Tabaré Cardozo publicó, a fines de 2017, Librepensador [Montevideo Music Group], quizá su trabajo más ambicioso, pero de esto se leerá más adelante. Lo cierto es que este álbum doble es una suerte de síntesis de la obra del cantautor uruguayo, una especie de grandes éxitos de temas nuevos.

Sobre la marca registrada de canción murguera que el artista sabe explotar como pocos, hay en esta obra (Librepensador, el primero, La Ley de Newton, el segundo), camina en firme equilibrio cumbias, milongas y sones, siempre "a la montevideana", como aclara el autor. Pero, sobre todo, hay mucho de rock. Esto no se refiere solo a las distorsiones, a los riffs guitarreros, por momentos furiosos, a las baterías que explotan y revientan los parlantes. No solo a eso. Es un disco rockero en su concepción. Puede ser tanguero, pero para los que nacimos del 70 para acá, el desencanto, la rabia y el desencuentro con la fe están asociados al rock.

Librepensador es un trabajo ambicioso y bien logrado (Spoiler alert, reitero, de esto se hablará más adelante) desde el vamos. A las 18 canciones que integran los dos discos (y que ninguna desentona, créanme), Cardozo supo darles un valor agregado superlativo. Por ahí están, como colaboradores, Francisco Fattoruso, Federico Navarro, Eduardo Larbanois, Camila y Micaela Sapin, Martín Morón y Nicolás Ibarburu, entre otros. Pero, además, se suman las voces solistas de Sebastián Teysera y Emiliano Brancciari, que abren cada uno de los registros, Gabriel Peluffo, Carolina Gómez, Jorge Drexler, Alberto "Mandrake" Wolf, Martín Buscaglia y Raúl Castro. Un cuadrito.

Pasados los 40 y con seis discos solistas en la mochila, Tabaré Cardozo se permite dudar y reflexionar sobre sí mismo. Eso no es poco. Lo que queda, al final de la música, es un trabajo sincero, compuesto de postales de actualidad y guiños al pasado. Y una puerta abierta al futuro, aunque no parezca venturoso.

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¿Qué querías decir en este disco que, para empezar, tiene dos nombres? ¿Cómo se llama, Librepensador o La Ley de Newton?

De las dos maneras. El trabajo discográfico tiene que tener un nombre en la tapa, y quedó Librepensador. Pero podría ser el otro. De hecho, íbamos a hacer una carátula que no tuviera contratapa. Que tuviera dos tapas, una con cada título. Esa era la idea original, pero se perdía el tracking, y no se iba a ver la cantidad de artistas importantísimos que hay en el disco. Están Martín Buscaglia, el Flaco Castro, Mandrake, está buenísimo. Y se fue dando. Las canciones iban como pidiendo. Hablando con el productor [Federico Moreira], decíamos, "mirá que buena esta canción para que la cante Mandrake", por ejemplo.

 

¿Elegiste los invitados en función de las canciones? Parece que hubieran sido compuestas expresamente.

Sí, primero la canción. Después buscamos a los invitados, tratando de que le quedara bien el tema. De hecho, a algunos les dimos más de una canción para que eligieran. Con Emiliano manejamos tres o cuatro opciones, y eligió "La Ley de Newton". Pintó así. Llega un momento, me parece, en la fragua de los artistas, que las colaboraciones se van decantando solas. Amistad no es la palabra. No es que este disco esté integrado por amistad o por afinidad humana solamente. Pero sí esa amistad, esa afinidad humana dieron, como decantación, la posibilidad de que este disco fuera así. Si yo no fuera amigo de todos estos personajes no se hubiera dado así. Y quiero creer que no están ahí solamente porque son mis amigos, sino que encontraron una razón artística para estar.


Los dos discos, especialmente La Ley de Newton, son bastante oscuros, y son muy rockeros. ¿Tenías la necesidad de mostrar esa veta rabiosa, desencantada?

Sí. de hecho, la canción "La Ley de Newton" tiene una cosa así, "nadie despega de este barrio", como una radiografía de lo que somos los uruguayos. Somos un poco así. Vivimos un poco en esa lógica. Yo también soy de los que, inconscientemente, he tirado para abajo, ha nivelado para abajo. En los últimos tiempos me ha tocado ilustrar al Uruguay, a Montevideo. Hice "Montevideo", que es una canción optimista. Hay una canción optimista hacia el Uruguay, que es "Fotografías desordenadas", pero también está el otro costado. Uno trata de ser cronista de su época, de su coyuntura. Con mis herramientas y a mi medida, trato de no dibujarla, de no darle color a la manzana. De no hacer una realidad mentida, de lo que me gustaría que fuera idílicamente mi país. Mi país también es esto. Y yo también soy un poco así. Capaz que, en ese sentido, salió un disco un poco oscuro. Los años te van poniendo más pesimista. Igual trato de darle una cuestión luminosa y esperanzadora, en la medida de lo posible. El día que me coma el pesimismo voy a dejar de hacer canciones. Que las hagan otros.

 

¿Tan así?

Sí. No quiero ser un agujero negro artístico. Lo que pasa es que me he rodeado de gente grande, y hago un género que estuvo dominado por gente grande, hasta que empezamos a meterle mano con las nuevas generaciones... La Mojigata, Queso Magro, la Catalina. Esas fueron las primeras murgas jóvenes, y ahora somos tipos de más de 40 años, pero hace 20 años era un género de veteranos. Grabé con el Canario Luna, que ahora tendría 80 años... Las cosas que decimos, y los paisajes por los que transitamos muchas veces con la murga y con mi proyecto solista son evocativas, de nostalgia. El lunfardo orillero de la murga hace que todo tenga un tinte añejo, y también está la preferencia por lo nostálgico que yo he tenido durante gran parte de mi carrera. Eso hace que mucha gente crea que está frente a alguien demasiado joven para la evocación.


Me parece que el uso del lunfardo, en tu caso, funciona al revés, porque lo resignifica. Lo trae al presente, no hace una caricatura...

Claro, no es una pieza de museo. Lo que pasa es que la murga lo ha mantenido vivo. En Argentina lo mantuvo el tango, pero acá, desde el punto de vista compositivo, murió hace años. Hace mucho que nadie escribe tangos, al menos masivamente. Capaz que hay uno, dos o tres compositores de letristas de tango.

 

¿Y en Argentina hay más?

Yo digo que sí. Pienso que los últimos tangos que se escribieron acá fueron los primeros. Mattos Rodríguez con su "Cumparsita", los tangos de la época en que Gardel todavía cantaba tangos, José María Aguilar, que escribió "Al mundo le falta un tornillo", los tangos de Mastra, y después Romeo Gavioli con los tangos-candombe. Pero no mucho más allá de las décadas del 40, 50. Después nadie escribió tangos.

 

Horacio Ferrer...

Sí, pero forma parte del acervo del tango argentino. Lo que quiero decir es que en Argentina eso continuó. Con Eladia Blázquez, por ejemplo. Una mujer venida del folklore que pasó al tango. Cacho Castaña mismo, con "Café La Humedad", gente que siguió escribiendo tangos, y acá no pasó. El lunfardo en Montevideo sigue vivo gracias a la murga, me parece a mí.

 

¿Seguís siendo un murguista? No digo que te hayas alejado de la murga, pero cada vez incorporás más elementos de otros géneros a tus canciones.

Lo que pasa es que cada vez trato más de sacarme las etiquetas de encima. Voy más atrás de la canción. El acontecimiento canción. Si le voy a hacer una canción a mi tío, que vive un poco un Uruguay y un poco en Francia, que tiene una academia de tango, que además allá enseña merengue, yo tengo que hacer una canción que tenga ese aire. Medio tanguero, medio centroamericano. Si me pongo el balde del rock, "yo soy un rockero que hace murga, un murguista que hace rock", y no puedo meterme con un son cubano... Me pierdo de hacer una canción a medida para mi tío, mi padrino, que tiene que ser así. O "Barbosa", no la podría haber hecho porque me lo impide el rock, o la Academia de la Murga. ¿No puedo hacer una bossanova? Yo la hago igual. No me va a salir como Caetano, pero tampoco quiero que sea así. La voy a hacer a la criolla, a la montevideana. Con el debido respeto, pero también con el debido atrevimiento. Con mayor éxito o menor suceso, no de ventas, sino de conformidad, satisfacción. A veces son experimentos, como "Sudacamericano", donde busqué el sonido más parecido a esa especie de cumbia argentina que es, a la vez, un poco andina, un poco colombiana. Bersuit y Kevin Johansen lo han investigado. Si lo vas a mirar con el ojo microscópico de tratar de encontrar un género tropical verdadero, ahí no lo vas a encontrar. Y no lo busqué. Quise buscar otro sonido, que no es nada, y es todo. Como un cocoliche.

 

Bueno, ahí se da la particularidad de que es una música súper alegre, y la letra es durísima. ¿Buscaste el contraste?

Sí. Se pone oscuro en el estribillo, con una marcha camión con distorsión, y es un poco ese contraste que ves cuando viajás al cinturón del mundo. Vas a Centroamérica y ves que todo se dice con alegría, y el sufrimiento se expresa de otra manera. Tiene una cosa medio andina ahí, nostálgica, con el charango, y cuando entra el acordeón y el trombón es medio festivo. Está en un tono menor, pero tenía que tener esa alegría tropical, diciendo algo triste. Es una reflexión al respecto. ¿Quién está en manos de quién? ¿Somos un continente de servicios? ¿Qué implica eso? ¿Estamos subyugados por el imperialismo? ¿Cómo lo manejamos, cómo entra en nuestra ecuación regional, en nuestra ideología? ¿Qué pensamos de eso? ¿Cómo ha cambiado con el paso de los años? Son todas dudas las que se plantean ahí.

 

Claro. Es interesante que, tanto en esa canción como en otras del disco, como "San Pedro enloqueció", donde hablás de una nimiedad, quien escucha pueda buscar otro subtexto. Ahí yo pienso que no estás hablando de la lluvia...

No, no. Es que en esta parte del mundo estamos acostumbrados a esos embates económicos que se nos vienen y se nos van, y nos acostumbramos a aguantar el chaparrón. En el año 2000 tuvimos un cuplé que se llamaba "Aguantando el chaparrón", era como una metáfora de la crisis que se venía. En ese 2000, que nos parecía que aguantábamos el chaparrón, era la época de las vacas gordas. Pero sí. Siempre hay una doble lectura. También tratamos, en la murga como colectivo, en el acierto o el error, de hacer un diagnóstico social, en el que estamos involucrados. Como letrista individual me quedó ese vicio.

 

La murga tiene la obligación de hacerlo, pero el cantautor se puede permitir otras licencias. En tu caso, la tarea creativa, ¿Es la misma como solista que para la murga?

Es un vicio, una deformación profesional, por decirlo de alguna manera. Como Guillermo Vilas, que tenía un brazo musculoso y otro finito, de tanto darle a la raqueta. Te queda un poco eso. En el arte no debería existir un mandato. Uno debería ser libre. Más pensando en este disco, que se llama Librepensador, donde intento derribar dogmas, pero no de los demás, sino los míos. Mis propias ataduras. Ese rinoceronte que rompe el grillete y sale volando [N. de la R.: Se refiere al dibujo que ilustra la carátula del álbum, de su autoría] en realidad quiero ser yo. Me siento como un rinoceronte que está envejeciendo, y sigo con mis viejas ideologías. Quiero romper con esas cosas. Desde el punto de vista ideológico, filosófico, y también musical. Y en la composición trato de ser lo más libre posible, no tener siempre ese mandato de tener que hablar siempre de algo social, profundo. Si quiero hacerle una canción a mi perro, como "Diablo suelto", no tiene más vuelta que eso. Quiero que no tenga. No es símbolo de nada, y el perro no significa la sociedad. Igual está bueno dejar libre la interpretación, es válido. También es cierto que soy un cantautor vivencial, cuento cosas que me han pasado. Y a veces uno simboliza cosas que no sabe que está simbolizando. Uno, cuando hace una canción, maneja un lenguaje onírico. Por algo se me ocurrió hacer determinada canción, y capaz que quiere decir otras cosas, que psicológicamente no estoy apto para interpretar, porque son mis sueños.

Foto: Montevideo Portal | Julia Peraza

Te pasa de entenderla cuando la terminás...

Y a veces no la entiendo. Entiendo el significado directo, pero semántica y semióticamente uno tira símbolos que se interpretan mejor desde afuera que desde adentro. Como decía Compte, el ojo no se puede ver a sí mismo.


¿Te pasa de sorprenderte con interpretaciones que el público hace de tus canciones?

Sí, sí. Me ha pasado. No de gente que interprete la canción de forma diferente, pero que ha encontrado cosas de mí, que revelo en una canción, que no me había dado cuenta. Gente que me conoce mucho. Pero es como el laburo de un pintor. Yo pinto. Hago. A veces conscientemente y pienso que soy Leonardo y pienso que estoy escondiendo un mensaje oculto. Y otras siento que soy Dalí y estoy tirando símbolos que ni yo manejo. Y a veces siento que soy Van Gogh, que estoy atormentado y tiro pincelazos a lo loco, esquizofrénico, y lo que queda es una obra que está buena, y habla más de mí de lo que yo mismo sé.

 

¿Eso pasa con la pintura o con la música?

Con las dos cosas. Ahora estoy hablando de la música poniendo como ejemplo la pintura, pero me pasa con las dos cosas. Ojo, no me estoy comparando con Leonardo, Dalí o Van Gogh, ¡Por favor!

 

Sí, pero, de todas maneras, lo que entendemos por música popular tiene sus convenciones, sus estructuras. Vos sos un compositor que, en alguna medida, las ha roto.

Intenté romperlas, por lo menos.

 

Debés saber que hay detractores de tu obra por ese motivo, lo que me parece saludable. Así como hay gente que dice o dijo que Agarrate Catalina no es murga hubo quienes dijeron, o todavía dicen, que Piazzolla asesinó al tango.

Lo importante, me parece, es que puedas sobrevivir a tu tiempo, a tu coyuntura, donde obviamente vas a tener detractores fervientes, porque estás compartiendo época. Después, si a lo largo del tiempo, esas lecturas dejan como saldo que tu obra valió la pena más allá de los líos domésticos que tuviste, incluso más allá de vos mismo... Yo tengo la teoría de que una verdad es una verdad aunque la diga un mentiroso. La obra es mucho más importante que el artista, que sus circunstancias. Vos destilaste esto, te tocó y le dedicaste tu vida. ¡Yo no sé quién hizo el Palacio Salvo! No sé. Pero lo veo y reconozco una obra importante, interesante. Todo el mundo canta "Uruguayos campeones", pero pocos saben quién la escribió. Que fue Omar Odriozola, y la hizo cuando Uruguay todavía no había salido campeón del mundo. La hizo en el 28, sobre una música de Canaro que se llama "Brisa de la tarde". Nadie lo sabe, pero no importa. Lo importante no es ni la música de Canaro, que fue accidentalmente utilizada, ni Omar Odriozola en sí mismo. Lo verdaderamente importante es la obra que termina permaneciendo. Y así, ojalá, pase con mi obra. Ojalá sea lo suficientemente buena para que me trascienda. Capaz que no pasa, y no importa.

 

De hecho está pasando. Tus canciones se cantan en las escuelas, seguramente esos niños se las canten a sus hijos. Supongo que debe estar bueno. No lo sé, no me pasó, no siento esa responsabilidad...

Lo digo a modo de efecto colateral. Hago esto porque no puedo dejar de hacerlo. Nací abeja y hago miel. No tengo un plan maestro. Hago canciones, y ojalá se transformen en una obra que hable bien de mí. Pero lo más importante, en realidad, termina siendo lo que uno hace. Porque uno no es ni siquiera dueño de la obra, sino una resultante de las influencias que le tocó tener. Como un testigo, un cronista. Ojalá eso tenga larga vida, porque le tomé cariño. Porque me tocó construir eso. Nada es para siempre. Las pirámides de Egipto tienen 5.000 años, pero algún día se van a caer. Todo es un juego, una ilusión. Estamos acá, medio de casualidad, tratando de hacer algo para que la vida tenga sentido. Sabemos que la huella que dejamos, por más que sean algunas canciones lindas, o unas pirámides súper fuertes, es una huella en la arena. Algún día va a venir el mar y se la va a llevar. Teniendo eso claro, todo es puro cuento, y hay que tomárselo a la ligera. Los detractores, los elogios, todo.

 

Te comparabas con el rinoceronte de la tapa del disco, que estaba envejeciendo y buscaba la libertad. Tenés 40 años. ¿Estás preocupado por la vejez?

Al contrario, siento que estoy en un momento en el que me puedo dar cuenta de las cosas. Antes, capaz, esas cosas me agobiaban, no podía manejarlas. De alguna manera una parte de mí sí supo manejarlas, y construí canciones de las que no me avergüenzo. Ahora estoy teniendo una visión un poco más panorámica del asunto, de mí mismo. Estoy relativizando la importancia que tengo dentro de mí.


¿Era muy importante antes?

No, pero pienso que antes estaba más autocentrado. A medida que vas madurando vas relativizando todo. No es que esté más superado, pero viví un poco más, y empecé a cortar cadenas con cosas que me parecían neurálgicas, y ahora no.


¿Cómo afecta eso a la hora de escribir? Cuando uno es más joven por ahí se tira a un río que no sabe qué tan profundo es. Con seis discos en la calle, calculo que entran a jugar otros miedos...

Lo que pasa es que, de lo que yo me avergonzaría, no sería de haber escrito algo catártico, o impulsivo. Me avergonzaría de haber escrito algo con lo que hoy no estaría de acuerdo éticamente. Sí hice cosas imprudentes, llevado por la juventud. Y sí me arrepiento. En el sentido de no volver a hacerlo. No sé si atormentarme con la culpa, porque en ese contexto, y siendo quien era, es lógico que haya hecho lo que hice. Sobre todo con la murga, que fuimos como un dedo acusador y criticamos muchísimo a mucha gente.


¿Te arrepentís de eso?

Sí. Con nombre y apellido. En el cuplé de los Jóvenes Blancos, por ejemplo, dijimos cosas de Julita [Pou de Lacalle] que no estaban buenas. Hablamos de la familia, de la hija. Lo hacíamos en tono de humor, pero me consta que eso molestó. Hoy no lo haría. No de esa manera. A Alberto Bensión lo nombramos en un cuplé. Decíamos cosas horribles de una persona que, podías estar de acuerdo o no con la política económica de esa persona, pero no para decir su nombre y apellido y señalarla de esa manera arriba de un tablado. Teníamos 20 años, y no estoy tratando de justificarme.

Foto: Montevideo Portal | Julia Peraza

Igual el tablado te da esa licencia. Cierta impunidad.

Pero no está bueno que así sea. Hoy tengo esa misma libertad y la uso para no usarla. También me tocó estar del otro lado. Otras murgas criticando y hablando de nosotros, diciendo cosas que nos parecían injustas. También me ha tocado escribir cosas apurado, no solo para la Catalina sino para otras murgas, sin conocimiento profundo, cobrando al grito, y siendo muy injusto con personas a las que no puedo pedirles perdón uno por uno. El oficio del letrista tiene eso, hoy por hoy soy un tipo grande, no voy a andar acusando a nadie de nada. Pero cuando tuve una herramienta a mi disposición, a veces la usé como un arma, y me arrepiento de eso.


¿Y qué pasa con quienes no pueden separar tu trabajo como letrista del de cantautor? ¿Te afecta que se te juzgue igualmente por las dos tareas?

No. Uno es uno. Está bien que estoy cumpliendo dos roles distintos, pero soy la misma persona, y si hay alguien que, en este camino un poco antipático que es el de letrista de murga, se ha sentido ofendido, y con razón, tiene todo su derecho. Si yo estuviera en su lugar capaz que tendría recelo, resentimiento. Me parece lógico. Y no tiene por qué saber que yo he cambiado de actitud.


Claro, uno es uno, pero la letra de murga tiene que satisfacer a todos los componentes, y la canción que hacés vos te representa a vos solo. ¿Son mundos diferentes?

Es un poco distinto, sí, en ese sentido. Cuando escribo canciones soy yo solo. No estoy en un equipo donde hay una sinergia y sale un producto como resultado. Acá soy yo. Todo lo que digo en un disco lo suscribo, y lo defiendo. Me hago cargo. Soy solo. Y tengo la válvula de escape por la murga. El bullyng social sale por ahí, por la murga.

 

¿Y cómo manejás ese mundo de la canción?

Tengo heredado un vicio bueno, que es el de la amplia tolerancia musical, de todos los palos, porque la murga se nutre de cualquier género. Tengo la cabeza abierta en ese sentido.

 

Tampoco fuiste siempre murguista. Tuviste bandas...

Sí. Fui murguista de niño, desde los 9 a los 14 años. Después armé bandas de rock, estuve en cuatro o cinco bandas diferentes. A los 14 tenía una banda que se llamaba Ozono, y en este disco le dedico una canción, "Cállense", donde hablo de nosotros. La melodía de esa canción tiene 32 años. Es de un tema que se llamaba "Vejentud". Daniel Carini, que era el batero de esa banda, vive en Chile. Hace poco, en una de sus visitas, me trajo un cassette de un ensayo, que él tenía. Ahí había siete, ocho canciones. Una de ellas tenía una melodía que estaba buenísima y un riff de guitarra que estaba mortal, pero la letra era una hijaputez. Hablaba de los jóvenes que eran viejos... Imaginate, año 86. Apertura democrática. Lo primero que hice fue armar una banda de rock. Escuchábamos Los Estómagos, Los Traidores, esa onda. Y atacaba a los jóvenes que eran viejos... No sé cuál era la intención. Era una actitud un poco punk de romper todo. Y rescaté esa melodía, tratando de hacer lo que hice con "Los Draculatekas", que fue como un homenaje a esa murga de niños. Esto es un homenaje, también. Ahí nombro al Gordo Gabriel, al Tano Priore, al Pablo Alba, que era la banda que teníamos en esa época...


Volviendo a eso de haber tenido la suerte o la oportunidad de no haber quedado cerrado a la murga, ¿Cómo influye eso a la hora de sacar una canción?

Voy atrás de la temática de la canción. Mi mecánica, que no digo que sea la única, pero es la que utilizo en general, es tener una idea. Se me ocurre una idea, un concepto. Voy a hacer una canción que hable de cuando tenía 14 años y era cobarde con las señoritas. ¿Cómo lo resuelvo? Entonces trato de pensar qué universo musical debería tener. En los 80 yo estaba haciendo rock, pero mi problema es que estaba como anacrónico. Los viejos del bar me gritaban como un coro, "Maula". Esa palabra es muy tanguera, entonces tengo que hacer un tango. E hice un tango. Es gracioso que un tango hable de las cosas de un niño, y más cuando, al final, los tangos ponderan la hombría, y esto es todo lo contrario. Una vez que resolví que fuera un tango empecé a componer con lenguaje tanguero, y a armar la estructura métrica para que se pareciera a un tango. Primero la idea, después la estructura, qué estilo musical, y a partir de ahí buscar la línea melódica. Una vez que tengo esa vía armada recién pongo el trencito arriba. Ese es mi sistema.


Foto: Montevideo Portal | Julia Peraza

¿Es tu trabajo más ambicioso este?

Es lo que salió. Siempre trato de ser ambicioso en mis proyectos, y austero en la realización. Que sea viable, que sea posible. Por mí, si me dejara guiar por la ambición, haría "Rapsodia Bohemia", o una obra conceptual como "The Wall", pero no se puede. No puedo hacer una ópera murguera porque todos los años estoy escribiendo el repertorio para la Catalina, y sacando mis discos, componiendo canciones en los aviones. Soy ambicioso en cuanto a que soy soñador, y quiero, siempre, hacer el mejor disco de mi vida. Después trato de que sea realista, con canciones nítidas y tocables en vivo.


¿Y es el mejor disco de tu vida?

Ah, no sé. Yo siempre estoy enamorado del último disco que saco.

 

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Tabaré Cardozo presenta Librepensador el 11 y 12 de mayo en el Teatro Solís