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Entrevistas

“El humor salvará al mundo”

Gustaf y Gustavo, las dos caras de un “sobreviviente” de la actuación

Actuó en boliches de todo tipo, “sulfateó la parra” como Atilio Capanga e hizo cine. Ahora, presenta “Supervivencia” en el Teatro de Verano.

03.10.2021 18:10

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2021-10-03T18:10:00-03:00
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Por Federico Pereira

Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti  

Gustavo Lorenzo Perini Paredes es, en sus propias palabras, un sobreviviente. Porque considera que, de una u otra forma, todos lo somos. Para él, todo el mundo pasa por momentos, por puntos que hacen que uno muera y renazca de ese hecho particular. “Sos un sobreviviente de las cosas que te pasan, sea cual sea el hecho, una separación, irse de un trabajo, un trauma físico, espiritual, psicológico”, explica y añade que uno termina viviendo un “montón de vidas en un plano”.

Gustaf, ese que ha tenido muchos apellidos que lo transportan a uno a Europa Central, es al igual que su alter ego, un sobreviviente, que muta, aprende y se transforma, de actuación en actuación. Él se nutre de lo que vive Gustavo y lo plasma, como hizo en esta ocasión, en sus libretos, siendo el más nuevo el de su unipersonal, “Supervivencia”, que se presenta el viernes 15 de octubre a las 21 horas en el Teatro de Verano Ramón Collazo.

En el monólogo, Gustaf parte de un sueño que tuvo su contraparte y hace un viaje que se escenifica en su natal Paso Molino, en el que narra todas sus “muertes”, esos hechos a partir de los cuales él dejo de ser el de antes.

El actor, que comenzó su viaje profesional hace más de 25 años, con pequeños monólogos en presentaciones de la escuela de teatro de Alberto Restuccia y Luis Cerminara, hoy ya tiene entrenado el ejercicio de hacer 90, 120 o hasta 150 minutos de espectáculo sin salir de escena, ya que tiene “los engranajes más aceitados” gracias a la evolución que ha tenido “en el tiempo y en la tracción artística”.

La variación del tiempo que puede durar uno de sus espectáculos tiene una explicación: el libreto verdadero no está en el papel, sino en su cabeza. “Yo no lo tengo escrito el monólogo, tengo escrito para un registro de AGADU, pero esos 90 minutos que terminan siendo una hora y cuarenta o dos horas, los tengo en mi mente y en ese mapeo mental que hago, que es más bien como un pizarrón gigante”.

Cuenta que la primera vez que fue a presentarse en el Teatro de Verano, en el 2010, tenía preparadas tres introducciones distintas, por si una fallaba tenía un “plan B” y un “plan C” a mano. En esa presentación, Gustaf, que busca en cada acto mostrar que es en realidad una relación entre el público y él, actuó en una plataforma sobre el foso del Teatro, a medio metro de la audiencia, cosa que hoy no es viable por la pandemia.

Sin embargo, su primera vez sobre el escenario del anfiteatro más famoso del país fue mucho tiempo antes, cuando tenía apenas 16 años y la carrera actoral era apenas una posibilidad lejana en el horizonte.

“Íbamos con mis amigos desde el Paso Molino, caminando por Agraciada, Paraguay y después por la rambla, hasta el Teatro, que estaba vacío, porque era de día. Nos colamos y yo le dije a mi amigo, 'sacame una foto, yo algún día voy a llenar el Teatro de Verano'. Y ahí estoy, con una Hering blanca y los brazos abiertos; no había ni empezado a hacer teatro. Esa foto la perdí, pero para mí es muy significativo ese escenario”.

Un tiempo más tarde, a los 17 años, comienza a hacer teatro a raíz de unas experiencias en el liceo nocturno n°6, donde un compañero le dice "vos tenés que ser actor" y le recomienda ir a estudiar con Restuccia y Cerminara.

Esa escuela y esos maestros le dieron tres cosas que considera fundamentales: “Libertad, imaginación y que no te interese la opinión del otro”.

“Yo cuando empezaba con mi monólogo le decía a Restuccia, 'voy a hacer un monólogo que es asi, medio fuerte' y me decía 'no importa'. Otra vuelta, estoy por debutar dentro de un monólogo de él y yo estaba esperando el sermón del maestro. Se acerca con un vaso de whisky y digo 'ta, ahora me va a hablar de la historia del teatro o algo así' y agarra y me dice: 'no te cagués, hoy no te cagués'. Y me quedó, me resuena cuando hago un Antel Arena lleno de personas, porque todo se reduce a eso”.

De esa escuela lo que mantiene es “la irreverencia”, el hacer caso a lo que él siente, “sin pensar si puede funcionar o no”. Gustaf cita una frase de John Burroughs que aprendió con sus dos maestros: “Salta y la red aparecerá”.

Es esa idea, siempre presente, que lo empujó a formar en 1997, Teatrotrash, el trío teatral donde dio sus primeros pasos, en los escenarios de los más dispares boliches de Montevideo. “Yo en esos años hacía Big Poroto, el superhéroe que salía con un 'piripicho' gigante y vestido de colores fosforescentes”, narra, comentando que esos años le enseñaron a “actuar donde exista un metro cuadrado”.

“Empezamos a actuar en todos los boliches, los que tenían más espectáculo eran los boliches gay, 'Espejismo', 'Milenio', que se yo, actué en todo. Te tocaban esas noches de invierno en que habían 3 o 4 y no te espera el público y ahí te surge la duda: '¿por qué salgo yo a escena?'”.

“Era apasionante, yo estoy muy marcado a fuego por esas épocas. Me vestía con los labios pintados de amarillo, las calzas amarilas, todo de plateado y salías a un lugar que era un boliche de tango, o a otro que era de punks. Y no eras conocido, tenías que conquistar al tipo, mediante la risa”, recuerda Gustaf, que añade que muchas veces los dueños de los boliches, a pesar de tener todo vendido, dudaban si presentar el show por miedo a que cerraran el local porque “pensaban que era porno”.

En uno de esos locales, un boliche de strippers, fueron sus padres a verlo actuar. “Un tipo del Paso Molino, de Capurro, con mi vieja en un boliche de strippers y yo haciendo de 'Big Poroto'; mi viejo se mataba de risa y mi madre las dos frases eran: '¿cuándo te vas a conseguir un trabajito?' y la otra, después de ver el acto, '¿cuándo vas a hacer algo normal?'”. A sus padres, que según dice “vienen de la miseria” cosa que él lleva "en los genes, en forma de miedo”, los ilustra como el más clásico ícono de su profesión, las máscaras gemelas de la comedia y la tragedia, su padre y su madre.

A pesar de recordar el constante pedido de su madre, cuenta que durante esos años, si bien la actuación era su vocación, no era su única ocupación. “Labure en todo, vendí sillas de playa, fui corredor de papelería, repartí diarios, escribía para el diario, fui ayudante administrativo. ¿Qué pasa?, yo siempre trabajé. Porque está bien si tu camino es tocar la guitarra, porque está esa cosa de 'seguí tu camino'. Seguí tu camino pero ayudá a la vieja”.

“Después empecé a hacer publicidades y empecé a aportar más a la casa, terminé solventando mi casa, siendo padre de mis padres, porque solventé económicamente hasta el último día de los dos. Y nunca tuve un reclamo, porque siempre trabajé. Trabajaba las 24 horas, escribía, hacía teatro, me levantaba temprano, estudiaba lo que tenía que estudiar y me iba a trabajar. Por una cuestión de negocio, evitaba el reclamo. Mi madre no me podía decir 'pa, sos un atorrante'. Es lo que le digo a los pibes, si sos joven, trabajá las 24 horas. ¿Qué te va a pasar? Esa cosa del 'hago solo teatro'. Trabajá en una fábrica, nutrite de vida”.

Una de esas publicidades fue la que lo hizo comenzar a hacerse conocido. Luego de un largo casting, al que fue recomendado por una productora que vio su actuación con Teatrotrash, Gustaf consigue el papel de Atilio Capanga, el ganador del auto sorteado con los Diarios Numerados de El País. Era el año 2002 y en las pantallas de todo el país aparecía un winner al que se lo buscaba para reclamar el premio del sorteo, pero que había estado muy ocupado “sulfateando la parra” para ir a buscarlo.

La famosa frase, que según explica quedó en el imaginario colectivo de los uruguayos por aquellos años, al punto que la repetían los niños en los colegios tiene un significado distinto al que se podía imaginar la gente.

“Cuando yo voy a estudiar a España, que gano una beca de dramaturgia, me hospedo en lo de una gran cantante que había sido mi profesora de literatura, Silvina Rollo. Ella contaba que tenía un compañero de teatro que una vez llegó tarde y le preguntaron, '¿qué pasó?' y dijo, 'me quedé sulfateando la parra'. Sulfatear la parra es darle bomba al Primus”, explica, con suspicacia.

Es asi que cuando improvisa en la  “entrega del premio”, Atilio tira la frase, cuyo trasfondo ignoraban los productores del comercial, que simplemente pensaron que trataba de una muestra de humor absurdo.

Hoy, casi veinte años después de la campaña de Atilio Capanga, y con numerosas actuaciones frente a cámara en Uruguay y en Argentina, en cine y en ficciones, se encuentra nuevamente en televisión conduciendo Los 8 Escalones en Canal 4.

“Hoy es lo más cerca que puedo estar de la actuación en televisión. Porque no hay ficción. Yo hice cinco temporadas de Abeijón (su personaje en Santo y Seña), deje de hacer televisión en 2016, porque entendí que había cumplido un ciclo. Estuve cinco años sin hacer tele, quería hacer televisión, hasta lo expresé públicamente. Tuve propuestas, dije que no. Y esto era lo más cerca y a mí me gustó el contenido, tiene que ver con lo que me gusta, con los libros, con el cine, con la pintura”.

El intérprete, ávido lector dice que no le va a alcanzar la vida para ver todas las películas que quiere ver y todos los libros que quiere leer. Señala a la biblioteca que va desde el piso al techo del bar Montevideo al Sur y dice, con anhelo. “si existiese un chip que nos metiera todo eso, todo lo que me queda por leer”.

“Yo quisiera aprender más. Ser mejor. Espiritualmente ser mejor. Tiene que ver con eso de 'el humor salvara al mundo', de hacer un mundo mejor, más luminoso. Cómo decía el 'Taco' Larreta: 'si el ser humano es mejor, el artista va a ser mejor'.

Los dos, Gustavo y Gustaf, tienen desafíos y anhelos por delante. Perini quiere “evolucionar más, ser mejor persona” y “tal vez quedarse en un lugar”

“Siempre digo, me parece que me falta todo el tema de la formación de una familia, soy un tipo muy inquieto. Me pasa que no estoy ningún fin de semana en ningún lugar”, cuenta, ilustrando esa necesidad que tiene de quedarse “un poco quieto” y asentarse más.

Sin embargo, ese que un día decidió, en sus años de formación actoral, tener de apellido Perinoski en honor al cineasta polaco Krzysztof Kieslowski, que luego mutó a Van Perinostein, Perininberger o hasta Abdul Perin; ese tiene otra idea.

“Del otro lado lo contrario, seguir más inquieto, hacer más ficciones, ingresar al cine, que se me de la oportunidad, yo buscarla. Seguir feliz en televisión con el formato que se presente, en la ficción o en algo que me sienta tan cómodo como Los 8 Escalones. Y siempre felicidad y control artístico, o control artístico y felicidad”, concluye el sobreviviente.

Por Federico Pereira