Alejandro Ferreiro es un tipo curioso, inquieto. Le interesan los libros, la música, las películas, las ciencias, la tecnología, los juegos, esas cosas que llamamos cultura, y que aparece, incesante, en los discursos políticos, sin saber mucho de qué se habla.

Ferreiro sí sabe de qué habla. Tanto que un buen día y hace unos cuantos años, abandonó una promisoria carrera como periodista político para saltar sin paracaídas hacia la cultura. Sin prejuicios. Sin acartonamientos. Y, como es inquieto, y es curioso, se entregó a la tarea con fervor renacentista. E hizo de todo. La noche boca arriba y Planetario, en radio, y Dos Veces Uno, en televisión. Por ejemplo. Paralelamente desarrolló el oficio de escritor, que se volcó en los poemarios Nos persigue la humedad y otras filtraciones, Historia natural del silencio y Catálogo incompleto de ideas truncas y otras mascotas que no llegaste a conocer, y en las novelas Portland, Algo que flota, Lo que se olvida también se gana, El arte del parpadeo y Pavura.

En los últimos tiempos publicó dos libros infantiles y acaba de aparecer La velocidad del entusiasmo [Random House, 2017], que reúne tres textos, dos de ellos inéditos, sin aparente relación entre sí, pero con Ferreiro nunca se sabe.

El libro comienza con "Algo que flota", novela breve editada originalmente en 2005 por Artefato, sigue con "Repelús", una suerte de colección de anti aforismos y pensamientos breves en los que cuestiona desde el valor del tiempo y la vida hasta el precio de una campera de jean, y se cierra con "La velocidad del entusiasmo", un texto esquizoide, asaetado por el sarcasmo, que se deshilacha y luego vuelve a su trama -llamémosle T R A M A- para redondear una obra extraña e inquietante.

Esto no es una excentricidad. Ferreiro no se hace el raro. Es raro. Como el cura Bastarrica, uno de sus personajes, es capaz de decirse: "están esas ideas locas que nos seducen cada día más, es como si una parte mía recién estuviese acomodándose, emergiendo. ¿Tengo que dejarme llevar?, ¿Tengo que forzar una salida?", para lanzarse, él sí con las dos manos, a buscar nuevas preguntas.

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Tuviste un programa de radio que no parecía un programa de radio, nunca una emisión era igual a la otra, en televisión hiciste algo que no tenía nada que ver con ningún formato conocido, y ahora publicás un libro que reúne tres textos que, a priori, no tienen relación entre sí, pero podrían tenerla. ¿No podés hacer nada de forma "normal"?

Siento eso como un halago. No sé si no puedo hacer las cosas de forma "normal". No un halago por decir "ay, qué raro, qué vanguardia lo que estoy haciendo". Al contrario, me parece todo lo contrario. En el caso de la literatura, claramente. En esos casos que mencionás, y en todas las cosas, yo soy así. Por ejemplo: tengo muchos libros de cocina. Me encanta la historia de la gastronomía, y tengo muchos libros de recetas. Pero para mí es imposible seguir una receta. Lo primero que hago es leerla y olvidarla. Nunca puedo cocinar con una receta. Me parece divino hacerlo, pero yo no puedo. Cambio cosas, cambio las proporciones. Me gusta más enfrentarme a algo de lo que conozco ciertos criterios, ciertos parámetros, y poder desenvolverme ahí, y ver adónde llego. Eso, en general. Por eso la radio y la tele era así. En el caso de los libros también. Estamos muy influenciados por el siglo XX o, mejor dicho, por el siglo XIX, donde aparece LA novela. Que es distinta a la del siglo XVIII, y la anterior, y la anterior. De alguna manera se ha hecho como una especie de canon, de patrón, que nos sigue marcando. Pero antes había cosas como Gargantúa y Pantagruel, que es un delirio. Y pasan cosas como que cada capítulo te adelanta lo que va a pasar... "De cómo Jorge Costigliolo se convirtió en un señor que hizo esto, esto y esto". Todo lo que va a pasar, y vos, aun así, lo leés. Desde esa bobada hasta la forma de construir el texto. Entonces... ¿Qué es una novela? ¿O qué es un poema? Si Li Po es un poeta, y Juana de Ibarbourou es otra poeta, y Eduardo Aguilar es un poeta... ¿Entonces qué es la poesía? ¡Todo! No estoy intentando romper limitaciones. Sencillamente nunca me fijé en eso. Yo me quiero salir con la mía. Desde muy chico. Ahora, y por eso lo tomo como un halago, me doy cuenta de que puede ser visto como una cierta idea hasta estética, de cómo hacer las cosas, que coincide con cómo me gusta ver a mí, estéticamente, los proyectos. Pero tampoco es una cosa premeditada. Me sale así.

Foto: Montevideo Portal | Martín De Benedetti

Quizá Portland, tu primera novela, es más formal...

Sí, pero también es rara. Acordate que va siguiendo el abecedario... Creo que la más formal es Algo que flota, la que abre este libro. Es la que tiene un relato, un comienzo, un desarrollo, un final. En Algo que flota faltan partes, hay cosas que flotan...


¿En qué sentido faltan partes? ¿Las dejaste fuera deliberadamente o las mutilaste?

Eso siempre lo hago, pero le faltan partes en el sentido de que se habla de cosas que no se sabe cómo ocurrieron. Al cura le falta una mano, y en algún momento se hace referencia al accidente, pero nunca te informa qué pasó. El "algo que flota" tiene también que ver con eso.

 

Me quedó la idea de que cualquiera de los tres textos que componen La velocidad del entusiasmo puede continuar en otro momento, que es algo que has hecho en otros momentos, con algunos de tus personajes, que se repiten en los libros...

Sí. eso es curioso, porque lo que se repite es el nombre de los personajes. Yo dudaría que fueran los mismos.


Claro, pero los nombres son particulares. Lude no es Martín...

Claro, no es Martín. Lude se repite, pero a la vez, vos podrías preguntarte si es la misma Lude de Todo lo quieto sueña moverse que la de Pavura. ¿Qué edad tenía en Portland, qué edad tiene ahora? Podría ser, pero también, ¿Edad respecto a qué? Al autor, no. ¿Al pasaje del tiempo? Sí, porque va creciendo... Es decir... Yo sé si es el mismo personaje, pero no te lo voy a decir. En ese sentido quito cosas. Y quito cosas de lo que escribo. Escribo mucho más de lo que publico. Pavura, por ejemplo, una semana antes de publicarse tenía 40 páginas más. Y las saqué todas, una semana antes. Por suerte no me arrepentí. Y si me hubiera arrepentido no pasaba nada, tampoco. Es como una manera... No me doy cuenta... Acá en este libro lo que es verdad es que hay tres textos que son muy distintos entre sí, están puestos en un orden, cuya textura se va desflecando, y es una intención mía. Pero también se leen independientes. Orgánicamente funcionan porque están puestos en el mismo volumen, y para mí no es forzado. Pero entiendo que, por ejemplo para la editorial, en cierto momento fue un riesgo. Después funciona, nos vamos convenciendo entre nosotros, y avanza, pero al principio es "¿Por qué no me das un libro normal?".

 

Algo que flota es un texto que tiene sus años, y ya hizo su camino, pero el resto de los que componen el libro, especialmente "Repelús", tienen una densidad, y una oscuridad que se emparenta mucho con Pavura, que es tu libro más "dark", por llamarlo de alguna manera, más pesado. Y en ellos se abordan temas como la muerte, la salud, la enfermedad, y hasta el capitalismo. Y "La velocidad..." continúa esa línea de contradecir y confrontar, todo el juego con los espacios contratados, la publicidad... ¿Tenías una necesidad de denunciar, de tomarle el pelo a la sociedad?

No sé, no sé. No sé si de tomar el pelo o denunciar, pero tengo una postura ideológica muy fuerte en todo lo que hago. Casi todas las actividades que hago son ideológicas. Para mí, Planetario, era ideología pura. No política partidaria, ni ideología partidaria. Ni asociada a una corriente ideológica específica. Ideología en el sentido de poner ideas, sobre las que incluso dudo. O que mañana voy a desconfiar de lo que hoy me parece bueno. Me es imposible no hacer eso. Me es imposible callarme. De alguna manera, lo que termina sucediendo es que no hay intención a priori de hacer una crítica aquí y allá. No la hay. Pero termina sucediendo porque el personaje pide eso, o vaya a saber por qué, y ahí se empiezan a colar, no solamente ideas mías, sino ideas mías respecto a ideas de otros. Me interesa vehiculizar ideas. Me interesa mucho que se converse. Que la conversación no desaparezca. La conversación, más allá de que hoy en día está muy afectada por cómo estamos adaptándonos a la tecnología que explotó, en diez, quince años, vamos a estar mucho mejor con respecto a los robots que nos gobiernan. Y vamos a ser mucho mejores gracias a ellos. Creo que el miedo hacia los robots es un poco tonto, inocente. La robótica nos va a hace más humanos. De hecho, si bien, por el momento, la gente usa el celular y la red de una manera que, para mí, no tiene mucho sentido, eso se va a acomodar.

 

¿Por qué no tiene sentido?

No tiene sentido porque no puede ser que todos estemos con el cuello doblado todo el tiempo. No tiene sentido desde el punto de vista de la salud, de lo emocional. No digo que todo el mundo lo use mal, pero, en términos generales, la tecnología se impone conquistando. Siempre fue así. Y hay conquistados, que somos casi todos nosotros. Pero con el tiempo las cosas se acomodan. Creo que el teléfono celular está buenísimo, pero en algunos momentos es lo peor. Lo peor. Incluso estando solo en tu casa. No podés almorzar sin mirar para abajo, para el costado. Estás perdiendo calidad de vida. Recuerdo cuando de niño íbamos para afuera con la familia, teníamos un autito todo roto, y si te quedabas en la ruta tenías que caminar unos cuantos kilómetros hasta encontrar un teléfono, llamar a un guinche. Me parece prehistórico y me encanta que exista un teléfono celular. Pero también me he visto envuelto, porque no me hago el superado, de salir de casa y olvidar el celular, a hacer un mandado, estar re preocupado, y al volver ver que no llamó nadie. No pasó nada.

 

A lo sumo tenías una notificación de Facebook...

Claro, pero no tengo redes sociales. Tengo para investigar la interface y ver y deprimirme un poco con lo que dicen algunos conocidos, pero lo veo cada tanto. Tuve una cuenta de Twitter y de Facebook, que, en los primeros momentos, eran bastante populares, pero me borré sin dar rastros, nunca se supo qué pasó. Me interesaba investigar. Ahora no lo hago. Pero el Facebook siempre existió, lo que pasa es que antes era analógico: la gente hacía un asado. Típico del boliche al que uno va: "ah, viernes de noche, no estoy ahí". Y en realidad ahí no está pasando nada. Las cosas pasan donde vos estás y, si tenés un interés por producir objetos, pensamiento, conversaciones, amistad, emociones, eso va contigo. Es la mochila que tenés. Si tenés la felicidad, la tenés adentro. No está afuera. Y si querés escribir, el boliche aquel, que está lleno de artistas, de escritores... los que están escribiendo no están en el boliche. Todo esto en relación a lo que decís de las ideas. En el caso de "Repelús", que vos mencionás, me llama la atención. Las personas que han leído el libro, que me han comentado, me han dado interpretaciones increíbles. Y en el origen es una cosa mucho más sencilla. No quiero explicarla, tiene que ver con lo que decís pero es alguien que está en una situación en la que no tiene el control. Está en un hospital, sometido a ciertos tratamientos, y a la espera de que averigüen qué tiene. Todos hemos pasado por eso. Te operan, te dan anestesia, salís de la anestesia, ves que los parientes hablan con el médico, el médico les dice algo a ellos, que ponen cara de preocupados, pero a vos te miran y se sonríen... Esa situación de indefensión que no tiene por qué ser dramática, ni terminal. De hecho aquí, el protagonista de esto no termina muriendo, no está planteado. Eso que vos llamás oscuridad, que mencionás con respecto a Pavura, para mí es como la vida [Risas] La vida es tan oscura como luminosa.


Claro, pero podés ser Corín Tellado, o podés ser Onetti...

Está bien, sí, sin duda. Para mí esos casos están muy hacia los extremos. No en términos de riqueza, no los estoy juzgando. Son así, y así me parecen bien. Los dos. Por otro lado, en la primera página te dice todo lo que va a pasar en el libro, todo. No lo veo como oscuro... Más bien como una tensión. Tampoco me propuse escribir un libro así. Lo que más me gusta es escribir siguiendo una primera emoción, un personaje que se desbocó...


Una vez dijiste que nunca sabías lo que iba a pasar hasta que pasaba...

Claro. No hay una historia previa a contar. Hay una emoción a perseguir, y ahora puedo expresar más eso que dije hace tiempo: no me interesa contar una historia que conozco. No me interesa volver a desarrollar algo que ya viví. Es más: creo que, en términos generales, uno es bueno contando lo que no conoce. La reproducción no me resulta atractiva. Aunque siempre es una reproducción, porque la locura de escribir es que a vos te pasa algo, y para referirte a ello tenés que representarlo con palabras, que ya vienen con un contenido dado, que fueron utilizadas por todos los escritores, en otro orden. Y nunca hay una segunda oportunidad para una primera impresión. Para honrar a la realidad la tenés que deformar, porque la realidad ya existe. Siempre hacemos así. Si le vas a decir a alguien que estás cansadísimo le decis "estoy muerto", y no estás muerto. Eso es algo que le debe pasar a los escritores, y supongo que muchos se embarcan en ello. Yo cuento algo en una reunión con amigos, y es común que me digan "pah, tenés que escribir eso". Y ya lo conté. Puedo llegar a escribirlo, pero deformándolo totalmente...

 

Estás lejos de los ejercicios de autoficción, que son tan comunes hoy...

A lo mejor, como ejercicio, no me parece mal, y está buenísimo. Yo no tengo una idea definida en torno a una estrategia. Mi estrategia es trabajar con lo que hay. Incluso lo que hay siempre es mucho. Estoy más cerca de las limitaciones. Las limitaciones son lo que te dan tu personalidad. Tu estilo es el resultado de tus limitaciones. Hay que abrazar a las limitaciones. Tiene que haber un diseñador de modas que quiso ser taxista y el padre lo obligó a ser diseñador. No siempre es al revés. Entonces, siempre el pensamiento tiene una carga de idea atrás, que quizá termine significando eso que decís, que hay una cosa oscura, de crítica. Abrís un cajón en la cómoda de cualquiera, y ahí tenés un montón de ideas que van a ser críticas del capitalismo, del socialismo, del lenguaje inclusivo... Por otro lado podría entenderse esto como "uy, qué trascendente, siempre hablando serio". Y no, no. Para nada. Puede parecer así, pero no lo es.


Bueno, sin ir más lejos, la última parte de este libro es lúdica, pero es muy seria, también.

Sí. Creo que es muy seria pero es lúdica. El viaje en el globo aerostático [un suceso narrado en "La velocidad del entusiasmo"], es intensísimo, desde el punto de vista del contenido. No estoy diciendo que sea buena. Pero por lo menos es lo que pretendo, pretendo una intensidad ahí. Que en "Repelús" la intensidad está dada por una situación y parece ser más relajada, porque son pequeños textitos, como los pensamientos de la persona que lo protagoniza.

 

Está bueno eso, porque cuando hablabas del celular, me acordé de la brevedad de esos textos, que perfectamente podrían ser tuits, o posteos de Facebook.

Es curioso eso. Todas mis novelas, mis libros, son cortos. Y eso es así porque sí. No pretendo que sean cortos. Si merecieran 600 páginas lo haría. Me gusta hacer cosas breves, y quizás eso influye. También he leído, y leo, cosas mucho más largas. Muchas veces me causa gracia que me hagan comentarios de ese tipo, como reclamando extensión.

Foto: Montevideo Portal | Martín De Benedetti

Como si algo breve no pudiera ser bueno...

Sí. Pero estamos inmersos en esa brevedad, y parecería que funciona.

 

Claro, pero la industria editorial tiene sus propios parámetros. No podés vender un libro de menos de 400 páginas porque la gente no está dispuesta a pagar X dinero por una cantidad inferior...

Ahí hay una fórmula que es bastante triste, y que es fácil de descubrir, porque en los concursos internacionales nunca te piden un manuscrito de menos de 200 carillas, de tal manera que ya saben que pueden cobrarlo a tanto. Hay limitantes que son del mercado, y ahí juego en contra a conciencia. Yo escribo, y publico, pero no es lo que más hago en la vida. Hago muchas cosas más. Le dedico más tiempo a otras cosas que a la literatura.

 

Igual seguís siendo un escritor, al menos desde que pusiste esa profesión en tu pasaporte...

No, nunca puse escritor. Había puesto periodista, me trajo problemas, y ahora figuro como trabajador independiente. Que es nada, y es todo. Nunca digo que soy escritor. Digo que escribo, porque, para mí, escritor es el que escribe. Creo que es un oficio, como panadero es el que panifica, plomero el que arregla caños.

 

Entonces sos escritor, aunque no lo digas...

Claro, claro, pero quiero sacarle esa pátina de cosa solemne. Porque la gente te dice "ah, ¿Sos escritor? ¿Y publicaste? ¿Qué publicaste?". En cambio, si decís "escribo", "Ah, qué bien, ¿Y publicaste algo?". Si digo que publiqué doce libros, dicen "ah, qué escritor". Y no. Escritor es el que escribe. El que publica es escritor publicado. Está lleno de escritores. Gente que tiene libros, que rompió libros, mucho mejores que los míos. Soy escritor, en este momento, porque estoy ejerciendo, digamos. Soy periodista, no estoy ejerciendo en el momento, pero vivo como periodista. Estoy todo el tiempo pensando como periodista. No sé, me parece que es un debate que es muy tonto, pero también tiene su parte interesante.

 

Es tonto pero a veces es útil...

Arruina mucho a mucha gente. Yo trabajo mucho con gente que quiere escribir, que quiere crear. Y es gente que dice "no soy escritor", aunque tenga montones de cosas escritas. Está asociado a la publicación, que es verdad, pero no por razones de mercado. La verdadera razón para publicar es sacarte el libro de adelante, porque te va a torturar.

 

Con ese criterio, Kafka no sería un escritor...

Exactamente. Y la otra, "¿Escribís para vos o para quién escribís?". "Yo escribo para mí", "Ah, ¿Y para qué publicás entonces?". ¡Para sacármelo de arriba! Y también porque quiero conversar. Y dado que vamos a conversar, me gusta plantear un texto, y vos dame el tuyo. En ese sentido, sí, soy escritor, y escribo todos los días de mi vida.

 

¿Como método?

No, como método no. No tengo método. O sea, tengo métodos varios, en la medida que me quedan cómodos, dependiendo de cómo se presente el día. Todos los días escribo. A veces escribo mucho, a veces dos palabras, a veces en papel, a veces en el pizarrón que tengo en la cocina, mientras lavo los platos. Yo, en lo que soy bueno, es como amo de casa. En serio. Te arreglo canillas... hoy en día se rompe algo, voy a internet, aprendo a arreglarlo en dos minutos. ¡Ahí sí la red es increíble! Me gusta cocinar, me gusta limpiar, me gusta mucho lavar la cocina, mucho, y se me ocurren muchas ideas lavando la cocina. Y llegado el caso escribo en el teléfono, si lo necesito. Pero, si bien lo hago todos los días, incluso desde el punto de vista creativo, dedico más tiempo a otras cosas. Aunque, formalmente, soy escritor.

 

La otra vez leí una crítica a una de tus novelas, en la que decía que Ferreiro no habla de nada, y no me pareció que tuviera demasiado asidero. Ahora, a la luz de este último libro, creo que Ferreiro habla de muchas más cosas de las que parece a primera vista...

Me planteás una crítica que no conozco, y no quiero que suene a defensa. Pero me parece una discusión muy chota.

 

Es como decir que en las películas de Jarmusch no pasa nada...

Claro. A mí me parecen bien las críticas. Me parece, igual, que no es necesario hacer una crítica de algo en lo que no pasa nada, y por otra parte, Ferreiro no es tan importante. Conozco críticas, algunas muy malas. Cuando salió Algo que flota tuvo dos críticas muy, muy duras. Y ahora salió de nuevo. No me hace nada. Bueno, sí me hace en el sentido de que me dan ganas de defenderme, pero así es el juego cuando sos un personaje público, o hacés algo público. Cualquiera puede opinar. Pero me pasa lo mismo cuando dicen algo muy bueno, también. Es como cuando te dan un premio. No me lo tomo muy en serio, ni para un lado ni para el otro. Lo justo es agradecer, y también agradezco una crítica mala, porque, por lo menos, alguna de esas personas dirán "a ver, quiero ver si no dice nada". Pero hay períodos de la vida, más largos de los que te lleva leer un libro, en los que no pasa nada. Muchas veces he escuchado comentarios, no solamente de libros míos, que critican que cierta literatura no tenga pies ni cabeza, que no se puede acotar... Yo cuando nací no estaba presente, no me acuerdo, y cuando me muera no voy a estar presente. Es un show para los otros. En el medio, la vida es una locura. Ahora estamos acá, y se puede caer este techo... Esperemos que no... O esperemos que sí y que no nos pase nada y podamos contarlo. Yo soy mucho más relajado de todo lo que parece lo que estoy diciendo. Mi mundo, por dentro, es otro.


Y volviendo a los textos... En Algo que flota, por ejemplo, pasa de todo. Para empezar hay un cura que se cuestiona la teoría del amor que le permite la Iglesia. Si eso te parece poca cosa... A lo mejor no logré darle profundidad, pero eso es otro tema. Y tampoco creo que haya que hacer una literatura de ideas, ni comprometida. Yo no tengo ningún compromiso con nada. Ni siquiera con que, en mis libros, pasen cosas. Es más: mi único compromiso es con la imaginación, y mi libertad llega al punto de tener la libertad de no gustar. Y el que hace una crítica tiene las mismas reglas: su imaginación, y la libertad de que no le guste algo.


¿Qué buscás, entonces, cuando escribís? Es la eterna pregunta, para qué se escribe...

Para conocer. Para mí escribir es un método de investigación.

Foto: Montevideo Portal | Martín De Benedetti 

¿Sobre vos mismo?

Sobre mí mismo, inserto en el mundo. Yo paso mucho rato solo, y eso que llaman "encerrado", trabajo en mi casa, que es bueno y es malo a la vez. Pero estoy re inserto en la sociedad. Todos los días de mi vida hablo con los vecinos, voy a visitar al ferretero, al bar, a la librería, y no puedo perderme la feria dos veces a la semana, y hablo con los feriantes. Les pregunto y les cuento cosas de lo que venden, que no saben para qué sirven. Es curioso pero hoy en día pasa mucho. Estoy re inserto. Entonces es una reflexión sobre todo eso, como una forma de investigar. Creo que, lo que más soy, es periodista. O conversador. Eso es lo que más me gusta, conversar. Y escuchar conversaciones. Tener una opinión sobre las cosas, que está mal visto. No quiero tener opinión sobre todo, y no me interesa todo, pero sí me da curiosidad. Si llego hasta ahí y no me interesa, me dedico a otra cosa. Por eso pienso en el periodismo.


¿Cómo hacés el paso del escritor que viene dando textos oscuros al que escribe libros para niños?

Lo que pasa es que un niño también tiene una vida que es oscura... Bueno, ¿A qué le llamamos "oscuro"?

 

Bueno, oscuridad en tanto todo lo que no tenga que ver con la alegría, con cierta pirotecnia festiva...

Claro, claro. La alegría, y la felicidad, son construcciones culturales. ¿Qué es la alegría? Yo, cuando estoy muy, muy, muy contento, lloro. Me doy vuelta. Es inevitable. Lloro casi todos los días de mi vida. Y no siempre por tristeza. Lo que pasa es que, si salís a la calle y no te ponés orejeras como los caballos, no podés vivir. Hay un niño comiendo de la basura, una señora pidiendo plata... ¿Cómo no vas a llorar? Lloro mucho. De emoción. Siempre pensé en escribir libros para niños. No tengo hijos, pero me encantan los pibes. Los hijos de mis amigos son perfectos porque juego con ellos y cuando se ponen caprichosos me voy [Risas] Y terminé escribiendo de casualidad. Intentándolo no se puede. Para mí, hay que tener las cosas presentes, y tenés que ir hacia ahí. Si intentás y no te sale, a lo mejor tenés que seguir con eso en la cabeza, no abandonarlo, que se va a dar.

Creo que las cosas están conectadas de una manera misteriosa, y esa es la gracia del asunto. El libro [Todos nos equivocamos, Alfaguara] se me ocurrió en un ómnibus; había una discusión, quise interceder entre dos personas adultas que se comportaban de una manera muy tonta, y casi me va mal. Y ahí pensé que, quizás un cangrejo, puede pensar que todos los animales del mundo caminan mal. Y me di cuenta de que había un diseño de pensamiento, por el que la tortuga debe pensar que estamos todos estresados, la jirafa que nadie mira para arriba, el puercoespín que su mujer no lo abraza... Empecé a jugar con esa idea, y antes de bajarme del ómnibus ya tenía el libro, que termina cuando aparece el hombre, que supuestamente es el que va a poner las cosas en su sitio. Y el otro libro [Lo que hacemos cuando nadie nos ve, Alfaguara], mirando a un apartamento que estaba libre frente a mi casa, cuando un día lo ocuparon la persona que estaba adentro estaba bailando, feliz, en su casa. Yo bailo casi todos los días, solo, en mi casa. Soy muy bueno bailando. De ahí salió. Y me di cuenta de que no tenía que buscar... Mis libros para niños no son para niños: son libros. Los pueden leer los más chicos, ayudados por sus padres, porque el lenguaje no hace concesiones para los niños, que me parecen horribles, y tengo la esperanza de que, cuando vayan creciendo, los sigan leyendo. Cuando decís "oscuro" pienso en una imagen de ese libro, y es que ese niño, al que dejan solo en la casa por un rato, no hace ninguna travesura. Pero hace cosas como bajar al sótano para sentir miedo. Eso es lo más oscuro, pero de eso está hecha la vida de un niño. Yo lo hacía.

 

¿Estás vos en esos libros?

Quizás sí. En los libros para niños y en los de poemas tal vez esté más presente que en los otros. En los demás, en los que todos mis amigos me ven, no estoy. Y en el único libro que estoy nunca nadie me vio. No voy a decir en cuál. A lo mejor, para muchas personas, esto suene a que está mal, pero para mí es una clave. Yo juego cada vez más, y hay una idea de que quien lo hace es medio infantil. Tengo amigos a los que les pasa un skater por al lado y se enojan, "eh, che, andá por la calle". A mí eso me impresiona, porque hace 10, 15, 20 años, estaban andando en skate. Me parece que, si tenés 45 años, siempre te gustó el surf y nunca hiciste, comprate una tabla, ahora que podés. No le tenés que pedir permiso a nadie, comprátela, intentalo. ¿Qué va a pasar? Si no funciona después la vendés. Yo no me niego a nada de eso. Y me parece bueno ir a por lo que dejaste. Cada vez soy más punk, más niño, y eso no me hace infantil. Yo sé lo que es ser niño. Yo ya fui niño. Sé lo que es ser adolescente, porque lo fui, sé lo que es ser adulto... No sé lo que es ser anciano. Lo único por lo que se me puede juzgar es por si pretendo ser anciano. Ahora, si pretendo seguir jugando... Sí. Esa experiencia la tengo, y no tengo por qué dejarla, no tengo por qué superarla. No se supera la experiencia de ser niño, se convive con ella. Entonces, mi método es un poco ese, y me doy cuenta ahora. No fue buscado. Voy hacia todo lo que me da curiosidad. Me entretengo. La literatura me entretiene, y cualquier cosa que vaya para ahí coincide con lo que yo soy. Entonces, en ese sentido, sí, soy escritor, pero muchas de las cosas que escribo van a terminar teniendo otro formato, que no es literatura.

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