La Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió que alrededor de 1.200 millones de niños y niñas de entre 0 y 18 años sufren castigos físicos en sus hogares cada año, una cifra alarmante que pone de relieve la magnitud global de esta forma de violencia infantil. El dato surge de un informe reciente que analiza el impacto de esta práctica en la salud, el desarrollo y el bienestar emocional de los menores.
El castigo corporal —que incluye desde nalgadas hasta agresiones más severas como golpes en la cabeza o la cara— está ampliamente extendido en todos los continentes, con cifras especialmente elevadas en países de África y Centroamérica, donde el 70 % de los niños también son castigados físicamente en las escuelas. En contraste, en regiones como el Pacífico Occidental, el índice baja al 25 %.
El director del Departamento de Determinantes de la Salud, Promoción y Prevención de la OMS, Etienne Krug, fue tajante:
“El castigo corporal no ofrece ningún beneficio y conlleva múltiples riesgos. Es una práctica nociva que debe terminar”.
En los 58 países analizados, un 17 % de los niños castigados en el último mes sufrieron formas de violencia consideradas "severas", incluyendo golpes repetidos o en zonas vulnerables del cuerpo. La OMS enfatiza que esta violencia no solo genera lesiones físicas inmediatas, sino que también provoca alteraciones en el desarrollo neurológico, respuestas biológicas al estrés y una mayor vulnerabilidad emocional, con consecuencias que pueden extenderse hasta la adultez, como depresión, ansiedad o riesgo de suicidio.
También se identificaron factores de riesgo asociados: hijos de padres con historial de consumo problemático, salud mental afectada o antecedentes de haber sido castigados físicamente, así como contextos marcados por la pobreza, el racismo o la discriminación.
A nivel social, los niños expuestos a castigos corporales muestran mayores niveles de conductas agresivas, dificultades académicas y propensión a la violencia y conductas antisociales en la adultez, perpetuando ciclos intergeneracionales de violencia.
Aunque cada vez más países prohíben legalmente estas prácticas, la persistencia de creencias culturales en su eficacia plantea un desafío. Por ello, la OMS insiste en que la legislación debe ir acompañada de campañas de concienciación y apoyo directo a familias y educadores, para promover métodos de disciplina positivos y no violentos.
Con información de Europa Press