La obra de Enzo Maqueira desborda de excesos. No los glorifica, pero tampoco tira la piedra para luego esconder la mano. Empezó con Ruda macho [2010], pero fue Electrónica [2015] la novela que lo puso en las ligas mayores. Allí el sexo, las drogas, las fiestas interminables venían a cuestionar el deseo de eterna adolescencia de los que hoy rondan los 40 y pertenecían a una clase media bien pensante en la vecina orilla, el desmesurado espejo en el que nos vemos.

Aunque no le gusta decirse periodista, Maqueira también transita la crónica, ese género objeto del deseo en el que la mayoría de los que viven del oficio fracasa con rotundo éxito. En esos textos también aparece el hedonismo, la búsqueda del placer a corto plazo, esa cosa esquiva que algunos llaman felicidad.

En Hágase usted mismo [2018], su última novela, aborda el consumo desde otra vereda, pero con la misma mirada quirúrgica. Para Maqueira, la literatura es una militancia, y le gusta embarrarse. Quizá, aunque no lo diga, la causa suprema por la que lucha sea la libertad, un bien escaso que, por lo general, se cambia por económicas cadenas.

Maqueira estará en la nueva edición del Filba Internacional en Montevideo, participando del panel 120 días en Sodoma, que propone "un compendio de escritores y libros que tienen que ver con los placeres y los vicios de esta vida". Y claro, la lista es interminable. Pongamos a Petronio, y a Rabelais, el Marqués de Sade y William Blake. Y a Bukowski. Y a Hunter Thompson. Y así.

 

¿Somos un bicho de excesos? Tanto en tus novelas como en tus crónicas aparece el exceso, el consumo desaforado...


Sí, sobre todo en mi novela anterior, Electrónica. En esta última, Hágase usted mismo, hay algo de eso también, pero tiene que ver más con el consumo de experiencias que con el de sustancias, aunque también hay algo. Pero sí, toda mi obra, hasta ahora, perfiló para ese lado. Y es por el lado de la falta de satisfacción de cierta clase media aburguesada de principios del siglo XXI, que tiene acomodadas varias cosas. Un pasar económico que puede atravesar crisis, como nos pasa a nosotros en este momento, tiene su educación, no tiene guerras, no tiene dictaduras, no tiene persecuciones ideológicas, al menos no en el nivel de las que supieron tener generaciones anteriores, y que cree que su gran búsqueda, o su único horizonte en la vida, su imperativo es encontrar la felicidad. Primero habría que ver si tal cosa existe. Lo más cercano a una respuesta sobre dónde está la felicidad es en el consumo, que es lo que nos dijeron desde chiquitos en la tele, en la publicidad del auto, en la del cigarrillo, la cerveza, el juguete. "Mamá, comprame esto que voy a estar contento, a ser feliz". Y una cosa fue llevando a la otra, y nos enseñaron que con una pastillita podías bailar muchas horas y sentir mucho amor, y con otra cosa podías trabajar sin parar y alcanzar el éxito, como lo que era con la cocaína en los 80 y los 90. Y ahora con el porro, que lo consumimos para "bajar", relajar y experimentar otras sensaciones. Se junta la idea del consumo para encontrar la felicidad con la que de que no hay que hacer nada. Que consumís algo y eso te resuelve el problema, sin que medie ningún trabajo con tu propia psicología. La idea de algo fácil, rápido, que se consume y resuelve todo. Vamos medio atrás de eso. Y hasta ahora mis novelas, de alguna manera u otra, están trabajando en ese tema: la insatisfacción de los hijos de la clase media, que en su momento tuvo que trabajar, empezar de nuevo, huir de las guerras. Nuestros abuelos que vinieron de Europa, nuestros padres que tuvieron que estudiar una carrera con el imperativo de "mi hijo el doctor", y escapar, exiliarse a veces... Y nosotros, acá, con el mandato de ser felices y no sabemos cómo.

 

Es interesante porque ese es un gran tema de la literatura argentina. Pienso en la obra de Roberto Arlt, que hace 80 años, ya planteaba lo mismo. La infelicidad en ese momento de la Argentina, totalmente distinto al actual. El planteo filosófico ya estaba. ¿Qué hacer, dónde está, existe?

Tal cual. El nuestro es un país que se ha formado por gente que ha llegado escapando y buscando una vida mejor, siempre dejando algo atrás. Me parece que ahora, si bien no estamos dejando atrás nada, nos quedó esa idea de que adelante hay algo más que nos estamos perdiendo. Hay un gran poema de Fabián Casas que dice que en cierto sector de la clase media porteña medio ilustrada, siempre tenemos la sensación de que en algún lado hay una gran fiesta que nos estamos perdiendo. ¿Dónde está? Y te pasa con todo. Estás en una relación, estás bien, pero pensás que si estuvieras con otra sería mejor, y muchas veces se habla de falta de compromiso, pero creo que el gran compromiso es con nosotros mismos, con la idea de que tenemos que ser mejores, ser más felices, tener más, consumir más. En todos los aspectos. Y ese compromiso con nuestro ego, con nuestro hedonismo, es tan grande que no nos permite darnos cuenta de una obviedad que nos dijeron 500 veces y la seguimos repitiendo, pero no la podemos entender, y que es que la satisfacción está en las pequeñas cosas, en lo que tenemos y no en lo que nos falta.

 

Vos planteás en tu obra esa pregunta, pero ¿Es esa la respuesta que encontraste? Las pequeñas cosas, la infancia, el olor del mar... ¿O no tenés una respuesta?

En Hágase usted mismo trato de explorar por ese lado, a diferencia de Electrónica, donde la protagonista siente que ya toda la felicidad posible quedó atrás y está relacionada con la noche, la promiscuidad y las drogas. En este libro el protagonista piensa que la felicidad tiene que estar en volver a empezar, volver al terreno de la infancia, el famoso paraíso perdido de la niñez. Y vuelve para atrás, y pasó el tiempo, las cosas ya no son las mismas que eran, y eso que te resonaba en un momento, que te emocionaba, ya no significa lo mismo. La verdad, no tengo ninguna respuesta. Puedo repetir respuestas de otros. Me parece que el budismo zen tiene qué decir al respecto, no sé si de la búsqueda de la felicidad, pero sí de cesar con el sufrimiento, a través de suprimir el ego. Todas esas grandes verdades del budismo. Ahora, no las aplico, cuando lo intento me aburro y digo bueno "¿Dónde están las drogas para meditar?".

 

Servime un whisky...

Claro, tal cual. Estoy siempre buscando respuestas que por ahí encuentro, pero no soy capaz de aplicarlas. En algún momento podré, pero no sé si estamos hechos para plantearnos estas cosas y encima encontrar respuestas. Me parece que plantearlo es suficiente.


Lo biográfico está presente en todos tus textos. ¿Se puede escribir desde el otro o, en definitiva, siempre se escribe de uno mismo?

Acá citamos siempre a Borges. En literatura, lo que no es autobiografía es plagio. Hasta ahora vengo trabajando mucho desde lo autobiográfico, al menos como disparador. Ninguna de mis novelas cuenta historias mías. Pero son disparadores. Hágase usted mismo es haber llegado a un punto de la vida en el que me siento satisfecho, pero aun así no feliz, que es lo que le pasa al protagonista, de querer huir hacia atrás, hacia el paraíso perdido de la infancia, en mi caso, como en el del protagonista, ir a un pueblo de la Patagonia, donde pasamos los veranos de la niñez. Hasta ahí es verdad. Después la literatura te va pidiendo terreno sola, los personajes van adquiriendo identidad, sería muy aburrido si escribiera solo novelas autobiográficas. Pero al mismo tiempo siento que es un poco una etapa cumplida en mi caso. Al menos por ahora. Lo que estoy escribiendo ya no parte de lo autobiográfico, y está más puesto en la mirada hacia el otro. Soy muy fanático de Cortázar, y a él le pasó algo similar. En un momento dejó de escribir desde su experiencia, desde lo personal, desde el mundo de su infancia, de su adolescencia, y se fijó en Charlie Parker, por ejemplo. Un momento en que ve al prójimo y cambia totalmente su carrera, y su vida. Creo que es un proceso que atravesamos todos los que hacemos arte en general. A medida que vas saldando las cuentas pendientes con tu pasado, y vas completando el período de la infancia, de la adolescencia, que son muy fuertes, y donde está la patria de uno, empezamos a interesarnos por otras cosas. También los demás empiezan a ser más importantes en nuestra vida, y nos hacen mella de maneras más dolorosas, más profundas. Y uno empieza a preguntarse por el otro. No es imposible, se puede escribir desde otro lado, y es lo que intentaré a partir de ahora.


¿Escribís para saldar deudas con tu pasado?

Sí, creo que sí. No lo hago de manera consciente, de escribir sobre esto para sacármelo de encima, pero me di cuenta de que, cuando hay algo que tengo adentro, que en su momento no fue dicho, o entendido, siento que lo perdí y lo quiero recuperar de alguna manera. Me pasa todos los veranos cuando vuelvo a Comodoro Rivadavia, en la Patagonia, a la casa de mis abuelos, donde pasaba los veranos de mi infancia, igual que el protagonista de Hágase usted mismo. Hace diez años que voy a escribir, y por lo general me doy cuenta de los pequeños cambios. Que un día se cayó un manzano, el manzano de mi infancia, veo el martillo que era de mi abuelo, todo eso va quedando, pero no necesariamente escribo sobre eso. Hasta que un día llega el momento. Acumulé tantas ideas, tantas emociones, tantas cosas no dichas, tantas reflexiones, tomé la distancia necesaria, y entonces llega el momento de escribir. No sé si tiene que ver con ir al psicólogo a resolver traumas, porque tampoco sería interesante exponer en un libro los traumas de uno y nada más. Se vuelve interesante cuando los casos particulares, individuales, están hablando en un sentido más amplio de algo que nos pasa a todos, o a muchos. Cuestiones generacionales o que tienen que ver con la experiencia humana. A todos nos duelen las pérdidas, a todos nos toca el paso del tiempo. Siempre que pueda partir de un hecho personal para contar cómo nos afecta a todos el paso del tiempo, la enfermedad, las ausencias o la búsqueda del tiempo perdido, siendo proustiano, siempre vale. ¿Por qué uno todavía se interesa en la madalena de Proust, y por qué yo hoy escribo Hágase usted mismo, que es una búsqueda de la infancia perdida? Por algo pasaron tantos años y seguimos escribiendo sobre lo mismo. Evidentemente, ahí hay algo en nuestras vidas.

 

Hay una cuota importante de realismo, que no era moneda corriente en la literatura argentina hace unos diez años...

Hace 20 o 30 años que estamos hablando de la misma vanguardia, y claramente esa palabra y la idea de hace 20 o 30 años son contradictorias. Hubo una tendencia de vanguardia en su momento, desde mediados de los 90 hasta adentrados los 2000, que tenía que ver con huirle al realismo, a una etapa anterior, de mucho compromiso político. Capaz que realismo no, pero sí una literatura comprometida con la realidad. Estuvo muy bien que, en su momento, se hablara desde otro lado, que se prendiera fuego a lo anterior, pero 30 años después no podemos seguir pensando que la literatura tenga que seguir escapando cuando pensamos en la palabra realismo. Pasaron cosas, los tiempos cambiaron y la historia no terminó como proponía Fukuyama en los 90. Todo ese discurso está muy bien, pero pertenece al pasado, a la literatura del siglo XX. Y, al mismo tiempo, no creo que lo mío, o lo que se está haciendo ahora, sea efectivamente realismo. Los compartimentos estancos, a esta altura, no interesan. Así como en la sexualidad se está hablando de la fluidez de género, en la literatura también tenemos que empezar a entender el tema de la fluidez. Qué sé yo si lo que pasa en mis novelas es realista o no, o podría suceder o no. Ese discurso no tiene nada de vanguardia.

 

No hay nada más viejo que la vanguardia de ayer...

Tal cual. Y se está viniendo, desde hace unos años, otra tendencia, otra estética, y se está viendo en la reivindicación de algunos autores. En este momento estamos reivindicando y canonizando a Sara Gallardo, que no tiene nada que ver con esa vanguardia realista, y que tiene un manejo del lenguaje y unas temáticas que son muy actuales. Fijate que murió en el 88, y sin embargo habla de embarazos no deseados, aborto y de la relación entre los patrones y los peones de las estancias. Tiene más que ver con los lenguajes y las temáticas de hoy que esa vanguardia anterior, que era vacía, que quizá proponía un juego que era interesante con la imaginación, pero a la larga terminó siendo un gesto posmoderno. Cuando empezó a repetirse, a copiarse a sí misma, terminó siendo un chiste, un ejercicio de ingenio posmo y nada más. Si seguimos hablando desde el gesto de la posmodernidad estamos fritos. Eso lo escuché en el 96, y estamos en el 2018. Pensar que no tiene que haber compromiso político, o social, en la literatura, no tiene nada que ver con el mundo que estamos viviendo. La literatura, nos guste o no, va de la mano del mundo en que vivimos porque está hecha por seres humanos, aquí y ahora.

 

¿Hasta dónde tiene que llegar ese compromiso?

Depende de cada uno. A mí me gusta comprometerme, por afuera de los libros, en todo lo posible. En mis libros no me gusta forzar un compromiso. No quiero escribir, ahora, el gran libro de la legalización de la marihuana en Argentina, por ejemplo, que es un tema que sí me gustaría. O el gran libro del feminismo. No podría forzar una historia para que se comprometa con la realidad. Ahora bien, naturalmente me sale que mis historias, de un modo u otro, están comprometidas con algún aspecto de la realidad. Mis historias hablan de esta insatisfacción extendida en nuestra generación. Es natural porque pertenezco a este tiempo. Mi forma de escribir remite a lo audiovisual, porque me crié mirando televisión, mirando MTV, mirando videocable. No voy a sentarme a forzar algo que no tiene que ver con lo que me sale naturalmente. Ahora, por fuera de los libros, cada uno elige. En Argentina estamos muy movilizados con todo lo que está pasando. Se están armando colectivos. Hace un año fundaron la Unión de Escritoras y Escritores, hace poco se formó el colectivo Trabajadores de la Palabra. Está el centro PEN, que defiende la libertad de expresión, hay un grupo llamado Nosotras Proponemos Literatura, que es de mujeres escritoras que reivindican su derecho a la igualdad en el campo literario. Si te ponés a pensar en esa vanguardia que hablábamos antes, todos sus padres, todos sus fundadores, son hombres. Todo su linaje viene de hombre a otro. No hay una sola mujer reivindicada. A mí me gusta meterme. Soy de los que cree en el compromiso social, político, de la literatura.

 

Te gusta embarrarte...

Me gusta, me gusta. Pero no creo, para nada, en negar lo que no es así, en hacer una crítica patovica, o en ningunear a quien no se ciña a lo que yo creo.

 

El compromiso no te hace buen escritor.

Exacto. Ni la falta de compromiso te hace mal escritor. Me interesa el compromiso, en estos momentos en los que están pasando tantas cosas, y más en la literatura, que está atacada desde todos los flancos por otras formas de entretenimiento que son funcionales al sistema en el que estamos encerrados.

 

En Hágase usted mismo hacés una reivindicación del cine clásico. Eso es muy interesante, porque muchos de nuestra generación e incluso anteriores llegamos a determinadas películas a través de los libros, y viceversa. Eso, con la oferta actual, es casi imposible, al menos legalmente...

Tal cual. Mirás en cualquier plataforma de películas, y en la parte de clásicos aparece Titanic. Y no es una posición de esnobismo, o elitista. Todo lo contrario. El elitismo es la dictadura del discurso, de la narrativa hollywoodense que propone solo una forma de narrar, una forma de entender el mundo, una forma de hacer el arte a partir de una matriz y nada más. Se achicó mucho el campo de las ideas y el campo de las narrativas, pese a que se multiplicó la oferta. El campo de las posibilidades estéticas es muchísimo más chico. Entonces, los creadores, tenemos que hacer algo con eso. Si no, ¿Para qué estamos?