Ya ha pasado más de un mes de la funesta madrugada del 8 de noviembre, cuando su familia anunciaba el fallecimiento del gran Gastón Ciarlo. “Dino”, esa leyenda de la música, tenía 76 años y era – y hoy lo es más – una referencia ineludible de nuestra cultura. Sin embargo, y lamentablemente, la parca decidió llevárselo.

No fuimos pocos quienes al enterarnos de la noticia entramos en un desvelo forzado, nostálgico y sentido, y también de sendo homenaje a su figura. Más de un vino se habrán servido sus cultores – haciéndole caso a Omar Kheyyam, el poeta hedonista persa al que homenajea en su clásico “Vientos del Sur” – y, seguramente también, centenas de lágrimas se derramaron en su honor. Que, en la mañana posterior, al enterarse la totalidad de la gente, se multiplicaron por miles, sin duda alguna.  

“En la noche de hoy, nuestro amado Gastón dejó este plano y se fue de guitarreadas con los que partieron antes. Te agradecemos por todo lo que nos dejaste, te vamos a extrañar cada día por el resto de nuestras vidas”, informaba su familia, pasada la medianoche, de su deceso, en un mensaje que lleva toda la esencia y poética del mítico cantautor.

Fueron, sin duda, días de tristeza y dolor para sus fanáticos, pero también para el mundo de la música en general. Pero un pequeño consuelo, que no repara su perdida, claro está, nos fue revelado de la mano del sello Little Butterfly Records a los pocos días, cuando anunció el lanzamiento de un disco póstumo de este prócer montevideano radicado en la ciudad de Dolores.

Más allá de por el disco en sí – que era una noticia auspiciosa por su mera existencia –, esto también significó que Dino pasó los últimos meses de su vida haciendo lo que le gustaba y mejor le salía: música, poesía, arte. Y pasó, además, físicamente, también en uno de sus hábitats naturales: en un estudio, entre instrumentos, grabando canciones. Y rodeado de sus seres queridos.

Poco hay que decir de la carrera de este titán de nuestra tierra, porque su trillo es inmenso y conocido por todos, aunque quizá un reconocimiento mayor en vida hubiera sido un mimo al alma que faltó. Y de eso somos culpables todos nosotros. Pero para resumir brevemente su camino vital y musical, hemos de hablar de más de cincuenta años de carrera, quizá del título del “primer rockero uruguayo”, de bandas ineludibles de nuestra música como Montevideo Blues o los Moonlights, además de himnos vernáculos como “Milonga de pelo largo”, “Cuna de mi muerte” o “Quizá, hacia el norte”. Y eso por nombrar apenas una milésima parte de una obra tan grande como fue su talento. A todo esto, resta agregar una influencia fundamental en innumerables bandas posteriores a él, que, sin su trabajo de pionero, seguramente no serían lo que son hoy.

El fuego sagrado

Pasa el tiempo, el pecado es dejarlo escapar. De eso se trata, una vez más, este nuevo disco de Dino y sus Ciarlobacterias. Hará dos o tres años él me confesó que su sueño era retirarse tocando en formato de power trío, acompañado por sus dos hijos. De algún modo la familia se agrandó, al sumarse Pepe DellAqua, Fede Graña y Ale Ferradás junto dos escuderos de larga data como Careca y el Trova.  Pero, cumpliendo el pacto inicial, allí están Bruno y Santi, custodiando junto a su padre el fuego sagrado de las canciones. Allí está Victoria, tejiendo la trama para que el proyecto creciera y se hiciera realidad. Y, sobrevolando la marea de los versos, allí está Margarita, arropando amorosamente a la tribu a orillas del San Salvador

La vida quiso que esta sea la última grabación que Dino pudo completar en su fecundo paso por esta Tierra. Aún con la tristeza y el dolor agujereándonos el pecho, es bueno saber y sentir que este es el disco que Dino soñó. Y yo, como uno de sus múltiples huérfanos dolientes, apenas me atrevo a agregar que este es el disco que Dino merecía, hace mucho.

“Mi furia nunca se apaga disimulada por la edad. Sigo estando en rebeldía. ¡Cuidado, mediocres: por aquí no pasarán!” Así lo firma y lo canta el viejo Dino, en tiempo presente y futuro, más vivo que nunca.

Estas hermosas palabras que sirven a modo de reseña del disco, pero también como panegírico del fallecido, no son de nada más ni menos que Walter Bordoni, su amigo y compañero de mil batallas, que, deja en claro, que este era el disco que el maestro deseaba hace tiempo y que, finalmente, se le dio la oportunidad de grabarlo y dejarlo estampado para la eternidad. Quizá, puede vérselo como una despedida. Y una, que, sin dudas, pretendió dejar un manifiesto de quién era, qué le gustaba y qué lo hacía vivir.

El surgimiento

Como cuenta Bordoni, Dino venía hacía tiempo con las ganas de hacer este disco – en sus propias palabras, que “merecía” y “soñó” – y su idea inicial era tocar junto a sus hijos Bruno y Santiago Ciarlo, bajo y batería respectivamente. Las variables se fueron alineando y al proyecto se fueron sumando nuevas piezas fundamentales, como José “Pepe” DellAcqua, quien ofició de productor general, además de tocar una de las guitarras. A su vez, estaba también Humberto “Careca” García como percusionista y representante de la “vieja guardia”, junto a Hugo Trova, que toca la armónica en “Canción 2 de San Gregorio”.

Tras un toque en la Intendencia, Pepe DellAcqua relata que fue a un bar junto a Alejandro Ferradás, quien a la postre terminaría de productor musical y en una de las guitarras, y con Federico Graña, que también se embarcaría en la expedición como guitarrista y en los coros. Tras contarles el proyecto, finalmente quedó definido el plantel que se encargaría de llevar a cabo esta epopeya artística.

Sin embargo, la aventura también estaba acompañada por más descendencia del cantante, quienes, citando nuevamente a Bordoni, estuvieron “custodiando junto a su padre el fuego sagrado de las canciones”, y Victoria Ciarlo, hija de Dino, también fue una pata fundamental del proyecto, haciendo de manager y conectando redes para que todo llegara al mejor puerto posible.

El estudio elegido para la grabación fue Peloloco (Eduardo Acevedo 1239), donde, explica DellAcqua, muchos de los músicos que estaban en el disco ya habían grabado y era un lugar que sentían muy cómodo. De esta forma, se le dio la responsabilidad de la mezcla y el grabado a Emilio Ferrara. También una parte, aunque pequeña, se hizo en la casa de Alejandro Ferradás.

El legado

El nombre del disco que vio luz este viernes 17 de diciembre bajo el sello Little Butterfly Records es Gastón Ciarlo & sus Ciarlobacterias (2021). Ya desde esa nominación se puede confirmar ese afán de Dino de hacer su último disco en conjunto con sus hijos y, que afortunamente, pudo tocar tierra firme.

Desde lo sonoro uno se encuentra con una versión muy rockera de su obra, a lo que suma, y sin hacer una escucha muy profunda, sino que salta al oído, un trabajo de producción y arreglístico muy fino y sofisticado. Realmente, es un álbum que suena muy bien y encarna, quizá, la esencia más pura de ese Dino pionero del rock and roll. Aunque hay que decir, y cómo podría ser de otra forma, que también tiene un lugar importante la milonga y los sonidos populares de nuestra tierra, conformando lo que podríamos denominar como una “obra total”.

El disco tiene, en total, diez canciones, de las cuales dos fueron compuestas por él en colaboración – “A la hora de las lentas”, junto a Walter Bordoni, y “Érase”, junto a Tabaré Rivero. Luego, tiene una canción que no es de su autoría, que es “Canción 2 a San Gregorio”, de Eduardo Darnauchans y Washington “Bocha” Benavides. Y el resto, sí, son en su totalidad de su exclusiva composición.

Cabe decir también, que muchas de estas canciones son versiones diferentes a las originales, si hablamos a nivel de sonido, aunque mantienen, obviamente, la quintaesencia de lo que significan y también su lírica.

Encontramos clásicos como “La tormenta”, “Lady Gwendoline” o “La margarita”, que suenan como baluartes de una obra incalculable. Pero también, aparecen otras canciones, quizá no tan conocidas, que se ganan su lugar y hasta se llevan un gran protagonismo en el álbum. Es el caso de “La marea de los versos”, que no solo hace referencia a lo que significa el legado, en esos versos hermosos como “el hijo como puente basado en el futuro”, que se resignifican dadas las circunstancias del disco, sino que también toma matices más pesados y hasta, en algún momento, me animo a afirmar tiene tintes de Crazy Horse, con esas guitarras sucias – en el mejor sentido de la palabra – que inundan la escucha y realmente inmergen a uno en un sonido glorioso.

Por nombrar otra de tantas canciones, quizá no sea casualidad que el disco termine con “Ya vino tu madre”, un clásico de los Moonlights, que puede significar un guiño a la importancia que tuvo esa banda en su vida.

Más allá de todo esto, en ningún momento al escuchar el disco uno siente que es un homenaje a un recuerdo. Contrariamente a eso, uno tiene la certeza que está ante una obra de una vigencia absoluta. Sin caer en las comparaciones con trabajos pasados, se puede asegurar, sin ningún tipo de tapujo, que estamos ante uno de los grandes discos del maestro. Y que, sin duda, tendrá su propio trajinar y será una referencia a la hora de escuchar su música.  

La conexión con la mariposa

Como veníamos mencionando, el disco sale con el sello de Little Butterfly Records, una discográfica única en nuestro país, que pone especial hincapié en la recuperación artística de los grandes músicos del Uruguay y su legado. Tienen también editados, por nombrar apenas algunos, álbumes de Mateo, de Tótem, de Jaime Roos o de Los Mockers.

A mitad de año llegó la propuesta desde la producción de Dino, cuenta Mauro Correa, director del sello, de que el trabajo saliera a través de ellos. Una iniciativa que fue acogida con entusiasmo y también con orgullo.

“Recibimos con mucha alegría esta propuesta desde el vamos, porque, además, venía muy conectada con nuestro trabajo como es la recuperación de obras y trabajar con el reconocimiento de artistas como Dino”, relata Correa.  

No solo motivaba que fuera una obra del cantautor, sino, a su vez, el tipo de trabajo. “Nos entusiasmaba mucho que fuera un disco nuevo. De rock, super bien producido, grabado en un estudio de primera, con un proyecto enorme atrás que no era solo la grabación”, explica el productor.

Entre las diferentes aristas que venían junto al proyecto, estaba un documental EPK – que ya se puede ver el trailer – y una gira para presentarlo, que, lamentablemente, no se podrá llevar a cabo dados los acontecimientos. Sin embargo, de ese trabajo conjunto entre la producción y la discográfica es que hoy ve luz este álbum único.

Quizá, hacia el norte

Obviamente, el fallecimiento de Dino dejó, en parte, manco al proyecto y las iniciativas que venían detrás. No obstante, cambiando la hoja de ruta y pensando cómo hacer el mejor homenaje posible, se definió largar el disco completo, de una vez, cuando en un primer momento se había pensado hacerlo al modo actual, e ir sacando singles.

“Dino fue un referente de la música uruguaya y su pérdida fue muy sentida por todos los actores que estamos vinculados a la cultura y a la música”, dice Correa, quien destaca también el eclecticismo de su obra.

“Fue una referencia del rock, de la milonga y también trascendió géneros. Y, además, a nivel humano siempre fue un tipo con los pies en la Tierra y con una simpleza y humildad única”, sostiene, de forma sentida.

“En el escenario vos vivís, cuando estás tocando estás vivo”, comienza diciendo Dino en el trailer de su EPK de despedida. Y, quizá no, sino que seguro, con este disco y con su música, hoy se terminó de ganar un lugar en el panteón de las grandes. Un espacio que ya tenía su nombre hace rato y solo debía ir a ocupar. Queda en nosotros no olvidarlo. Y seguro nunca lo haremos. ¡Gracias por todo, Dino!