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#QuedateEncasa

Para leer hasta el fin del mundo

#QuedateEnCasa: diez novelas post apocalípticas para sentir que no estamos tan mal

De Vonnegut a Ballard, de Philip Dick a McCarthy, diez ficciones recomendadas que superan a la realidad.

27.03.2020 17:36

Lectura: 10'

2020-03-27T17:36:00-03:00
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Por Martín Otheguy

Quedarse en casa para cumplir la cuarentena voluntaria, que quizá pronto sea obligatoria, implica muchos desafíos. Más allá de los evidentes y más dramáticos, que son los económicos, están también los psicológicos y relacionados con el tiempo libre.

¿Para qué puede servir el aislamiento social? Para leer mucho, por ejemplo. Son varias las iniciativas que apuntan a recomendar lecturas, en especial aquellas que ayuden a tranquilizarnos y evadirnos de esta triste realidad distópica. Es por eso que quien escribe aportará lo suyo recomendando sus diez novelas POST APOCALÍPTICAS preferidas.

 Más allá de las ironías, lo bueno de leer cualquiera de estas novelas es (además de que son entretenidas, importantes, bien escritas y dicen mucho sobre la sociedad moderna) que al final uno siente que no está tan mal, aunque esté haciendo ejercicio frente a la tele como Winston de 1984 mientras afuera hace el mejor marzo de los últimos treinta años. Sabemos que esto pasará, algo que no pueden decir muchos de los protagonistas de las siguientes novelas.

No son necesariamente las mejores ni las más importantes. Hay ausencias evidentes, como El último hombre, de Mary Shelley, quizá la primera novela post apocalíptica moderna (dejemos por fuera la historia del arca de Noé) o El eterno regreso a casa, de Ursula Le Guin, pero ello se debe a que el articulista no las leyó y no por su falta de méritos. Es una selección filtrada por el gusto personal del autor y sus limitaciones, dominada mayoritariamente por hombres anglosajones.

Tampoco está La peste, de Albert Camus, por no ser estrictamente post-apocalíptica (los hechos, notablemente similares a los actuales, ocurren en una sola ciudad), pero a la luz de lo que está sucediendo vale la pena leerla: Camus acierta y anticipa al coronavirus al preocuparse más por la pandemia moral que la viral. Tampoco figura otra gran novela como El fin de la infancia, de Arthur Clarke, ya que el factor apocalíptico (spoiler alert) llega recién al final.

Aunque no esté incluida en esta selección, también cabe mencionar un ejemplo local como El exilio según Nicolás, de Gabriel Peveroni, que lidia con una Montevideo que va quedando desolada por una epidemia. Ejemplos sobre ficciones relativas al fin del mundo -un tema que obsesiona a la humanidad- sobran. Estos son solo diez para empezar.

- La Tierra permanece, de George Stewart (1949)


Un estudiante universitario es mordido por una víbora en medio de un trabajo de campo y pasa semi inconsciente varios días. Cuando despierta y vuelve a su ciudad, descubre que la civilización colapsó y la humanidad quedó prácticamente extinguida por una enfermedad infecciosa. Él es inmune gracias a la serpiente que lo picó. ¿Por qué? No lo sabemos y no importa, porque el resto del libro está dedicado a sus emocionantes esfuerzos por repoblar la Tierra y recuperar el conocimiento de la civilización perdida. Sus descendientes tienen una idea muy distinta al respecto, y al final te da ganas de abrazarlo y llorar con él.

- Galápagos, de Kurt Vonnegut (1986)


Una pandemia deja estéril a la humanidad y una crisis económica global lleva al colapso a la civilización, pero un grupo de ricos está más preocupado porque nada falte en su lujoso crucero rumbo a las Galápagos, donde el derroche es la norma incluso al borde del fin del mundo y la hambruna general. Las masas de pobres ecuatorianos no están de acuerdo con el reparto y terminan saqueando el hotel en el que se alojan antes de partir, pero no logran impedir que una decena de pasajeros llegue finalmente a una de las islas.

Lo que sigue es darwinismo puro, con un grupo de humanos escapando a la destrucción y evolucionando a lo largo de miles de años en una nueva especie peluda, acuática y felizmente con un cerebro más chico que trae menos complicaciones. O eso es lo que dice el narrador, que resulta ser un fantasma que atraviesa miles de años.

- El día de los trífidos, de John Wyndham (1951)

"¡No planten nada!", gritaría Larrañaga a los protagonistas de la novela. En este caso, no planten trífidos (plantas genéticamente modificadas), que son venenosos y tienen la capacidad de moverse, pero cuyo altísimo valor de producción (y aparente docilidad) hace que la incauta humanidad los multiplique. Obviamente que algo tiene que malir sal. Una extraña lluvia de meteoros provoca ceguera en la mayor parte de la población (de nada, Saramago) y desata el caos en la civilización. Que, obviamente, es lo que aprovechan los trífidos para apropiarse del planeta y desayunarse a los ciegos, mientras grupúsculos de humanos sobrevivientes quieren imponer su propio modelo de sociedad.

Por supuesto que al final los verdaderos monstruos no son los trífidos y que lo más interesante no es el factor catástrofe sino las intrigas humanas entre los ciegos, los videntes y los que ya eran ciegos antes del lío.

- El mundo sumergido, de J.G. Ballard (1962)

Corre el año 2145 y parece que las peores pesadillas de Greta Thunberg se cumplieron. El calentamiento global inundó al mundo, que está involucionando a una suerte de nuevo período Triásico. Pero como siempre en Ballard, lo que importa es lo que pasa adentro y no afuera. Con la humanidad arrinconada en los polos, un equipo científico llega hasta una Londres sumergida y surrealista para tomar muestras y hacer análisis, una actividad en la que pronto demuestran menos entusiasmo que esos obreros que dos por tres protagonizan videos virales de indignados.

Además de enfrentarse a piratas dementes que buscan objetos de valor en las profundidades, los científicos comienzan a tener sueños extraños y recurrentes que no son casuales ni mucho menos, y que podrían tener relación con la involución general que vive el planeta.

- La penúltima verdad, de Philip K. Dick (1964)

Dos grandes superpotencias mundiales (casi orwellianas) dan inicio a la Tercera Guerra Mundial, forzando a la población a vivir bajo tierra en unos tanques especiales, donde producen los robots encargados de luchar. En la superficie quedan los gobiernos y las élites militares, que se comunican con los refugiados a través de videos, contándoles cómo va una guerra nuclear que parece eterna y hace que la superficie sea inhabitable. Hay solo un detallecito: la guerra en realidad terminó hace tiempo y los gobiernos manipulan la información para que los de abajo sigan produciendo y sustenten sus villas lujosas.

La conspiración saldrá a la luz, pero no porque doña Roberta les mande un audio viral por Whatsapp que sorprendentemente contiene la verdad insospechada del mundo, sino por la desesperación de un hombre forzado a salir a la superficie en busca de un órgano artificial.

- La carretera, de Cormac McCarthy (2006)

La carretera hace que cualquier otro libro post apocalíptico parezca una comedia con Pablo y Pachu. Una catástrofe nunca explicada deja al mundo en un crepúsculo permanente, con el cielo siempre nublado y una capa de ceniza perenne. Casi todos los animales y casi todos los humanos murieron. Un padre y su hijo recorren una carretera abandonada rumbo al sur cargando un carrito de supermercado con unas pocas cosas y un arma con solo dos balas.

No es ese apocalipsis confortable (Brian Aldiss dixit) de tantas novelas del subgénero, en la que los sobrevivientes tienen poca oposición para tomar a gusto los objetos intactos que dejó una humanidad desvanecida. Lo único que hay en el camino es hambre, desolación, caníbales y destrucción. Pero sobre todo caníbales. Uno pensaría que sería mejor usar el libro para sacarle filo a la tapa y acabar con todo, pero hay una fuerza que empuja la historia: la inocencia del niño y el amor incombustible de su padre.

- ¡Tierra!, de Stéfano Benni (1983)

Corre el siglo XXII, pasaron seis guerras atómicas y la superficie de la Tierra es como mis vacaciones promedio: un lugar helado, inhabitable, en el que pasan cosas horribles y nunca sale el sol. La humanidad vive bajo tierra dividida en tres confederaciones (los rusos y estadounidenses están juntos), en un mejunje de aventuras que anticipan todo lo que hizo Futurama 30 años después: porno-robots, máquinas expendedoras de Coca Cola transformadas en soldados, videojuegos en los que morís literalmente y computadoras con estrés emocional.

Cuando llega un mensaje que informa sobre el descubrimiento de una nueva Tierra, un planeta igual al nuestro antes de la devastación (o de que Carmela Hontou concurriera a un casamiento), tres expediciones imposibles salen en su búsqueda.

- Un muchacho y su perro, de Harlan Ellison (1969)

El mundo está en ruinas, y todos adivinamos por qué: una catástrofe nuclear provocada por la Cuarta Guerra Mundial. Un adolescente recorre unos Estados Unidos desolados buscando solo dos cosas: sexo y comida. Quizá se comporte como un animal, pero no se puede decir lo mismo de su compañero: un perro muy educado, asqueado de la condición humana y que además es telépata, gracias a una larga historia de manipulación genética de nuestra irreflexiva civilización.

No los une el amor sino el espanto, algo que va a quedar en evidencia -aún más- cuando descubran una sociedad aparentemente civilizada que vive bajo tierra, que tiene sus propios motivos para "cazar" a los primitivos de la superficie pero que en el fondo quizá no sean tan distintos. Hay salvajismo, violencia y brutalidad sexual, pero no son gratuitas, porque todo sirve para demostrar el punto del autor, y es que los seres humanos somos realmente una porquería. No así los perros.

- Cronopaisaje, de Gregory Benford (1980)

El mundo de Cronopaisaje no está devastado por una guerra nuclear sino por la catástrofe ecológica producida por enfermedades degenerativas de las plantas y sobre todo por las floraciones algales, producto de los abusos químicos (eso sí, las cosechas de soja deben haber andado bárbaras). Ante la perspectiva de un planeta moribundo, que casi no puede cultivar alimentos, un científico tiene una gran idea, desmintiendo eso de que con hambre no se puede pensar: enviar un mensaje al pasado usando taquiones (partículas más rápidas que la luz), advirtiendo en código Morse de la catástrofe inminente, de una forma lo suficientemente vaga como para no alterar el continuo espacio temporal del que tanto nos hablaba Doc Brown. Eso, por supuesto, si el continuo espacio temporal lo deja.

 En el pasado, otro joven científico capta las señales durante un experimento, se da cuenta de que algo extraño sucede y se pasa medio libro luchando con el escepticismo, la burocracia y las pequeñeces del mundo académico. Si logra o no detener la debacle abre toda una serie de paradojas temporales que el autor surfea con elegancia, aunque el peso del libro de física a veces le tambalee la tabla.

- Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago (1995)

El primer apocalipsis de esta novela es el de la puntuación. Saramago desoye todas las convenciones sobre los puntos y comas, y sin embargo logra que la lectura sobreviva intacta. A los personajes no les va tan bien. Una enfermedad deja progresivamente ciega a toda la humanidad. ¿Toda? ¡No! Una irreductible mujer -a la que solo se identifica como "la mujer del médico"- resiste a la pandemia y se convierte en los ojos que permiten apreciar la debacle al lector.

Mientras el gobierno intenta detener el contagio con medidas represivas y a veces francamente ineptas, la amoralidad campea y triunfa en un mundo de gente vulnerable. Pero ahí permanece "la mujer del médico", la reserva ética de la historia. Las metáforas están a la orden del día en una novela en que nadie es identificado por su nombre sino por lo que hace, como astutamente planea "el escritor portugués".

Por Martín Otheguy