Incorporar un nuevo integrante peludo a la familia puede ser tan emocionante como desafiante. Si ya hay un gato en casa y se planea adoptar un perro, la clave está en la paciencia, la planificación y el respeto por los tiempos de cada animal.
¿Se llevan bien perros y gatos?
La idea de que gatos y perros son enemigos naturales es un mito. Aunque tienen formas distintas de comunicarse y socializar, pueden convivir en perfecta armonía si se hace una presentación adecuada y se respetan sus espacios. El temperamento individual, más que la especie, suele ser el factor decisivo.
Preparar al gato para la llegada
Los gatos son animales de rutinas y muy sensibles a los cambios. Anticipar la llegada del perro ayuda a reducir el estrés felino. Algunas medidas clave incluyen:
Zonas de escape: Asegurar al gato lugares altos o áreas exclusivas fuera del alcance del perro.
Refuerzo positivo: Premiar al gato cuando se muestra tranquilo ante el nuevo integrante.
Territorio intacto: Mantener su comida, arenero y cama en los lugares habituales, sin cambios drásticos.
Elegir al perro adecuado
No todos los perros se llevan bien con gatos. Algunos tienen un fuerte instinto de persecución, mientras que otros son más tolerantes. Informar al refugio o criador sobre la presencia del gato es esencial.
Los cachorros tienden a adaptarse más fácilmente, pero pueden resultar invasivos. Un perro adulto, tranquilo y sociable, suele ser una opción ideal.
El primer encuentro
La presentación debe ser gradual y controlada:
Separación inicial: Mantenerlos en habitaciones distintas los primeros días, permitiendo que se huelan a través de la puerta.
Intercambio de olores: Usar mantas o juguetes para que se familiaricen con el olor del otro.
Encuentros supervisados: Con correa, permitir al perro observar al gato desde una distancia segura. No forzar el contacto.
Duración progresiva: Aumentar poco a poco los tiempos de interacción según su comportamiento.
La adaptación puede tomar desde días hasta meses. No se debe apresurar el proceso ni ignorar señales de estrés o incomodidad. En casos complejos, un etólogo puede ser de gran ayuda.