Por The New York Times | Michelle Goldberg
En su nuevo libro “The Right to Sex: Feminism in the Twenty-First Century” (El derecho al sexo: Feminismo en el siglo XXI) la filósofa Amia Srinivasan, quien rápidamente se está convirtiendo en una de las pensadoras feministas de más alto perfil en el mundo de habla inglesa, describe cómo es enseñarle a estudiantes de Oxford sobre el activismo antiporno de la segunda ola. Srinivasan asume al principio que a sus estudiantes, para quienes la pornografía es omnipresente, “la postura antipornografía les parecerá mojigata y anticuada”. Pero no es así. Al contrario, están completamente de acuerdo con afirmaciones que bien podrían provenir de Andrea Dworkin.
“‘¿Podría ser que la pornografía no solo representa la subordinación de las mujeres, sino que la hace real?’, pregunté. ‘Sí’, respondieron”, escribe Srinivasan. Continúa: “‘¿La pornografía tiene responsabilidad en la cosificación, la marginación y la violencia sexual contra las mujeres?’ ‘Sí, sí a todo’, dijeron”.
La pornografía, dicen los estudiantes, proporciona el guion de sus vidas sexuales, uno que los deja inseguros y alienados. Un hombre en la clase de Srinivasan no estaba seguro de si el sexo “amoroso y recíproco” era posible. Las mujeres se preguntaron si había una conexión entre la falta de atención al placer femenino en gran parte del porno y la falta de placer en sus vidas. “Las advertencias de las feministas antiporno parecen haberse cumplido tardíamente: para mis estudiantes, el sexo es lo que la pornografía dice que es”, escribe Srinivasan.
El positivismo sexual —la idea de que el feminismo debe privilegiar el placer sexual y luchar contra la represión sexual— ha dominado el feminismo durante la mayor parte de mi vida. Fue una reacción a las tendencias puritanas dentro del feminismo que ignoraban la realidad de los deseos de las mujeres.
Algunas feministas de la segunda ola habían tratado al sexo heterosexual —así como a cualquier sexo queer que tuviera un ápice de “perverso”— como degradante por naturaleza, por no decir contrarrevolucionario, lo que naturalmente alejó a muchas mujeres del feminismo (en un ensayo en el Village Voice de 1972, Karen Durbin describió su alejamiento del movimiento de las mujeres en parte porque era “una heterosexual sin remedio”). El feminismo prosexo entendió que las exigencias de celibato o lesbianismo político eran un callejón sin salida y concibió la plenitud sexual como parte de la liberación política.
Pero ahora el positivismo sexual pareciera estar pasando de moda entre las personas más jóvenes, incapaz de conectar con sus anhelos y frustraciones, así como el feminismo antiporno no logró conectar con las de la generación anterior. Ya no es radical, ni siquiera realmente necesario, proclamar que las mujeres disfrutan del sexo. Si acaso, para algunas, disfrutar del sexo pareciera ser apenas obligatorio. En un artículo de BuzzFeed News de julio titulado “Estas mujeres de la generación Z creen que el movimiento prosexo está sobrevalorado”, una mujer de 23 años afirmó: “Parece como si nos hubieran engañado para que nos explotáramos a nosotros mismas”.
Comencé a notar el alejamiento del positivismo sexual hace unos años, cuando escribí sobre el resurgimiento del interés en el trabajo de Dworkin. Desde entonces, ha habido señales cada vez más recurrentes de mujeres jóvenes que se rebelan contra una cultura que premia la licencia erótica antes que la empatía y la responsabilidad (una reorientación similar está ocurriendo en otros ámbitos; las batallas generacionales sobre la libertad de expresión a menudo se centran en si la libertad debería tener prioridad sobre la sensibilidad).
Después del #MeToo, las feministas han ampliado los tipos de sexo que deben considerarse coercitivos para incluir no solo la agresión, sino también situaciones en las que existen notorias diferencias de poder. Otros están usando nuevos términos para lo que parecen ser viejas tendencias. La palabra “demisexual” se refiere a aquellos que se sienten atraídos solo por personas con las que comparten una conexión emocional. Antes de la revolución sexual, por supuesto, muchas personas pensaban que la mayoría de las mujeres eran así. Ahora, la aversión al sexo casual se ha convertido en una auténtica orientación sexual.
En marzo, Rebecca Jennings de Vox informó sobre la propagación del movimiento “Cancelen el porno” en TikTok. “Es solo una faceta del conservadurismo, a falta de un mejor término, que está proliferando en TikTok de fuentes bastante improbables”, escribió. “Mujeres jóvenes, presuntamente progresistas (en su mayoría)” que piensan que lo que a veces se llama “feminismo de elección” está al servicio del “patriarcado y la mirada masculina”. En un pie de foto de un video, Jennings escribió una cita: “El feminismo liberal les dice a las mujeres jóvenes que la cultura del sexo casual es liberadora, lo que las condiciona a pensar que si no tienes fetiches extremos a temprana edad es porque eres aburrida e insípida, y las alienta a involucrarse en el trabajo sexual apenas cumplen 18 años”.
El feminismo debería aliviar parte de la disonancia entre lo que desean las mujeres y lo que sienten deberían desear. El feminismo prosexo pudo brindarle eso a las mujeres que se sentían acorraladas por tabúes sexuales y presionadas a negar sus propios impulsos de placer. Pero en la actualidad parece no ser tan relevante para las mujeres que se sienten violentadas por la expectativa de que estarán dispuestas a cualquier cosa.
No tiene por qué ser así. En su ensayo de 1982 “Hacia una revolución sexual feminista”, Ellen Willis, una de las feministas prosexo originales, condenó la forma en la que el liberalismo sexual, dominante en la contracultura, le había fallado a las mujeres. Escribió sobre hombres que “intensificaron las ansiedades sexuales de las mujeres al equiparar la represión con el deseo de amor y compromiso y al exaltar al sexo sin emociones ni apego como el ideal”.
De alguna manera, a medida que el positivismo sexual se generalizó y se fusionó con una cultura moldeada por la pornografía, la atención a las emociones se perdió. Para algunas, el feminismo sexual se convirtió en la causa de los mismos sufrimientos que se suponía debía remediar. Quizás ahora que los viejos tabúes se han derrumbado, necesitemos unos nuevos. Pero no unos contra el sexo, sino contra la insensibilidad y la crueldad. Una fotografía de larga exposición muestra a peatones en el Washington Square Park de Nueva York, el 24 de mayo de 2021. (Daniel Arnold/The New York Times)
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