Contenido creado por Gerardo Carrasco
Vida de perros

Vida de perros. Por Andrés Peirano

¿Quién decide si alguien puede o no tener un perro? Una historia de la calle.

El entrenador canino comparte el caso de José Luis y Jesica, quienes se vieron obligados a entregar sus animalitos.

21.02.2019 11:07

Lectura: 6'

2019-02-21T11:07:00-03:00
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Vinculado a los canes casi desde su nacimiento, Andrés Peirano abandonó una promisoria carrera en la Fuerza Aérea luego de que sus experiencias en Congo le llevaran a volcarse por completo a su vocación por los perros.

Tal como lo relatara en diálogo con Montevideo Portal, el contacto con la violencia y la indefensión de los más débiles le llevó a concebir un proyecto único: entrenar perros callejeros como sistema de alerta temprana y protección de mujeres y niños. Estos animales podrían prestar un valioso servicio en lugares -como el mencionado país africano- donde la población civil está a menudo indefensa ante el accionar de grupos armados.

En la actualidad, Peirano ejerce como entrenador y da cursos de capacitación en la materia. También realiza tareas de apoyo emocional mediante perros entrenados, dirigidos a confortar a personas que han pasado por experiencias traumáticas, como el caso de quienes se ven afectados por inundaciones, algo tristemente frecuente en nuestro país.

En su nuevo artículo, Peirano aborda una realidad difícil y se pregunta qué organismos estatales podrían estar ejerciendo oficiosamente como perrera.


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En el trabajo con mis perros hago mucho énfasis en la socialización, por eso trato que desde temprana edad experimenten de forma positiva los estímulos, y elijo zonas públicas y ruidosas para realizar esta tarea. Uno de los entornos que elegí para socializar a Tatu, mi último cachorro, fue en los alrededores del Mercado Agrícola de Montevideo (MAM), y juntos nos encontramos con esta historia.

Aquel día, luego de recorrer las afueras del MAM, bajamos hacia el Palacio Legislativo por la calle José L. Terra y nos encontramos con tres cachorros que jugueteaban alrededor de una carpa. Me detuve a hablar con José Luis, cuidacoches de la cuadra. Él y Jesica habían encontrado esos cachorros muy pequeños, abandonados en un contenedor de residuos cercano. "No los podía dejar allí", me dijo.

Luego de dejarle toda la comida de cachorro que cargaba en mi mochila continuamos con Tatu enfocados en nuestra tarea, pero la clara decisión de aquel hombre en hacerse cargo de esas tres vidas indefensas, la carga moral que en su inocencia manifestó, siguieron dando vueltas en mi mente por varios meses. Sabía gracias a la charla que tuvimos que tenía claro que necesitaban vacunas, desparasitación y alimentación adecuada y él estaba completamente determinado a brindárselas.

Hace unos días pasé por esa calle y torcí la cabeza buscando ver esos cachorros, pero no vi nada: no había señal alguna de esos pequeños perros. Volví a casa pensando que tal vez estaban dentro de la carpa, o quizá habían escapado. Mil opciones recorrieron mi cabeza y decidí volver a hablar con José Luis y averiguar qué había sido de esos cachorros.

El pasado 12 de febrero fui hasta allí, y encontré la carpa y a José Luis y Jesica saliendo de ella para comenzar su día, pero ningún cachorro. Me contaron que los habían denunciado y que le habían intentado quitar los cachorros, que vino un camión blanco y un patrullero, que les habían sacado la carpa y tuvieron que conseguir otra pero que no dejaron que se llevaran a los cachorros.
En ese momento, y gracias a la ayuda de dos madrinas vecinas del barrio, los cachorros tenían todas sus vacunas, comían el alimento que debían comer y salían a pasear: más de lo que tienen muchos perros en casas con muchos más recursos.

Por mi mente pasó la comparación de algún video que vi de las cámaras de seguridad de un refugio, donde se ve una camioneta Audi y al conductor tirando un cachorro por encima de un portón, llevándose el pobre animalito un golpe tremendo. Me dio rabia, tristeza e impotencia. Aquellos cachorros abandonados por alguien en un contenedor habían encontrado un hogar y el apoyo de muchos vecinos. Tal vez no el más elegante, tal vez no el mejor hogar, tal vez no las mejores condiciones en su día a día, pero la peleaban juntos hombro a hombro con sus humanos.

José Luis y Jesica sabían que era cuestión de tiempo para que se los quitaran y se pusieron en campaña para buscarles un nuevo hogar, y luego de mucho esfuerzo lograron que fueran adoptados por un trabajador del MAM, quien les envía fotos periódicamente y los mantiene al tanto de su situación. Hoy permanecen juntos y gozan de un buen espacio para sus juegos.

Pero si bien esta historia tuvo un final feliz, no puedo borrar el disgusto sentido al ver la cara de José Luis y Jesica cuando me decían que los extrañan muchísimo y que si pudieran tenerlos con ellos lo harían, que eran una gran compañía para ellos. Entonces les conté que escribiría sobre ellos y les pregunté qué les gustaría decir, y lo único que José Luis pidió cuando tuvo la oportunidad de hacer escuchar su voz públicamente fue: "No por estar en la calle los tenemos mal".

Volví a casa contento por saber que los cachorros estaban bien pero con preguntas que me mordían: ¿Hasta dónde la situación social define nuestros derechos en el Uruguay de hoy? ¿No había cumplido ese humano con lo que dispone la ley en cuanto a tenencia responsable? No quiero convertirme en juez y verdugo, no puedo especificar qué organismo fue el que intentó quitarles los cachorros, pero sin duda era gubernamental. Lo que si puedo decir es que ellos tuvieron que luchar no solo contra las dificultades que viven día a día, sino contra un organismo gubernamental que muchas veces no responde ante denuncias de verdadera gravedad y sí lo hace en estos casos, cuando la difícil realidad impide defenderse, además de cargar con el prejuicio social por el que fueron denunciados ¿Tenemos tal vez una perrera funcionando en la oscuridad?

Son muchas preguntas sin respuesta que solo muestran la caótica realidad en la que nos encontramos cuando hablamos del bienestar animal en nuestro país, y que dejan en evidencia a un Estado que barre el problema debajo de la alfombra en vez de enfrentarlo. Muchos países del mundo miden la evolución de una sociedad en función de sus leyes de bienestar animal y su aplicación. Luego de haber vivido el mundo del perro en varios países y continentes, siento vergüenza al hablar con colegas de otras latitudes.

¡Despertemos Uruguay!


Andrés Peirano

apeiranok9h@gmail.com

En Facebook: K-9.H Uruguay

 


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