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Entrevistas

La vida en Rojo

Entrevista a Daniel Rojo, escritor y ex ladrón de bancos

“No me arrepiento de haberlos robado”, dijo a Montevideo Portal el escritor español Daniel Rojo, que años atrás asaltó cientos de bancos en su país, y visita Uruguay en el marco de la Semana Negra.

09.08.2015 07:16

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2015-08-09T07:16:00-03:00
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Por Gerardo Carrasco
  gcarrasco@m.uy

Cuando al barcelonés Daniel Rojo -o Dani El Rojo- se le recuerda que en su carrera delictiva asaltó 150 bancos, él se apresura a puntualizar que "esos son los imputados", los que lograron achacarle. Sin embargo, asegura que fueron muchos más, y la cifra total podría rondar los 500.

Fruto de la transición del franquismo a la democracia, Rojo comenzó su carrera delictiva al unísono con su toxicomanía, robando pequeñas sumas en casa que primero le sirvieron para darse gustos infantiles y más tarde para costearse la cocaína y la heroína. Su constante y creciente necesidad de liquidez hizo que rápidamente se especializara en bancos, lugares donde se concentraban grandes sumas y que en aquellos tiempos no contaban con las medidas de seguridad que hoy los resguardan.

"No quiero sonar pedante, pero yo era un crack asaltando bancos", asegura Rojo, que se "hizo" el primer banco a los 16 años y cuyo modus operandi se caracterizaba por el trato amable a los clientes y empleados de los establecimientos, sin provocar jamás derramamiento de sangre.

Tras su caída en 1991 pasó más de una década en prisión, donde dio positivo a la prueba de anticuerpos de VIH. Tras salir rehabilitado y libre de adicciones, Rojo tuvo la suerte de encontrarse con un amigo de la infancia: Loquillo, leyenda viviente del rock español. El artista lo introdujo en el mundo de la farándula, lo que le permitió trabajar como acompañante o custodio para figuras como Enrique Bunbury, Lionel Messi o Andrés Calamaro, siendo este último el autor del prólogo de uno de sus libros.

Hoy, Rojo puede felicitarse por haber sobrevivido a todo lo antedicho y a un cáncer de hígado. Tiene esposa, dos hijos pequeños y cuenta con seis novelas en su haber. Las primeras tres (Mi vida en juego, Confesiones de un gánster de Barcelona, El gran golpe del gánster de Barcelona) son autobiográficas, y las narró al escritor Lluc Oliveras, en un largo proceso de diálogo y escritura. La nueva serie, donde trabaja en colaboración con la escritora Yolanda Foix, es un producto de ficción protagonizado por un personaje llamado Hugo y apodado "El Tiburón", delincuente para cuya creación utilizó sus memorias y las que escuchó de sus cómplices y compañeros de presidio.

Daniel Rojo se encuentra de visita en Uruguay a propósito de la Semana Negra, evento temático de género policial que se lleva a cabo en el Centro Cultural de España, y del que participa en el doble papel de autor y personaje. Antes de su conferencia -a la que concurrió su "colega " uruguayo Luis Mario Vitete Sellanes- Rojo dialogó con Montevideo Portal acerca de su pasado delictivo, su presente artístico y el mensaje positivo que procura transmitir.

Yo que nací con los que estaban bien

"Por supuesto que mis padres no me educaron para ser delincuente o drogadicto, eso vino por el contexto social", explica Rojo, sin caer por ello en el facilismo de culpar a la coyuntura de entonces. "No es una excusa, siempre lo digo y lo vuelvo a repetir, se trata de situarse en el momento y en el lugar. Yo nací en el franquismo (1962), una dictadura totalmente opresiva", recuerda. A modo de ejemplo de lo estrecho que era el cerrojo del "generalísimo" sobre la vida cultural, el autor menciona un tema específico. "La industria del doblaje de España surge con la llegada del franquismo, cuando todo lo que venía en otros idiomas no se subtitulaba, sino que se hacía traducir. Todo era censura y doblaje para que escucháramos lo que él quería. Nos puteó de muchas maneras, y no hay español de mi generación que hable bien inglés, porque no lo hemos oído ni vivido. Ninguna película nos llegó en ingles, y las bandas de rock de la época hacían versiones en castellano, porque donde dijeran algo raro..."

En aquellos tiempos, "En España no había clase alta, media o baja, sino vencedores o derrotados", señala a propósito de la brecha dejada por la Guerra Civil, y que el régimen franquista nunca procuró cerrar, sino todo lo contrario.

"Al morir Franco se intenta crear una sociedad distinta", narra, y destaca de esos momentos no sólo el resurgimiento de la actividad política, sino la aparición de la migración interna dentro del país, y también la llegada de géneros literarios y musicales que la dictadura prohibía.

"Lou Reed, Patti Smith, David Bowie, Roy Orbison. . . cualquiera de los que escuchaba, cantaba sobre la heroína".

"Soy rockero, y en aquella época empecé a escuchar a Lou Reed, Patti Smith, David Bowie, Roy Orbison... y cualquiera de los que escuchaba, cantaba sobre la heroína. Hoy sabemos que las adicciones llegan por percepciones positivas, y a nosotros nos vendieron la heroína como triunfadora. Si ahora piensas en la heroína, la imagen que se te viene a la cabeza es la de un tipo destruido, tirado en el suelo, y no quieres eso. Pero cuando te la presentaban los triunfadores, decías 'yo quiero ser como ese, famoso y follarme muchas tías ¿y qué toma ese? pues heroína', y allá ibas. No es una excusa, insisto, porque hubo gente que probó y dejó. Yo probé la coca- inyectada, no se estilaba esnifar- y me gustó, probé el caballo (heroína) y también me gustó. Ahí hubo un conflicto familiar, porque no me educaban para eso, mi padre se enfadó conmigo y me echó de casa".

La calle es su lugar

Miembro de un familia acomodada y acostumbrado a la "buena vida", el quedarse en la calle le significó un drástico cambio. Para colmo, su afición a las drogas ya era una dependencia lisa y llana.

"Las canciones hablaban de la heroína pero no de los síndromes, las enfermedades que traía, y yo ya llevaba un año pinchándome cuando mis padres me pusieron en la calle", relata, agregando que hasta ese momento, su experiencia delictiva era mínima y mayormente "doméstica".

"Robaba cosas en una papelería de mi barrio, pero no sé si lo hacía por tener las cosas o más bien por la adrenalina, por ver si me pillaban o no". Esos pequeños hurtos le permitían quedarse con el dinero que le daban para comprar lo que finalmente sustraía, e incluso transar los bienes entre sus compañeros. Ese dinero, más algunos billetes sueltos que le robaba a su padre, fue usado más tarde para pagar los estupefacientes.

"A todos nos gusta aparentar, y yo, como parecía más grande iba con chicos mayores. Ahí arranqué con el porro", recuerda, para luego advertir: "Entre los 13 y 16 años, si estás en un entorno malo puedes irte al carajo, mi primera novela 'Mi vida en juego' justamente dice eso".

"Hoy ya vemos quiénes son los grandes delincuentes, que no son precisamente gente pobre, pero en aquella época existía el estigma de que la delincuencia tenía que venir de un estrato bajo, marginal, del extrarradio, de familias desestructuradas. Claro que con esas pautas pueden surgir delincuentes, pero yo he conocido a tipos que por ser hijos de un padre drogadicto y una madre puta, han salido todo lo contrario, porque han visto esa realidad y no la querían para ellos. Y sin embargo yo, educado para ser un empresario como mi padre, al encontrarme en la calle, enganchado y con síndrome de abstinencia y sin un duro, ya ves".

Campanilla de largada

El debut de Rojo en los robos "en serio" se produjo precisamente luego de la expulsión de la casa de sus padres, cuando se encontraba "sin un duro" y víctima del síndrome de abstinencia -el mono- y sin posibilidades de satisfacer su adicción.

"Iba por la calle, oí el timbre de una caja registradora, entré y la cogí", describe el autor su primer asalto. "Soy un tío grande, asusté a la cajera. Quizá otro le hubiera pegado, pero yo simplemente entré, dije 'me lo llevo'... y me lo llevé. Fueron unas 14.000 o 15.000 pesetas (unos 90 euros), lo suficiente para comprar algo de droga y quizá alquilar un cuarto de pensión esa noche".

Sin embargo, el magro botín no solucionaba el problema.

"Yo estaba acostumbrado a dormir en un cuarto decente, y no en una pensión llena de cucarachas, así que mi siguiente robo, ya sereno y sin el síndrome, fue para alquilarme un apartamento, que costaba unas 6.000 pelas diarias. Además siempre me gustó vestir bien, etc. Y ahí me di cuenta de que tenía que ir robando no sólo para las drogas".


Intelecto delictivo

"Había una diferencia entre los recursos intelectuales que podía tener alguien con ciertos estudios como yo, y alguien proveniente de los estratos más bajos", apunta Rojo, quien a poco de iniciarse en el mundo del hampa, supo que "robando a una persona o un pequeño comercio no solucionaba nada, y que cada día me estaba arriesgando mucho. Uno no es tonto, sabe que si está robando tarde o temprano lo van atrapar", por lo que rápidamente entendió algo que resultaba elemental, pero que muchos de sus colegas no parecían comprender: no es negocio jugársela por monedas.

"Mejorar las leyes no quiere decir que ayudes al delincuente, sino que lo estás empezando a tratar como persona"

"Me gustaba vivir bien, con buenas minas, buenos coches y drogándome. Esa era mi felicidad, y vi que sólo podía costearla robando bancos, porque eran los únicos golpes que me podían rendir dinero suficiente".

Tras robar su primer banco a los 16 años, siguieron muchos otros, ya fuera en solitario o acompañado. "El primer rififí (robo por boquete) de España en un banco lo hicimos nosotros en 1984", cuenta el ex asaltante. En esa ocasión "éramos un grupo de españoles, argentinos e italianos. Estuvimos varios días trabajando". El golpe se concretó un viernes, luego de que el Banco cerrara. Con el túnel ya listo, "sólo quedaba excavar un poquito hacia arriba, y entrar". Luego, usando una lanza térmica lograron meterse en la bóveda y sustraer todo el dinero. Ese golpe rindió una suma que al cambio actual sería de unos siete millones de euros. "Nadie notó nada hasta el lunes", recuerda.

En 1989 los médicos le dijeron que le quedaba un año de vida. Perdido por perdido, decidió vivir ese tiempo al máximo, por lo que aceleró su ya vertiginoso estilo de vida, cosa que también aplicó a sus asaltos.

"Entre el 89 y el 90, cuando me apodaron 'El Millonario', me hacía un par de atracos por semana, y en cada uno lo mínimo que sacaba eran 10 millones de pesetas (unos 60.000 euros).

El blues de la Cárcel Modelo

En 1991 Rojo fue detenido y sus huesos fueron a parar a la Cárcel Modelo de Barcelona, presidio que poco honor hacía a su nombre.

"La cárcel en los 80 no procuraba la rehabilitación ni reinserción social del preso", señala el autor. Simplemente era un lugar donde se estaba encerrado y sin derechos. Durante el franquismo, el sistema carcelario se había "especializado" en castigar a prisioneros políticos "y no estaba preparado para presos comunes. La transición de la sociedad y de la cárcel fue simultánea, la sociedad mejoraba y la legislación también, quitando leyes del Medioevo. Recuerdo a un tío que estaba preso por cazar pajaritos con pegamento, y llevaba cuatro años allí, sin juicio. Eso empezó a cambiar para mejor. Es que mejorar las leyes no quiere decir que ayudes al delincuente, sino que lo estás empezando a tratar como persona, porque aunque esté preso lo sigue siendo".

Pese a todo lo dicho acerca de la Modelo, Rojo no parecer guardarle rencor a tan poco acogedor sitio. De hecho, no considera una tragedia el haber sido capturado.

"Yo creo que me fue bien siempre. Mientras quise hacer eso, robar bancos y drogarme, mientras pensé que era mi felicidad, me encantaba, pero creo que los años te van dando experiencia. Yo recuerdo -y lo incluyo en mi última novela narrada- que hacia los años 1990 y 1991 seguía atracando y metiéndome drogas porque creía que no sabía hacer otra cosa, que si paraba de drogarme me iba a morir, y que no iba a ser capaz de hacer otra cosa que robar para ganar dinero. También digo que si no me hubieran detenido en el 91, a lo mejor yo ahora no estaría aquí. Entonces la cárcel me vino bien (ríe). He estado unos cuantos años adentro pero he vivido, sentido, aprendido", afirma.

"He cometido más delitos que ellos, me he metido más drogas que ellos, y les digo (a los jóvenes infractores) que de eso se puede salir".

"Yo tengo una filosofía de la vida que no es fácil tener si no pasas por algo así", esa filosofía se refleja, por ejemplo "en el convivir con la gente, que no es algo fácil. Estuve muchos años en una celda con once tipos, viéndolos cagar y ellos viendo como cagaba yo, etc. Todo eso te hace aprender una convivencia muy diferente, puedes aceptar muchas más cosas y aprendes a comprender. Tuve muchas experiencias positivas dentro de la cárcel", explica, a pesar de que durante su estadía fue apuñalado en tres ocasiones.

"Siempre que alguien comete un delito es por algo. Si es por hambre, pues dale de comer. Si hay sanidad y cultura no habrá hambre. Si es por toxicomanía, pues empieza a trabajar sobre el tema", sugiere el escritor, enfatizando que "nadie se hace delincuente de la nada, porque sí", y que los sistemas carcelarios deben indagar en esas causas y procurar la rehabilitación, especialmente con los reos más jóvenes.

"Cuando la situación de la cárcel comenzó a mejorar se vieron resultados, y la prueba de ello soy yo, que llevaba más de veinte años enganchado a la droga y no podía librarme, y con todos los cursillos y apoyos, lo pude hacer", cuenta Rojo, quien cumplió sus dos últimos años de condena en una granja de desintoxicación.

"Doy las gracias a esos profesionales que me dieron herramientas para poder decir que no a cosas sin las que yo consideraba que la vida era inviable".

Malo conocido

Desde que se convirtió en una figura mediática, Daniel Rojo ha recibido toda clase de comentarios. Entre ellos, ataques de quienes consideran pernicioso o inmoral que alguien que fue asaltante de bancos y politoxicómano, salte a la fama hablando y escribiendo sobre ello.

"A un tipo que ha sido follado por los bancos es normal que yo, que me he follado a los bancos, le resulte simpático".

"Yo estoy dando un mensaje a los jóvenes que están en el delito. Los mayores no es que no me importen, pero no puedo hacer nada, ya sabrán lo que es bueno y lo que es malo, y que si se meten droga y delinquen, van a ir a la tumba o a la cárcel, no hay otra posibilidad", explica.

"Pero cuando hay menores de por medio, puedo dar un mensaje positivo, porque he estado quince años en la cárcel, he cometido más delitos que ellos, me he metido más drogas que ellos, y les digo que de eso se puede salir. No voy de héroe, sino todo lo contrario. Intento, con humildad, ayudar a la gente".

Pese a su mensaje de hoy, no es poca la gente que ve su "currículum" con simpatía y aplaude su conducta pasada. Sin embargo, Rojo se declara inocente de ese "delito", que achaca más bien a las propias entidades financieras, que -crisis mediante- demostraron ser el verdadero malo de la película.

"En medio de la desgracia social, y con la actitud que en los últimos quince años han tenido los bancos, yo no me arrepiento de haberlos robado, y además la gente está muy disgustada con ellos. Por eso hay una parte de la población que puede ver en mí algo así como un héroe. Porque han sido jodidos por los bancos, han perdido sus casas... así que a un tipo que ha sido follado por los bancos, es normal que yo, que me he follado a los bancos, le resulte simpático".

A lo hecho, pecho

"El arrepentimiento es una palabra muy católica, te arrepientes y vas al cielo, y yo no creo en nada de eso. Para mí, todas las religiones son igualmente falsas. Lo que sí se puede hacer es analizar el propio pasado", sostiene el ex azote de la banca ibérica.

"No estoy contento ni orgulloso de esos primeros 35 años, pero no puedo decir 'no he estado', porque uno es lo que vive, y de eso no puedo renegar. Si yo en estos últimos años he logrado formar una familia, tener dos hijos pese a los anticuerpos, sobrevivir a un cáncer, hacer seis novelas, monólogos para teatro y TV, y ahora estoy haciendo cine... ¿cómo no voy a estar contento y orgulloso de todo eso? Lo estoy, y en este caso también uno es lo que ha hecho. Por eso cuando me señalan mis errores, no puedo más que decir que quizá el error hubiera sido no cometerlos, y la prueba está aquí. Si yo no me hubiera puesto a meterme drogas y atracar bancos, qué sé yo lo que hubiera sido. Quizá una eminencia, quizá una mierda, eso nunca se sabe".

Cualquier semejanza con la realidad... 

Tras su ya mencionada "trilogía autobiográfica", Rojo se lanzó a crear las aventuras de "Hugo el Tiburón", un personaje que ya no es trasunto de sí mismo, pero que se nutre de su memoria. Para esta nueva serie de novelas, cuenta con una ventaja que otros escritores no poseen.

"No estoy contento ni orgulloso de esos años, pero no puedo decir 'no he estado', porque uno es lo que vive"

"Cualquier autor de novela negra que pretenda ser verosímil, tiene que hacer una tarea de investigación bastante importante. A mí me basta con recordar. No sólo hechos míos, porque he estado con todo tipo de delincuentes. Por eso tengo muchos personajes y muchos argumentos. Sólo tengo que unirlos y ya".

Para Rojo, el escribir novelas de suspenso donde el protagonista es el delincuente, constituye una transgresión a la que agrega otra: la apuesta por el humor.
"Creo que reírse de uno mismo es lo más bonito, y como a Hugo lo he inventado yo, pues le hago muchas putadas. Porque si todo lo que hace es robar y encima los robos siempre le salen bien, en algún momento dejaría de robar", dice entre risas.

Por Gerardo Carrasco
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