Por The New York Times | Adam Mastroianni

Quizá no haya ninguna otra promesa política más potente o universal que la de restaurar una edad de oro. De César Augusto a los Médici y Adolf Hitler, así como el presidente de China Xi Jinping, el presidente de Filipinas Ferdinand “Bongbong” Romualdez Marcos Jr. y el “”Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo” de Donald Trump, al igual que el “Estados Unidos está de vuelta”, de Joe Biden, los líderes han llegado al poder prometiendo un regreso a los buenos tiempos dorados.

Lo que estos mitos políticos tienen en común es la idea de que la edad de oro no es ahora. Quizá llevamos siglos pasando de ángeles a demonios y la gente solo se ha dado cuenta ahora de los cuernos que brotan en la frente de sus vecinos.

Pero creo que hay un error, un conjunto de sesgos cognitivos, en el cerebro de las personas que hace que perciban una caída en desgracia incluso cuando no ha sucedido. Mi colega Daniel Gilbert, de la Universidad de Harvard, y yo encontramos pruebas de ese fallo, que hace poco publicamos en la revista Nature. Aunque investigadores anteriores han teorizado sobre por qué la gente puede creer que las cosas han empeorado, nosotros somos los primeros en investigar esta creencia en todo el mundo, comprobar su veracidad y explicar de dónde procede.

Primero, recabamos 235 encuestas con más de 574.000 respuestas en total y descubrimos que, de manera sorprendente, las personas creen que la humanidad es menos amable, honesta, ética y moral ahora que en el pasado. La gente ha creído en este declive moral al menos desde que los encuestadores empezaron a preguntar al respecto en 1949, lo creen en todos y cada uno de los países que han sido encuestados (59 y subiendo), creen que ha estado ocurriendo toda su vida, así como que sigue ocurriendo hoy en día. Encuestados de todo tipo (jóvenes y mayores, liberales y conservadores, blancos y negros) coinciden en que la edad de oro de la bondad humana ya pasó.

También encontramos evidencia sólida de que la gente está equivocada en lo que respecta a este declive. Recabamos cada encuesta que preguntaba sobre el estado actual de la moralidad: “¿El día de ayer lo trataron con respeto?”, “En los últimos 12 meses, ¿ha dedicado su tiempo a una causa benéfica?”, “¿Con qué frecuencia se enfrenta a la falta de cortesía en el trabajo?”. En 140 encuestas y casi 12 millones de respuestas, las respuestas de los participantes no cambiaron de manera significativa a lo largo del tiempo. Cuando se les pidió que evaluaran el estado actual de la moralidad en Estados Unidos, por ejemplo, las personas dieron respuestas casi idénticas entre 2002 y 2020, pero también informaron de un descenso de la moralidad cada año.

Los datos de otros investigadores han mostrado incluso una mejora moral. Los científicos sociales llevan décadas midiendo los índices de cooperación entre desconocidos en juegos económicos de laboratorio y un metaanálisis reciente encontró —contrario a las expectativas de los autores— que la cooperación aumentó 8 puntos porcentuales en los últimos 61 años. Cuando se pidió a los participantes que calcularan ese cambio, pensaron de manera equivocada que las tasas de cooperación habían disminuido 9 puntos porcentuales. Otros han documentado la creciente infrecuencia de las formas más atroces de inmoralidad humana, como el genocidio y el maltrato infantil.

Esta ilusión de declive moral podría ser resultado de la combinación de dos fenómenos psicológicos bien establecidos. En primer lugar, está la exposición sesgada: la gente encuentra y presta más atención a la información negativa sobre los demás, como las maldades y fechorías que aparecen en las noticias y que dominan nuestras conversaciones.

En segundo lugar, está la memoria sesgada: la negatividad de la información negativa se desvanece más rápido que la positividad de la información positiva. Por ejemplo, cuando te deja una pareja, duele en el momento, pero a medida que racionalizas, reformulas y te distancias del recuerdo, el escozor desaparece. En cambio, el recuerdo de haber conocido a tu actual pareja quizá aún te hace sonreír.

Cuando juntas estos dos mecanismos cognitivos, puedes crear una ilusión de declive. Gracias a la exposición sesgada, las cosas se ven mal todos los días. Pero gracias a la memoria sesgada, cuando piensas en el ayer, no recuerdas que las cosas fueran tan malas. Cuando estás en un páramo pero recuerdas un país de las maravillas, la única conclusión razonable es que las cosas han empeorado.

Esa explicación coincide bastante bien con otros dos hallazgos sorprendentes. En primer lugar, la gente exime a sus propios círculos sociales del declive; de hecho, piensan que las personas que conocen son más agradables que nunca. Esto podría deberse a que la gente encuentra más información positiva sobre las personas que conoce, lo cual, según predice nuestro modelo, puede crear una ilusión de mejora.

En segundo lugar, la gente cree que el declive moral comenzó después de su llegada a la Tierra; ven a la humanidad como virtuosa de forma estable en las décadas anteriores a su nacimiento. Esto sugiere en particular que la memoria sesgada desempeña un papel en la producción de la ilusión.

Si estos sesgos cognitivos funcionan en tándem, nuestra susceptibilidad a los mitos de la edad de oro tiene mucho más sentido. Nuestra atención sesgada significa que siempre sentiremos que vivimos en tiempos oscuros y nuestra memoria sesgada, que siempre sentiremos que el pasado fue mejor.

Según una encuesta de 2015 del Centro de Investigaciones Pew, un 76 por ciento de los estadounidenses cree que una de las prioridades del gobierno debería ser “abordar el deterioro moral del país”. La buena noticia es que este deterioro no se ha producido. La mala noticia es que la gente cree que sí.

Mientras creamos en esta ilusión, seremos susceptibles a las promesas de aspirantes a autócratas que afirman que pueden devolvernos a una edad de oro que existe en el único lugar donde ha existido una edad de oro: nuestra imaginación. Este artículo apareció originalmente en The New York Times. Tu cerebro te ha engañado para que pienses que todo es peor (Anastasiia Sapon para The New York Times).