoda en el sofá, con su perro, Burt Reynolds, que se acurrucó en su regazo. No tenía una relación sexual con su jefe, dijo. Antes de esa noche, ni siquiera se habían besado.

“Tomé una mala decisión y me tomé un par de High Noons, bailé y actué de forma inapropiada con mi jefe”, dijo. “Sé que es algo grave. Asumí la responsabilidad y renuncié a mi carrera por ello. Ese es el precio que elegí pagar. Quiero que mis hijos sepan que se pueden cometer errores y que se puede tocar fondo, pero tampoco te tienen que amenazar de muerte por esos errores”.

Criada en Maine en una familia de hermanos, Cabot siempre fue muy competitiva: es capaz de “atravesar un muro de ladrillo para conseguir algo”, dijo. Llegó al mundo de los recursos humanos a través de la publicidad y las ventas, y siempre se presentó como alguien “muy profesional”, aseguró su amiga Alyson Welch, que trabajó con ella en la empresa tecnológica neo4j.

Cuando, en el verano de 2024, Cabot tuvo una entrevista con Andy Byron, en aquel momento director ejecutivo de Astronomer, descubrió que sus “estilos congeniaban”. En noviembre de 2024 empezó a trabajar en Astronomer como jefa de personal. En la cultura de las empresas emergentes de rápido crecimiento, la plantilla de la empresa se ampliaba, y Cabot y Byron hablaban todos los días, a veces tres veces al día.

En la primavera de 2025, mientras comían un sándwich cerca de la oficina de Astronomer en Nueva York, Cabot hizo referencia a su matrimonio “en cierto tono”, como ella lo recuerda, y Byron le preguntó qué pasaba. Dijo que estaba pasando por una separación. Era estresante y estaba preocupada por sus hijos.

“Yo estoy pasando por lo mismo”, recuerda que él le dijo. Cuando lo contactaron por teléfono, Byron rechazó ser entrevistado para este artículo.

Para Cabot, esa experiencia compartida “reforzó en cierto modo la conexión”, afirmó, y la estrecha relación laboral se estrechó aún más. En el trabajo, compartían confidencias y se hacían reír. Cabot empezó a “sentir cosas” rápidamente. Empezó a permitirse imaginar posibilidades románticas, aunque sabía que no podría seguir siendo subordinada de Byron si la relación progresaba. Le encantaba su trabajo y, con dos hijos y una familia numerosa de padrastros y hermanos, estaba increíblemente ocupada. “No me dejé llevar demasiado, porque él es mi jefe”, agregó.

La separación de Cabot de su marido era aún reciente cuando aceptó ir con unos amigos a ver a Coldplay. Le gustaba bastante el grupo, pero lo que realmente deseaba era salir con amigos un miércoles de verano. “Hacía siglos que no salía”, me dijo. Le pidió a Byron que la acompañara.

Antes del concierto, Cabot y Byron se reunieron con un pequeño grupo de amigos íntimos de Cabot en el Stockyard, un restaurante clásico de asador. “Quería ponerme ropa bonita, salir a bailar y reír, y pasar una noche estupenda”, comentó. “Y así empezó la velada”. El ambiente de la noche era abierto y vertiginoso, coincidieron dos asistentes que pidieron permanecer en el anonimato por lo que vieron que le ocurrió a su amiga.

¿Había alguna parte de ella preocupada por esta salida desde el punto de vista de los recursos humanos? “Alguna parte interna de mi cerebro podría haber estado dando saltos y agitando los brazos, diciendo: ‘No hagas esto’”, respondió Cabot. Pero, en general, “no”. Estaba “entusiasmada” de que sus amigos conocieran a Byron. “Pensaba: ‘Todo está bien. Tengo permiso de sentir un flechazo. Puedo con esto’”. En el trayecto al estadio Gillette de Foxborough, Massachusetts, Cabot se enteró por mensaje de texto de que su futuro exmarido también asistiría al concierto. “Me desconcertó”, reconoció. Pero Byron y ella “no eran pareja”.

Los asientos estaban en un balcón VIP que ofrecía una vista panorámica del escenario. Cabot recuerda que el ambiente era oscuro y privado. Ella y Byron se tomaron un par de cócteles de tequila cada uno y, a medida que avanzaba el concierto, empezaron a parecer una pareja. Ella insistió en que aquella noche fue la primera y única vez que se besaron. Byron estaba bailando detrás de Cabot cuando ella tomó sus manos e hizo que él la rodeara con los brazos.

Cuando Cabot vio su imagen y la de él en la pantalla gigante, fue como si “alguien hubiera pulsado un interruptor”, dijo. “Nunca podré explicarlo de forma articulada o elocuente”, expresó. Lo que un instante antes parecía “una gran alegría” se convirtió en terror. Cabot se llevó las manos a la cara y se zafó de los brazos de Byron. Byron se agachó.

En ese momento, tuvo dos pensamientos. El primero: Andrew Cabot estaba en algún lugar del estadio oscuro y ella no quería humillarlo.

El segundo: “Andy es mi jefe”.

“Me sentí muy avergonzada y horrorizada”, añadió. “Yo soy la jefa de recursos humanos y él es el director ejecutivo. Todo era un pésimo cliché”. Cabot y Byron huyeron al bar del recinto. “Los dos nos quedamos sentados con la cabeza entre las manos, como diciendo: ‘¿Qué acaba de pasar?’”. Incluso antes de abandonar el estadio, empezaron a discutir cómo gestionar su transgresión pública. “Y en un principio dijeron: ‘Tenemos que decírselo al consejo’”.

Cabot tiene un departamento en la zona de Boston para cuando le toca estar con sus hijos, y ella y Byron fueron allí a trazar una estrategia. ¿Quién escribiría el correo electrónico? ¿Qué diría? ¿Quién lo enviaría? “Empezaron los ataques de pánico”, aseguró Cabot. Pensaba en cómo sería perder su trabajo y en las complicaciones en su amistosa separación de Andrew Cabot, a quien sus hijos adoraban.

Y entonces, a eso de las 4 de la mañana, Cabot recibió un mensaje de texto. Era una captura de pantalla de un TikTok.

Cabot hizo una pausa y preguntó: “¿Puedo decir groserías?”. Le dije que debía hablar como lo hace normalmente. Y continuó. “Pensé: ‘Ay, no’”, y agregó una grosería. “Ahora no solo Andrew y la junta van a saber de esto”. A las 6 de la mañana del jueves, cuando Byron y Cabot pulsaron enviar en su correo electrónico, el video de TikTok ya estaba haciéndose viral.

Ella condujo para ver a sus hijos, que se quedaban con su padre en Boston. Quería hablar con ellos de lo sucedido antes de que se enteraran por otro lado. “Sabían quién era Andy, obviamente”, me contó, “y les dije: ‘Él y yo nos dejamos llevar mucho en un momento, y ahora todo está en las redes sociales’”. Su hija, de 14 años, se echó a llorar.

Luego condujo de vuelta a su departamento para tener una conferencia telefónica con la junta de Astronomer. Recordó que en esa conversación le dijeron: “Escucha. Somos seres humanos. Todos cometemos errores, pero también entiende que tenemos que dar un paso atrás para hablar de esto entre nosotros y resolverlo”. La empresa no tardó en iniciar una investigación.

Cabot decidió rentar un lugar para ir ahí ella sola el fin de semana, como si un poco de autocuidado pudiera mejorar todo. No se ríe mucho del #coldplaygate, pero sí de lo absurdo del asunto. Sus hijos ya tenían otros planes, así que empacó un poco de vino orgánico, subió a su perro al auto y se dirigió a las montañas. “Pensé: ‘Esto es justo lo que necesito después de una semana difícil’”, relató.

El sábado, Byron dimitió. Los medios de comunicación de Nueva York y Australia anunciaron la noticia. Cabot no durmió. Se pasó el fin de semana dando vueltas por la casa de alquiler mientras lloraba y hablaba por teléfono. Tenía la sensación de que todos los productores de todos los telediarios le enviaban mensajes de texto. En algún momento de ese fin de semana, Cabot fue víctima de la publicación de su información personal y su teléfono no dejó de sonar.

Mandó instalar cámaras de seguridad en su casa y la policía local reforzó la vigilancia. Después de que Astronomer concluyera su investigación, la empresa pidió a Cabot que volviera a su puesto. Pero no podía imaginar cómo podría mantenerse como jefa de recursos humanos cuando era el hazmerreír de todos. Negoció su renuncia, anunciada el 24 de julio. (Astronomer rechazó hacer comentarios para este artículo).

Cabot se volvió irreconocible para su familia y amigos. “Desde entonces ha habido mucha oscuridad”, me dijo su madre. Muchos días no salía de su habitación. Cabot me dijo que se sentía segura dentro de casa, pero que fuera, en el mundo, podía pasar cualquier cosa. Me contó una vez que ella y su hija se aventuraron a ir a la piscina comunitaria y una mujer a la que apenas conocía empezó a tomarles fotos. A su hija se le llenaron los ojos de lágrimas y empezó a suplicar. “Por favor, ¿podemos irnos?”, recordó Cabot. En otra ocasión, mientras recogía a su hijo en el trabajo, un grupo de mujeres se acercó a su coche y, llamándola “aquella mujer”, declararon que no sabían cómo podía ser tan descarada. “No sabía qué hacer para apoyar a mis hijos como se debía”, dijo.

Descubrió que podía ignorar la mayoría de los mensajes. Pero los que indicaban una familiaridad con sus hábitos diarios la aterrorizaban: “Sé que compras en Market Basket y voy a por ti”. En un momento dado, reprodujo uno de ellos para su madre por el altavoz, sin saber que sus hijos estaban escuchando a través de la puerta de su habitación. “Ya estaban muy mal, y fue entonces cuando todo se descarriló”, dijo. “Porque mis hijos tenían miedo de que yo muriera y ellos murieran”. Todos los miembros de la familia empezaron a temer los espacios públicos y los eventos sociales.

El final del verano trajo algo de alivio. Cabot solicitó el divorcio de Andrew Cabot, quien hizo público un comunicado en el que confirmaba que estaban separados en el momento del concierto y pedía privacidad. (No respondió a las peticiones para hacer comentarios. “No ha sido más que un caballero”, dijo Cabot sobre él). Encontró terapeutas para los niños, que volvieron al colegio y allí los trataron con amabilidad. Cabot empezó a salir de casa para jugar al tenis; más recientemente, su humor se ha aligerado lo suficiente como para comprar una camiseta de broma en la tienda de Victoria Beckham. Dice: “Sí, soy yo”.

Ella y Byron habían estado en contacto todo el verano. Intercambiaban noticias sobre Astronomer y sobre sus familias. Pero para dos adictos al trabajo ahora sin trabajo, comentó, “honestamente, muchas de las conversaciones se limitaban a decir: ‘Hola. Son las 11 en punto de un martes. ¿Algún consejo?’”. A principios de septiembre, se reunieron y acordaron que “hablar entre ellos iba a hacer que fuera demasiado difícil para todos seguir adelante y sanar”, me dijo Cabot. Desde entonces, su contacto ha sido mínimo.

Al principio, uno de sus pensamientos más autodestructivos era que se merecía ese castigo, que alguna parte oculta de sí misma estaba podrida o era mala. Una conversación con un amigo íntimo ayudó a Cabot a tomar perspectiva. “No has matado a nadie”, dijo la amiga, recordó Cabot. “Espero que todas estas personas que están comentando nunca hayan cometido un error”.

Es un punto justo. Los matrimonios son complicados, las separaciones también, y ¿quién puede identificar el momento preciso en que empieza o termina un romance? Si en el trabajo hay personas que se gustan, ¿en qué momento deben revelar su relación a los altos mandos de la jerarquía? Incluso si dos personas que están de acuerdo se dedican a algo ilícito, secreto o hiriente (cosa que la gente hace todo el tiempo), ¿deberían ser blanco del escarnio público en todo el mundo como si merecieran ser despedazados y torturados?

Cabot empezó a plantearse la cuestión de fondo: ¿Por qué el video se propagó con tanta furia?

Brooke Duffy, profesora adjunta de la Universidad de Cornell cuya investigación se centra en la cultura de internet, comparó la experiencia de Cabot con la tradición de los chismes sobre famosos. Los escándalos de engaño y los errores de cirugía plástica “nos atrapan para que diseccionemos a las mujeres” de tal forma que se convierten en un sustituto de debates más amplios, y de la ira, sobre los que tienen y los que no tienen y sobre lo que una mujer debería poder hacer, afirmó. Lo que le ocurrió a Cabot también le recordó a Duffy el “deporte o juego” mucho más antiguo de la caza de brujas. A Byron lo persiguieron los paparazzi y también lo destrozaron en los comentarios, “pero ¿dónde cayeron las críticas?”, preguntó Duffy. “Todo recayó sobre ella”.

Cabot quiere rebatir la suposición de que llegó a la cima gracias a que se acostó con todos. Trabaja desde los 13 años, tras decidir que nunca quiso depender económicamente de un hombre ni preocuparse, como su madre, por el recibo de la calefacción. Cuando se divorció del padre de sus hijos, en 2018, y él se quedó sin empleo, “mantuve a mi familia completamente sola, y pude mantener a mis hijos en colegios fantásticos y vivir en una casa cómoda y cálida”, afirmó. “Nunca he estado más orgullosa de nada en toda mi vida”.

“Pasé gran parte de mi carrera apartando las manos de los hombres de mi trasero”, continuó, así que la idea de que se ganó su puesto en la alta dirección porque “se acostaba con cualquiera”, como ella misma dijo, la enfurece. Mientras empieza a pensar en cómo volverá al trabajo, le preocupa cómo influirá el #coldplaygate en la opinión que tengan de ella quienes la contraten. El daño a su reputación ha sido extremo. Antiguos colegas cercanos, en los que confiaba y a los que impulsaba, han cortado el contacto por completo. Cuando Welch, amiga de Cabot, sugiere a colegas comunes que se pongan en contacto con Cabot —“Qué pena por Kristin, debe de estar pasando por muchas cosas”, dice— la respuesta es siempre: “Sí. Sí, tienes razón. Lo haré. Es una gran idea”. Welch soltó una risita sombría.

Cabot está desolada por estos silencios. “Cuando la gente cercana me da la espalda por esto, es mucho peor que la gente que me grita cosas en la gasolinera”, dijo.

Cabot me dijo que las mujeres habían sido sus críticas más crueles. Todo el acoso en persona ha sido por parte de mujeres, al igual que la mayoría de las llamadas telefónicas y mensajes. “Lo que he visto estos últimos meses me hace más difícil creer que todo se deba a que los hombres nos están frenando”, afirmó. “Creo que nos estamos frenando tremendamente a nosotras mismas al atacarnos las unas a las otras”.

Cuando Gwyneth Paltrow aceptó aparecer en un anuncio de Astronomer el 25 de julio, en el que enviaba sarcásticamente el video para conseguir clics y risas, Cabot se estremeció. Cabot admiraba desde hacía tiempo a Paltrow y a Goop, la empresa que creó para “empoderar, apoyar y elevar a las mujeres”, como dijo Cabot. ¿Cómo es posible que ella, que junto con su exmarido, Chris Martin, líder de Coldplay, acuñó la expresión “disociación consciente”, sea tan insensible a las realidades complejas de la vida privada? (Paltrow no respondió a las peticiones para hacer comentarios).

Habíamos llegado al final de un largo día y Cabot parecía cansada. “No estoy excusando a los hombres”, dijo. “Por favor, no me malinterpreten”.

En medio de lo peor, cuando estaba escondida en su dormitorio, tuvo una fantasía de redención. Cabot deseaba que alguien con visibilidad y poder interrumpiera el ciclo giratorio, interminable y despiadado. Anhelaba una voz racional que interviniera y dijera: “Un momento”, según me contó. “¿Podemos entablar una conversación en la que quepa una versión diferente de esta historia? Esto se ha vuelto realmente una locura”.