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Por The New York Times

El exorbitante poderío estelar de “El Duque”

El misterioso hombre era alto, delgado y no paraba de sonreír.

05.05.2023 12:21

Lectura: 8'

2023-05-05T12:21:00-03:00
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Por The New York Times | Jack Curry

El misterioso hombre era alto, delgado y no paraba de sonreír. Su vida había cambiado drásticamente cuando salió de Cuba en un barco pesquero, y estaba a punto de cambiar de nuevo. Cada día se presentaban más cambios, más sonrisas y más atisbos del lanzador conocido como “El Duque”.

Ese fue el panorama en un día soleado del entrenamiento de primavera, cuando Orlando Hernández lanzó por primera vez para los Yankees de Nueva York. Después de huir de Cuba, el día después de la Navidad de 1997, Hernández tomó un camino peligroso y tortuoso para firmar un contrato de cuatro años y 6,6 millones de dólares con los Yankees. Ahora, Hernández finalmente estaba en un montículo en Tampa a finales de marzo de 1998, rodeado de curiosos entrenadores y ejecutivos de los Yankees que estaban ansiosos por verlo lanzar.

Hernández lanzó una pelota de béisbol con suavidad y confianza, desde las yemas de sus dedos y hasta el guante del receptor. Había cierta tranquilidad y actitud en Hernández, un reconocimiento de que todos los ojos estaban puestos en él y el entendimiento de que adoraba la atención. Después de más de un año sin jugar béisbol, finalmente estaba lanzando de nuevo.

Ese día en Tampa, las verdaderas excentricidades de “El Duque” comenzaron cuando lanzó desde la posición del “windup”, donde se inicia la mecánica del lanzamiento, y reveló un movimiento vibrante distinto a cualquiera que los asistentes hubieran visto. Sus ojos parecían amenazadores mientras sostenía su guante frente a su cara, pero fue su patada flexible y acrobática lo que lo hizo distintivo. “El Duque” levantó su pierna izquierda hasta el punto de que su rodilla casi rozaba su barbilla, y luego miró hacia un lado antes de volver a conectar con el objetivo e impulsarse hacia adelante para disparar el lanzamiento. Fue atlético. Parecía una danza. Fue precioso.

“Se presentó a esa sesión de entrenamiento en Tampa y tenía una presencia similar a la de Michael Jordan”, afirmó el gerente general Brian Cashman. “Había algo que se proyectaba de él, una presencia que podías sentir. Era la grandeza. No era arrogante, pero había algo en él”.

El currículo de Hernández no contaba con ni siquiera una sola entrada lanzada en las Grandes Ligas, pero Cashman vio en el lanzador una naturaleza ultracompetitiva similar a la de Jordan.

“Siento que cuando estás cerca de personas exitosas, emiten un aura”, dijo Cashman. “Y antes de que ‘El Duque’ supiera lo que podía hacer aquí, ya emitía esa aura. Tenía presencia”.

Cashman no fue el único en notar de inmediato la presencia de Hernández, su confianza y su talento. “El Duque” Estaba muy emocionado de lanzar de nuevo, emocionado de ser un Yankee y, siendo honesto, probablemente estaba emocionado por lucirse. Había sido el rey del montículo en Cuba, un país obsesionado con el béisbol donde tenía un llamativo récord de 129-47 con los Industriales de La Habana, la versión cubana de los Yankees.

Mientras observaba a “El Duque”, dentro y fuera del campo, con el tiempo me di cuenta de que no había nadie como él. Era atrevido, orgulloso, concentrado y cautivador. Mientras trabajaba en mi libro “The 1998 Yankees: The Inside Story of the Greatest Baseball Team Ever” recordé constantemente que Hernández era el jugador más fascinante de ese equipo histórico. Le dediqué un capítulo llamado “Misterioso hombre internacional” porque hizo que un gran equipo fuera aún más imponente, porque era un lanzador muy inteligente y valiente y porque era un placer verlo en acción.

“No podía dejar de verlo”, afirmó David Cone, otro lanzador de los Yankees conocido por su creatividad. “Quería ver qué hacía a continuación”.

¿Cómo podía “El Duque” lanzar de manera tan efectiva con una patada que enorgullecería a una Rockette? ¿Cuántos ángulos de brazo utilizaba? ¿Cuántos lanzamientos hizo? Las preguntas se cernieron sobre Hernández, y las respondió todas de manera enfática mientras obtenía un récord de 12-4 con un promedio de carreras limpias de 3,13. Luego ganó el partido más importante de la temporada de los Yankees en el Juego 4 de la Serie de Campeonato de la Liga Americana (ALCS, por su sigla en inglés).

“El Duque” era inmune a la presión.

“No creo que nadie haya escrito el guión de película adecuado para este tipo”, afirmó el receptor Jorge Posada. “No hay modo de contar realmente su historia y lo que tuvo que pasar para llegar aquí y lanzar para los Yankees. Eso es ya una película. Fue increíble."

Escribir sobre Hernández en 1998 fue muy entretenido. Era un espectáculo exquisito cada vez que miraba fijamente a un bateador. Era simplemente diferente. Incluso su modo de prepararse para los juegos era diferente. Antes de tomar una pelota de béisbol, hacía carreras cortas de velocidad, patadas y ejercicios de calistenia en los jardines, lo que hacía que otros lanzadores parecieran atletas de fin de semana.

La mayoría de los lanzadores no hablan con los periodistas antes de los partidos en los que abren, pero Hernández era conversador. Antes de su quinto juego como abridor, de manera casual les dijo a los periodistas que Fidel Castro, el líder cubano al que despreciaba, muy probablemente lo vería lanzar contra los Mets de Nueva York, y agregó: “Él lo sabe todo”. Después de hablar y hablar, Hernández procedió a realizar 141 lanzamientos en ocho entradas. Y quería seguir lanzando.

“En Cuba no siempre tienes un lanzador de relevo”, dijo Hernández. “En Cuba, es ganar o morir”.

El compañero de equipo con la mejor perspectiva sobre Hernández era Posada, quien era tan obstinado como el pitcher al que le recibía los lanzamientos. De los 23 partidos de Hernández como abridor en la temporada regular y la postemporada en 1998, Posada fue receptor de 21. Después de todos estos años, Posada seguía buscando la mejor manera de describir a “El Duque”. Hernández llamó a Posada “Un hermano para mí en ese entonces y un hermano para mí hoy”, y formaron parte de un equipo de los Yankees muy unido. Tras un comienzo tumultuoso de 1-4 en el que el mánager Joe Torre y Cashman llegaron a dudar sobre la permanencia de sus cargos, los Yankees se pasearon por una temporada idílica. ¿Presión? ¿Qué presión? Los Yankees no paraban de ganar, así que hubo poco estrés. Eso, hasta el Juego 4 de la ALCS. Hasta que estuvieron detrás de los Indios dos juegos a uno en una serie al mejor de siete.

“Realmente fue la primera vez que estuvimos preocupados en todo el año”, afirmó el jardinero Paul O’Neill.

Entonces “El Duque”, un lanzador imperturbable, trató el estresante juego como cualquier otro partido en el que sería el abridor. En la mañana del Juego 4, Torre desayunaba en el restaurante del hotel cuando notó una figura conocida recoger platos y cubiertos de las mesas para ayudar al personal exhausto. Ese ayudante era Hernández, que era todo lo desenfadado que puede ser un lanzador.

“No le tenía miedo a nada”, afirmó Derek Jeter. “Si lo piensas bien, era el tipo perfecto para ese juego”.

Dado que Hernández no había lanzado en 15 días, era importante para él transitar la primera entrada y determinar bien sus lanzamientos. Pero un sencillo y una base por bolas pusieron dos corredores en las almohadillas para el turno de Jim Thome, quien había conectado dos jonrones en el Juego 3. Thome casi la saca de nuevo cuando conectó el cambio de velocidad de Hernández al jardín derecho, pero O'Neill atrapó la bola frente a la valla para el tercer out. Los Yankees exhalaron aliviados. A partir de allí, el juego se convirtió en el Show de “El Duque”, quien terminó lanzando siete entradas en blanco para obtener una victoria de 4-0.

No es exagerado decir que Hernández rescató a los Yankees. Si los Yankees hubieran perdido, habrían quedado a una derrota de la eliminación y la presión habría sido insufrible. La pregunta incesante habría sido: ¿Podría fracasar el equipo que ganó 114 partidos en la temporada regular? Con todo lo que habían logrado los Yankees, esa habría sido una crisis inédita en toda la temporada. Pero eso no sucedió. En cambio, “El Duque” guio a los Yankees.

“Tuve presión”, dijo Hernández. “Pero no tuve miedo”.

“El Duque” le dio a los Yankees mucho más que una victoria que empató la serie. Dentro del camerino aliviado, fue evidente percibir que Hernández también le había devuelto la actitud a los Yankees. Durante 48 horas tensas, los Yankees fueron un grupo incómodo que no paraba de preguntarse si su extraordinario recorrido estaba a punto de terminar. No terminó. Y no terminó gracias a “El Duque”, el personaje más interesante de mi libro y el jugador más fascinante del mejor equipo de todos los tiempos. El lanzador de los Yankees de Nueva York, Orlando Hernández, conocido como “El Duque”, celebra con sus compañeros tras derrotar a los Indios de Cleveland en Cleveland, el 10 de octubre de 1998. (Barton Silverman/The New York Times) El lanzador de los Yankees de Nueva York, Orlando Hernández, conocido como “El Duque”, a la derecha, calienta junto al receptor Jorge Posada antes de un partido contra los Rays de Tampa Bay en el Yankee Stadium de Nueva York, el 3 de junio de 1998. (Chang W. Lee/The New York Times)