Por María Noel Domínguez
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Con su nuevo libro La crueldad , la escritora y psicóloga Cynthia Wila se adentra en uno de los aspectos más incómodos de la condición humana.
Decir “todos somos crueles” es, en los tiempos que corren, una sentencia incómoda. Pero Cynthia Wila no rehúye el vértigo: lo abraza con lucidez y profundidad en La crueldad (Tusquets), un ensayo que combina psicoanálisis, filosofía, arte y vida cotidiana para pensar lo más oscuro de lo humano sin resignación. En esta entrevista con Montevideo Portal , reflexiona sobre los matices entre sinceridad y violencia, la herencia del dolor, las formas contemporáneas del daño y la necesidad urgente de volver al cuerpo y al vínculo.
Cuán valiente es hoy sentenciar que “Todos somos crueles”, tal cual afirma más en el libro. Funciona ser menos crueles si trabajamos por ejemplo con algunos límites personales sin necesidad de autocensurarnos. Por ejemplo, están aquellos que dicen sus verdades más crudas excusados en “soy frontal”. ¿Es un valor serlo? Parece necesario matizar “la verdad” en algunas circunstancias.
Dependiente. A veces ser frontal implica no generar más ilusiones en el otro. Por ejemplo, se puede ser honesto con alguien que te ama ya quien vos ya no querés. De cualquier modo, eso no implica ser cruel. Se pueden decir cosas incómodas con palabras que no sean hirientes, por más que el mensaje –“ya no te amo”, en este caso- sea doloroso. Pero no todas las verdades están para ser dichas, y menos en cualquier momento y de cualquier manera. En el libro cuento acerca del suicidio de una madre cuyo hijo tiene cinco años. ¿Hay que contarle a un niño que su mamá se mató? Los chicos no tienen las herramientas psíquicas necesarias para elaborar ciertas emociones traumáticas. A veces, los adultos tampoco las tenemos. Entonces, como dijo Umberto Eco alguna vez, “no todas las verdades son para todos los oídos.
Hay muchas referencias literarias, inteligentes y precisas y varias referencias a la mitología que reflejan la crueldad en todos los tiempos. ¿Es un tema que te inquieta desde hace años?
Siempre me perturbó el tema. Tal vez porque la familia de mi abuelo, mi familia, fue asesinada por los nazis. Yo crecí viendo el dolor y la impotencia en sus ojos. Tal vez por eso también, decidí ser abogada desde muy chica. Tenía una especie de sesgo de un pasado arbitrario que buscaba justicia por todas partes. Una justicia que no llegó. Jamás llega lo justo cuando pasa el tiempo. Lo justo, lo noble, hasta lo valioso, se percibe en el presente. Los actos futuros no pueden convertir en flores lo que fue un campo de minas. Con la muerte de mi padre se reinstaló el tema en mi cabeza y empecé a pensar en la crueldad que surge cuando alguien que amamos se va, o en la crueldad que queda entre los vivos. Crueldad de los mueren y nos deja, crueldad de la vida que nos separa, crueldad del olvido que no llega. Y aparecieron las ganas de escribir este libro.
El odio o las ganas de revancha, te mantiene atado a esa persona de la que te quieres vengar.
Cuando se hace referencia a los casos clínicos, queda reflejado en algunos de ellos lo que llegamos a pensar cuando, por ejemplo, nos engaña una pareja. En la sociedad argentina, con algunos casos sobreexpuestos de divorcios escandalosos, surgen a diario voces dueñas de una moral superior opinando todos los días. ¿No es algo “humano”, por lo menos pensar en una venganza o en un deseo de algo “malo” cuando enfrentamos una ruptura o un desengaño?
Sí, es humano porque el ser humano es cruel. Nos registramos una energía destructiva que los analistas llamamos “pulsión de muerte”. Un impulso a destruir o destruirnos. Aunque no todas las personas viven una traición de la misma forma. Y por suerte no siempre le deseará el mal al traidor. Hay quienes simplemente salen del juego, se van, se alejan, dan vuelta la página, por más que eso cueste mucho dolor. Saben que hacer el duelo es mejor que la venganza. Porque el odio o las ganas de revancha, te mantiene atado a esa persona de la que te quieres vengar. La única posibilidad de separación emocional es la que surge cuando terminamos el proceso de duelo. Si alguien engañado arma su vida, su pensamiento e incluso sus decisiones futuras a las ganas de vengarse, sigue en esa relación. Y no solo rifa su tiempo, también está destrozando su amor propio.
Me pareció extraordinario el concepto de “panóptico digital”. ¿Lo venís trabajando hace tiempo? Al igual que la idea de que “somos seres consumidores de otros”.
Es un tema que vengo pensando hace años. Vivimos en una cárcel tecnológica. Y eso es preocupante porque no solo comprometemos nuestra atención emocional, lo más enigmático y rico que tiene la vida, sino que estamos sacando de juego el cuerpo. Hoy el cuerpo y la sensibilidad, la kinesia , está afuera, interrumpida por una pantalla, por las plataformas, las redes, las apps , los videojuegos, todo el entramado digital que nos captura. Y nos deja aislados. Aunque creamos que la tecnología nos conecta con otros, en rigor, nos saca de nosotros. El yo es, antes que nada, un yo corporal, decía Freud. En esta época el yo está comprometido con el celular o las pantallas digitales. Queda encerrado ahí. Dentro del aparato. Y fuera de la vida. Por eso, hoy los adolescentes tienen tantos problemas de comunicación, lo cual parece una ironía. Les cuesta escribir, expresar emociones o generar vínculos comprometidos e identidades confiables que perduren. Todo es fugaz. Las palabras, el tiempo dedicado a otros ya sí mismo, y el amor. Porque se trata de acelerar el ritmo, de no pensar, de ser intermitente. Por eso, las patologías actuales tienen que ver con los ataques de ansiedad y la depresión. Porque la soledad vive sin amor, deprime.
Y junto con eso lo que le decís a tus pacientes de “la mejor manera de ser libres es dejar de mirar a los demás”. Eso podría hacernos cambiar radicalmente la forma de vivir.
Me parece que es necesario parar, dejar de mirar tanto a los demás. Vivimos en una época donde todos se miran y todos nos miran. Donde para ser aceptado hay que exponerse a la vidriera: los otros tienen que verte y gustar lo que haces. De lo contrario, te apartan, te cancelan, o –lo que es peor- pueden arruinar tu nombre, tu estimación, tu vida.
Planeta
El libro
Un ensayo valiente sobre el origen de lo humano.
Todos somos crueles. En mayor o en menor medida, la crueldad habita en cada uno de nosotros. Disfrazada de las más diversas maneras, oculta detrás de distintos nombres, acecha desde el comienzo de los tiempos. Si los dioses fueron crueles, ¿qué nos queda a nosotros, simples mortales a merced de las tormentas de nuestra condición humana? ¿Hay salida de este laberinto?
Cynthia Wila decide hacer suyo el viaje al corazón de la noche, a ese lado brumoso de lo humano. El resultado de la travesía es un libro valiente, indispensable para entender no solo el porqué de las grandes tragedias de la historia, sino, también, las formas cotidianas que toma la crueldad en el presente de la mano de la tiranía de la belleza, la indiferencia, las nuevas tecnologías y el maltrato amoroso.
Con una fuerte impronta psicoanalítica y filosófica, sin dejar de lado el arte, el cine, la literatura y la música, La crueldad se nutre de lo mejor de la tradición ensayística para devolverle al mundo –a nosotros– una melodía que lo haga algo más amable. Por eso, apela a Wila, retomar ese vínculo casi olvi-dado entre ética y estética se hace hoy más necesario que nunca. Porque es restituirle valor a ese espacio entre el grito desesperado y el susurro lacerante en el que habita la palabra que calma. Es volver a mirarse a los ojos para reconocer en el otro –en nosotros– ese universo infinito de luces, de sombras, que es, ni más ni menos, raíz y fruto de nuestro propio origen.
Por María Noel Domínguez
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