En 1985, Lucía Flores era una jovencísima profesora de francés en la Alianza Francesa de Montevideo. La lengua de Molière había formado parte de su vida desde muy temprano, como estudiante del Liceo Francés en Montevideo. Mientras impartía aulas, no se imaginaba que las siguientes décadas de su vida transcurrirían a miles de kilómetros del Uruguay.

"Se presentó la oportunidad de participar en una formación de profesores en Canadá. Yo no sabía nada de ese país, ni siquiera que se hablaba francés", recuerda la autora, que recientemente estuvo en Montevideo para presentar "El congreso de los feos", el primero de sus libros que se publica en nuestro país.

"Eran tres semanas. Me fui y al segundo día de estar allá conocí al que sería el padre de mis hijas. . . y fue así", explica con sencillez.

"Yo quería terminar el IPA y él vino a vivir acá un año y medio conmigo, y luego nos fuimos definitivamente a Canadá. Tengo el título de profesora de Literatura pero nunca ejercí", señala.

Sin embargo, pese a no dar clases de Literatura, la docencia no le fue asunto ajeno en su nuevo lugar de residencia. "Hice una maestría y un doctorado en lingüística, pero siempre orientado a la didáctica, y enseñé muchos años a los inmigrantes", actividad que le proporcionó grandes gratificaciones. "Lo pasé genial, porque además de enseñar le passé compossé, la gramática, lo realmente bueno era ayudar a la gente, a personas que llegaban a Canadá luego de haber sufrido guerras, gente que llegaba a la clase y se descalzaba, o si hacíamos prácticas con el teléfono no sabían cómo agarrarlo". Para Flores, esa tarea significó "un contacto con el dolor humano" que le permitió asomarse a realidades diferentes de las que conocía.

Actualmente trabaja en la Universidad de Laval, donde enseña francés, español y didáctica, contribuyendo a la formación docente. Pero entre todas las actividades profesionales y académicas que ha desarrollado, "la más constante ha sido la escritura", asevera.

"Escribo desde que era así", dice mientras indica con la mano una altura por debajo de su cintura. "Cambié de país, hice muchas cosas, pero siempre escribí".

Una grande con los chicos

En cuanto a los motivos que la hicieron decantarse hacia la literatura infantil, la autora entiende que es algo que sencillamente sucedió.

"Me parece que hay cosas que uno no decide. Yo entonces era mamá de dos chiquitas, pero no fue una decisión del tipo 'bueno voy a escribir para los niños', creo que es algo que sale. De hecho, decidí no escribir más para niños, y comencé una nueva novela... y salió para niños (ríe). Creo que hay cosas que uno no decide y son las más auténticas", apunta.

Sin embargo, el contacto directo con los más chicos puede haber incidido también en esa decantación de género.

"Creo que una de las cosas que influyó fue que con mi ex esposo habíamos hecho un número de marionetas, él hasta había compuesto canciones para ese espectáculo, y habíamos hecho una obra de teatro para niños. Y al escribir me acordaba de los ojitos de los niños, atentos, cautivados..."

A la fecha, Flores lleva publicados seis libros infantiles y ya tiene listo uno para grandes, que será lanzado en Uruguay por el sello Planeta. "Estoy en un grupo de creadores que leemos en público. Eso me encanta, porque uno siente de inmediato la emoción, que puede emocionar a alguien", añade.

Pequeños lectores, grandes críticos

"Los niños son lectores muy exigentes, que además se meten completamente en la historia, y eso es algo que a mí me encanta", enfatiza la autora, que no comulga con aquellos textos para chicos que pecan de una excesiva simpleza, al punto de subestimar la capacidad del niño.

"Mis primeras lectoras fueron mis hijas, que me advertían de cualquier fallo de continuidad, o lo que fuera. Y aunque parezca que no tiene nada que ver, el haber hecho una tesis de doctorado también ayuda, porque una tesis es un hilo conductor, y cuando escribo soy muy consciente del lector y de su exigencia", explica.

Asimismo, se guarda mucho de otros elementos que han sabido arruinar más de un relato infantil: los "mensajes" obvios y las moralejas evidentes .

"Yo soy profesora, pero entiendo que hay que separar las cosas. En mi caso siempre separé la pedagogía de la literatura. Yo no escribo para enseñarle nada a nadie. En mis libros sí pueden encontrarse mensajes, pero no porque yo me haya puesto a plantearme 'a ver, ¿qué necesitan estos niños?'. No se trata de un manual de moral y cívica".

En ese sentido, recuerda una experiencia negativa: "En un grupo del que formé parte, en el que se escribían cuentos desde, por ejemplo, la preocupación por el medio ambiente. En esos libros está mi nombre, pero no quiero saber nada de ellos (ríe). Para mí, no son buenos esos libros donde primero está el mensaje".

"Escribir es como sentar a alguien en tus rodillas y contarle una historia, no decirle que se le va a enseñar lo que hay que hacer. Esa historia puede contener o no un mensaje, pero esa no tiene que ser la intención principal", expresa.

Lo lindo que es ser feo

El congreso de los feos -primer volumen de una trilogía- está protagonizado por "S", un niño al que todos consideran feo, empezando por él mismo, que cree ser el más feo del mundo. Cuando su madre se entera de la existencia del Congreso, evento multidisciplinario que incluye un concurso de fealdad, decide inscribirlo quizá con la esperanza de que allí se sienta menos extraño. En el congreso, "S" conocerá a Fierritos, el defensor del título, con quien trabará una valiosa amistad.

"En cada personaje siempre hay un poquito del autor. Yo también viví cosas difíciles en la escuela, y al parecer todo eso quedó en el subconsciente", cuenta la escritora acerca de la génesis de sus personajes.

"Fierritos es un personaje que se esconde, y que en ciertos momentos de su vida experimenta transformaciones", dichos cambios no son los mismos que experimentó la escritora. "En mí cambiaron otras cosas, pero la idea es que se trata de eso".

"También soy un poquito la mamá de 'S' y el propio 'S', para quien la amistad es lo más importante. El elemento común a todos mis libros es la amistad, que es algo maravilloso. Creo mucho en la amistad, me encanta, y en el libro puede verse todo lo que el protagonista hace para ayudar a su amigo. En ninguno de mis libros hay historias de parejas, sino de amistad", destaca.

La inquietud por el bullying o acoso escolar también está presente en la obra, donde aparecen niños que son discriminados por su supuesta fealdad.

"Mi intención no era escribir sobre eso, pero eran cosas que yo había vivido, y salió así", reitera, "pero sin duda ayudó a mucha gente", añade, recordando testimonios de lectores al respecto: "como el caso de una niña francesa que me contaba que era muy bajita y se reían de ella, y me decía que el libro la había ayudado".

Para Flores, una de las razones de la buena acogida de su obra "es que da herramientas a los niños. En el segundo libro de la trilogía (Fierritos y la puerta del aire), los personajes intentan varias cosas para defenderse de las burlas de los demás, ya sea la indiferencia, el buscar definiciones en el diccionario... todas cosas que puedan 'desestabilizar al enemigo'", explica riendo.

Dos veces bueno

El Congreso de los feos es el único libro de la trilogía que fue escrito originalmente en español. "Luego tuvo una traducción -o más bien reescritura - al francés, porque las versiones son diferentes. Como soy yo la autora y también la traductora, me permito poner y sacar cosas (ríe)". En los siguientes dos volúmenes, el procedimiento fue inverso: se redactaron en francés y fueron luego vertidos al español. "Si escribir es comunicar algo, yo tengo que hacerlo en la lengua de mis lectores", explica.

Durante su reciente visita a Uruguay, Flores pudo ver su libro "en acción".

"Visité una escuela donde estudiaban chicos con dificultades a causa de la exclusión, la pobreza y el hambre, y lo estaban leyendo junto a las maestras, que lo estaban trabajando muy bien, porque ellos sentían que eran diferentes, no por apariencia física, como en el libro, pero sí por provenir de escuelas donde los habían marginado porque les iba mal, y porque su vida y coyuntura era distinta a la del resto".

"Las maestras trabajan muy bien sobre eso, que el ser diferente es a veces una riqueza, desde la que uno puede construirse a sí mismo", concluye .