Contenido creado por Manuel Serra
Cultura

Un oasis de arte en el desierto

Bahía Vik: un retiro de lujo para uruguayos y extranjeros en los pies de José Ignacio

Siendo uno de los tres hoteles que tiene Vik Retreats en Uruguay, representa un estilo de vida de playa contemporáneo inspirado en el arte.

01.02.2022 12:39

Lectura: 9'

2022-02-01T12:39:00-03:00
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Se viene de la Mansa, de la Punta, de la Brava. Se viene de La Barra, de Montoya, de Manantiales, del Chorro, de Balneario Buenos Aires. Se viene de todo aquello y, de repente, el manto: la ruta lisa a José Ignacio con kilómetros de pasto a un lado y con metros de dunas del otro.

Es martes de enero y se viene del tráfico de la ciudad, del exceso de personas en las playas, de restaurantes llenos, de un calor húmedo, de un cielo casi perla y se frena veinte kilómetros antes del pueblo de José Ignacio para entrar a un camino breve de pedregullo que podría ser rosado, pero que también es naranja.

Se estaciona al lado de autos de lujo. Un Jeep, un Mini Cooper, un Mercedes Benz. Se camina hasta la entrada, donde hay una galería fina y larga de piedra gris, que va hacia adelante, y que tiene debajo una premonición: una escultura moderna que son cuadrados entremezclados en hierro.

Foto: Cortesía del libro

Foto: Cortesía del libro "Hoteles con Encanto" 

Adentro, después de pasar por la puerta de vidrio, está el hombre que oficiará de recepcionista, está la primera sonrisa, el primer trato, el primer mimo. Se dice que se viene a Bahía Vik por la noche y se rellena un papel con datos básicos. Mientras esos datos son ingresados se camina por una galería sin techo que tiene los sillones envueltos en lonas porque va a llover. Es todo blanco, las paredes y el piso de piedra no lo es tanto, pero es muy crema. A todo aquello tan pulcro lo manchan moras en el piso que caen de los árboles que están puestos en hileras en cada lado.

Lo violeta de la fruta y lo verde de las hojas están hinchados, saturados, porque también llovió hace un rato.

A un lado de todo aquello está el sector de juegos y una boutique donde hay una selección de artículos curados como obras de arte uruguayas y artesanías locales. Ahí también está la única televisión del hotel, porque en las habitaciones no hay ninguna.

Se vuelve al recepcionista y se camina junto a él hasta uno de los llamados bungalows. Entre el edificio principal de Bahia Vik y su colección de estas construcciones de playa hay 49 habitaciones. Dos de los bungalows cuentan con cinco suites, uno con tres suites, otro con cuatro suites, y otros once cuentan con dos dormitorios más un living. Cada uno de estos bungalows privados de playa tiene un baño para cada dormitorio en forma individual.

Cada uno de los bungalows se caracteriza por presentar un exterior diferente y exclusivo, interiores decorados con obras de arte y un esquema de diseño individual. Las tarifas son de 500 dólares por noche en una suite en temporada media (del 2 de marzo al 1 de mayo 2022) y de 650 en una máster suite. Esos precios se elevan a 650 y 800 en temporada alta (3 de enero 2022 al 1 de marzo 2022) y a 1.500 y 1.950 en temporada alta especial (del 18 de diciembre 2021 al 2 de enero 2022). Están incluídos el desayuno (de 8 am a 11 am), minibar en la habitación y wifi.

Foto: Cortesía del libro

Foto: Cortesía del libro "Hoteles con Encanto" 

Antes de llegar hay hongos al costado del pedregullo, entre pastos cortados. Se sube un escalón de madera pintada color oscuro y se va a la puerta de más a la izquierda, la que tiene como nombre Gurvich. Ahí hay otra premonición: un artista uruguayo-lituano nacido en 1927 que tiene su propio museo en Montevideo.

Adentro hay un ropero con batas y pantuflas. Frigobar. Caja fuerte. Hay dos camas, un escritorio, mesas de luz, lámparas, todo es casi blanco y todo tiene un tono playero. Hay un cuadro de Iturria, también uruguayo, y hay otro cuadro con firma escondida del dibujo de unos troncos en blanco y negro.

Hay un baño muy especial. Casi todo es de hierro color óxido, tiene dos piletas, tiene una bañera y tiene una ducha. Pero la ducha no tiene mampara y de arriba sale algo parecido a una gota gigante color acero inoxidable. De ahí cae el agua y no salpica hacia ningún lado porque el piso en esa área del baño está levemente en descenso. Lo mismo con las piletas, no salpican. Las toallas, los toallones, los jabones naturales y el resto de los ammenities (shampoo, acondicionador, crema de cuerpo). Todo encaja.

Afuera y en el deck de madera hay dos sillas con una mesa en el medio. Frente a ellas está el comienzo de las dunas que después se transforman en la Playa Mansa de José Ignacio. Hay un grillo verde como una planta que mira. Una gaviota que no mira, pero que también comparte la duna. Hay dos o tres abejas zumbando a lo lejos. Está el oleaje de las olas comiéndose la orilla. También está el silencio que se genera cuando no hay viento. El olor a sal y a mar.

Se escucha que alguien toca la puerta y se va a abrir. Del otro lado está el hombre que ofició de recepcionista con una jarra de limonada y con un plato de frutas cortadas (naranja, mora, ciruela, kiwi). Los bordes de la vajilla son decorados en dorado, aunque gastados, lo que los hace mejor. Podrían ser coleccionables.

El atardecer va cayendo y, aunque no se quiera, se mira. Es atardecer de lluvia, con colores pasteles y con una bola de fuego que está, más bien, tranquila. Cuando salen las estrellas que se esconden con las nubes se va a cenar. Se camina por el pedregullo hasta La Susana.

Foto: Cortesía del libro

Foto: Cortesía del libro "Hoteles con Encanto" 

Ahí las entradas cuestan entre 650 pesos uruguayos y 900. Los platos principales más de 1000. Y se cena con una sonrisa, son así de buenos. Los ingredientes son cultivados y producidos localmente, el chef ejecutivo es Marcelo Betancourt, el vino de la casa se produce y se embotella en los viñedos VIK en Millahue, Chile, propiedad hermana de Bahía Vik.

Entonces se pide: chipirones y pejerreyes a la plancha, se pide arroz negro con langostinos y chorizo, se pide costilla de asado con un boniato a las brazas y se pide un cheesecake con damascos y ciruelas asadas. Se pide un café y se mira: tablas de surf colgando, obras de arte que terminan de evidenciar algo que será visible la mañana siguiente, un evento de polo exclusivo en el área de afuera. El personal atento, muy atento.

Se vuelve a la habitación y en el medio se encuentra a un sapito croando. Se intercambia miradas con él y sigue su camino. Se llega y se encuentra en un plato unos bombones de chocolate, las camas abiertas, las cortinas cerradas. Se duerme en sábanas egipcias, en el silencio y en el eco lejano de la marea.

Amanece temprano por ser enero y se abre el ventanal pesado para sentir el calor en el rostro y para volver al olor a sal y a mar antes de que se vuelva a la ciudad. Se camina descalzo por la arena y se toca el mar con los pies. Se vuelve a Gurvich y se sale a desayunar al edificio principal.

Hay cuatro piscinas como si fueran espejos y se las ve por el camino aledaño. Se camina sobre el pasto, se cruza con algún otro huésped a lo lejos, se ve a otro andando en bicicleta, a otro paseando con su perro, a otro con niños, a otro leyendo en una reposera. Adentro no hay más premoniciones, es todo evidente. Bahía Vik, al igual que las otras dos propiedades Vik (Estancia Vik y Playa Vik), explota de arte uruguayo.

Roberto Píriz, Marcelo Legrand, Pablo Atchugarry, Enrique Badaró, Carlos Barea, Lacy Duarte, Álvaro Amengual, Carlos Seveso, Carlos Musso, Águeda Dicancro, Clever Lara, Alejandro Turrell, José Trujillo, Eduardo Cardozo, Ricardo Pascale, José Pelayo. Todos uruguayos.

El fresco en el techo lo hizo Carlos Musso, se llama Zodíaco igual que el restaurant donde sirven el desayuno. Hay retratos, muchísimos, algunos más contemporáneos y más realistas que otros. Dicen que hay un desnudo que es Carrie Vik y que en otro está oculto Alexander Vik, la pareja con descendencia uruguaya y noruega que es dueña de los Vik Retreats. A todas las diseñaron ellos y específicamente a Bahía Vik lo hicieron junto a Marcelo Daglio, uruguayo. De Bahía también participaron Miguel y Federico Corbo y Gloria Bordaberry.

Se observa todo, o casi todo. Se escucha a una mujer ofrecer huevos revueltos, fritos o poché. Se la escucha ofrecer lo que sea de cafetería y también se la escucha hablar en español, en inglés y en portugués. Se le escucha el acento centroamericano y se la escucha amable. Muy amable.

Foto: Cortesía del libro

Foto: Cortesía del libro "Hoteles con Encanto" 

En la mesa central se coloca en un plato distintos fiambres, distintos quesos, distintos panes, un muffin de arándanos, cereales, yogur, jugos varios. Todo fue hecho esa mañana y se nota en las texturas. Bahía Vik emplea prácticas respetuosas con el medio ambiente con ese tipo de cultura y además a través de la recolección de agua, de reciclaje, de tecnología solar y sistemas inteligentes de eficiencia energética.

Cuando se termina de desayunar se vuelve a la habitación, se baja a la playa una vez más y se toman las cosas. Antes de irse se pasa por el Pavilion, un edificio alterno hecho de madera que podría ser un nido de pájaros, pero ahí hay exposiciones, hay eventos, hay clases de yoga. Puede haber, si se quiere, cabalgatas, golf, tenis, surf, clases de polo, kiteboarding, bicicletas y paseos en canoa.

Se pasa por última vez por la recepción y se deja la tarjeta que funcionó de llave de la habitación. Se recorre el pueblo de José Ignacio y se vuelve por el mismo camino por el que se vino. Se suspira. Bahía Vik fue todo esto: playa, lujo, arte, gastronomía, turismo, espacio, silencio, tranquilidad.

Foto: Cortesía del libro

Foto: Cortesía del libro "Hoteles con Encanto"