"Al Bocha lo conocí cuando la editorial estaba en la calle Yí, allá por 1968 o 1969. Recuerdo cuando vino en vacaciones -porque daba clases- con dos chiquilines con guitarras, que eran nada menos que Darnauchans y 'el Larva' Larbanois", recuerda Abella. El escritor y los jóvenes ejecutantes venían a poner música a un cancionero del poeta tacuaremboense, y causaron una fuerte impresión en los presentes.

"Tocaban en nuestro local, que era un desbole gigantesco", cuenta el editor, recordando que el comunicador Jorge Traverso hizo una vez referencia al tremendo olor a papas fritas que había en la editorial, flanqueada por dos restaurantes.

"Desde que publicamos su libro Poema de la Ciega (1968) La relación de Benavides con la editorial fue constante", narra el editor. "Cuando lo destituyeron (en tiempos de la dictadura militar) se vino a Montevideo. Fue cobrador de la editorial, y su esposa Nené repartió por muchos años los libros de la colección Lectores de Banda Oriental". Esa fue la fuente de ingresos de la familia durante un tiempo "hasta que el Bocha comenzó a hacer radio en CX 30".

Más allá de estos datos anecdóticos, el escritor contribuyó de muchas otras maneras con la editorial. "Nos hizo montones de prólogos, nos asesoró en cantidad de títulos, muchas traducciones", citando como ejemplo la obra del brasileño João Guimarães Rosa.

Abella estuvo en contacto con Benavides hasta el final. "Hace una semana le llevé al sanatorio un adelanto de su futuro libro para que lo viera, porque temía que podía pasar lo que pasó, ahora estoy preparando un homenaje", dice, visiblemente conmovido.

Las clases del profesor

"El Bocha fue un bruto poeta", expresa categóricamente Abella, ponderando a modo de ejemplo su viejo libro de Milongas, textos que son "de una sencillez infinita y una simpleza total para el lector, pero a la vez tienen una belleza casi de Antonio Machado".

En cuanto a su obra en general, Abella señala que su rol de poeta, compositor, su aporte a la música, sus traducciones, han sido estudiados al menos parcialmente. Sin embargo, hay una faceta de Benavides infravalorada y poco glosada.

"Hace poco estuvo por acá Roberto López Belloso (periodista cultural del semanario Brecha) y me habló de su interés en la tarea docente del Bocha, que consideraba como un aspecto poco estudiado en su carrera", algo con lo que concordó.

Alcides Abella. Foto: Gerardo Carrasco

"El Bocha fue un docente absolutamente de raza: desde Tomás de Mattos para acá, todos los alumnos hablan maravillas de él. Cuando vino la democracia y recuperó su categoría, ya estaba para ser inspector, o al menos director, pero renunció a todo porque él quería seguir enseñando a los chiquilines, y se quedó dando clases en el Liceo Miranda", rememora, enfatizando que ejerció la docencia en la Facultad de Humanidades hasta hace unos meses.

"La versatilidad del Bocha era tremenda, pero de todas sus facetas, la que él más quería era la de profesor, y a eso no le dan pelota porque hoy la figura del docente está muy devaluada. Lo que más le gustaba era enseñar y hacerlo bien, y no quería saber nada con estar de burócrata o haciendo papeleo detrás de un escritorio", asegura.

La energía del poeta

En cuanto a su rol como poeta, lo calificó como "un creador torrencial", que escribía sin pausa y "siempre tenía como cinco libros en la vuelta, por editar".

Dueño de un carácter fuerte "pero muy generoso", Benavides no era afín a frecuentar los altos círculos intelectuales. "A la Dirección de Cultura iba sólo si lo llamaban, no se mostraba en ningún ambiente, y eso hizo que mucha gente no lo conociera", refiere.

A la hora de considerarlo en toda su magnitud, Abella recuerda que el vate tacuaremboense "era descollante en todo lo que hacía", más allá de su aporte al canto popular "que es de lo que más se está hablando por estos días".

"Yo siempre decía el día que se muriera el Bocha se iban a dar cuenta de lo que es, porque creo que hasta ahora no se tiene idea del enorme volumen de su obra", concluye.

Obra póstuma

El próximo miércoles se presentará el último libro de Washington Benavides, un poemario titulado "El doctor, el mago y el juglar", del que ofrecemos un adelanto, por cortesía de Banda Oriental.


No puedo despedirte, Tomás de Mattos...

No puedo despedirte, Tomás de Mattos:
Ya sé que debes irte
Donde no hay bibliotecas,
Ni arrebatos,
Pero tal vez, quién dice,
Con un arpa de lata
Un niño te maltrata, cosa que no creo,
Como lo que me dice el benteveo...
Pero lo cierto, no verás perdices,
Y sí las palomas caferatas
Y grises
De tu Montevideo.
Aunque tal vez desearas
Casitas de la Sexta
O ranchos de terrón allá por Clara.
Llevarías seguramente a Salambó
El Proceso inseguro
Y escucharías las blasfemias
Del Capitán Ahab y su condena
De la Blanca Ballena
(Que ha sido siempre tu enemigo,
Y de eso soy testigo).
Tengo La Biblia que me regalaste
Con su dedicatoria.
Ya no creías por entonces
Lo que te habían presagiado
Del profe rojo de Preparatorios,
De sus paganos bronces,
Y de sus clases el puro jolgorio...
Te topaste
Con el pobre Job
Y con Juan de la Cruz, la Llama Viva.
Como entonces, el rojillo
No nos dejaba a la deriva
Y se jugaba hasta los calzoncillos
Con Kafka, desesperado, en una lucha
Que casi nadie escucha.
Tomás, no puedo
Soltarte la mano gordezuela,
El solo gesto me consuela
Y me aleja del miedo...
Así que: hasta mañana
Gran Tomás,
No vengas muy temprano,
Quiero dormir un poco más
Y en paz.
-Washington escribió estas líneas
Que no podrán posar en ellas
Golondrinas
Y no nivelarán a las estrellas
Releerte despacio a la sordina,
Tirado sobre el pasto y sin querellas
Pero el alma (que existe) muy mohína...

(W.B., un triste 21 de marzo de 2016, Montevideo)

Cantiga del Doctor y el Mago

Doctor y Mago
-de distinto pago-
Unidos solamente
Por el fondo cristiano.
Uno era agnóstico
Y el otro enérgico creyente.
Pero
El conocer del mundo
Sus cuévanos secretos
Los lanzaba directos
A lo hermoso y lo inmundo,
A las fieras, los mitos, los errores
Vulgares, a los muertos
En tierra, mucho más perdurables
Que palacios notables,
Que aquellos monumentos
Que se volvieron polvo,
Y perduran, en tanto,
Los restos cenicientos,
«El Tiempo ha perdonado
El Epitafio del caballo de Adriano
Y ha aniquilado el suyo».
Y la Esfera-Dios,
Y la Biblioteca-Universo...
El viento sopla
Con terrible ola.
Detengo mi cantar:
Silencio la mandola...
Los dos caballeros, por consenso,
Duplicaron la copa de vino
Del juglar. Por un instante
El mundo no parecía tan inmenso.
Los tres hombres formaron
Un trío muy campante...
Mientras las sombras acechaban fuera...

(W.B., se vio obligado a esta larga adenda, que ojalá te resulte
provechosa. Abril de 2016, Montevideo)