En las montañas de la región de Abruzzo, en el centro de Italia, se encuentra la pequeña localidad de Scanno, un sitio donde el tiempo parece haberse detenido hace siglos. Todo el lugar parece una postal de hace siglos, y no solo por su arquitectura: también está Margherita Ciarletta, quien a los 94 años parece una reliquia viva de épocas desaparecidas.
Conocida por los lugareños como “l'ultima regina” (la última reina), es la única habitante que todavía viste el traje tradicional que usaron generaciones de mujeres en el pueblo desde la edad media. Y no se pone ese atuendo solo para ocasiones especiales. Por el contrario, es su ropa de uso diario.
Reservada, ingeniosa y ferozmente independiente, Margherita vive en la misma casa de piedra desde 1950 y, a pesar de su edad, todavía maneja su rutina sola y sin ayuda.
Cada mañana se levanta, limpia la casa, arregla el jardín y luego cocina platos tradicionales para sus nietos. En las tardes, suele salir a hacer sus diligencias por las calles del pueblo, siempre con su vestido de lana oscura de manga larga, una diadema de algodón y detalles en blanco o azul oscuro.
Entrevistada por la cadena CNN, cuenta que comenzó a usar el traje típico a los 18 años, y nunca lo abandonó. "Siempre me ha gustado este atuendo y estoy orgullosa de usarlo", asevera. Y si bien reconoce que a su difunto esposo no le agradaba tanto esa ropa, a ella ni se le pasó por la cabeza dejar de vestirla.
Durante siglos, las mujeres de Scanno vistieron dos tipos de vestimenta tradicional: una sencilla para el día a día en el campo, y otra más elaborada, con bordados y corpiño decorado, reservada para ocasiones especiales.
Hoy, algunos residentes todavía usan las prendas tradicionales en desfiles, aniversarios o eventos especiales, pero solo Margherita lo hace a diario, y eso la convirtió en una especie de ícono cultural.
Muy fotografiada e “instagrameable”, la nonagenaria se hizo conocida sin quererlo. Ahora, cuando los turistas llegan a Scanno, no se contentan con los paisajes montañosos y la iglesia barroca: muchos recorren las calles, golpean puertas y preguntan a los lugareños por “la última reina”, demandada para videos, selfies y hasta entrevistas.
Acostumbrada a una vida sencilla y de bajo perfil, a Margherita la fama le cae más bien regular. Desde que es una celebridad, se ha visto en la necesidad de echar a grupos de turistas que se metían en su casa sin permiso, y también ha rechazado entrevistas televisivas.
Sin embargo, no le molesta que le saquen fotos a ella o a su casa, siempre que lo hagan con respeto.
"No soy una celebridad. Solo soy una abuela común y corriente, orgullosa de sus raíces rurales", explica.
Una mujer de pueblo
Nacida y criada en Scanno, Margherita siempre vivió en el pueblo. Nunca viajó al extranjero y solo salió de su localidad en pocas ocasiones.
Pese a su “conservadurismo indumentario”, ha acompañado las transformaciones de la comunidad: a principios del siglo XX, Scanno era un pueblo agrícola y pastoril. Pequeño, sí, pero activo y albergaba a más de cuatro mil personas.
Con el tiempo, su gente migró hacia las grandes ciudades y al extranjero. Hoy cuenta con solo 1.600 vecinos, y el turismo es su principal medio de ingresos.
Con mirada serena y palabras claras, Margherita describe una juventud dedicada al trabajo duro en los pastos, recogiendo leña, sembrando y cuidando ovejas. Sin embargo, no se muestra nostálgica acerca de esos tiempos bucólicos.
"La vida que llevo hoy es mucho mejor. Tengo tiempo para mí, descanso y he aprendido a valorar el ocio. Trabajé hasta los 70 años y ahora disfruto de ser abuela; estoy contenta con mi vida", dice con una sonrisa.
Patrimonio viviente
Quienes tomaron buena nota de la fama de Margherita fueron las autoridades culturales de la región, que ahora están tratando de registrar oficialmente los trajes tradicionales de Scanno como patrimonio cultural inmaterial de la UNESCO, un reconocimiento que ayudaría a preservar el legado de generaciones y garantizar que historias como la de Margherita no se pierdan en el tiempo.
Ella, por su parte, vive su día a día sin muchas pretensiones. Prepara sfoglia
y ñoquis caseros con nabos para sus nietos. “Son maravillosos y me cuidan
constantemente”, dice sobre ellos. También pasea por el pueblo con su bastón —que
no siempre necesita— y atrae todas las miradas con su austera elegancia: no
porta ningún objeto de lujo, pero parece llevar siglos de historia en los
pliegues de su vestido.
"Extraño algunas tradiciones, extraño a mi esposo y extraño los días en que había más vecinos. Antes nunca estaba sola. Ahora, a veces, sí lo estoy", dice con sinceridad.
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