Por Pablo Delucis
El cadáver de Juan José Fernández fue encontrado allá por 1990 en la orilla de la playa Salinas. Entre sus pertenencias, se hallaron unos cuantos psicofármacos de los que consumía habitualmente ya que estaba diagnosticado con depresión. La tesis del suicidio tuvo su fundamento, al igual que la que supuso que Fernández se quedó dormido en la orilla por lo que terminó ahogándose. A pesar de estas dudas, su ex esposa la psiquiatra Alicia Hoppe (a esa altura ya llevaban cuatro años separados) no consideró necesaria la autopsia que aconsejó el forense.
Tan solo 8 años tenía en ese entonces Juan Ignacio, hijo de la pareja y posteriormente devenido en cineasta (Las flores de mi familia, 2012), por lo que el recuerdo de su padre fue durante mucho tiempo la referencia de familiares y algunas escenas borrosas. Con el correr del tiempo, y con el detalle fundamental del descubrimiento de una misteriosa caja, y quizás también prestando suma atención a la recurrencia con que soñaba con Juan José vivo, fueron haciendo carne en Juan Ignacio la curiosidad, la inquietud y el interés sobre la vida —y la muerte— de ese padre con el que tan poco compartió.
Más allá de lo narrado, lo que realmente hace valioso este documental —contado, según palabras del propio director con las que hay que coincidir, a manera de thriller— es la forma en que se logra por un lado generar un interés creciente en cuanto al devenir de los hechos, y en especial en cómo se desnudan emociones de personas que, además de tratar de conocer la verdad, buscan a través de la película reconciliarse con el pasado.
Al cabo del relato vamos descubriendo junto al director que su padre fue un músico un tanto particular y musicoterapeuta de adolescentes con discapacidad; que a su madre, el revivir los hechos le genera por muchos momentos desasosiego y angustia; y que poco a poco, el rol de hijo le empieza a ganar al de director sin que ello lo aparte de ese tono justo y atinado que prevalece en el trabajo. Fernández Hoppe no se conforma con compartir lo que va descubriendo; por el contrario, lo utiliza para cuestionar, registrar e investigar, ya sea con familiares, vecinos de Salinas y también mediante un trabajo de hormiga, con gente que pudo haber conocido a su padre.
La fotografía del propio director, la música de Hernán González y del propio Juan José, y en especial un pensado y minucioso montaje de los también directores Guillermo Rocamora y Guillermo Madeiro, suman excelencia al trabajo.
Como conclusión, estamos ante una película sensible, potente, que investiga, se cuestiona y muchas veces brinda respuestas. Pero la palabra que conjuga y define de manera más justa este trabajo no puede ser otra: valentía.
Por Pablo Delucis para Cartelera.com.uy
Por Pablo Delucis
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