Contenido creado por Lorena Zeballos
Entrevistas

Así funcionan las cosas

Eduardo Sacheri: “Tiendo a ver el juego como una significación de la vida”

El escritor argentino habló con Montevideo Portal sobre su última novela, terminada en pandemia y tan disfrutable como el resto de su obra.

31.07.2021 10:08

Lectura: 10'

2021-07-31T10:08:00-03:00
Compartir en

Por María Noel Domínguez

Este trabajo relata un viaje de Federico, el protagonista, que a medida que avanza en kilómetros, va recorriendo toda su vida, a modo también de viaje personal...

Si. Tenía ganas en esta novela de trabajar precisamente sobre un personaje que tuviera una muy mala relación con su propio pasado. Muchas veces pasa con gente que prefiere el silencio como una manera de protegerse del pasado. Así es como arranca ese tipo de 50 años que siente que lo mejor que puede hacer con el pasado es ocultarlo, aun a sus propios hijos. Sobre todo su pasado familiar.

A medida que va avanzando y encuentra en sus hijos unos interlocutores comprensivos o empáticos o interesados, se va a atreviendo a develarse un poco más y a ponerse más frágil.

Tiene mala relación con el pasado, pero lo va a buscar cuando inicia el viaje.

En realidad, su primera intención es ir solo, porque lo primero que hace es decirle a su ex mujer "quedate con los chicos", "tengo que suspender el viaje que les prometí", "tengo que ir a rendir un homenaje". Creo que lo que pretende el protagonista de entrada es eso: un homenaje silencioso y solitario como prefiere en general procesar sus cosas. Pero la negativa de su ex, es la que involucra a sus hijos en ese viaje. Por eso siento que con tirabuzón, a regañadientes, tendrá que ir justificando ante los adolescentes por qué hace lo que hace. Porque en lugar de ira a las Cataratas del Iguazú, se van pleno julio al confin de la Patagonia, haciendo 2.500 kilómetros en tres días. ¿Para qué? Bueno, porque tiene que cumplir algo. Ese algo y sus porqués serán los que se vayan conociendo en el trayecto.

Aparecen varios salvadores como una de las profesoras de Federico, pero más que nada el fútbol es una tabla de salvación.

Creo que nuestras vidas están atravesadas por esas salvaciones mínimas. Me parece que los seres humanos disponemos de pequeñas salvaciones, a veces prodigadas por otras personas, a veces prodigadas por cosas que tenemos disponibles. Y me parece que el juego con otras personas, sobre todo el juego colectivo, es una forma de vínculo de salvación. Digo el juego y no solo el fútbol, porque si bien a mi me gusta mucho el fútbol, creo que es un atributo de cualquier juego. Me sirvo del fútbol porque es el juego que entiendo, porque es el que me gusta. Eso nos pasa a un montón de argentinos y uruguayos, en una de esas si fuéramos serbios o croatas entenderíamos con el basket, o si fuéramos canadienses lo pensaríamos del hockey sobre hielo. En nuestra experiencia cotidiana, jugar al fútbol es algo que suele permitirnos cómo procesar algunas cosas difíciles de una manera más amable o al menos más entendible. Tiendo a ver el juego como una significación de la vida que en general nos hace bien. Nos hace bien tenerla a mano como para aplicarla después a cosas más importantes y cosas más definitivas.

Hay un contraste entre dos adolescencias: la del protagonista y la de sus hijos que intentan acercarse en ese viaje exponiendo además esas diferencias generacionales.

Supongo que en mi doble experiencia de padre y de profesor de Historia de colegio secundario, siempre me estoy interrogando a ese respecto o tratando, en la medida de lo posible, de entender y de hacerme entender en el sentido de que todos hablamos, pensamos y sentimos desde ciertas matrices que son personales, pero también son históricas. Creo que a veces nuestros problemas de comunicación tienen que ver con que tendemos a pensar nuestras matrices como universales cuando en realidad no lo son.

Así como me parece que a veces a los adultos nos cuesta pensar que los adolescentes de hoy viven en un mundo diferente, también a los adolescentes de hoy les cuesta pensar que los adultos con los que conversan, con los que interactúan también vienen de matrices diferentes.

Me parece que explicarnos y señalar las diferencias, sirven para aproximarse, al menos para entender desde dónde nos son dichas las cosas que se nos dicen, desde dónde son interpretadas de otra manera. Es algo lo escenifico en la novela, pero creo que pasa todo el tiempo en nuestra vida cotidiana.

Como el protagonista vive su adolescencia en los 80, vivió una Argentina muy particular, pero hay hechos como el acoso que se presentan actualmente de otra manera.

Creo que, por un lado, a mí no me gusta en general echar una mirada nostálgica sobre el pasado, que es una tentación. Porque bueno, como en el pasado éramos más jóvenes y teníamos más futuro por delante, solemos ser muy indulgentes en la consideración del pasado. Por el solo hecho de que nosotros éramos más jóvenes. Y siento que a veces el pasado estaba cargado de cosas negativas, también y de cosas que no estaban buenas y que han mejorado. Al mismo tiempo, siento que no está bueno, que juzguemos el presente como si fuera un universal: como que lo que está hoy estuvo siempre, o estará siempre. A veces veo en los adolescentes también de suponer que su tiempo es una etapa de llegada y no es así: seguirán evolucionando y esa evolución dependerá de hacia dónde quieran, hacia dónde puedan, hacia dónde decidan ir. Evitar las cristalizaciones definitivas es importante al momento de entender la sociedad en la que vivís o pensar la sociedad en la que querés vivir: sea la Argentina de 1983 o la de 2021.

Las situaciones de acoso en la novela están de alguna manera protegidas por el deporte y también por algunos docentes y eso se mantiene en estos tiempos.

En una o en otra época hay recursos como para aproximarse, salvarse, protegerse, protegerse recíprocamente, pero creo que riesgos hay también en todas las épocas. Hoy las cosas se hablan mucho más e indudablemente hay más chances que ciertas situaciones se vean y se pueda operar sobre ellas, pero también existe el riesgo de que queden silenciadas y que no se vean y que alguien sufra mucho en esa invisibilización. No necesariamente que estemos más atentos y que tengamos más herramientas es suficiente.


La novela tiene una gran carga visual, ¿lo ves en película?

Nunca veo películas a mis libros. Solo me lo pongo a pensar si viene alguien del mundo del cine y me dice "che, Sacheri leí tu novela y quiero hacer una película". Así fue de entrada con Campanella y El secreto de sus ojos y de ahí en adelante las veces que se hizo esto de la película siempre funcionó de la misma manera y la verdad es que prefiero que se así.

Cuando pienso una historia nueva la pienso como libro. Es cierto que mi manera de construir libros es bastante visual, pero es mi manera de escribir libros. Mi literatura tiende a ser visual. Es una manera.

¿Hiciste el recorrido que aparece en el libro?

Si, por suerte la primera horneada de esta novela la hice en 2019. Yo había andado un montón de veces en auto por la Patagonia, pero no es lo mismo la mirada que llevás cuando estás paseando que cuando estás observando y pensando en un trabajo. Entonces cacé el auto un lunes y pegué toda esa vuelta que hacen los protagonistas y me pasé una semana manejando, mirando y dejando en el celular notas de audio que después a la noche en los hoteles de la ruta pasaba como mis apuntes típicos previos a la escritura.

Fui por un lado, volví por otro para elegir la ruta, casi 5 mil kilómetros. Creo que me vino bien sobre todo para darle un contexto a eso que les iba pasando, me gustó hacerlo.

Cuando empezaste la idea, ¿el recorrido y el destino ya estaban planificados?

En general, mi manera de escribir está como divida en dos etapas. Pienso mucho los libros, diseño mucho la estructura antes de construirlo. Les suelo dar como un símil de construcción de una casa: primero hago los planos, bastante detallados y después la construyo. No soy capaz de empezar a tirar cimientos y construir paredes... cosa que es totalmente legítima porque sé que hay gente que labura así... a mí no me sale.
Tengo los dos momentos bastante divididos: pienso personajes, pienso situaciones, pienso una trama, pienso dónde empiezan y dónde terminan las cosas y una vez que siento que lo estoy viendo, paso a la etapa de enfrentar los otros problemas, los que son estrictamente literarios: voces narradoras, tiempos verbales, niveles de registro, estructura de los diálogos. Siento que son dos etapas distintas.

¿Y cuándo surgió el título?

En general me cuestan mucho los títulos, no es algo que me nazca fácil, entonces como sé que no, trato de estar atento. Lo que sí me gusta hacer si puedo es introducirlo en el texto. En casi todas mis novelas, te topas con el título en algún momento. Es un guiño que me gusta encontrar como lector y me gusta sembrar como autor.

¿Cómo pasaste la pandemia?

Trabajando mucho. Por suerte fui de los que pudieron trabajar. Digo eso porque también muchos que la propia situación extraordinaria, compleja, los paralizó. Y es muy entendible también. Laburos "creativos" dependen de cierta normalidad muchas veces. Cierta normalidad del contexto, cierta normalidad hasta emocional y una situación tan tembladeral de estímulos y de cambios, es muy normal que te paralice. A mi por suerte, como la escritura tiene como una cosa de fuga en un sentido, de escape, de refugio. Es un refugio que tira a la fuga: no quiero saber nada de esto que está pasando en el mundo, me meto acá. Escribir me sirvió para eso. Estuve laburando mucho esta novela, avanzando con otra para más adelante... es decir pasándola mal y laburando mucho.


El funcionamiento general del mundo

El viaje a las Cataratas del Iguazú de Federico Benítez y sus hijos ya está arreglado, pero un llamado de último momento altera los planes: una deuda de gratitud, vieja e impostergable, lo obliga a cambiar de rumbo y encaminarse, con esos dos disgustados adolescentes a la rastra, hacia la lejana Patagonia. En cuatro días de viaje este hombre ensimismado y torpe les contará a los jóvenes una historia oculta que es la suya, la suya y la de su desangelada adolescencia, la suya y la del Primer Torneo Interdivisional de Fútbol del Colegio Nacional Normal Superior Arturo Del Manso, jugado en 1983.

Y ese torneo de fútbol, con sus arbitrariedades, con sus trampas, con sus mezquindades pero también con sus grandezas, con sus luces y con sus sombras, será para este muchacho de quince años un laboratorio de la vida, del que saldrá transformado.

Bajo la forma de un relato de viaje, de una novela de iniciación, Eduardo Sacheri nos atrapa en una historia emocionante sobre los vínculos humanos y nos muestra cómo en el inmenso friso del poder puede recortarse de pronto una figura generosa capaz de cambiar el curso de una vida.

Editorial: Alfaguara

 

 

Por María Noel Domínguez