Hace poco más de cinco años que vive en Buenos Aires, y antes pasó por Córdoba capital, España y Estados Unidos. Sin embargo, Federico Falco conserva de su General Cabrera natal, entre otras cosas, el inconfundible acento de los cordobeses.

Del chiquilín que empezó a hacerse escritor en Córdoba le queda, o al menos trata de que le quede, el impulso original, inocente e irresponsable, de sentarse a escribir sin pensar en las exigencias del mercado, la cantidad de páginas que luego desechará, la extensión del texto que tiene por delante. Invariablemente, ante esa experiencia, habrá al menos dos cosas: cierta inclinación al disfrute -sí, puede sonar extraño- y un mate.

En 2010, la influyente revista Granta lo ubicó en un selecto pelotón de escritores en lengua castellana menores de 35 años. Ganó becas y premios, y algunas de sus obras ya conocen la traducción. Transita con familiaridad el relato breve, aunque también anduvo en territorios de poesía y dramaturgia.

En sus ficciones, el azar y la desgracia no se compadecen de los seres más o menos ordinarios que las habitan, y "la muerte agazapada", como cantó Gardel, espera en una página sí y en la otra también. Sin embargo, esas situaciones no oscurecen los textos: al contrario, echan una luz enceguecedora, inquietante, irreproducible. "Es como si alguien sacara el piso bajo tus pies", dice Falco. Y entonces, lo que queda es dejarse caer y disfrutar del descenso. Si es posible.

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En 2010 Granta te eligió como uno de los mejores escritores sub-35 en idioma español. ¿Te cargó eso una mochila? ¿Sos uno de los mejores autores sub 50?


No sé (Risas) Ahora estoy en una edad rara. Los sub-35 son algo que, por ahí, sobre todo el mercado, suelen mirar. A ver qué están escribiendo los jóvenes. Después, cuando pasás los 35, no sé si hay un sub-50.


Hasta que no sos Vargas Llosa no te dan bola...

Sí. A los que superan los 80. Pero lo de Granta estuvo bueno. Ese tipo de cosas siempre están buenas porque permiten que los libros circulen, lleguen a más lectores de los que podrían llegar usualmente. Es una alegría.


Pero más allá de la alegría y el beneficio económico, ¿Es una responsabilidad mayor a la hora de sentarse a escribir tener ese listón que superar?

Es que si me sentara a escribir pensando en ese tipo de cosas, no podría hacerlo. Sería como estar todo el tiempo escribiendo con un par de ojos mirándote por encima de los hombros, controlando qué hacés y qué decís. Trato de no pensarlo mucho, y de que no sea una exigencia, una responsabilidad excesiva. Para mí, escribir siempre tiene que ver con el disfrute, con el deseo, con pasarla más o menos bien aunque las cosas no estén saliendo bien. Trato siempre de volver a ese lugar original, a los primeros motivos por los que me senté a escribir alguna vez, y que tienen que ver con tratar de pasarla bien, de decir algo, de poner algo en papel que más o menos anda dando vueltas, y disfrutar el momento.

 

¿Se disfruta el momento?

Siempre digo que es como resolver un crucigrama, o armar un puzzle de esos de dos millones de piezas. Hay momentos en que no sale, y uno reniega, y odia todo, y es un suplicio, pero en el fondo siempre es un juego. Es un suplicio y un mal momento al que uno se presta, y lo hace desde el disfrute. Hay una parte que es complicada, pero ese es el desafío también. Pasar por esa complicación y tratar de resolverla. Uno siempre puede decir "no escribo más, me levanto, voy a hacer otra cosa", pero en el fondo siempre ganan las ganas de resolver la historia que tenés entre manos, las ganas de quedarte ahí a ver si encontrás el huequito por donde seguir.

 

¿Te lleva mucho tiempo diario, o sos de abandonar cuando no sale, das una vuelta, hacés un mate?

No puedo escribir si no tengo un mate en la mano. Es fundamental. Antes de empezar a escribir preparo el mate. Usualmente escribo en las mañanas, y desde hace mucho tiempo logré, más o menos, organizar mi vida para tener las mañanas libres. Todas mis actividades empiezan a partir de la una de la tarde. Me levanto muy temprano, y de lunes a viernes trabajo unas cuatro, cinco horas ahí, frente a la compu.


¿Cuánto hace que vivís en Buenos Aires?

Desde fines de 2012.

 

¿Y antes pasaste por Estados Unidos y España?

Estuve un tiempo en Estados Unidos, un tiempo en Madrid. Originalmente soy de la provincia de Córdoba. Y antes de venirme a Buenos Aires hice un recorrido, pasé un par de años en Estados Unidos, y un tiempo en España. Después volví a Córdoba, me volví a ir a Estados Unidos, y ya me instalé en Buenos Aires.


¿Y seguís siendo el chiquilín de General Cabrera, escribís con esa inocencia pueblerina, o te corrompió la civilización?

Es como decía recién. Todo el tiempo hay que tratar de volver a ese impulso original, a esas ganas originales. Uno va aprendiendo, va encontrándose. La vida te va cambiando, te va modificando. No solamente la distancia, el estar lejos del pueblo. Uno cambia porque le pasan cosas también. Ahora me pasa que, cuando estoy en Cabrera, soy una persona, y cuando estoy en Buenos Aires soy otra. No porque sea diferente, sino porque tengo diferentes relaciones, diferentes temas de conversación, otros amigos. Siempre soy el mismo, pero en general en Cabrera no soy tanto el escritor, sino alguien que está por ahí.


El hijo del viejo Falco...

Exacto. Me ven más como eso, como era antes.



Vos decías, en una entrevista de no hace mucho, que no te interesaba la repetición mimética en cuanto a los textos. Sin embargo, tus personajes son "reales". ¿Qué hay ahí? ¿Observación, un proceso de ficcionalización sobre eventos conocidos? ¿Qué relación tenés con tus personajes?

Siempre hay una base que está en la cotidianeidad, en lo real, en las cosas que uno puede ver alrededor, lo que observa. En ese sentido trato de ir siempre atento por la vida, y tomar nota cuando escucho algo, cuando veo algo que me llama la atención. Cuando me cruzo con alguien que me hace pensar qué pasará por dentro de esa cabeza. Eso siempre está. Es el puntapié inicial. Cuando digo que no me interesa tanto lo mimético me parece que la vida en sí, y lo que pasa dentro de la cabeza de cada uno de nosotros, y cómo lidiamos con los sentimientos, las sensaciones, las frustraciones y los deseos, es algo sumamente complejo. Y no sé si el lenguaje puede ponerlo en palabras. Y no sé si una historia, un cuento, puede dar cuenta, de alguna manera, de esa complejidad. En un cuento todo está simplificado. Las pausas tienen que ser más o menos lógicas, las acciones de los personajes tienen que ser coherentes. Y en la vida, muchas veces, eso no pasa: no hay coherencia, las acciones no son lógicas. No hay una relación de causalidad ahí. Por eso digo que lo mimético no es que no me interese, me parece imposible aprehender lo mimético. Poner la vida en papel me parece un desafío imposible de cumplir.

 

El lenguaje no nos alcanza para contar las cosas que nos pasan...

Exacto. No nos alcanza, y, pese a que es la única herramienta que tenemos para comunicarnos, es una herramienta complicada. Siempre doy los mismos ejemplos: cuando uno dice "soy feliz" o "te amo", ¿Cómo sabés si el otro entiende por felicidad o por amor exactamente lo mismo que vos entendés? Cada uno de nosotros tiene una idea diferente del amor, la felicidad o el dolor. No hay una palabra más precisa para describir esas sensaciones, esos sentimientos. Ahí es donde surgen los problemas. Lo que yo pensaba que era felicidad, para el otro no. Estamos atravesados por esa dificultad de comunicación.


¿Seguimos en Babel?

De alguna manera sí. Estamos hilando muy fino, porque, por el otro lado, en el mundo, día a día, hay un montón de cosas que se logran a partir de poner ideas en común, de hablar, de discutir, de debatir. Y hay una comunicación que se da. Pero hay otras zonas donde es más complicado.



La tragedia por azar es un puntapié en varios de tus cuentos. ¿La mala suerte, la fragilidad de las situaciones de equilibrio es algo que te preocupe?

Sí, claro. No sé si diría que me preocupa, pero es algo que está ahí, todo el tiempo. Por ahí nos olvidamos de lo frágiles que podemos llegar a ser. De lo frágil que puede llegar a ser nuestro cuerpo, nuestra mente. Uno, en día a día, en la rutina, hace cosas, va, viene, pero cuando aparecen esos lugares de quiebre, donde aparece el conflicto, es también donde uno enfrenta una especie de vacío, y tiene que encontrar la forma de darle sentido, de llenarlo de sentido. La literatura en general es conflicto. No se puede narrar si no hay conflictos. Muchos de ellos son conflictos más simples, más cotidianos. Un personaje quiere una cosa, y otro quiere otra. Si no hay conflicto, no hay hecho a contar. Pero por ahí algunos de esos conflictos son los que desarman. Como si alguien sacara el piso bajo tus pies. Ahí me parece un lugar que no necesariamente me atrae, pero termino cayendo repetidamente. No sé si me obsesiona, me cuestiona, me preocupa.


Transitaste varios géneros, la nouvelle, el cuento, la poesía... ¿Te sentás a escribir sabiendo que lo que tenés entre manos es un poema, un cuento, un texto más largo?

En general escribo poca poesía. Tomo notas y termino sin publicarlas. Publiqué un único libro, y es, en realidad, bastante narrativo. Me convencieron para que viera la luz. En general escribo cosas que son más del orden narrativo, entonces hay como una diferencia grande. Si estoy sentándome a tomar notas para algo que puede ser una poesía lo sé, y si estoy sentándome a escribir una historia sé que es del orden de lo narrativo. Qué extensión va a tener, si va a ser un cuento corto, un relato largo, una nouvelle, una novela breve, no lo sé. Dejo que las cosas vayan surgiendo solas, y que a partir de lo que vaya pasando en la página la estructura y la extensión necesarias vayan surgiendo orgánicamente, a partir de lo que pase. No planifico mucho, y a la vez dejo que los textos descansen bastante. Entonces cuando por ahí no sé cómo siguen los dejo un mes, dos meses... Leudando. Hasta que lo retomo. "Ah, mirá, por acá va la cosa".


¿Los dejás ir o les ponés frenos?

Siempre trato de seguir el impulso y no pensar demasiado sobre lo que estoy escribiendo. Tiendo a confiar en que hay como una especie de segunda voz, o voz más inconsciente en mí, que es la que sabe lo que está haciendo y que por algo se mete en los problemas en los que se mete. Dejo que las cosas salgan, que vayan. Por ahí sí, lo que pasa, es que en un segundo momento hay que tomar decisiones. Decir "bueno, toda esta parte se va hacia un lugar en que se torna un callejón sin salida, o es un lugar muy fácil, en seguida se van a dar cuenta por dónde va la mano". Ahí, desde un lugar un poco más racional, y pensando más en estrategias, en cómo hacer más interesante el recorrido para el lector, hay ciertas cosas que uno las saca, las corta, las desecha, o las guarda para usar en otro texto. También pasa que a veces llegás a un callejón sin salida donde no sabés cómo seguir, y hay que tirar las últimas 30 páginas y volver al punto donde se armó esa bifurcación y probar por el otro camino.

 

¿Es frustrante ese tirar 30 páginas?

Es parte del laburo, de armar el puzzle, o de intentar resolver el crucigrama. A veces intentás cosas que creés que van a ser la solución, y no lo son. Sí, el día que tirás 30 páginas probablemente estés un poco de mal humor, y al día siguiente hay que empezar de nuevo. Es parte del juego.

 

Después de más de una década publicando, ¿Encontraste tu voz o estás en una búsqueda del Federico Falco que querés ser?

Ah... Eso me parece que es una búsqueda que está siempre, ¿No? No sé. Uno también va cambiando, y tu voz va cambiando. Hay diferentes voces para diferentes historias. Sí creo que a esta altura sé qué historias me interesan y qué historias no. Por dónde van las cosas. Aprendí también que si tenés que tirar 30 páginas no pasa nada. Estoy más relajado con el proceso de escritura en sí. Pero encontrar la voz es un desafío de todos los días. Y tampoco sé si hay un Federico Falco que quiero ser. Es lo que va saliendo, lo que se va haciendo en la marcha. Lo que va pasando, un poco por azar, un poco por limitaciones propias, porque hay cosas que te salen más fácil y otras no. Por obsesiones o temas que te interesan más. Eso como que se va armando.

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En Uruguay están disponibles los libros de Falco 222 patitos y Un cementerio perfecto, ambos publicados por Eterna Cadencia y distribuidos por Escaramuza.