Contenido creado por Manuel Serra
Cultura

Entre el puerto y la aduana

Bar Los Beatles, las reminiscencias de un Montevideo que ya no está

El clásico boliche de Ciudad Vieja, que lleva más de medio siglo con ese nombre, reabre como una gintonería y con la historia como bandera.

23.11.2018 08:16

Lectura: 12'

2018-11-23T08:16:00-03:00
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Lo primero que uno ve al entrar es una barra larguísima, como las de antes, de mármol y con apoya pies. En otras palabras: como debe ser. Es que ese detalle - que no es tan detalle - es un rasgo que define perfectamente al lugar y que se va a repetir en toda la disposición del bar. Parece, y lo es, una reivindicación de los bares de barrio, o "de viejos", como se les dice ahora, donde, más que en la nocturnidad, se movían en la diurna, desde recién comenzada la mañana hasta avanzada la tarde, con parroquianos que le ponían su ritmo e impronta.

Pero hay algo que llama todavía más la atención de quien llega: arriba de la puerta, en Pérez Castellano y Cerrito, en plena Ciudad Vieja, se ve un cartel que es la esencia de todo. "Bar Los Beatles", reza, y es un llamador para los turistas de la zona y para los transeúntes en general, que no dejan pasar la ocasión de parar y sacarse la foto de rigor junto a lo que es uno de los clásicos de Montevideo.

Así luce la esquina donde se ubica el bar, a apenas dos cuadras del Mercado del Puerto. Foto: Javier Noceti

Es que el "Bar Los Beatles" es un bastión histórico de la zona, que tiene más de 50 años llevando ese nombre. Aunque antes se llamaba de otra manera, "Los Celestes del 50", en honor a la selección heroica del Maracaná, en los años sesenta, con todo el apogeo de la banda de Liverpool, el dueño, un gallego, decidió rebautizarlo en honor al mítico grupo del que era fanático. Así, con el tiempo, el lugar se fue llenando de parafernalia beatlera - que, afortunadamente, sigue hoy en el local -, que ocupa cada uno de sus rincones, y fue tomando un status de mito y de boliche de referencia de la zona.

No obstante, hace alrededor de dos décadas, el que fuera el dueño del bar falleció, y su mantenimiento empezó a volverse difícil, aunque continuaba abierto. Comenzó a hacerse cargo del establecimiento Rosa, la mujer del hijo, luego de que ya no quedaran más empleados. Pero la carga se hizo dura, así que decidió finalmente alquilarlo, pero con una condición: que siguiera llamándose de la misma manera para seguir su legado.

Una de las paredes que puebla el local. Foto: Javier Noceti

Los nuevos beatleros

Un cartel de "Se alquila" empezó a estar colgado del local, y así fue como la noticia les llegó a dos amigos bartenders, que se entusiasmaron con la idea y cuando se dieron cuenta ya estaban haciendo los papeles para ser los nuevos dueños del bar.

"Viene por una cuestión de hace tiempo ya de tratar un negocio juntos. Somos amigos de hace años y buscábamos la vuelta de trabajar juntos, pero todavía no se nos había dado la chance de cruzarnos en ninguna barra", cuenta Sebastián Cella, que, entre otros lugares, trabajó en la barra de Negroni y la del Restaurant Garzón del reconocido chef argentino Francis Mallmann.

Andrés Silveira, su socio, que además es fotógrafo retratista - trabaja para la revista Seisgrados de El Observador -, dice que nunca le interesó tener bar propio, pero que "con este proyecto surgió una semilla". "A los dos nos pasó lo mismo, fue como que nos enamoramos del lugar", explica.

Ambos se ocupan del bar desde hace tres semanas, pero ya lo tienen encaminado hacia lo que están buscando. Una cosa que tienen bien clara es que, aunque quieran seguir sus gustos personales, es vital "respetar la historia". Y sobre esta idea se basa todo el proyecto, que, de alguna manera, busca hacer congeniar lo nuevo con lo viejo, lo rústico con lo sofisticado, el barrio con lo cosmopolita.

Sebastián y Andrés detrás de la barra, a la que definen como su "trinchera". Foto: Javier Noceti

Del peso de la historia, si bien ya eran conscientes desde el vamos, se fueron dando cuenta de su real dimensión cuando empezaron a trabajar en acomodar el local para reabrir. Entre otras cosas, vivieron un episodio que los marcó y los hizo darse cuenta del valor que tiene el lugar para la gente.

"Cuando estábamos picando una pared para cambiar un poco la estética de un lado, vino una señora a pedirnos un pedazo de la piedra que estábamos tirando. Vimos que nos estábamos metiendo con algo muy fuerte. Entonces decidimos hacer lo que nos gusta a nosotros y lo que sirve comercialmente, pero sin tocar la historia del bar y acompañándola", relata Cella al respecto.

La gintonería del Puerto

En cuanto a lo que les gusta a ellos, como bartenders que son traen una mochila llena de experiencias en decenas de barras diferentes, que quieren volcar en su nuevo emprendimiento. Pero hay una cosa que comparten con mucha pasión: el amor mutuo por el 'Gin Tonic'.

Por ello, es que desde el día cero definieron al local como "La Gintonería del Puerto", nombre que obviamente está vinculado con la cercanía al Mercado del Puerto y una propuesta que pretende ser diferente a las de la zona.

"Nuestra idea básica era poner una gintonería. Cambiar el esquema de pubs y bares que hay en la vuelta. Hay un par de pubs irlandeses, hay un pub americano, hay del color que le quieras poner. Y lo único que no había en Uruguay era una gintonería", señala Cella, que explica que esta índole de propuestas existe mucho en España.

Andrés preparando 'Gin-Tonic', la máxima especialidad de la casa. Foto: Javier Noceti

En relación a esto, Silveira destaca que este tipo de bares tiene un funcionamiento diurno, como los de antes, y no tanto nocturnos, como los boliches de ahora. "Nos gustar ver gente que nos encontramos en la noche durante el día. Tomando una copa, un trago, escuchando música. Nos parece buenísimo. Venís, se termina temprano y vas para tu casa", celebra.

Por su parte, Cella agrega que el hecho de que sea durante el día también permite que personas que, de otra forma no se cruzarían, sí lo hagan. "Nos encanta ver toda esa gente divirtiéndose y sin la oscuridad de la noche. Se logra un vínculo entre gente que no se encontraría en otro lugar que no fuera acá", sostiene.

Barra sin distinciones

Cuando hablan de "respetar la historia", también se refieren a los vecinos, a los clientes de siempre y a la figura del parroquiano. Quieren que el lugar sea una amalgama de personas de diferente condición, cultura, edad y hasta nacionalidad. El objetivo es que todos puedan compartir el lugar y que la convivencia también enriquezca la experiencia del que viene al bar.

En este sentido, Cella no niega que esto sea un desafío, aunque cuenta que afortunadamente ya sucede. "Es difícil que un hombre que viene de trabajar del puerto se pueda tomar un whisky para después seguir trabajando, como es la costumbre, y tenga que encontrarse con tres chicas que vinieron de after a tomar algo", explica, pero es algo que empezó a pasar naturalmente.

El parroquiano es una figura fundamental del bar, que se lo ve asiduamente, como marca la tradición, apoyado contra la barra. Foto: Javier Noceti

Es que uno estando en el lugar realmente vive esa contradicción, aunque no lo siente como algo contradictorio, sino como algo complementario. Cada una de las partes contribuye a que el bar sea un todo. Y eso se ve desde las personas que están dentro, pero también en los alcoholes atrás de la barra, donde se puede ver una Amarga Cinco Raíces, una Caña de los 33 o un Espinillar, tanto como un Vermouth Rooster, un Gin Hendrick's o un whisky bourbon Maker's Mark. Todo el abanico está apoyado sobre la estantería. Y lo que es más difícil: no solo conviven, sino que lo hacen en armonía. De cierta forma, hay un poco de todo, como en un cóctel, y el resultado parece satisfactorio.

Respecto a esto, entienden que "a algunos les puede caer bien y a otros no tanto", pero creen que "va a servir de filtro para generar ese ambiente de convivencia que incluso es algo que se busca a nivel de sociedad". Y cuentan que se da mucho el diálogo entre jóvenes y viejos.

"Ha pasado de estar un parroquiano con un pibe que se vino a tomar un trago, se ponen a hablar y termina contándole historias de acá adentro, del propio bar, de cómo era antes. Es algo genial", relata Cella.

La barra del local, que está poblada por los alcoholes más variopintos. Foto: Javier Noceti

Para todos los paladares

En aras de poder lograr esta comunión, es que buscan trabajar en una carta equilibrada, que contemple todos los gustos de los clientes. La idea es que no queden cosas afuera, pero que todo sea con un "toque personal", con un "detalle".

Es por esto que Silveira hace énfasis en que no son un local que sirve exclusivamente 'Gin-Tonic'. "Algunos piensan que gintonería es que excluimos todo lo demás, pero no es así. No es exclusión, al contrario, es inclusión", asegura.

"Lo bueno que tenemos es que los dos somos bartenders y nos gusta la coctelería clásica. Nos gusta el 'Manhattan', el 'Negroni', el 'Old Fashioned', el 'Gin Tonic' bien hecho", explica, sobre una serie de cócteles que uno puede pedir en la barra.

Por su parte, Cella explica el valor que la carta tiene para ellos y cómo la trabajan. "Para el bartender es como un hijo para el que es padre, o la casa nueva del que se muda. Es como escribir un libro", cuenta. Y destaca que están en proceso de desarrollo de "Parroquianos", una carta que es un homenaje a los tragos que se tomaban, y se toman, en los bares de barrio.

"Va a ser toda una gama de cócteles, porque no dejan de ser cócteles, pero que van a ser el 'medio y medio', la 'grappa con limón', los clásicos", cuenta. "Pero obviamente van a tener un toque nuestro. La idea es que se pueda servir el 'medio y medio' como se sirve siempre, a las personas que vienen a tomar, y también uno hecho por nosotros con un detallecito y otro color".

La barra es bien larga y es como las de antes: de marmol y con apoya pies. Foto: Javier Noceti

Don't let me down

Claro que, como lo que es, el "Bar Los Beatles" sigue guardando el santuario donde se pueden ver infinidad de fotos, recortes, discos y demás miscelánea de la histórica banda de rock. De hecho, el escenario que tienen para que toquen los grupos tiene atrás pegado un gran número de afiches que deja claro que los británicos están por todos lados.

Pero uno de los detalles más importantes, y quizá el que más le hubiese gustado a John Lennon y compañía, es el reproductor de vinilo que corona una de las esquinas del bar. Además de un sinnúmero de discos de la banda, uno puede ver una colección elegida sesudamente donde se destacan clásicos del punk inglés como The Clash, obras de Neil Young y de bandas españolas, también punkies, como Eskorbuto y La Polla Records. O, también, clásicos nuestros como Rubén Rada y Jaime Roos. Y mucha variedad más, que, promete seguir ampliándose con el tiempo.

Para reforzar esta idea musical, Cella y Silveira explican que cuentan con frecuencia - generalmente sábados y domingos - con bandas que tocan tributo a Los Beatles, como "A dos guitarras", y que esos son algunos de los momentos donde el bar ruge más fuerte y el ambiente se caldea más. La gente que pasa suele frenarse para entrar y disfrutar de clásicos como "Hey Jude", "While My Guitars Gently Weeps" o "Here Comes The Sun".

La presencia de los genios de Liverpool es omnipresente en todo el local. Foto: Javier Noceti

Más allá de todo esto, está bueno dejar claro algo: el lugar es mucho más que un bar temático, es también un bar de barrio, un bar de "viejos", un bar de bartenders. Tiene dentro de sí mismo una serie de contradicciones, que terminan generando una propia identidad heterodoxa, pero que descansa en dos pilares: darle un toque personal, pero sin lastimar la historia.

Y todo entre el Puerto y la Aduana, un lugar que, sin duda, remite a un pasado que fue glorioso, y que hoy parece estar lejano, aunque sigue existiendo y se respira en cada bocanada de aire.

"Un chiste que hacemos mientras limpiamos es que es como Narnia: te metés en el armario y entrás en otra dimensión", cuenta Cella sobre el lugar. Y quizá sea, o quizá no, como la obra de C.S. Lewis, pero sobre lo que no existe discusión es que es que visitar el bar es como un viaje en el tiempo y que lleva a uno a un Montevideo que ya no existe. Pero existe, dentro de sus cuatro paredes.

"Si derrumbáramos todo e hiciéramos todo nuevo, perdería eso, que es la magia que se tiene que mantener", concluyen. Y ahora sí, no hay nada que discutir.

Por Manuel Serra | @serra_sur