La mañana del 9 de diciembre de 2005, el noticiero más popular de la televisión mexicana transmitió el arresto de dos peligrosos secuestradores y la liberación de tres víctimas. Durante horas, los espectadores atestiguaron el operativo que culminó con la detención del mexicano Israel Vallarta y la francesa Florence Cassez.

Durante todo ese tiempo, reporteros de Televisa y TV Azteca camparon a su anchas por el lugar de la detención, como si estuvieran en los estudios de sus propios informativos. Interrogaron a las víctimas -que se deshacían en agradecimientos a la policía- y también a los presuntos secuestradores.

Semanas después, y luego de que un programa periodístico mostrara escenas del "backstage" del operativo, el jefe de la policía reconoció que la transmisión había sido producto de un montaje. Realizado -dijo- a solicitud de los medios.

Ese fue el comienzo del muy nombrado caso Vallarta - Cassez. Investigaciones subsiguientes permitieron seguir un rastro de mentiras. Los acusados habían sido arrestados el día anterior a la puesta en escena y en otro lugar, y no hubo una sola circunstancia ni persona involucrada - supuestos raptores, víctimas, policías, reporteros- que no quedara en entredicho.

El caso generó además una gran tensión diplomática entre Francia y México, que se apaciguó en 2013 tras la liberación y repatriación de Florence Cassez. Sin embargo, Israel Vallarta continúa preso, y acumula ya trece años de cárcel sin sentencia.

Una novela criminal es, en palabras de su autor, "una novela sin ficción". En ella, Volpi ofrece por primera vez un corpus ordenado del caso, exhibiendo todas sus aristas. Para ello se valió de trabajos previos, pero especialmente de sus propias pesquisas en los archivos policiales y judiciales, y de los testimonios de varios de los involucrados, incluidos ambos acusados. A Florence la entrevistó en Dunquerque, Francia, donde reside actualmente, y a Israel en el presidio en México.

Volpi es mexicano y en el año 2005 residía en España. Por azares del destino, el día en que su compatriota y la francesa protagonizaban los noticieros, él estaba en la patria de la detenida.

"En 2007 volví a México y me toco presenciar el enfrentamiento entre Felipe Calderón y Nicolas Sarkozy (a la sazón presidentes de México y Francia), y a partir de ahí el caso se volvió un tema de conversación permanente en ambos países", cuenta el autor a Montevideo Portal.

Posteriormente, hace unos cuatro años, la lectura de un libro al respecto le hizo interesarse en escribir sobre el caso. Se trataba de El teatro del engaño, de la periodista belga Emmanuelle Steels.

"Ella se concentraba en el caso de Israel y su familia, y me pareció que nadie había contado la historia completa con todas sus partes: la humana, la amorosa, los aspectos policiales y políticos. Yo quise contar el caso entero", explica.

Una novela sin ficción

"Aunque algunos creen que no existe, se trata de un género que posee una genealogía muy identificable", apunta el autor, mencionando como referencia al estadounidense Truman Capote y al argentino Rodolfo Walsh, dueños de "una narrativa que es en parte periodismo y en parte novela".

En su opinión, el caso sobre el que pretendía escribir pedía a gritos ese tipo de abordaje, "porque son tantas las situaciones inverosímiles, tantas las mentiras por parte de la policía, que convertir el relato en una novela tradicional hubiera sido quitarle fuerza, arrebatarle al lector la oportunidad de darse cuenta de que se trata de un caso donde la ficción la aporta la policía, mientras el novelista busca lo contrario: contar la verdad".

La bochornosa puesta en escena por parte de la policía y las televisoras mexicanas es, en opinión del autor, un ejemplo palmario de "la intromisión de la política y los medios en la Justicia".


El escritor mexicano Joge Volpi. Gerardo Carrasco / Montevideo Portal

"Fue como un acuerdo donde todo el mundo ganaría: los noticieros de TV tendrían más rating y la policía mostraría una imagen de súper eficiencia. Entonces se unen y hacen ese montaje", refiere.

Durante el falso operativo, los periodistas se refirieron a los detenidos como ‘los secuestradores', anulando toda presunción de inocencia. A lo largo de su obra, Volpi demuestra cómo mediante mentiras, falsificaciones, malas prácticas policiales y hasta tortura lisa y llana, las autoridades crearon las condiciones para ratificar esa culpabilidad que ya se había decretado por televisión.

Para el autor, esa condena mediática pesa casi tanto como la de un tribunal. "Hasta el día de hoy hay una percepción general de que ambos son culpables, y para los mismos jueces es muy difícil cambiarla, resulta muy difícil sentenciar en un sentido distinto cuando la opinión mayoritaria del país está en contra", refiere.

"Espero que esta novela contribuya un poco a cambiar la percepción sobre la culpabilidad absoluta de Israel y Florence, y a que Israel termine siendo liberado. Estoy convencido de que ambos, independientemente de cualquier otra cosa, son víctimas del estado mexicano. Un estado que no sólo no les garantiza un juicio justo, sino que los tortura a ellos y a su familia, y que hace hasta lo imposible para que el juicio no sea justo, manipulando pruebas e inventando testigos".

Amigos, sigue igual

Mientras Volpi trabajaba en su libro, México se estremecía con un caso horrendo y de una enorme gravedad, cuya aclaración todavía está pendiente: la desaparición de 43 estudiantes en Ayotzinapa.

Ambos casos no guardan relación entre sí, pero tienen un importante elemento en común: en ambos la inoperancia, las irregularidades y la corrupción rompen los ojos hasta de quienes no quieren ver, y sin embargo no hay consecuencias.

"Eso es lo terrible, que en un país tan violento como México, el sistema de Justicia no funciona en ningún sentido. Y ahora que tenemos unos primeros atisbos sobre qué pasó en Ayotzinapa, la policía parece haber vuelto a hacer lo mismo de antes: torturar, manipular información, sembrar pruebas falsas, presentar testigos fraudulentos. Exactamente el mismo tipo de conducta", lamenta.

Por otra parte, desde los medios de prensa el panorama tampoco parece ofrecer mejorías.

"Sigue habiendo lo mismo que se refleja en el libro: una prensa dispuesta a creer todo el tiempo al Gobierno y a hacerle favores, aunque también una cantidad de periodistas valientes dispuestos a confrontar las verdades oficiales".

Para mayor vergüenza, los conspiradores en el caso Vallarta-Cassenz ni siquiera fueron prolijos. La investigación de Volpi deja a la vista una infinidad de cabos sueltos -algunos verdaderas sogas- así como inconsistencias y contradicciones para todos los gustos. Asimismo, el hecho de que nadie se ocupara de buscar a los supuestos cómplices de los secuestros- algunos plenamente identificados- es más que sugerente, y permite sospechar que los "sabuesos" se calmaron porque ya tenían el hueso que querían.

"Lo que les importaba era crear en la opinión pública esa percepción de culpabilidad, y muchas veces no les importaban los detalles y las contradicciones, sino bombarder a la gente a través de los medios con la idea de que los detenidos eran culpables".

En aquel entonces, el término posverdad todavía no se había acuñado, pero para Volpi resulta evidente que la falsa detención fue una suerte de precuela de ese fenómeno.
"Es un antecedente clarísimo. Fue una trasmisión de dos horas y media, una larguísima emisión de fake news".

Llamen al abate Faría

La historia de Israel y Florence y su odisea penitenciaria presenta algunos leves puntos de contacto con El Conde de Montecristo, la célebre novela de Alejandro Dumas.

Al igual que Edmundo Dantés, su protagonista, Vallarta parece haber terminado tras las rejas por una conjunción de factores en su contra. Un hombre lo detestaba lo suficiente como para planear una terrible manera de quitarlo de en medio, y a otros hombres -situados en puntos estratégicos de una escala de poder- ese proyecto les venía de perillas.

Florence e Israel, en tiempos felices. Foto: hemeroteca del periódico mexicano Proceso


Ese desatador de vendavales, que en el libro de Volpi es calificado como "El Conspirador", se llama Eduardo Margolis, y ni siquiera es un zar del crimen organizado, un político influyente, o un funcionario intocable. Se trata de un empresario multifacético, con algunos buenos contactos entre las fuerzas policiales y al parecer también con el Mossad. Irónicamente, uno de sus campos de operaciones es la seguridad privada y la prevención de secuestros. De acuerdo con las investigaciones del autor, Margolis habría tenido relaciones comerciales y de amistad con los dos acusados, y luego se habría malquistado con ellos.

"Yo creo que él no quería que todo se convirtiera en un escándalo mediático, y eso lo terminó alejando de esos policías que eran sus amigos, pero parece ser el foco que está detrás de todo este caso", expresa.

Interrogado acerca de si alguna vez habló con Margolis, Volpi responde negativamente. "Y tampoco estoy seguro de si querría hacerlo", adiciona.

Lo que vendrá

Hasta la fecha, ninguno de los jerarcas policiales involucrados en el caso ha recibido castigo alguno. De hecho, han sido promovidos. En la prensa tampoco rodaron cabezas, más allá de alguna de turco.

De su trabajo de pesquisa y de las conversaciones que tuvo con Israel Vallarta, Volpi se queda con la profunda sensación de que éste no es culpable de los secuestros que le achacan, aunque no puede demostrarlo.

"Yo no creo que sea un secuestrador, aunque es cierto que en su vida hay algunos aspectos oscuros", dice, antes de insistir en que tanto Vallarta como Cassez son víctimas del estado mexicano.

En ese sentido, el autor espera que su novela pueda aportar a la resolución del caso.

"Eso es lo que esperamos. Yo creo que el caso de Israel va a tener sentencia el año próximo y ojalá sea una sentencia que determine su liberación", algo que sería plausible si se siguen los mismos criterios que se aplicaron a Florence Cassez.

"Al libro le falta el final. Yo creo que en el momento en que Israel sea finalmente liberado o sentenciado en firme, debería añadirle un capítulo", afirma el escritor.

"Confiar y esperar" son las palabras finales de la ya mencionada novela de Dumas. Es lo que le queda por hacer a Israel Vallarta, y también a Jorge Volpi.