Por Martín Otheguy
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Si uno lo mira con los ojos entrecerrados y se dedica a escucharlo, puede creer que el tiempo no pasa para Iggy Pop. No se notan los pliegues de piel en el torso desnudo, ni las arrugas de la cara en contraste con el brushing perfecto, ni se percibe tanto la renguera que arrastra de un lado a otro del escenario, que puede confundirse con sus movimientos espasmódicos característicos. Esto último ni siquiera es producto de los achaques de sus 69 años de edad; Iggy tiene una pierna cinco centímetros más corta que la otra y la columna torcida por haberse caído una vez de un parlante en el que bailaba. No es sólo la generosidad de su despliegue físico la que ayuda al truco y ni siquiera lo más importante, porque al final de cuentas su batalla contra el tiempo es sólo una cuestión anecdótica. Lo que trasciende todo es la voz de Iggy Pop, una llamada grave y potente que se te mete en la cabeza y te hace resonar cada hueso del cuerpo hasta que es imposible prestarle atención a nada más.
Eso fue exactamente lo que pasó con Iggy Pop en el Teatro de Verano este miércoles 12. Dio un show tan demoledor y preciso, respaldado siempre en su registro vocal perfecto y la rendición fiel y entusiasta de su colección de grandes éxitos, que nadie pudo tomarse un descanso durante una hora y media. De hecho, pareció al principio que Iggy se había equivocado al leer el orden de las canciones y estaba interpretando el setlist de atrás para adelante, comenzando por los bises (a los 69 años te puede pasar). La tríada inicial de "I want be your dog", "Lust for life" y "The passenger" fue tan intensa y bien enganchada que nadie entendía qué iba a hacer a continuación para mantener la tensión. Su costumbre de hacer adiós al público con las manos cada dos canciones no ayudaba a disipar tampoco la sensación de que el cantante se estaba por ir ni bien empezó. Sin embargo, la intensidad nunca disminuyó y el repertorio hizo un arco interesante gracias a su decisión de centrarse en las canciones de los mejores momentos de una discografía que tiene momentos brillantes pero también muchos altibajos. Fue muy generoso con el período de los Stooges y con sus álbumes solistas emblemáticos, Lust for life y The idiot, y sólo se permitió tocar una canción de su nuevo disco, Post Pop Depression. Este tremendo resumen discográfico fue pasado además por el filtro ruidoso y garagero de una banda que pareció homenajear el sonido de los inicios de Iggy Pop, sin importar si interpretaba el proto punk de los Stooges, la etapa glam del cantante o su gran hit ochentoso ("Real wild child"). Incluso el bis final -"Candy", la concesión más pop de la jornada- sonó mucho más descarnada que la versión edulcorada original.
Gracias @IggyPop #Montevideo ?? pic.twitter.com/mVkIUGJr93
— Patricia Torres (@pata_torres) 13 de octubre de 2016
Escuchar esa música significó tanto para las 4.000 personas que se arrimaron al Teatro de Verano que a Iggy Pop hasta se le pueden perdonar los clichés. Tuvo dos "momentos Juan Carlos Scelza": la frase inicial "Qué lindo que es Uruguay" y su decisión de ponerse la camiseta Puma celeste aunque las circunstancias no lo ameritaran. Todos sabemos que probablemente haya usado la de Alexis Sánchez hace dos días en Santiago, pero parecía genuinamente agradecido y no dejó de escupir con cariño -además de mucha agua- una cantidad de variantes de la palabra "fuck" superior a la de toda la filmografía de Tarantino. Más allá de los efectos tribuneros, se agradeció su esfuerzo por pronunciar correctamente la frase "soy uruguayo", aunque para ello hiciera entrar en pánico escénico a un empleado de la organización, al que se acercó a preguntarle por la correcta pronunciación de las palabras. Nunca tanta gente le sopló la respuesta correcta a una sola persona. Fucking chau, como dijo Iggy Pop 17 veces.
Iggy vino, vio y venció. Cualquiera que haya estado allí y no haya sentido que el cuerpo se le movía involuntariamente con los primeros acordes de "Search and destroy" o de "Raw power", que no haya experimentado en algún momento una sensación de liberación o de catarsis, perdió el alma en camino al Teatro de Verano. Fue tan contundente que pareció breve, como una fiesta intensa que promete dejar a la mañana siguiente un cuerpo dolorido pero feliz.
Por Martín Otheguy
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