Contenido creado por Martín Otheguy
Cultura

The dark side

Cultura y política: el lado oscuro de Roger Waters. La opinión de Carlos A. Muñoz

Una vez más, la maldición de Malinche. Cambiaron los espejitos por pantallas gigantes y escenografías 4D. Bienvenida la tecnología pero no la condescendencia.

05.11.2018 11:04

Lectura: 6'

2018-11-05T11:04:00-03:00
Compartir en

"Poné a Maduroooo. Poné a Peppa Pig". Con una cerveza en la mano y un porrito en la otra, el entusiasta espectador largó su propia consigna, mientras leía atentamente la enorme lista de indeseables de Roger Waters. La noche estaba fría en el Centenario. El agitado fan le puso un poco de humor a tanta puteada inglesa. Veinte minutos dándole a la matraca ideológica con la última y fascinante tecnología disponible. Fue en el entreacto. Mientras Roger y sus músicos se tomaban una birra y degustaban las delicias de nuestros mejores chefs. Es la lista del mundo apocalíptico de Waters, de los setenta años de pestes y del terrible y monumental demonio capitalista que nos acecha. Es la lista negra del malhumor ideológico redactada por el sonriente, canchero y vegetariano músico. Su actitud y postura de siempre, aunque no recuerdo tanto odio disfrazado de valores. Un artista monumental, un agitador poco interesante. Son cosas distintas. Me quedo con el artista, con el artista que agita y no al revés.

El agitador artista me cayó decadente, manijero, poco creíble sin la fuerza ni el contexto de hace cuarenta años. Como el soldado japonés que seguía peleando treinta años después de que terminó la guerra. El puño en alto y la consigna "resistir" parecen vacías, sin entusiasmo, formales, caretas, para la escena. El mundo cambió. Los compromisos revolucionarios exigen otra credibilidad. La consigna frente al poder otro manifiesto. La comprensión del mundo otra mirada, más compleja, más profunda, más radicalmente inteligente. Recuerdo los recitales por los Derechos Humanos en los 80. Recuerdo a Sting y su apoyo decidido a las madres y abuelas de desaparecidos en Argentina. Siempre firme, claro, enfocado, humanitario y removedor. Y una música de sensibilidad exquisita. El mensaje debe ser transparente y el mensajero creíble. La lista de Roger fue larga y contradictoria, dudosa y extemporánea, cargada de odio con nombre y apellido, incompleta y tremendamente sesgada. Antes era más fino, más sutil y provocador, menos obvio, trillado e inoperante que gritarle cerdo a Trump. El lado oscuro de Waters.

Me molestan estos grandes artistas que desembarcan con la manija a cambiarnos espejitos de colores. Una vez más, la maldición de Malinche. Cambiaron los espejitos por pantallas gigantes y escenografías 4D. Bienvenida la tecnología pero no la condescendencia. En el Pit, Roger Waters vio unas plumas y arremetió, se tiró de cabeza a hablar de la cuestión nativa e indigenista. Cambió el mundo, cambió la historia, cambió mi vida. La de Waters parece sumergida en un mar de improperios de Long Island, de divagues ideológicos en defensa de cualquier cosa: de los perros a los indios charrúas, de los palestinos a los slogans en camiseta, de los damnificados de Facebook a la carrera armamentista, de Putin y Merkel a Bolsonaro y las bolsas de nylon en el océano y los refugiados y el cambio climático. Un menjunje de aquellos. Un menjunje de fucks a Trump a Zuckerberg al neofacismo y a un montón de items que el espectador no aplaudió. Falta Peppa Pig. La lista de enemigos de Roger es larga. Algo raro pasó entre el artista y el político, entre el viejo y legendario músico inglés y el viejo y legendario agitador de conciencias. Público tranqui, media asta, chupando cerveza y fumando un porrito. Cultura del bienestar: pilchas de marca, un mar de autos afuera del Estadio, entradas hasta de dieciséis mil pesos. Tampoco daba para andar saltando por consignas dudosas.

"Roger Waters en El Galpón por la causa palestina". Palabras más, palabras menos fue lo que salió en la prensa en esos días. El responsable de la productora uruguaya dijo no tener idea del asunto. "No estaba en el schedule" dijo Danilo Astori hijo, exitoso productor musical uruguayo. "Schedule" es la agenda del artista. Muy sensatamente, el Teatro El Galpón le negó su sala. Estuvo bien Héctor Guido. Dijo que no podían dar la sala para un acto que incentivaba el odio del "hombre contra el hombre". Aunque también dijo que fue un operativo de la derecha. Como en las viejas épocas del lobo del hombre y todo eso. Un hábil declarante Guido. Aunque sería bueno saber los verdaderos motivos de la negativa. Admiro la enorme historia de una institución por la que han desfilado importantes artistas de innumerables procedencias. No sé si hubo palestinos en su elenco, pero seguro unos cuantos judíos. Tengo muchos amigos judíos. Muchos hacedores y consumidores de cultura que son más hinchas de la selección uruguaya que yo. Tengo amigos judíos que hicieron piezas publicitarias maravillosas para apoyar a la celeste. Hay artistas, intelectuales judíos de enorme presencia en el medio uruguayo. Tengo amigos que lucen la colección completa del Semanario Marcha, que son de izquierda, que son contestatarios, opositores a cualquier acto sangriento, injusto o que venga de donde venga. Es más, conozco gente que participa, apoya y marca presencia en organizaciones que trabajan con palestinos y judíos. Son gente de paz, gente culta que dicho sea de paso, siempre llenó las salas de teatro de Montevideo, va a conciertos, participa de actos políticos, sociales y aportan conocimiento, dedicación y gestos humanitarios a nuestra sociedad. Estuvo bien El Galpón, lo apoyo a pesar de que no comparto ni compartí su adhesión ideológica histórica, su visión del arte o su reciente actitud intolerante con el actor Franklin Rodríguez. Pero esta vez estuvo bien, aunque las razones sean confusas.

En Uruguay, Roger pecó de atrevido, desinformado o desubicado. Por lo menos. Su decisión enrareció el ambiente y su propio recital. Podría haberlo dicho en una conferencia de prensa, con una carta, con un mensaje en el escenario, podría defender las posturas más inverosímiles que seguiríamos respetándolo o tendríamos oportunidad de cuestionarlo. No hace mucho le pasó a Milton Nascimento. El artista cometió la torpeza de dedicarle el recital a Mujica. La gente empezó a chiflar. Tuvo que dar marcha atrás en sus dichos y arreglarla un poco. El artista le canta o le habla o le pinta o actúa para todos. No está mal que tome partido. Lo hicieron grandes artistas e intelectuales de todas las épocas. Pero con criterio y eligiendo muy bien dónde y cómo lo expresa. Con la convicción suficiente para imponer respeto y con el respeto imprescindible para expresar sus convicciones. No todos somos indios. Dicho con todo respeto.

Carlos A. Muñoz
Periodista cultural y director de teatro