Contenido creado por Inés Nogueiras
Libros

La cita y más artículos para dentistas

De Joaquín Doldán Lema
Ripano Editorial Médica
2007

Lectura: 3'

2008-07-01T15:50:00-03:00
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Me paso horas en la Facultad. Necesito desinsertarme por un rato de todo esto.

Sus hermosos ojos serán mi escape, aunque sea momentáneo.

Quiero dejar de ser un cadáver más; debo hacer un corte con micrótomo para analizar mi situación actual.

Al mirar al microscopio veo claramente que soy un ser social, debo simplificar mi situación, administrarla para prevenir que la Universidad sea iatrogénica para mi persona.

Ella será la enzima que me ayudará a fraguar de una vez por todas.

La vi sola, en el pasillo, en posición de reposo; inmediatamente pensé en arreglar una cita, invitarla a pasear por dieciocho, tener una relación céntrica.

Junté mis arcadas en oclusión máxima y así, sin anestesia, hice propulsión hacia ella.

Fonovocalicé un saludo, ella sonrió de canino a canino. Su perfume me embriagaba como un frasco de eugenol destapado. Su voz, al aceptar mi propuesta, penetró en mí como una piedra de diamante.

Al verla partir hubiera necesitado diez eyectores de saliva.

Ella dejó en mí una impresión que, como la Godiva, sólo a 60 grados se ablandaría.

El sábado sería la cita. No lo podía creer, todavía estaba extraduro. Ella aceptó tallar conmigo un romance incandescente como el metal al colarse.

El día de la cita yo tenía una gran vasodilatación periférica, mi aparato digestivo se sacudía en movimientos peristálticos, el PH de mi organismo, haciendo burla de la homeostasis, había bajado considerablemente; me parecía oír las risas de mis lactobacilos.

Antes de salir eliminé mi placa dental, me hice un buche de flúor, hiperventilé mis pulmones, intenté normalizar mi ritmo cardíaco y, luego de vaciar por vigésima cuarta vez mi vejiga, salí con ultravelocidad a su encuentro.

Pensé en tomar algún tranquilizante mayor, pero no, debía articular mis ideas y no permitir efectos secundarios.

El encuentro fue revelador, nuestras miradas penetraron como rayos de baja longitud de onda, nos tomamos de la mano y nos fuimos a charlar a un lugar radiolúcido.

Me fue difícil lograr la apertura; antes tuve que hacer la historia, averiguar sus antecedentes.

Al acariciar su rostro noté un resalte en la ATM izquierda; «nadie es perfecto», pensé.

Mas debemos aceptarnos con nuestros defectos y virtudes parcialmente removibles. Entre nosotros se empezó a formar un puente fijo, sentía hacia ella un tactismo positivo que hacía drenar mis pensamientos de forma más complicada y engorrosa que el encerado progresivo con la técnica de Peter-Thomas.

Ella estaba ambulatoria, colaboradora y apirética; yo, en cambio, secretaba paquetes de adrenalina en block y comencé a bruxar a causa del stress.

Cuando logré enfilar la situación en forma balanceada, me di cuenta que no tenía goma dique para aislar el campo operatorio.

Así que, aunque aumentara el coeficiente de expansión térmica, yo debía ser un chico modelo, aferrarme a las retenciones y no pasarme del borde cavo superficial. No estaba preparado para niños.

Luego de la cita, regresé a pie a mi casa, satisfecho con mi nueva novia a la que vería lunes y miércoles de 19:30 a 21:00 horas. Me había hecho tan bien olvidarme de la odontología por un rato. Sonriendo, saqué mi cuchillo de yeso y en un árbol grabé nuestros nombres dentro de un corazón atravesado por una carpule.

© Joaquín Doldán Lema © 2007 Ripano Editorial Médica