En el programa de PH Argentina, Julián Weich detalló lo complicado que fue para el comunicador aceptar la vida hippie de su hijo Jerónimo.

"Mi hijo a los 19 años tenía lo que tiene un chico de clase media, que tiene la chance de elegir. Estudiaba cine, jugaba al rugby en el Liceo Naval, trabajaba en un gimnasio. Tenía una vida normal. Pero un día me dice 'me voy de mochilero al norte'. Yo, que soy más fanático del rugby que él, pensé: 'Se va tres meses y vuelve para la pretemporada'. Pero el pibe no volvió más. Se fue y apareció en México", comenzó el relato.

"Después su viaje empezó a evolucionar con una búsqueda interna. Al principio fue de exploración y, de pronto, se transformó en uno de autoconocimiento, porque empezó a vivir ese viaje como algo espiritual. Aprendió a hacer malabares. Es el típico que vos ves y le preguntás de dónde es y te responde: 'De Venezuela, de Colombia, de Argentina'. Vive así, hace malabares y con eso consigue la plata", describió Weich.

"La cuestión es que hizo un viaje eterno y en un momento me preocupé, y dije: 'Estoy criando a un drogadicto y no me doy cuenta'. Porque probaba esto y lo otro. Pensaba: 'Me equivoqué, me equivoqué. ¿Cómo lo recupero a este pibe?'. Entonces, dije: ‘Ya sé, lo llamo y le digo que lo extraño y que se venga, que después lo mandaba de vuelta a donde esté'. Era solo para verlo. Pero cuando lo fui a buscar a Ezeiza, te juro que lo hubiese dejado ir de vuelta, porque yo estaba totalmente equivocado. Lo que me contaba de su viaje no era mi fantasía, era un viaje de autoconocimiento de él, me hablaba de meditación y de yoga. Yo era el que estaba mal, yo era el adicto", sostuvo.

"Cuando yo cumplí 50 años, me fui solo a vivir con él en Panamá. Fui a vivir su vida. Viví en la calle, haciendo malabares, durmiendo en la playa... Yo podía pagar un poco más, pero me adapté. Fui la persona más feliz del mundo. Estuve diez días dándome cuenta que uno no necesita nada para ser feliz. Es un tema interno", finalizó.