Contenido creado por Inés Nogueiras
Entrevistas

En el principio era la palabra

ENTREVISTA A TOMÁS DE MATTOS

El escritor Tomás de Mattos habló con Montevideo Portal sobre el desafío de ser director de la Biblioteca Nacional, la relación del uruguayo con los libros y su vocación de literato. "Quien escribe una novela lo hace porque está frustrado", dijo.

14.02.2008

Lectura: 13'

2008-02-14T00:23:00-03:00
Compartir en

Montevideo Portal / Inés Nogueiras
inogueiras@montevideo.com.uy

¿Cómo llega Tomás de Mattos a la Biblioteca Nacional?

Estaba en Tacuarembó ejerciendo la abogacía, y allá por febrero de 2005 me dice mi secretaria que me llamó Jorge Brovetto, que yo sabía que iba a ser el ministro de Educación y Cultura. Lo llamé y no estaba, pero el día 20 me llama él y me ofrece la dirección de la Biblioteca, a ocho días de asumir el cargo.

En realidad el retraso se debió a las negociaciones con el Partido Nacional, que pidió la reserva del cargo. Además, antes le habían ofrecido a Mario Benedetti, pero no había aceptado.

Yo esperaba ver el partido desde la tribuna, y probablemente ahora estaría abucheando al cuadro, en algunos momentos. Pero fue como si Tabárez (o sáquele la zeta) me llamara a jugar el partido. Y el partido desde acá adentro se ve muy distinto que desde la tribuna.

¿Con qué se encontró?

Hay un término que no me gusta, que es el de "herencia maldita"; pero lo que sí hubo fue un proceso de deterioro del país, que viene del año 1955: vinieron años de vacas tremendamente flacas varias veces, y nos encontramos con un país con una deuda pública tremenda y en el 2002 casi nos morimos, estuvimos en el CTI. Entonces se fueron sacrificando, dentro de las asignaciones presupuestales, lo que se consideraban gastos prescindibles y ese fue el caso de la Biblioteca.

Además, este edificio es del año 47, por lo tanto no pudo prever la carga eléctrica necesaria para climatización, para la computación. Y 60 años en un edificio es como 60 años en un cuerpo humano.

¿Qué otros problemas había?

Toda la parte sanitaria estaba totalmente obsoleta y sin service, ni siquiera de prevención. Entonces hubo inundaciones de todo tipo, el agua caía en cataratas por la escalera...

¿De qué año estamos hablando?

Estamos hablando del 2006. En el 2005 tuvimos problemas con las claraboyas justo en la zona de material especializado, lo que en la jerga se llama "el CTI del libro". Había una mesa grande llena de libros que estaban recibiendo tratamiento especial y la lluvia los empapó, en lugar de libros había una masa... yo realmente pensé que estaban perdidos.

Y cuando veía esas cosas no se preguntaba ¿por qué acepté?

Sí, la famosa frase de Almodóvar: "¿qué hice yo para merecer esto?. Sabía que iba a bailar con una brava, pero no me imaginaba que fuera así. Además, el tema es que muchos edificios del país estaban en esas condiciones, y hubo obviamente una prioridad: escuelas, hospitales, liceos y cárceles. Recién el año pasado se pudieron volcar recursos a la Biblioteca.

Y con tanto agujero que hay para tapar en todos lados, ¿hay posibilidades de proyectar un rediseño de la Biblioteca?

La idea ha sido ésa desde el principio, demorara lo que demorara y se sacrificara lo que se sacrificara. Por ejemplo, la sala de lectura Artigas está clausurada desde mediados de 2007, porque hubo un problema de filtración de agua séptica, hubo que sacar la moquete, el pegamento, hubo que arreglar las cañerías. Y hay todo un rediseño, toda la planta baja está rediseñada, porque aparte tiene un problema de distribución incorrecta que molesta al público y crea trastornos de vigilancia y seguridad.

¿Y en el sentido de la forma en que la gente accede a los libros, o de una modernización?

La modernización que está a venir es la posibilidad de la consulta electrónica de los libros uruguayos desde el año 90 hasta hoy. Después se va a ir hacia atrás, siempre en literatura uruguaya, porque la función de la Biblioteca es la recopilación, la preservación y la accesibilidad de la produccion de uruguayos en el país o fuera del país. Y después se tratará de ir agregando las demás áreas, de acuerdo al índice de consultas, pero la idea es que en un proceso que va a llevar probablemente toda la otra administración, le toque a quien le toque, esté terminada la catalogación total de la Biblioteca.

Siempre fui muy realista. Soy abogado y el abogado por naturaleza es un ser crítico, siempre abre el paraguas y nunca puede garantizar un resultado, porque sabe que toda acción está siempre sometida a múltiples decisiones que son ajenas. Pero comparando el Tomás de Mattos de 2006 y el de ahora, estoy mucho más entusiasmado que antes, que estaba abrumado.

¿Qué le gustaría haber logrado al finalizar su gestión?

Un objetivo esencial es que haya un sistema nacional de bibliotecas públicas; y por otro lado que haya una asociación de bibliotecas populares.

Lo ideal sería que alguien de Bella Unión que quiera leer un libro pueda acudir a su biblioteca y que la misma pueda conseguírselo en un plazo rápido, fundamentalmente a través de la copia electrónica, que se enviaría con el ahorro de correo que implica, con la multiplicación que eso implicaría, y con la posibilidad de crecimiento de acervo a demanda de cada uno de los lugares. Esa es mi meta principal.

Lo segundo es la colaboración que pueda tener la Biblioteca en la promoción del libro y de la lectura.


...



¿Qué lugar le queda hoy al Tomás de Mattos escritor?

Ninguno.

¿Nada?

Le queda la cabeza. Tengo una novela sobre José Pedro Varela, otra sobre Berro y Flores; y de algún modo leo algo o voy pensando. Me gusta pensar la novela antes de escribirla, ir viendo los problemas. Primero lo que hay en las novelas es la afinación, como el La que hay que darle al músico para que pueda entrar en el tono exacto. A eso yo le digo el "tono vital"; y al mismo tiempo, hay que ver la perspectiva de lo que se cuenta. En las dos novelas tengo resuelto el tema de la perspectiva, pero el tono vital uno tiene que probarlo, ensayarlo, emitir un La; y eso uno nunca lo puede hacer si no está escribiendo.

Hay una anécdota que me quedó grabada: tengo una gran admiración por Fernando Secco Aparicio, que fue el fundador del frigorífico Tacuarembó. Un día que estuvimos un largo rato y me empezó a preguntar por qué había escrito "Bernabé, Bernabé". No era crítico, quería saber por qué había locos que escribían novelas. Y después yo supe por qué había locos que fundaban frigoríficos.

Un día me invitó a hacer una visita y aunque eso fue hace años, me sigo acordando de su mano mostrándome "acá va a haber tal cosa", "acá va a estar tal otra", hasta que de repente me dijo "¿Se dio cuenta que esto es igual que su novela, que es una realidad que es más ficción que realidad?". Yo le dije que sí, y él me preguntó: "pero ¿qué diferencia hay entre sus novelas y la mía?". Me quedé quieto, y entonces me dijo: "de la mía viven mil familias, de la de usted ninguna".

¿Y lo convenció con ese argumento?

Me convenció en el sentido de que siempre quien escribe una novela lo hace porque está frustrado. Es decir, escribe una novela porque no puede hacer otra cosa, entonces crea un mundo sustitutivo del mundo real, o por lo menos un mundo que refleje el mundo real y de algún modo sirva para percibirlo. Es un poco aquello del comienzo del Fausto, cuando empieza a ver que lo único puede hacer es contemplar y él quiere hacer. Esa misma tentación la tiene uno cuando después de soñar toda una vida con la defensa del libro y la promoción del libro le ofrecen este cargo. Y es lo que sostiene, en una experiencia que en realidad es muy amarga.

¿Y cómo surgieron por primera vez en su vida las ganas de escribir? ¿Fue una revelación?

No, no. Mi mundo, mi persona, mi entorno, hacían que yo no me fuera a destacar nunca en lo físico: era gordo y además siempre tuve trastornos de equilibrio, probablemente por problemas del oído. Entonces, por ejemplo, no sé andar en bicicleta, por más que lo intenté; soy incapaz de nadar; soy incapaz de bailar sin pisar a mi compañera. De hecho lo que más me gustaba era la pintura y el dibujo, leía muchas revistas, comics, y hacía mis historietas. Estaba ejercitándome, sin darme cuenta, en la narración.

Ahora, ¿cuándo valoro la palabra? La valoré en primero de liceo, con una profesora, monja, española, que era profesora de Castellano. Ella fue la que nos dijo que escribir no era sólo escribir sin faltas y errores de sintaxis, sino que fundamentalmente era componer estructuras, como motores, como seres vivos. Corregía con tres colores: azul y rojo para ortografía y gramática y el amarillo ocre para señalar las palabras que estaban de más. En mi caso, todas las composiciones parecían árboles de otoño.

Un día nos dijo que escribiéramos lo que quisiéramos, y no hay nada más desconcertante que la libertad, en el sentido de que no sabíamos qué hacer. Entonces, para darnos ejemplos, propuso que contáramos alguna escena de una película. Esa semana justo daban "Ben Hur" en Tacuarembó, que se la esperaba desde hacía seis meses, y yo decidí escribir sobre la famosa escena de los carros. A esa altura venía mejorando, estaba en el "Bueno Muy Bueno", y me encuentro con un escrito que tenía Sobresaliente. Después de la clase la hermana me llamó y me dijo que la novela estaba en la biblioteca del colegio, y me marcó el pasaje en el que el autor describió la escena. "Es interesante que compares la película, la novela y lo que escribiste", me dijo. Y yo mordí el anzuelo: lo que hice fue leerme toda la novela. Después me habló de otra novela y...

... lo fue engatusando

Me fue engatusando, sí. Aparte había una influencia por parte de mis padres, que también eran lectores. Ahí empezó el proceso de lectura, pero recién en preparatorio, con Washington Benavides, estalló el proceso de creación.

Los dos principios de Benavides eran audacia y rigor. Cada vez que daba un autor él nos mostraba que era de carne y hueso: su vida, sus problemas. Entonces ocurría algo que era el principio de emulación, parecido a lo que me habían enseñado los jesuitas: "si él pudo ¿por qué yo no?". Esa es la audacia. ¿Pero por qué pudo? Porque se devanaba los sesos buscando la palabra precisa, o la imagen exacta. Ese es el rigor. Y por ahí me largué.

¿Y ahora puede identificar qué cosas lo motivaban a escribir? ¿Qué problemas o frustraciones?

Sí, el tema del mal. El mal que traba de tantas maneras la expansión de la humanidad. Yo participo totalmente de la frase de Saramago: "dejen los biólogos de buscar el eslabón perdido entre el mono y el hombre, agarren a cualquier ser que anda por la calle". El hombre perfecto no existe, somos eslabones entre la bestia y el ser humano; seres en autoconstrucción permanente, y a autoconstrucción también es participación en la creación de una sociedad mejor (algún religioso diría una Creación que todavía esta inconclusa y que sufre dolores de parto, imagen textual de San Pablo).

Y en ese sentido, importa muchísimo ver cómo funciona la conciencia. Una cosa que me fascina es ver cómo la conciencia no anuncia las atrocidades propias. Tenemos miles de ejemplos de ello, de procesados que se ven injustamente procesados, por ejemplo.

¿Y esa fue su búsqueda?

Sí, en "Bernabe, Bernabé" es clarísima. Después, la otra cosa que me interesa es mostrar cómo el que colabora en un proceso de construcción de la sociedad es cristiano, aunque no crea. Me interesa mucho el cristiano anónimo. Los proyectos que tengo hoy son de figuras "crísticas", como José Pedro Varela, por ejemplo, que es un personaje fascinante. Estoy deseando publicar esa novela para que el uruguayo se entere que ese señor tan grave, que esta ahí en Avenida Brasil rodeado de niños, agarraba una bolsa de naranjas y una pelota, y se iba a jugar todos los días a algo que debería ser similar al fútbol o al rugby, y después comía las naranjas con los niños. No era nada adusto, era totalmente cordial. E incluso, dicen los amigos, que era bastante mujeriego.

¿Cómo evalúa la relación que tiene el uruguayo con la literatura, con los libros?

Le diría hechos negativos y positivos. Como positivo, la respuesta excelente en cantidad y calidad a los concursos, que demuestran que hay una creación muy atendible, de mucha calidad, que responde a una lectura buena. Y como hecho negativo está el de esa frivolización que se da en nuestra cultura, esa renuncia a la búsqueda de sentido que lleva, por ejemplo, a que Paulo Cohelo sea el autor favorito en lugares que usted no se imagina.

¿Y eso es algo que se podría revertir?

Sí, por supuesto. Simplemente se trata de incentivar el lado bueno de esa realidad. Esa es la razón por la que estoy acá todavía.

¿Cómo se relaciona con Internet?

Internet es un peligro, con dos contaminaciones: la de los virus y la de los contenidos. Pero manejando bien los buscadores, planteando bien las preguntas (que en definitiva es lo que hay que hacer con la vida, no tanto encontrar respuestas sino saber preguntar), uno encuentra respuestas maravillosas.

Lo que más me preocupa de Internet es que se está privatizando. Me acuerdo una época en que accedía gratuitamente a los mejores diarios del mundo, y ahora tengo que estar suscripto. Hubo una Internet fascinante, y ahora una que sigue siendo fascinante, caótica, babélica, que permite encontrar tesoros, pero que lamentablemente se está poniendo límites; y eso le hace muchísimo mal a la comunicación humana.

¿Cree que el libro goza de buena salud?

Estamos en un proceso que ya estaba anunciado en un epígrafe de un libro de Espinosa Borges del año 68. Con el libro y otras formas de comunicación como eje, estamos en una revolución cultural ya estallada (en el 68 se divisaba en el horizonte, ahora ya estamos en el mediodía) mayor que la de la imprenta.

Creo que va a seguir habiendo libros cuyo soporte sea papel, pero cada vez más va a ir avanzando el soporte virtual, y eso va a transformar el mundo. El epígrafe, que el autor puso en papel azul con letras blancas, para que nadie se lo salteara, tenía una frase que a mí me disgustó, me golpeó en el hígado: "nación que domine la informática dominará el mundo".

En definitiva creo que el libro, la narración, tienen una importancia decisiva. Y la gran ventaja de la narración escrita sobre la oral es que la oral, o la grabamos o queda entre los que la vivieron, en cambio el libro democratiza enormemente esa conversación. Entonces un griego, por ejemplo, te puede ayudar a morir, como Sófocles ayudó a morir a mi padre. Y como a mí me enseña a mantenerme en esta Biblioteca un manco que gustó decir en determinado momento: "paciencia y barajar".

Montevideo Portal / Inés Nogueiras
inogueiras@montevideo.com.uy