Contenido creado por Jorge Luis Costigliolo
Entrevistas

Felices los cuatro

Conversamos con el cantautor Fabián Marquisio, que presenta “El Cuarto”, su último disco, en la Sala Balzo del Sodre

El artista habla de su nuevo trabajo y repasa algunos momentos de su carrera, incluyendo el fenómeno “Villazul”.

27.10.2017 17:05

Lectura: 22'

2017-10-27T17:05:00-03:00
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Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
jcostigliolo@montevideo.com.uy

Fabián Marquisio empezó a trillar el circuito de pubs montevideanos a fines de la década del 90, armado de un arsenal de canciones que conocemos casi todos pero que él hacía suyas con total autoridad. La vueltita del Cordón, especialmente el Nat-Capiloncho y La Vaca Azul, lo veían subir a escena cada semana con sus personales versiones de Joaquín Sabina, Silvio Rodríguez, Beatles y Eric Clapton. En el medio, claro, mechaba canciones suyas.

Antes de eso había dejado el nido familiar. Con 16 años se fue tras un amor porteño y con el deseo ferviente de ser Jacques Cousteau. En Buenos Aires se curtió como músico de acompañamiento, y las seis cuerdas lo llevaron a hacer el circuito de bares y pequeños teatros, como sesionista y acompañante.

Ya de vuelta, con las suelas gastadas en escenarios menores, abrió para B.B. King, y le ofrecieron grabar un disco. Armó una súper banda y el resultado fue Pequeñas diferencias, que pasó casi inadvertido, silenciado primero por el boom del pop latino y luego por la crisis económica, que se encargó de ahogar casi todo lo que halló a su paso.

Así las cosas, mochila a la espalda y guitarra al hombro, se mandó a descubrir América con los bolsillos vacíos y lleno de hambre de conocer. Regresó años después, curtido de folklores, y publicó América Feliz.

Pero la ciudad no encontraba lugar en su cabeza, o al revés, y entonces rumbeó, casi de casualidad, a Maldonado, que lo acogió y no lo dejó volver. Ahí vino Canciones de mar y desquicio, y vino el sentar cabeza, la familia y los hijos: Antonio, Matilde y Enzo. El mayor, diagnosticado con autismo, trajo un montón de preocupaciones y el doble de amor, y sin querer fue el responsable de Villazul, una obra tan sencilla como inexplicable.


Ahora, Fabián Marquisio, el jipi, el aventurero, el bohemio, el gurí que se fue de la casa de los viejos a perseguir a la chica más linda, está de vuelta. Cuenta y canta sus historias al calor de la estufa, y dice que El Cuarto (Bizarro, 2017), su nuevo disco, es la mejor foto de sí mismo que podría tomarse en este momento.

*

Recuerdo que vos tocabas mucho, en los 90, en el circuito de boliches del Cordón, pero ¿Cuándo empezaste?

Uh, antes. Me había ido a Argentina con la idea de ser biólogo, quería ser Cousteau. Tocaba la guitarra y cantaba, y me decían "¿No querés dedicarte a esto?" "No, no". Para mí la música era, en aquellos momentos, un sistema para subsistir, sacar una moneda, y conocer gente, conseguir novia... Eso fue así durante años. No quería saber nada con hacer un disco, nada. Componía alguna canción, pero no era una cosa que me interesara demasiado. Me gustaba mucho ser instrumentista, y cuando me fui a Argentina toqué en bandas, acompañé a músicos. Cuando volví acá lo seguí haciendo. Empecé a trabajar con Estela Magnone, después con Malena Muyala, siempre como guitarrista.


Foto: Montevideo Portal | Martín de Benedetti

¡Qué nenas! Jugaste en las ligas mayores...

Sí, claro. Y con Estela sigo trabajando, ahora incluso como productor [Marquisio produjo Pies pequeños (Ayuí, 2012) y Telón (Bizarro, 2016), últimos discos de Magnone]. Pero yo no pensaba que iba a hacer esto. En el año 96, 97, después de abrir el recital de B.B. King, me ven justo los de Obligado Records, y me propusieron grabar un disco. Me junté con una banda, que en ese momento eran Gonzalo Farrugia en la batería, el Nico Arnicho, Diego Bartaburu grabó unos temas en la batería, el Vikingo Lorenzo en el bajo... ¡Era tremenda banda! Ahí sacamos Pequeñas diferencias, en el 99, y explota el tropical. Suerte en pila. Quedó medio ahí, como retenido. Estuve un tiempo más tocando en boliches, canciones mías y de otros autores, hasta que me decido a irme de viajero y abandono todo. Es una etapa que quiero mucho, donde aprendí pila. Siempre recomiendo a los cantautores que hagan una ronda de boliches, tocar temas de otros, porque te ayuda. A mí me formó mucho, aprendés el oficio. Me dicen ahora "¿No tenés miedo, no te asusta salir al Sodre?", ¡No! Yo salía al Capiloncho con gente en unos estados... ¡Y en lugares peores! Ahora no me asusta nada. Tocaba mucho, seis, siete veces por semana. Eso me dio el oficio de tocar en ámbitos agresivos, y el de tocar músicas de otros. Sigue siendo, al día de hoy, un lugar que el músico debe transitar, para aprender a hacer sus canciones, su espectáculo. Tocar desde Sabina a los Beatles, tocar todo. No solo sacar las canciones, sino hacerlas propias. Ser intérprete me ayudó mucho en lo que luego sería mi profesión de cantautor, compositor y productor. No es despectivo. Uruguay tiene una tradición de que si no sos compositor, no sos músico. Hay una caída hacia el intérprete. ¡Elvis Presley fue un intérprete! Los Beatles, Zitarrosa, Los Olimareños. No sé por qué está esa cuestión. Creo que hay una gran diferencia entre el que hace covers, tributos, el que toca en un shopping exactamente igual que el artista que está versionando, y el intérprete. A mí me ha servido muchísimo eso. Me ayuda a encontrar quién soy, en medio de esa parafernalia de músicas, entre el blues, el flamenco, los trovadores...

 

¿Encontraste quién sos ahora, en El Cuarto? Porque venías explorando una cosa muy latinoamericana, y acá, si bien eso está presente, hay algo muy murguero...

Sí, sobre todo murguero. Encontré ese lugar que a mí gusta. Trabajé mucho tiempo para carnaval, tengo mucha conexión, y lo plasmé más en este disco. Tiene que ver mucho con su estética. Me gustan los discos conceptuales. Un disco como una foto musical de un artista, en un momento, a diferencia de otros autores, que consideran un disco como un conjunto de canciones.

 


El del disco como unidad es un concepto en retirada...

Totalmente. Se está perdiendo. Pero a mí me gusta, y me gusta para mí. Entiendo que la gente escuche un tema y no le importe el concepto, pero a mí me marcaron discos conceptuales. Escucho una canción y pregunto en qué disco está. Sgt. Pepper's está expresando esto, Dark side of the Moon lo otro, y no es The Wall. No me gusta que me mezclen los temas. Son cosas distintas. Siempre son las cuatro, de Jaime Roos, y Todos detrás de Momo de Los Olimareños. Siempre me importó. A veces se trata, sencillamente, de englobar las canciones que estás componiendo en ese momento, en ese ámbito. América feliz [2007] fue el resultado de recorrer América Latina como mochilero durante mucho tiempo. Volví con toda esa locura de América y saqué ese disco de caos, ritmo, percusiones... Después dejo Montevideo, me voy a vivir a Maldonado, cerca de una playa, lejos de toda ciudad...

 

¿Por qué te fuiste?

Porque volví de ese viaje y Montevideo me enloqueció. Cuando uno viaja de esa forma, de mochilero, de dormir en las terminales, de tocar en los trenes, a cero turismo, seis años, volvés con la cabeza bastante revolucionada. No encajás en la sociedad. Tenés una postura de infelicidad, por un lado, porque sentís que no pertenecés a nada, y una postura pedante, también, de que nadie entiende nada y vos sos el único que sí entiende porque estuvo en los caminos. Los demás son todos empleados del sistema, hijos de Monsanto. Te viene esa cuestión medio loca, y necesitás abstraerte un poco para volver a aterrizar. Me pasó eso. Llegué de América, me encontré con todos mis amigos, todo el mundo en lo mismo, y yo "¿Qué está pasando, que es esta mediocridad horrible?". Necesité irme. Me prestaron un lugar para quedarme en Maldonado, y ahí tocaba mis canciones, y me quedé todo el año. Alienado, frente al mar. Comía lo que pescaba, componía canciones, y armé Música de mar y desquicio [2010], que habla de lo que me pasaba. El desquicio que había vivido y la música de mar. Tiene un lado A y un lado B...


Otro disco conceptual...

Sí. El lado A tiene las músicas de mar, la paz que estaba viviendo, los pescadores, Iemanyá, la naturaleza, y el lado B es el desquicio. Consumismo, Papá Noel, lo que había visto en la ciudad, esa cuestión loca. Y después hice Villazul, el disco de un padre que quiere ayudar a su hijo con autismo, y compartirlo con el resto de los padres en la misma situación. Todo ese viaje termina en El Cuarto. Es el disco del jipi, coso, que ya tiene tres hijos, está en su casa, tranquilo, le gusta estar en su cuarto y cuenta historias de América Latina, pero a sus hijos, al lado de la estufa. Habla de eso, de haber sido un bohemio, un mochilero, y ahora estar tranquilo. También es un disco conceptual, donde la sonoridad, lo que pasa en el disco, tiene que ver con un cuarto, con lo que se vive en un cuarto. Y, además, es mi cuarto disco.


Habla de la bohemia, de lo que le cuenta a los hijos, pero no hay una mirada nostálgica ni de resentimiento...

Para nada. Es una cuestión biológica que, creo, tiene que ver con el hecho de haberme ido chiquito de casa, y haber vivido un poco al día. Nunca fui de hacer planes, y cuando me fui de viaje no me costaba nada ir hacia los lugares donde me llevara la vida. Siempre viví la vida con alegría. Aprendí, bastante joven, que hasta las cosas duras eran para levantar una alegría después. Como cuando hacemos una tensión en una canción. En el momento no lo valorás y te cuesta horriblemente. Decís "Ay, qué horrible lo que estoy pasando", pero bueno, si no sufrí por aquella mujer no tuve la chance de conocer a esta otra. A mucha gente le cuesta entender eso. La vida que yo tuve es muy atractiva para la gente en general. Es romántica. Yo viví un tiempo en el Amazonas, estuve con las FARC, me agarró un huracán... La gente me mira y dice "Pah, qué increíble". Tengo cuentos que son tremendos, pero porque no son comunes.

 

Claro, porque además uno no está dispuesto a mover un dedo para vivir algo así...

Totalmente. Incluso mi compañera, que vivió todo eso porque hace muchos años que estamos juntos, me dice a veces "¿No te dan ganas de hacerlo de nuevo?". Y no. No. Es lindo, me encanta, miro para atrás y me mato de la risa, disfruto, aprendí una cantidad de cosas, pero ta. Pertenece a esa época de mi vida. Ahora no dormiría en las terminales, ni seguiría haciendo las locuras que hacía. A veces miro para atrás y no puedo creer que estoy vivo. Saco todo lo bueno que me dio eso, la cantidad de cosas que aprendí, incluso lo malo. En América vi que las personas que sufren más, son las más alegres. Y las que más problemas tienen son las que más problemas tienen. Vi gente con reales problemas, que no se solucionan con nada, aunque les des dinero, al otro día están igual. Y esa gente era muy alegre. La propia música de América Latina refleja eso: un pueblo sufrido, esclavo, luchador, que cuenta su historia con alegría. Eso me recontra influyó de América Latina. El ver sufrimiento, y cómo la gente lo canalizaba a través de la alegría. Candombe, samba, vallenato, huayno, carnavalitos. Nacen de lo más oscuro, de lo más recóndito de la profundidad humana. De personas sufridas de verdad. El viaje me preparó para eso: para hacer la música que hago, y para decir las cosas que digo, que son cosas duras, pero con un discurso alegre. Y me preparó para la lucha por mis hijos, por mi hijo con autismo... Todo está encarado con esa alegría.

 

¿Cómo planteás un trabajo conceptual? ¿Tenés clara la idea en la cabeza antes de comenzar a componer, o el concepto se va desprendiendo de las canciones?

El concepto del disco lo encuentro después. Me doy cuenta de que estoy haciendo algo, empiezo a grabar y va apuntando para ahí. En un momento me doy cuenta de que son todas canciones que hablan del mar, por ejemplo.

 

Te ahorrás el psicólogo...

Sí, es una terapia tremenda. Incluso me ha pasado de canciones que no sé por qué salieron. Hay una, que está en Canciones de mar..., que la compuse antes de tener un hijo, y habla de la cuna, un bebé... La escribí en un estado medio incoherente, y ahora la escucho y tiene un sentido bárbaro. Me pasa así. En cuanto a los conceptos, voy viendo que la composición tiene que ver con eso. No sé, no me interesa, y nunca me preocupó, componer "en pro de". Sí he compuesto para otros, para carnaval, eso sí. Pero es distinto, no son canciones, es una composición de espectáculo, o de música. Cuando compongo canciones, COMPONGO. Me aparece una idea, la uno a una música, y va naciendo una letra. Nunca supe, y además creo que sería muy malo, componer en pro de llegar al mercado hispanoparlante de no sé dónde, por ejemplo.


¿Y ahí manda la canción o manda Fabián Marquisio, que dice "esto no tiene que ir"? Porque el tipo que sube al escenario y hace una canción de él, si es honesto, está en bolas...

En la forma de desnudarme, yo entrego todo. Cuento toda mi vida. Agarrás mis discos y sabés lo que me pasa, cómo pienso, lo que siento respecto a la vida, a mis hijos, a mi compañera, todo. Muchas veces mando yo sobre la canción. He compuesto canciones en las que quiero que se expresen determinadas cosas. Lo escribo y se terminó. La canción no me lleva a ningún lado. Cuando veo que la frase o la melodía se están yendo para un lugar que no quiero, la borro, la tacho, y chau. Y me ha pasado al revés. Empezar a escribir, me viene una frase que no tiene nada que ver pero me gusta, la meto y listo. Yo uso mucho el sistema de la idea. Me aparece una idea puntual, muchas veces una frase, y digo "qué bueno una canción sobre esto". Y esa idea queda boyando. Entonces aparecen frases que se agolpan en ese archivo de ideas, y paralelamente voy trabajando melodías. El músico y el escritor trabajan separados. Y de pronto, la idea empieza a florecer un poco más, uno letra y música, y así se desarrolla.

Foto: Montevideo Portal | Martín de Benedetti

Decías que la idea empieza a florecer... ¿Cómo hacés para que florezca? Porque para que algo florezca hay que regarlo...

Es complicado. Se me van ocurriendo frases, o escucho cosas que dice alguien, y las voy uniendo. Se va regando. Y a veces una frase te tranca. Tenés la canción casi hecha y no la podés cerrar. Pero todo refiere, a la larga, al instrumento, la melodía y la canción. Si seguimos escuchando canciones de Gardel, grabadas con un micrófono impresentable y los cuatro tipos tocando atrás, y nos emocionamos, está todo bien con la técnica, pero mientras no hagas canciones que no estén buenas, no pasa nada. Si pintás cuadros que no están buenos, por más marco y galería de arte que le pongas, el cuadro es malo. Y la canción tiene que ser la canción. Con el paso del tiempo me di cuenta de que gasto muchísima energía en el armado de la canción, en la melodía, su puente, su estribillo, su resolución, y no le doy mucha bola a si está grabada con un equipo de última generación.

 


Es un laburo de artesano, pero también va en contra de aquello de que te baja la inspiración y en dos minutos tenés un tema terminado...

Sí. Está buenísimo eso. Yo trato de transmitir, cuando doy clase, que hay tres etapas en la producción de una canción, o de un disco: la composición, el arreglo y la producción. Eso tiene que estar bien dividido, y tiende a mezclarse. Estar componiendo algo y pensar qué vas a hacer en la guitarra... Ahí estás complicando, polucionando la canción. Eso es el arreglo. La composición es un lugar incoherente, donde tiene que haber solo melodía y letra. Principalmente melodía. Ahí está el hit. ¿Por qué es un hit "Cinco minutos y nada más"? Porque la melodía introductoria es un cañón. Se terminó. Es eso. Y tiene una letra que nos toca a todos. Todos hemos pedido cinco minutos. Cinco minutos más con papá, con una persona querida, cinco minutos más para seguir durmiendo... Una buena melodía, con una letra que le llega a todo el mundo, y todo lo demás no importa. Ni el arreglo, ni el videoclip, ni qué dice después. Ahora, si el tipo se hubiera enroscado en si era sol 7/9, con una oncena, y una trecena, con piano invertido... ¡No importa eso! Eso es después. Primero el diamante en bruto, el cuadro. Después el marco. Si es una chacarera, una cumbia, un rock & roll. Eso sí debe ser totalmente frío, calculado, con toda la técnica, la teoría y los libros. El arreglo puede mejorar mucho una canción, o cagarla. Tenés que tener cuidado. Por eso muchas veces hay un arreglador. Y luego viene la producción. Cómo lo grabás, con qué elementos. Que también es un proceso frío, más grupal, donde muchas veces hay un productor. Son tres tareas distintas. Muchas veces eso se entremezcla, y se arma un lío bárbaro. Eso lo aprendí trabajando con gente grande, que le da mucho valor a la canción.

 

Claro, hablaste de tipos de una generación de enormísimos cancionistas, como Estela Magnone, o Fernando Cabrera...

¡El Darno! El Darno era un tipo que se preocupaba por las melodías. Decía "Escuchen a Los Beatles, a Gardel, a Julio Sosa, hagan melodías, no es tan complicado". Y es verdad. Hoy en día, en la composición, hay mucho de nada. Y tampoco hay letras. Quiero que me digas algo. A veces no se entiende que el cantautor es dos cosas: músico y poeta. El formato canción exige que consideres las dos cosas. La música tiene muchos formatos, y la canción, que es el formato que ha ganado en el mundo, nació con tipos que contaban historias y otros que los acompañaban. Y nació de poetas, de trovadores. La música es rehén de una letra. Tenés que entender eso, y contar algo. Necesito que me digas algo, que me des una imagen, al menos. Mateo no escribía como Jaime. No tenía un discurso, escribía imágenes. Pero las imágenes de Mateo son mortales. Escuchás "Siestas de Mar de Fondo", y ves esas imágenes de barrio, que son increíbles. Cierro los ojos, escucho la canción, y lo estoy viendo. Aprendí de haber trabajado mucho con esas generaciones el valor de la canción. Escuchar la melodía. Ellos vienen de Los Beatles, de Gardel, de Cohen, de Yupanki. Entienden que el músico es el músico y el cantautor tiene que tener buenas letras. Leen. Y si estos tipos hicieron esto, hay que verlo. Si vos dijeras "El escucha cambió y ahora se escucha wichi-wichi", bueno... pero no es así. Sacando lo bailable, sigue triunfando la cosa que le toca a la gente. Lo vemos en No Te Va Gustar, en La Vela, en el Cuarteto, en todos los que triunfan a nivel mundial. Dicen algo, trabajan la melodía. No Te Va Gustar primero tiene canciones. Después las toca muy bien, y después va a buscar un productor en Los Ángeles.

 

Foto: Montevideo Portal | Martín de Benedetti


¿Qué te dejó Villazul, más allá de la satisfacción de padre de darle a tu hijo un regalo de ese tipo?

No me esperaba lo que pasó, y me tenía muy nervioso.

 

¿Por qué lo hiciste?

Fue una pelea contra todo. Yo venía craneando El Cuarto, y me empiezo a dar cuenta de que la música que le cantaba a Antonio [su hijo] lo ayudaba mucho, y lo hizo desarrollarse, mejorar mucho. Así que me puse a buscar algo, porque estaba viendo que avanzaba con un invento mío, que soy un jipi, y no entiendo nada de autismo. Me puse a buscar un trabajo serio sobre el tema, y no había nada. En el mundo. Nada. Nadie hizo lo que hice yo con él. Empecé a hablar con terapeutas de todos lados, y decían que hacían algo así en las terapias, pero no había un trabajo. Hablé con Estela y Malena, con quienes estábamos haciendo un espectáculo en el Solís, Encantados, con ellas, Ruben Rada, Samantha Navarro, Emiliano Brancciari, una cantidad de cantautores que hacíamos temas de todos. Les dije que le cantaba canciones a mi hijo y que tenía ganas de grabarlas. Se empezaron a prender todos. Armamos una lista con Estela, a ver a quién podíamos invitar. Empezó así. Yo iba a grabar con una guitarrita, Estela y Malena iban a cantar algunas, Rada nos prestaba el estudio, y de pronto se enteró no sé quién de un diario, me hizo una nota y fue una locura. Empezó a llamar gente pidiendo el disco, y se armó esa bola que terminó siendo Villazul. Fue una locura. Y cuando vi que empezó a pasar eso, me lo tomé más en serio. Estaba generando una enorme expectativa, y yo sé lo que es la expectativa del padre de un niño con discapacidad. Te aferrás a cualquier cosa que lo ayude a sonreír. No importa nada. Querés que se ría, y sos capaz de hipotecar tu casa para que se ría, y nada más. Y me dio un pánico tremendo, por lo que lo terminé demorando un año más. Me puse a trabajarlo, empecé a cagar a pedos a todos los músicos, tipos grandes a los que le decía "No me importa si vendés millones de copias, el disco tiene que quedar así". Y todo el mundo súper respetuoso. Lo fui probando, mandaba copias a distintas entidades que trabajan con niños, hasta que, en un momento, mi compañera me dijo "Ta, ya está, está bien. Sacalo pa' fuera". Salió un 18 de diciembre, y fue una demencia. Hasta el día de hoy. Este mes es el quinto disco más vendido del Uruguay. Hace tres años que no baja de los diez discos más vendidos. ¡Tres años! Una locura, que ni cerca estaba de imaginarme.


¿Y cuándo llegó la devolución?

Como salió cerca de la Navidad, me llamaban amigos que trabajan en disquerías para decirme que a las 9 de la mañana recibían 30 discos y a las 11 ya no quedaban más. O gente que iba todos los días a la disquería un poco más temprano, porque se agotaban. Ese verano fue una tortura.

 

¿Por qué?

Pasé diciembre, enero, febrero, y no recibía devoluciones de ningún tipo. No me importaban las críticas, las notas... Yo quería un padre que me dijera "Loco, mi hijo ama el disco". Nada, no llegaba nada. En febrero mi compañera me tranquilizó, porque se ve que estaba infumable. "Dejá que arranque el año". Y en marzo, abril, empezaron a venir comentarios. Uno atrás del otro. Durante un año, una cosa tremenda. Yo llegaba de noche a casa y estaba una hora en la página de Villazul contestando mensajes. Gente que preguntaba, que agradecía, que pensaba que Villazul era una entidad. Miles de cuentos increíbles. ¡Increíbles! Todas las noches terminaba llorando, emocionado. Al día de hoy me acuerdo y se me llenan los ojos de lágrimas. Una madre me contó que su hijo no había hablado nunca. Tenía 8 años. Un día se despertaron y estaba el niño parado a los pies de la cama cantando las canciones de Villazul. Todas. La mujer decía "Gracias, porque gracias a ustedes le escuché la voz a mi hijo". No te hacés una idea.... Eso me generó más responsabilidad. Padres que decían que sus hijos los habían abrazado por primera vez, besado. Ese "Gracias", que me lo cuentan a mí, que sé lo que es, lo que me costó que Antonio hiciera pichí en el wáter... que Antonio me diera un abrazo... ¡Cuando mi hijo me dijo "Te quiero mucho" por primera vez estuve una semana arruinado! Todo floreció en una semana. Entonces, el haber sido partícipe de una de esas cosas, no en una, en no sé cuántas personas, te cambia la vida. Y después empezamos a tocar con Villazul, que no era la idea. ¿Conciertos de hacer caca, hacer pichí? Y empezamos a hacerlo, y se llenaban dos, tres funciones. Venían padres a decir que era la primera vez que podían llevar al niño a un concierto. Una cosa tremenda. Creo que transmitió alegría, y tiene que ver con lo que te decía, de vivir las cosas con alegría. Con verdad, con sustancia, pero con alegría.

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Fabián Marquisio presenta El Cuarto, el 30 de octubre en la Sala Hugo Balzo del Auditorio del Sodre, y cierra una gira nacional de casi 30 conciertos en todo el país.

 

Jorge Costigliolo | Montevideo Portal
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