Homero Francesch hojea sus libros del compositor francés Maurice Ravel con una mezcla de cariño y concentración. Desliza el dedo por los márgenes de sus apuntes como quien repasa una memoria afectiva más que un programa de concierto de piano.

La escena ocurre en Montevideo, pero podría haber sido en Zúrich, París o Ginebra: donde él esté, la música lo acompaña con la misma fidelidad. Y, sin embargo, este regreso a Uruguay, a sus raíces, tiene un matiz distinto.

Desde 2014 viaja con frecuencia al país, pero recién en los últimos años —ya con casa propia— siente que volvió a habitarlo y puede hablar de un “nosotros”. Declarado Ciudadano Ilustre de Montevideo, lo dice sin estridencias, con esa serenidad que lo caracteriza. “Me siento responsable y contento cuando hay cosas buenas, y disgustado cuando encuentro cosas que se pueden mejorar. Y nosotros, los que hacemos cultura, somos partícipes de eso”, afirma en conversación con Montevideo Portal desde el Teatro Solís, donde volverá a dar un concierto el próximo 4 de diciembre.

Foto: Santiago Bouzas, cedida a Montevideo Portal

Foto: Santiago Bouzas, cedida a Montevideo Portal

La charla fluye mientras revisa los materiales del programa dedicado al 150 aniversario de Ravel. Francesch se consagró como uno de los pianistas más destacados del mundo. Ganador de un Prix de Italia y con décadas de carrera en Europa, no pierde su cercanía natural: habla con la esencia del niño que estudió piano en Parque Rodó. “Cuando yo era chico estaba la profesora de piano del barrio en distintos lugares, íbamos todos los chiquilines. Estaba también el profesor de guitarra, era natural. La música no era una cosa de élites”, recuerda.

Hoy, en cambio, dice que esa base se perdió. “Hoy no hay una política de Estado para la cultura, y menos para la música. Se piensa que es elitista. Y eso es un error. La música ayuda a la mente, ayuda a escuchar, te hace más sensible”, enfatiza. Su reclamo no tiene tono de denuncia, sino de deseo: que la cultura tenga el lugar que merece. “Yo quisiera un ministerio para la Cultura y otro para la Educación. Si estuvieran separados, la cultura tendría otro protagonismo”, subraya.

La pasión de Homero por educar y abrir puertas no es teórica: es vivencial. “Todos tenemos derecho a hacer música. Y los niños, más que nadie. No importa si nacés en una cuna de oro o en una de trapos. Tenés que tener la posibilidad de que alguien te descubra”, dice con anhelo.

Foto: Santiago Bouzas, cedida a Montevideo Portal

Foto: Santiago Bouzas, cedida a Montevideo Portal

Hablar de música con Francesch es entrar en un territorio de sensibilidad radical. “Mi mayor aprendizaje es que la música es pacifista”, afirma. Se detiene un momento y agrega: “La música te hace querer a la gente. Une a los seres humanos. La gente llega amargada a un concierto, escucha dos horas y sale sonriendo”.

Cuenta que hace poco asistió a un concierto barroco en Ginebra. “Era en una iglesia y había muchísima gente que no era religiosa, pero la vi llorando. La música te invade. Te hace más sensible. Y una cosa que te hace sensible te hace más buena”, afirma.

“Es como curar un poco el alma de la gente. Cuando ves la felicidad en la cara del público, decís: le hice bien a alguien. Y eso es lo más lindo que puedo hacer”, afirma sin dudas, porque tiene claro que ese es el motor que lo sigue impulsando tecla tras tecla.

Mientras habla, sus manos vuelven a los libros de Ravel. Su afinidad con el compositor francés viene de la primera juventud. Su primer disco ya incluía una obra suya: Le Tombeau de Couperin, que también cierra este concierto. “Grabé toda la obra para piano de Ravel. Serían tres horas de música si la tocara toda. Es un programa inmenso, físicamente exigente. Aunque conozcas todo, hay que trabajarlo. Le dedico muchas horas por día; la preparación fuerte es de un mes”, detalla.

Describe el programa con una precisión que no oculta la emoción. La Sonatina de 1905, “con el clasicismo en la estructura, pero el impresionismo en el color”. Luego Espejos, compuesta en la misma época, pero “mucho más avanzada”. “Es muy interesante tocarlas juntas. Una obra concisa, clásica, y la otra es una suite moderna, de un desarrollo enorme”, describe con entusiasmo.

Siguen los Valses nobles, homenaje a Schubert. Y finalmente Le Tombeau de Couperin, un tributo a Couperin y al barroco, escrito entre 1914 y 1917, en plena Primera Guerra Mundial. Francesch señala la paradoja: “Tiene movimientos efervescentes y, sin embargo, fue escrita en un momento tristísimo para Europa”.

Interpretar a Ravel lo ha llevado a adentrarse desde el comienzo en la vida del compositor. “Era completamente reservado. Amaba el blanco y negro, y su casa era enteramente de estos colores. Tenía una personalidad que me va a fascinar hasta el último día de mi vida”, admite.

En medio de esa fascinación están también los momentos inesperados de su propia trayectoria, como el recuerdo del Prix de Italia, que recibió sin saber siquiera que lo habían postulado. “De repente me llamaron y me dijeron: ganaste el Prix de Italia. Yo dije: ¿qué es eso?”, cuenta entre risas. El film del concierto se había emitido por televisión y, tras ese día, le llegaron decenas de contratos. “Lo toqué unas 60 veces en un año. Para mí, ese premio fue como un Nobel. Era muy joven. Fue un regalo”, rememora.

Foto: Santiago Bouzas, cedida a Montevideo Portal

Foto: Santiago Bouzas, cedida a Montevideo Portal

Hoy, con una carrera consolidada y un calendario internacional que en 2026 lo llevará por Suiza, España y también habrá sorpresas para Uruguay, Homero Francesh sigue trabajando sin mirar el reloj y disfrutando con la misma fuerza. “Esto es como seguir pintando un cuadro: lo arreglás, lo mejorás, le ponés detalles. Siempre estás enamorado de esa obra”, asegura.

Quizás por eso, aunque haya tocado Ravel cientos de veces, aún lo mira con ojos nuevos. A lo largo de la charla alterna recuerdos, reflexiones y pequeñas joyas de sabiduría que aparecen sin aviso. No hay gestos grandilocuentes: hay pasión, oficio y una especie de humildad luminosa, esa que solo tienen los grandes.

Su concierto en el Teatro Solís, el 4 de diciembre a las 20:00 horas, más que una celebración del aniversario de Ravel, se presenta como un recordatorio de que la sensibilidad, la cultura y el arte siguen siendo caminos posibles —y necesarios— para reencontrarnos.

Las entradas están disponibles en Tickantel.