Por The New York Times | Max Fisher
Las fuerzas sociales y psicológicas se combinan para hacer que compartir y creer en información errónea sea un problema endémico que no tiene una solución fácil.
Existe una gran posibilidad de que al menos uno de estos rumores, todos falsos, te hayan llegado como un hecho real: que el presidente Biden planea obligar a los estadounidenses a comer menos carne; que Virginia está eliminando las matemáticas avanzadas en las escuelas para promover la igualdad racial; y que los funcionarios fronterizos están comprando ejemplares del libro de la vicepresidenta Kamala Harris para distribuirlos, de manera masiva, entre los niños refugiados.
Todos fueron amplificados por actores partidistas. Pero es igualmente probable que hayas entrado en contacto con esos rumores, a través de alguien que conoces. Y es posible que te hayas percatado de que estos ciclos de indignación, alimentados por la falsedad, se siguen repitiendo.
Estamos en una era de desinformación endémica, y desinformación absoluta. Muchos malos actores están contribuyendo a que avance esa tendencia. Pero, según algunos expertos, los verdaderos impulsores son las fuerzas sociales y psicológicas que hacen que las personas sean propensas a compartir y a creer en la información errónea en primer lugar. Y esas fuerzas están aumentando.
“¿Por qué las percepciones erróneas sobre temas polémicos en la política y la ciencia son aparentemente tan persistentes y difíciles de corregir?”, escribe Brendan Nyhan, un politólogo de Dartmouth College, en un nuevo artículo publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences.
No es por falta de buena información, que es omnipresente. De todos modos, la exposición a buena información no inculca de manera confiable creencias precisas. Más bien, escribe Nyhan, un creciente cuerpo de evidencias sugiere que los principales culpables son “las limitaciones cognitivas y de memoria, motivaciones direccionales para defender o apoyar alguna identidad de grupo o creencia existente, y los mensajes de otras personas y élites políticas”.
En pocas palabras, las personas se vuelven más propensas a la información errónea cuando suceden tres cosas. Primero, y quizás lo más importante, es que esto pasa cuando las condiciones sociales hacen que las personas sientan una mayor necesidad de lo que los científicos definen como la agrupación interna: la creencia de que su identidad social es una fuente de fuerza y ??superioridad, y que se puede culpar a otros grupos por sus problemas.
Por mucho que nos guste pensar que somos seres racionales y que anteponemos la búsqueda de la verdad por encima de todo, somos animales sociales preparados para la supervivencia. En tiempos de conflicto o cambio social, buscamos la seguridad en grupos. Y eso hace que estemos ansiosos por consumir información, verdadera o no, que nos permite ver el mundo como un conflicto que enfrenta a nuestro grupo interno contra un grupo externo malvado.
Esa necesidad puede surgir de una sensación de desestabilización social. Como resultado, la desinformación suele prevalecer entre las comunidades que se sienten desestabilizadas por cambios no deseados o, en el caso de algunas minorías, impotentes frente a las fuerzas dominantes.
Enmarcar todo como un gran conflicto contra enemigos intrigantes puede resultar enormemente reconfortante. Y, por eso, es probable que el mayor culpable de nuestra era de desinformación sea, más que cualquier desinformador en particular, el aumento de la polarización social que definió esta era.
“A nivel masivo, las mayores divisiones partidistas en la identidad social están generando una intensa hostilidad hacia los partidarios de la oposición”, lo que “aparentemente ha aumentado la vulnerabilidad del sistema político a la desinformación partidista”, escribió Nyhan en otro artículo.
La creciente hostilidad entre las dos mitades de Estados Unidos alimenta la desconfianza social, lo que hace que la gente sea más propensa a los rumores y la falsedad. También hace que la gente se aferre mucho más a sus identidades partidistas. Y una vez que nuestro cerebro cambia al modo de “conflicto basado en la identidad”, nos volvemos desesperadamente hambrientos de información que reafirme ese enfrentamiento de nosotros contra ellos, y nos preocupamos mucho menos por cosas como la verdad o la precisión.
En un correo electrónico, Nyhan dijo que puede ser metodológicamente difícil precisar la relación exacta entre la polarización general en la sociedad y la desinformación general, pero existe evidencia abundante de que un individuo con puntos de vista más polarizados se vuelve más propenso a creer falsedades.
El segundo impulsor de la era de la desinformación es el surgimiento de figuras políticas de alto perfil que alientan a sus seguidores a seguir adelante y satisfacer su deseo por la desinformación que reafirma su identidad. Después de todo, una atmósfera de conflicto político total a menudo beneficia a esos líderes, al menos a corto plazo, porque logra que tengan el respaldo de la gente.
Y luego está el tercer factor: el cambio que significan las redes sociales, que son una salida poderosa para los productores de desinformación, un vector generalizado de desinformación en sí y un multiplicador de los otros factores de riesgo.
“Los medios de comunicación han cambiado, el entorno ha cambiado y eso tiene un impacto potencialmente grande en nuestro comportamiento natural”, dijo William J. Brady, psicólogo social de la Universidad de Yale.
“Cuando publicas cosas, eres muy consciente de la retroalimentación que recibes, la retroalimentación social en términos de me gusta y compartidos”, dijo Brady. Entonces, cuando la información errónea apela a los impulsos sociales más que a la verdad, recibe más atención en línea, lo que significa que la gente se siente recompensada y animada por difundirla.
“Dependiendo de la plataforma, especialmente, los humanos son muy sensibles a la recompensa social”, dijo. Las investigaciones demuestran que las personas que reciben comentarios positivos por publicar declaraciones incendiarias o falsas tienen muchas más probabilidades de volver a hacerlo en el futuro. “Eso te afecta”.
En 2016, los expertos en medios Jieun Shin y Kjerstin Thorson analizaron un conjunto de datos de 300 millones de tuits de las elecciones de 2012. Descubrieron que los usuarios de Twitter “comparten selectivamente mensajes de verificación de hechos que animan a su propio candidato y denigran al candidato del partido contrario”. Y cuando los usuarios encontraron alguna verificación de hechos que revelaba que su candidato se había equivocado en algo, su respuesta no fue enojarse con el político por mentir. Sino que atacaron a los verificadores de hechos.
“Hemos descubierto que los usuarios de Twitter tienden a retuitear para mostrar aprobación, discutir, llamar la atención y entretener”, escribió el investigador Jon-Patrick Allem el año pasado, resumiendo un estudio del que era coautor. “La veracidad de una publicación o la precisión de una afirmación no fue identificada como una motivación para retuitear”.
En otra investigación, publicada el mes pasado en Nature, un equipo de psicólogos rastreó a miles de usuarios que interactuaban con información falsa. A los republicanos que participaron en el estudio se les mostró un titular falso sobre personas migrantes que intentaban ingresar a Estados Unidos (“Más de 500 migrantes de una caravana fueron arrestados con chalecos suicidas”) y, en su mayoría, lo identificaron como falso; solo el 16 por ciento lo consideró exacto. Pero, si los investigadores les preguntaban si compartirían el titular, el 51 por ciento dijo que lo harían.
“La mayoría de la gente no quiere difundir información errónea”, escribieron los autores del estudio. “Pero el contexto de las redes sociales centra su atención en factores distintos a la verdad y la precisión”.
En una sociedad altamente polarizada como la de Estados Unidos hoy en día —o India, o algunas partes de Europa— esos incentivos favorecen mucho la solidaridad intragrupal y la derogación fuera del grupo. No suelen inclinarse hacia la realidad consensuada o los ideales abstractos de precisión.
A medida que las personas se vuelven más propensas a la desinformación, los oportunistas y charlatanes también mejoran con el fin de explotar esa situación. Eso puede significar populistas demoledores que se levantan con las promesas de aplastar a las élites poderosas y controlar a las minorías. También puede significar que agencias gubernamentales o grupos de atacantes informáticos independientes provoquen divisiones sociales en el extranjero para su beneficio. Pero las raíces de la crisis son más profundas.
“El problema es que cuando nos encontramos con puntos de vista opuestos en la época y el contexto de las redes sociales, no es como cuando te sentabas a leer el periódico”, escribió la socióloga Zeynep Tufekci en un artículo de MIT Technology Review que ha sido muy difundido. “Es como si escucharámos a los del equipo contrario, mientras estamos sentados con nuestros compañeros fanáticos en un estadio de fútbol. En línea, estamos conectados con nuestras comunidades y buscamos la aprobación de nuestros compañeros de ideas afines. Nos vinculamos con nuestro equipo gritándole a los fanáticos del otro”.
En un ecosistema donde ese sentido del conflicto de identidad lo consume todo, escribió, “la pertenencia es más fuerte que los hechos”.
Max Fisher es un periodista y columnista internacional radicado en Nueva York. Ha reportado desde los cinco continentes sobre conflictos, diplomacia, cambios sociales y otros temas. Escribe The Interpreter, una columna que explora las ideas y el contexto detrás de los principales eventos mundiales. @Max_Fisher • Facebook Rumors and Misinformation Social Media Twitter
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