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Verde: “Se subestimó el virus; debemos aprender a vivir con lo diferente sin subestimar”

El “gordo” Verde sacó reedición de un libro mientras prepara otro. Reflexiona sobre la pandemia, la Iglesia y su camino religioso.

03.06.2021 11:20

Lectura: 21'

2021-06-03T11:20:00-03:00
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Por César Bianchi

Fotos: Javier Noceti
@javier.noceti


Juan Andrés Verde lo tenía todo: era un joven deportista, tenía estudios, trabajo y novia. Planificaba formar una familia con su pareja, llegar a Los Teros, la selección uruguaya de rugby, y seguir el camino del deporte. De afuera, lo tenía todo, pero él se sentía vacío. Entonces decidió hacer una pausa. Se tomó un año sabático y se fue de misionero a la mitad del campo, a trabajar con otros jóvenes fabricando quesos, trabajando la huerta o haciendo algo de carpintería. Esa experiencia, y algunos eventos que hoy ve como señales divinas, lo terminaron de decidir.

Se separó de su novia y con 21 años se metió en el seminario para ser sacerdote. Hoy Juan tiene 32 y es un reconocido cura, sobre todo por su alcance mediático. Escribió dos libros -acaba de sacar una reedición ampliada del segundo, Entre amigos (Planeta)- y prepara un tercero, con historias fuertes y una mirada de la vida tras la experiencia del Sars Cov-2.

Al frente de una capilla en el asentamiento Santa Eugenia, atrás de las canchas de Carrasco Polo, por la zona de Paso Carrasco, charlamos cada uno con su mate (el de él tiene grabada una cruz, y su termo tiene un pegotín con la cara de Don Bosco, aunque él no es salesiano). La capilla está en el corazón de un asentamiento donde viven 236 familias, el 80% en máxima precariedad, donde un baño es todo un lujo. La Iglesia ha aportado contenedores para dignificar en algo la vida de estas personas, mientras espera que el Estado les dé una solución definitiva (¡teléfono ministra Moreira!).

El gordo Verde -como le gusta que lo llamen- reflexiona sobre las lecciones que puede dejar la pandemia, el error del cardenal Sturla, la pedofilia en la Iglesia ("es la pierna gangrenada que hay que cortar") y este virus maldito que, cree, fue subestimado.

-¿Cuál fue tu primera vocación?

-De chico quería laburar en el campo. Quería ser veterinario. En el Juan XXIII me hicieron un test vocacional y yo quería ser veterinario. Siempre tuve un amor muy grande por el campo, disfruto mucho cuando voy para afuera. Mis viejos viven en campaña en una casita muy sencilla en Sierra de los Caracoles, entre San Carlos y Aiguá. Me encanta ir para ahí.

-¿En qué momento te diste cuenta que querías tomar el camino religioso?

-Para mí fue un proceso. Por ahí por los 19 o 20 años me llegó un momento en que sentí que tenía todo lo que un pibe quiere tener: me iba bien en los estudios, tenía un trabajito (trabajaba en el colegio Los Pinos), tenía novia, jugaba al rugby y me iba bien. A esa altura había jugado dos mundiales como juvenil, había jugado un Sudamericano, había salido campeón con el Carrasco Polo. Pero me empecé a sentir vacío. Yo pensaba: "Tengo todo, pero algo me falta". Ahí empezó el cuestionamiento en serio.

Mis padres eran muy creyentes, pero en casa de herrero, cuchillo de palo. Yo me preguntaba: "¿Yo creo en esto?" Pasé por esa etapa y para mí fue crucial. "¿Creo en lo que me plantearon mis viejos o no? ¿Creo en lo que aprendí o no?" Fue una etapa de rebeldía, de búsqueda.

-A los 20 años eras rugbier -integrabas la juvenil de Los Teros- y llevabas un noviazgo de varios años, cuando decidiste dejar todo y seguir el llamado del Señor. ¿Por qué?

-Me sentí vacío. No podía creer que teniendo todo lo que tenía mi vida, no era feliz. Y ahí me tomé un año para irme al Paiva, una obra salesiana en la mitad del campo, una misión donde viven 70 gurises hijos de peones rurales, que terminan la escuela rural y no tienen cómo seguir estudiando. Es como talleres Don Bosco: ahí aprenden carpintería, mecánica, a hacer quesos, huerta, granja, campo. Me fui un año a vivir con ellos. Y eso fue un antes y un después. Volví diciendo: "Yo quiero esto, quiero entregar mi vida de esta manera". Fui como misionero. Mis amigos del rugby, que no entendían nada, me decían: "¿Qué hacés, papa?". Nada que ver... Pero sí me daba vergüenza reconocer que estaba husmeando seguir un camino así. Fue por el 2009, ponele.


"Pensé: 'Qué salado que Dios se sirvió de un pibe que tenía que obedecer a su vieja, para darle el último adiós a una persona que se estaba muriendo'. Pero no era yo, es Dios el que hace las cosas. Y eso pesó para elegir el camino religioso"

Nos tomamos un tiempo con la que era mi novia, después volvimos, y entré al seminario a los 21 años, cerca de los 22.

-¿Lo tuviste súper claro, o tuviste algún dilema interno? Quiero decir, un muchacho joven, deportista, supongo que quizás con alguna noviecita de la juventud... ¿Tuviste un dilema interno?

-¡Bruto dilema! Fue un proceso que no fue de un día para el otro, que tuvo idas y vueltas. Debo reconocer que quien era mi novia me dio un empujón lindo, resultó ser mi única novia en serio, con la que compartí cuatro años. Ella ocupó un lugar en mi corazón. Me escribió una carta en su momento donde, entre otras cosas, me decía que ella veía una faceta distinta, y que me animara a buscarla, y que ella no quería ser un estorbo. Esa carta me pegó para el otro lado: dije "Ni en pedo voy a ser cura, no me vengan con cosas raras".

-Pero algo te llevó a tomar el camino de la Iglesia...

-Checho, cuando me lo cuestionaba, la idea de seguir a Jesús como sacerdote, al lado de la idea del noviazgo y la familia, era muy grande, y lo otro quedaba muy chico.

-Pero, ¿cuál fue esa señal determinante que te convenció de elegir el camino de Dios?

-(Piensa) Cosas que fueron pasando, que son difíciles de explicar... Te voy a contar una: tuve una experiencia en un hospital, que para mí fue muy fuerte. Fui a visitar a la mamá de una amiga de mi madre, que se estaba muriendo. Yo era un pibe, tenía 17 años, pero años después me pesó en la balanza, porque me quedó grabado. Era la primera vez que yo pisaba un CTI (en el Casmu de 8 de Octubre), y fui a acompañar a mi vieja. Mi vieja me dice: "Mi amor, entrá a visitar a esta persona". Me embolaba, pero al final entré. Era una señora mayor, la despedí, era la primera vez que me encontraba ante una mujer que se estaba muriendo. Y lo primero que me surge es hacer una oración con ella. Ella ya no me escuchaba, estaba pálida, fría, y yo hice una oración. Cuando me estaba yendo, el tipo de al lado me hizo señas, yo me asusté y me fui. Cuando me iba me pregunté: "¿A qué le tenés miedo?" Volví. El tipo había escuchado todo y me estaba pidiendo para rezar. "Ah sí, cómo no", le dije. Le pregunté cómo se llamaba, y me dijo -ponele- Sergio, rezamos, y se puso a llorar. Terminamos y le dije: "¿Sabe qué? Mañana lo vengo a visitar". Estaba prometido. La señora esa noche murió, era de esperar. Volví al otro día a ver a Sergio. Cuando entré la enfermera no me quería dejar pasar. "Te tendría que dar un poquito de vergüenza", me dice. "¿Vergüenza qué?" La enfermera me confundía con un familiar. Parece que el hombre había estado internado hacía seis meses, no lo había ido a visitar nadie y había fallecido esa noche también. Entonces le conté que lo conocí el día anterior, que había rezado con él, y no daba crédito. Me fui.

Pero eso quedó laburando en mi corazón. Pensé: "Qué salado que Dios se sirvió de un pibe que tenía que obedecer a su vieja, para darle el último adiós a una persona que se estaba muriendo". Esa fue la lectura que yo hice, y después pesó cuando yo pensaba que yo no servía para eso. Yo tenía una imagen de curas que estaban despegados, estudiosos, referentes y yo... yo no. Reconozco que tengo mis talentos, pero me veía lejos de esa imagen de cura. Y algo que me pesó ahí fue: "No sos vos, es Dios es el que hace las cosas". Ese episodio, entre otros, pesó en la balanza.

-Recientemente reeditaste tu libro Entre amigos (Planeta). No es un libro nuevo, es de 2013. ¿Por qué reeditarlo?

-Esa pregunta es para Planeta. Es un libro que lo tenía medio abandonado. Cuando salió hizo un cierto ruido. Yo nunca pensé que siendo nadie iba a sacar como seis ediciones. Se vendió un montón. Entró en la escuela pública, con una edición especial. Para mí fue un orgullo que una consejera se fijara en lo que yo había escrito. Considero que la laicidad es fundamental, pero también pensaba: "Que no entre un libro de un pichón de cura a la escuela porque lo escribió un pichón de cura sería discriminatorio". Lo que habría que ver es el contenido del libro: valores, trabajo en equipo (temas del rugby también), solidaridad, valores que son para todos. Una edición especial entró en la escuela pública y para mí fue un orgullo. Alguna vez me tocó vestir la Celeste, y uno entra a la cancha por todos, no por algunos.


"Todas las seguridades, de un día para el otro, se nos fueron al mazo. Desde un simple abrazo, el laburo, la vida... En algún momento tenemos que preguntarnos: ¿por qué esto? ¿Para qué esto? Es momento de profundizar: ¿Para qué estoy acá?"

Al haber nacido en este país, uno sabe hasta dónde puede ir con la fe y hasta dónde hay que respetar esa laicidad, que creo yo es algo bueno que tiene nuestro país. Estoy en contra del laicismo radical que casi que un cura es peor que... no sé, no podés opinar, no podés hablar. Estamos hablando de fútbol y no podés opinar porque sos cura. ¡Pará!

-Es un libro de reflexiones, de anécdotas. ¿Por qué valdría la pena que alguien que ya leyó el anterior, compre éste? ¿Qué tiene de nuevo?

-Tiene historias nuevas. Este libro está contado desde el hoy. Tiene historias nuevas, reflexiones nuevas, escritas desde el hoy, cómo lo veo hoy, con alguna explicación más. Respeté mucho el espíritu del libro, no lo quería traicionar. Hay mucho de aquel, pero está actualizado. Y será, creo, el mejor preámbulo para el siguiente libro que viene en camino.

-¿Qué devolución has tenido de quienes leyeron la primera versión, o de quienes ya compraron ésta nueva?

-Yo creo que lo que no se renueva, se echa a perder. Son historias simples, cortas, breves, con una moraleja. Un mensaje que se repite y me pone muy contento es que me dicen que les ha pasado de encontrarse en la misma situación, pero como leyeron el mensaje tomaron un camino distinto al que de pronto hubiesen tomado si no hubieran leído el cuento tal. Son cosas que pasaron acá, en el Cerro, en Carrasco, en este asentamiento Santa Eugenia. Son historias transversales.

-A un año y poco de pandemia, ¿qué enseñanzas nos ha dejado como sociedad?

-Yo creo que todavía no tenemos que pasar raya. Creo que sería un error, porque la cosa sigue. También sería un error tirar la toalla. Estamos viendo tierra firme, pero muchos estamos cansados de remar, también. Hay muchos que están haciendo un esfuerzo grande, casi todos, principalmente el personal médico. Estamos viendo tierra firme y no hay que tirar la toalla ahora. Pero si me preguntás, todas las seguridades, de un día para el otro, se nos fueron al mazo. Desde un simple abrazo, el laburo, la vida... En algún momento tenemos que preguntarnos: ¿por qué esto? ¿Para qué esto? Yo creo que este bichito de morondanga que terminó...

-...creando un caos mundial...

-Exacto, terminó creando un caos mundial. Bueno, cómo algo tan pequeño generó algo tan inmenso llevó a cuestionarnos cosas de la vida que quizás muchos las dejábamos pasar, y viviendo una vida sobre la ola. Creo que es momento de profundizar: ¿Por qué estoy acá? ¿Para qué estoy acá? En un país donde le damos poca entrada a lo espiritual, creo que es un momento para darle más bolilla a esa dimensión humana que todos tenemos.

-Hemos hablado últimamente y me consta que no estabas del todo conforme con la decisión de la Iglesia de continuar dando misa en Semana Santa, cuando la mano ya venía jodida. ¿Entendías que la Iglesia debió acompañar al gobierno y dejar de celebrar misas?

-(Piensa) Mirá... eso no lo puedo responder, porque entiendo que en la Iglesia hay referentes que son los que toman esas decisiones, y yo soy un simple cura que no está a la altura de responder eso. Creo que la Iglesia viene haciendo un esfuerzo muy grande. Con el diario del lunes, después de todos los contagios que hubo, entiendo que se pueden seguir puliendo los esfuerzos, pero repito: es una respuesta que se la dejo a las autoridades de la Iglesia.

-Se vio alguna foto de gente aglomerada en la puerta de una iglesia, recuerdo... ¿Se perdió una oportunidad de dar una señal?

-Eso fue en otra diócesis, con otro obispo. Tengo una opinión personal, pero no corresponde que la diga porque como sacerdote de una iglesia, donde manda capitán, no manda marinero.

-No puedo dejar de preguntarte por el cardenal Daniel Sturla y su decisión de ir a despedir el cuerpo de Jorge Larrañaga, cuando esperaba el resultado de un hisopado, que después se confirmó que dio positivo... ¿Qué opinión te dejó?

-Creo que sí, se equivocó. Él mismo lo reconoció y asumió las consecuencias. Esto nos enseña dos cosas: en un momento de dolor, a veces uno se ve nublado en los caminos que toma. Yo entiendo que fue así. No justifico, porque muchas personas en este tiempo no pudieron despedir a sus seres queridos, y yo participé de velorios donde la esposa o los hijos no pudieron estar. Entiendo que Sturla se equivocó, lo reconoció públicamente. No lo justifico, pero quiero subrayar algo, que me parece muy valioso: su sinceridad y transparencia al respecto. No omitió ningún dato, dije todo en su cuenta de Twitter. Eso hizo que mucha gente le respondiera sin filtros. Con esto no lo justifico, pero tampoco soy partidario de golpear a alguien que asume su responsabilidad ante algo que no estuvo bien. Te pongo otro caso: si alguien se equivoca y no lo reconoce, capaz que yo me sumo al barco y digo: "¿Qué onda?" Pero si lo reconoce, es sincero, es transparente y se hace cargo, bueno, lo destaco.


"Sturla se equivocó, él lo reconoció. No recuerdo ninguna otra figura que haya puesto un tuit diciendo: 'Me equivoqué con esto. Mala mía'. Ahí hay un punto a favor de él. Pero si te dicen siete días, son siete días"

Otra cosa que tenemos que aprender es que aunque me sienta bien, y crea que estoy bien, si me dicen siete días, son siete días. Estaba en el sexto, tenía dos hisopados, dos vacunas, todo... pero igual sos positivo. Y quiero decir algo más: no sé qué es peor, si un padre que se equivoca y lo reconoce públicamente (y se come todos los palos por eso) o un hijo que esté opinando públicamente de los errores del padre. Por eso entiendo que lo que digo no es una crítica hacia él, sino objetivamente: reconocer que se equivocó y tratar de aprender de los errores. No recuerdo ninguna otra figura que haya puesto un tuit diciendo: "Me equivoqué con esto. Mala mía". Ahí hay un punto a favor de él.

-¿Crees que en estos tiempos aciagos, de incertidumbre y también de muerte, mucha gente se ha volcado al camino de la fe?

-Es una ventana que frente a ciertos límites con los que nos enfrentamos, la terminamos abriendo. La gente se encuentra con límites en la vida, que antes no los tenía, y se pregunta: "¿Y esto cómo lo mastico?, ¿por dónde le entro". Y entonces, ahí se le abre una ventana a la fe. Fijate lo que fueron las misas a través de las redes desde el primer momento, fue un boom... La gente buscaba una respuesta espiritual. Y la sigue buscando: yo un fin de semana demoro en subir el link de la misa y enseguida: "¿qué pasó que no hubo misa?"

-Estás escribiendo otro libro. ¿De qué va a tratar?

-Este libro que viene tendrá historias fuertes, difíciles de contar algunas de ellas. Es muy probable que haya un ping-pong con otro autor. Con Entre amigos, mi primer libro, es como cuentos cortos que buscan que el lector la baje por Ruffini a su propia vida. En el libro que viene va por el lado de darte algo más masticado, más reflexionado, quizás hasta más profundo y que vos desde ahí ilumines tu realidad. En el libro primer hablaba un pichón de cura, este segundo es de un cura con un poco más de experiencia. Acá sí entra a jugar el factor pandemia. Va a estar.

-Como cura joven, ¿qué conflictos generacionales tenés con los curas veteranos, de la vieja escuela?

-Creo que en general hay buen feeling, nos respetamos. Capaz que hay curas de la vieja escuela que están acostumbrados a otro tipo de comunicación y de vivencia y transmisión de la fe, aunque debo reconocer que hay curas que sorprenden y tienen una gran sabiduría. Siempre hay alguno al que no le gusta mi impronta mediática, yo lo respeto como ellos me respetan. Mirá que Jesús dice en el Evangelio: "No se enciende una luz para esconderla debajo de un cajón". Y también el Evangelio habla de "no enterrar los talentos". Yo siento que lo que estoy haciendo es lo que Jesús me pide: que no me guarde. Es lo que nos pide el papa hoy: "Prefiero una Iglesia herida porque sale, a una Iglesia encerrada, está en la cómoda, entumecida". Yo me siento en paz con lo que estoy haciendo, y cada paso que doy lo consulto con mi director espiritual, un cura referente con el que hablo las cosas.

-Los casos de curas pedófilos han desacreditado a la Iglesia ante la opinión pública, casos que también hubo en Uruguay. Vos decías en una entrevista en Del Sol FM: "Bosta hay en todos lados. Acá también, pero no todo es bosta". ¿Es esa la peor cara de la Iglesia Católica?

-Yo creo que sí. A ver, esto es un mal que abarca a toda la sociedad, es transversal. Pedófilos hay en todos lados. Pero donde menos te esperás que haya es en la Iglesia, en un referente espiritual. Y eso es un dolor no solo para la sociedad, también para la Iglesia, para los curas, para las familias católicas. Tener un referente que termine cayendo tan bajo es terrible. Creo que el mensaje del papa Francisco, también antes el de Benedicto, que fue el primero en destapar ollas, es: no hay lugar para esto.


"Pedófilos hay en todos lados, pero donde menos te esperás que haya es en la Iglesia, en un referente espiritual. Así como hay grandes santos que dejan a la Iglesia allá arriba, también estas realidades que son la pierna gangrenada que hay que cortar".

La Conferencia Episcopal sacó un manual antiabuso que todos lo que formamos parte de la institución Iglesia Católica tenemos que tener ese curso hecho, que indica cosas que podemos hacer y cosas que no podemos hacer. Lo que se busca es prevenir que pasen estas cosas. Pero la verdad es que así como hubo y hay grandes santos que dejan a la Iglesia allá arriba, y te sacás el sombrero con una Madre Teresa de Calcuta, o con tantos santos, también estas realidades son la pierna gangrenada que hay que cortar.

-¿Qué debería hacer la Iglesia para atraer más fieles?

-Lo que hizo Jesús. El fin de la Iglesia no es atraer más fieles. Sí entiendo que yo como cura, pero cada uno de los que formamos parte, recibimos un mensaje que nos cambió la vida, y yo no me lo puedo guardar. Hay tantas situaciones donde la fe podría hacer una herramienta para enfrentar, una luz para no vivir a oscuras, y hay tanta gente que se pierde de llevar una vida con la novedad y la fortaleza que te da la fe. Por eso estoy acá hablando contigo, porque no quisiera que nadie se pierda de esto. ¿Qué hay que hacer? Hablar más de Jesús, mostrarlo más a él. Yo como cura siento que si vos y la gente que está leyendo esta nota se queda en mi persona, estoy fracasando. Porque yo estoy acá, hago lo que hago y vivo lo que vivo, gracias a que Jesús me dio vuelta como una media.

-Sos el tercer cura de la parroquia Stella Maris en Carrasco, pero estamos ahora en el asentamiento Santa Eugenia. ¿Qué hacés acá?

-Mi rol en la parroquia Stella Maris es como vicario de los jóvenes, y con los jóvenes de a parroquia Stella Maris estamos trabajando acá. Acá en el asentamiento Santa Eugenia llevamos adelante el programa misionero. Con los vecinos construimos una capilla, desde la capilla se presta apoyo escolar para niños, alfabetización de adultos, acá hay personas que con 30 años aprendieron a escribir su nombre, a firmar, a escribir su cédula, a saber cuándo cumplen años.

Somos 150 jóvenes, y yo soy uno más del equipo. Acá también hay una olla popular, hubo canastas semanales durante la pandemia el año pasado. Este año las tuvimos que espaciar cada 15 días. Estamos llevando adelante el programa Cireneos para brindar una solución habitacional transitoria para la gente que vive en máxima precariedad. Es todo el tema de los contenedores: salen las familias del barro y de la chapa, y se les brinda un contenedor donde tienen dos dormitorios, un baño, instalación eléctrica y una cocinita. Es una modalidad que nosotros le damos a préstamo, hasta que el Estado le brinde una solución definitiva. Todos estos gurises que ves acá vienen a mitad del día, dan una mano, limpian, hacen un pozo, están a la orden. Son unos crá.

-¿Qué deberíamos aprender, como humanidad, de la pandemia?

-Algo que decía Jesús: "No subestimar a lo pequeño". Todo esto no pasó por casualidad. Yo no puedo creer que a profesionales destacados que trabajan en todo el mundo se les haya escapado este virus. Yo no lo puedo creer. Y si se les escapó es porque subestimaron algo y lo dieron por pequeño, y terminó siendo una pandemia mundial. Yo creo que un mensaje que nos puede dar esta pandemia es aprender a convivir con lo diferente, con lo raro, con lo extraño, sin subestimar, aprendiendo a acoger y a recibir lo distinto. Escuchá, aprendé, abrí las orejas.


"Todo esto no pasó por casualidad. Yo no puedo creer que a profesionales destacados que trabajan en todo el mundo se les haya escapado este virus. Y si se les escapó es porque subestimaron algo que terminó siendo una pandemia mundial"

-¿Cómo lo llamás, en confianza, a Jesús?

-Mi primer libro se llamó Cartas a mis amigos de un gran amigo. Yo a Jesús lo tengo como un amigo... mi mejor amigo. Es alguien con quien cuento y le digo todo, y la verdad que hoy en día le hablo de Señor. Le hablo de Señor, pero esto tiene que ver con mi infancia, yo nunca tutee a mis maestros o profesores: "Profe, ¿cómo le va?" Siempre sin tutear, pero con una cercanía absoluta. El no tutear me permitía acercarme aún más que desde la otra manera. Entonces, siento esa relación con Jesús: no lo tuteo, pero más cerca de él no puedo estar.

-¿Sos feliz?

-Sí. Soy feliz, y pienso: si me muero mañana, me muero feliz, haciendo lo que entiendo que tengo que hacer. Mi meta es el cielo. A veces me dicen: "Gordo, hasta el Vaticano no parás". ¿Qué Vaticano? Pará, el Vaticano nada, a mí dejame en Uruguay y hasta el cielo no paramos. Esa es la meta: el cielo.

Por César Bianchi