Dieciséis años después del debut de Avatar, y tras el éxito global de El camino del agua, James Cameron regresa con una tercera entrega que busca profundizar el conflicto emocional y ambiental de la saga más ambiciosa del cine contemporáneo.
Avatar: fuego y cenizas llega este mes a los cines con una duración de 3 horas y 14 minutos, y pone el foco en el duelo familiar, las tensiones culturales dentro del pueblo Na’vi y la ferocidad con que los humanos siguen explotando Pandora.
1. El drama de una familia marcada por la guerra
La historia retoma la vida del exmarine Jake Sully (Sam Worthington) y su pareja Neytiri (Zoe Saldaña), quienes ahora enfrentan la pérdida de su hijo mayor, asesinado en la batalla final de la película anterior. A través del dolor, sus otros hijos —biológicos y adoptivos— deben encontrar su lugar en un mundo dividido entre culturas, especies y generaciones.
“Estamos ante una familia de refugiados, esencialmente migrantes desplazados. La gente puede identificarse con eso”, explicó Cameron durante una conferencia en París.
La nueva entrega muestra con mayor profundidad los conflictos interculturales y de identidad de los hijos de la pareja, mestizos entre dos mundos que chocan.
2. Varang, la nueva cara del dolor y la furia
Uno de los giros más impactantes es la introducción de los Mangkwan, conocidos como “el pueblo de las cenizas”. Este clan Na’vi vive tras el desastre de una erupción volcánica y ha abandonado la armonía para entregarse al saqueo. Su líder, Varang (interpretada por Oona Chaplin), representa una versión más oscura del alma Na’vi.
“Varang se cree una reina, pero está hundida en la desesperación... Cada uno se sumerge en la locura y la angustia”, explicó la actriz, nieta de Charles Chaplin.
Este personaje desafía la visión maniquea de entregas anteriores, en la que los Na’vi eran símbolo inquebrantable de pureza ecológica.
3. La guerra por la amrita: codicia humana y vida marina
La RDA, corporación humana que representa al “pueblo del cielo”, planea cazar a los Tulkuns, majestuosas criaturas marinas conscientes, para extraer de sus cerebros la amrita, un compuesto altamente valioso.
La metáfora es transparente: la explotación sin límites y la deshumanización del otro para beneficio económico. Sigourney Weaver, quien interpreta a la joven Kiri, relacionó la trama con la realidad contemporánea:
“El océano está sufriendo, y no podremos vivir sin él. La urgencia está creciendo”.
Cameron, activista ambiental, retoma con fuerza el mensaje ecologista original que escribió en 1995, y que ahora resuena con mayor urgencia ante el cambio climático global.
4. Tecnología, sí; IA, no
A pesar de la espectacularidad técnica de la película, el director quiso marcar distancia con las tendencias actuales en la industria: “No usamos inteligencia artificial generativa. No reemplazamos a los actores”.
Cameron defiende la técnica de performance capture, desarrollada por él mismo, que permite registrar las emociones reales de los actores y transformarlas digitalmente en los personajes Na’vi. Una apuesta por el arte humano dentro de una producción de escala épica.
En base a AFP
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