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Valentín Trujillo: “En la Biblioteca Nacional está casi toda la memoria del país”

Año de nacimiento: 1979. Lugar: Maldonado. Profesión: director de la Biblioteca Nacional, escritor, periodista. Curiosidad: vivía en una calle que se llamaba Cristo, porque había una estatua suya, pero después le pusieron Bolivia. Los que vivieron ahí siguen diciéndole “la calle del Cristo”.

03.08.2021 12:17

Lectura: 37'

2021-08-03T12:17:00-03:00
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Por Federica Bordaberry

Dice que el cinco de junio también nacieron Federico García Lorca y Serafín J. García y que, por eso, es un buen día para haber aparecido en el mundo. Dice que nació en el hospital Mautone viejo, no en el actual. Dice que ese día sus abuelos fueron a cenar para festejar a su primer nieto. Dice que en su primera casa en Las Delicias, Maldonado, lo mordió un perro al que le tiró de la cola cuando estaba comiendo. Dice que con sus tres hermanos y sus padres iba a la playa y que había un muelle de hierro en frente a donde hoy está el Hotel Serena.

También dice que en el fondo de su casa, o el taller de su padre pintor, escribió sus primeros cuentos de ficción. Después, se mudaron al centro de Maldonado, en frente a la Escuela nº 1. Hizo de primero a sexto ahí y el diccionario Larousse era una lectura que se sabía casi que en órden alfabético.

Valentín Trujillo creció en Maldonado donde fue a la escuela, al liceo y donde estudió para ser profesor de Lengua y Literatura. Es posible que en su adolescencia haya mirado demasiado cine y, por eso, quiso ser director. Durante esos años también escribió poesía y unos pocos cuentos. Tuvo sus primeras novias, se dio sus primeros besos, tuvo su primera banda de rock, sus primeras salidas nocturnas, campamentos, inconciencias e inocencias.

"Aprendí más en mi casa que en la escuela y el liceo, siempre era más exigente lo que tenía en mi casa que lo que me planteaban a nivel curricular", dice Valentín. Admite, también, que durante el liceo a veces tenía una actitud arrogante. Cuestionaba a los profesores y sentía que podría saber más que ellos. Aunque no era con maldad, son cosas de la edad.

Ya estudiando su profesorado en el CERP, dedicó un año de su vida a estudiar cine en Montevideo, en Cinemateca. Ese ideal que mantenía del cine no lo colmó y volvió a Maldonado a seguir con su carrera de profesor. Trabajó en varios liceos donde se cruzó con Yamandú Orsi y la mujer de Enrique Antía que también eran profesores. 

Con el tiempo, Valentín se transformó en periodista, en escritor de ficción, en gestor cultural, en ensayista y, desde el 2020, es director de la Biblioteca Nacional.

¿Por qué profesor de Literatura y Lengua?

Porque me encanta leer, me encanta escribir. Es el universo donde me encuentro más cómodo, donde puedo expresarme de formas múltiples. De chico fui deportista, pero luego me fui quedando, me lesioné y dejé de jugar al fútbol. Prioricé lo mental y lo intelectual por sobre lo físico, si hablamos de un equilibrio.

Además, porque había cuestiones prácticas. Más allá de cuestiones utópicas, podía estudiar en mi ciudad, era un estudio gratuito, iba caminando, me gustaba tener una salida laboral directa. Para eso, fue fundamental la reforma de Germán Rama, la famosa y polémica reforma de 1996 que, entre otras cosas, descentralizó la formación docente. Ya dejaba de ser solamente el IPA que era la gran palangana donde caían todos. Los institutos docentes que estaban en condiciones pobres, paupérrimas, tenían una desventaja gigante, tenías que ir a Montevideo a dar un examen libre. O sea, si querías ser profesor tenías que ir a Montevideo como pudieras, arreglarte. Que el IPA es gratis, depende, para alguien que vive en Cordón es muy fácil, ahora si sos de Tacuarembó o Rivera arreglate con el alquiler, pasajes, comida. Vivir con tus padres e ir a una facultad acá en la vuelta es muy sencillo. Esas son parte de las injusticias que durante mucho tiempo tuvo el Uruguay.

Egresé en el año 2002 y rápidamente empecé a trabajar en Maldonado, en el Liceo Departamental, donde había sido alumno. En el Liceo de Punta del Este coincidí con Yamandú Orsi que era adscripto. Di clase en el Liceo Álvaro Figueredo de Pan de Azúcar, en el liceo nocturno. Yo ya escribía para ese entonces y, en cuantro a las aspiraciones, creía que además de ser profesor de literatura podía lanzarme a ser productor de literatura.

¿Qué escribías y sobre qué?

Escribí cuentos, escribí poesía. Junto con mi gran amigo Damián González Bertolino, que fuimos compañeros de liceo, teníamos una revistar en el CERP que se llamaba MAT, que era una sigla de un chiste muy tonto. El Movimiento del Agujero de la Torta Frita. Era una revista muy dadaísta de alguna manera e inventábamos una especie de genealogía de escritores de Maldonado, unos poetas que vivían en unos barrios donde había pinos y otros que vivían en barrios donde había eucaliptus. Eso también tiene una traducción de clase. Eso influía la forma en que escribían y armábamos biografías inventadas de esos poetas que éramos nosotros mismos. Hacíamos textos a máquina y fotocopias. Estamos hablando de la etapa predigital, ya había internet, pero no era tan fácil como hoy. Hacíamos una cosa muy artesanal, muy divertida, donde si alguien leía había algunos guiños un poco sarcásticos.

Pero escribía de eso, escribía poesía, narrativa, muy intuitivo. Nunca participé de un taller literario y nosotros éramos nuestro propio taller. Las devoluciones eran ahí y el tema era muy libre. Leíamos mucho, entonces nuestros principales maestros eran a quienes leíamos. Como siempre, cuando empezás a escribir, escribís como un Frankestein donde tenés un poco del uno, un poco del otro. Leíamos mucho a los escritores norteamericanos, Tom Wolfe, Stephen King y los uruguayos también. Había una mezcla extraña entre escritores nacionales y escritores extranjeros.

En 2005 entraste a El Observador, ¿cómo llega a ser periodista un profesor de Literatura y Lengua?

Es particular esa historia. A través de mi hermana porque su mejor amiga era la hermana de la editora online de El Observador, Martina Pérez. Después tuvimos una revista un poco más formal porque tenía diseño y demás, que se llamaba Iscariote. Obviamente, en joda, pero porque en algunos sentido para algunas personas del ambiente literario de Maldonado éramos un poco traidores. Estábamos Damián, yo y otra gente.

Yo tenía muchos textos escritos para ese entonces y le mandé varias pruebas. Iscariote tenía una parte que se llamaba Jugueteos que estaba muy influida por las mitologías de Roland Barthes. Tomábamos, por ejemplo, un elemento del verano y lo pasábamos a lenguaje semiótico. Y le mandé a Martina.

Ese año estaba entrando a mi carrera de periodismo en la Universidad Católica y surgió la posibilidad de una pasantía en El Observador. Empecé el lunes 5 de marzo de 2005, si mal no recuerdo, y el 7 empezaba la carrera de comunicación. O sea, empecé a trabajar dos días antes en un diario que en la carrera. Llegué al diario y era un mundo nuevo, obviamente, un montón de gente. Se podía fumar adentro de las redacciones. Empecé a escribir para la página web una reseña de un libro, de una película, hablar de un restaurant. La sección cultural era como literatura y esparcimiento, digamos.

Al mismo tiempo, yo daba clase en dos liceos de Montevideo, estudiaba en la Católica. Era una locura absoluta y tuve que abandonar secundaria. No me daba, realmente, dividía el día en tres, con viajes en el medio, muy complicado. Esos fueron los inicios en la página web y, para el año siguiente, me empezaron a encargar textos como freelance para la edición impresa. Aparte, El Observador cambió su formato y empezó a potenciar la edición del sábado.

Ahí estaban Simón Gómez y Gabriel Pereira, dos de los editores en jefe de El Observador con los que aprendí muchísimo. Los tipos confiaban en que alguien que, en realidad, estaba haciendo sus primeras armas, pero mis crónicas eran atractivas. Entonces, me mandaban: auto, viáticos, fotógrafos, a veces un chofer, a veces el chofer era yo.

¿Y cuál fue tu verdadera escuela? ¿La universidad o la redacción?

Si soy justo, las dos. Tuve muy buenos profesores en la universidad. Fui alumno, por ejemplo, de Pablo Da Silveira en Filosofía Política. Ahí lo conocí como alumno, luego la relación fue mutando y hoy creo que somos buenos amigos. Tuve a Tomás Linn, a Nelson Fernández, a Iván Kirichenko que hoy también es gran amigo. Hubo clases muy interesantes, pero nada te enseña como una redacción. En la redacción tuve la suerte de tener periodistas y fotógrafos muy buenos.

En la vida de redacción pasé por casi todas las secciones porque en un momento no tenía sección fija, yo escribía crónicas para lo que fuera, para agro incluso. El Observador me obligó, hermosamente, a hacer algo que no todos los uruguayos tienen que es conocer todos los departamentos, todas las capitales y las pequeñas localidades. Conocer una realidad del Uruguay que, en general, la gente que está en Montevideo no conoce. Es un país deforme y, sobre todo, irreal el que se ve solamente estando en Montevideo. Conocí cómo funcionan las regiones, conocí personajes, anécdotas, historias, sistemas de producción. Por eso, cuando se habla del paisito o del pequeño país modelo yo estoy muy en contra, basta salir a recorrer. El Uruguay no es chico, es un país grande. Es un país que tenés que pasar horas para recorrerlo y que es diverso. No es lo mismo una persona en Bella Unión que una persona en La Paloma. Son realidades distintas, son vivencias distintas. Es mi obsesión el Uruguay, este misterio llamado Uruguay.

La Biblioteca Nacional es un lugar donde buena parte, por no decir casi toda, de la memoria del país está acá.

En 2007 con Jaula de costillas publicás, por primera vez, ficción. ¿Por qué el escritor tiene necesidad de publicar?

Yo no busqué publicar, simplemente me presenté a un concurso que el premio implicaba la edición. En realidad, cuando un escritor da el paso de publicar es porque formaliza, de alguna manera, algo que ya existe. Podés escribir para vos, pero por el momento publicar implica un paso que hace público lo que escribís y lo das a la comunidad. Para el año 2007 yo tenía varios años de escribir, las revistas que te comentaba y, además, la gimnasia de la redacción. Si querés escribir literatura, es muy útil la exigencia del cierre de todos los días y de equivocarte teniendo una nueva posibilidad al otro día.

Yo tenía una serie de cuentos con las que ya venía desde hacía un tiempo, algunos eran anécdotas de un verano de locos trabajando en el Free Shop del Aeropuerto de Laguna del Sauce. Vendía relojes y vendía plumas Montblanc que eran ridículamente caras.

Durante los tiempos muertos ya iba craneando varios de los cuentos que luego fue Jaula de costillas. Me tiré de cabeza, los mandé, me presenté al concurso que ya era bastante prestigioso, entre la Fundación Lolita Rubial, la Intendencia de Lavalleja y la editorial Banda Oriental. Mandé siete cuentos.

Estaba en la redacción en el momento en el que me llamó el gran Heber Raviolo. Tengo una relación muy afectuosa con Banda Oriental. Yo tenía un Nokia 1100 y me llamó y me dijo que había ganado. Pegué un grito en la redacción y todos vinieron a saludar. Fue muy emotivo.

Pero, ¿por qué publiqué? Porque ya consideraba que estaba en edad. Tengo un gran cariño por ese libro, creo que me ha costado volver a llegar al nivel de calidad literaria que tuvo Jaula de costillas. Considero que es como un listón alto para el primer libro y bueno, esas son cosas que uno no decide. No es que después decidí escribir más liviano.

¿Qué le dio a tu pluma haber sido periodista y haber trabajado en redacción?

No sé si leyendo mi narrativa alguien pueda descubrir que, en realidad, soy periodista. Es distinto, son lenguajes distintos. No es lo mismo un marinero que un nadador. Hay un timing, un ritmo, una cadencia, un ejercicio en cómo narrar historias que ayuda. Sí te digo que muchas veces utilicé fuentes de la redacción para escribir ficción, no tanto en estilo pero sí en las historias que me crucé. No tanto en el estilo, pero sí en las historias.

Al trabajar en una redacción, es como ser un pescador. Todos los días viene el bolsón y cae. Salen tiburones gigantes y majuguitas. Es elegir en ese enorme ducto de historias cuáles son las que valen la pena. Varios cuentos míos están basados en cuestiones que me enteré en la redacción.

Pero en el estilo es distinto. Si bien intenté juguetear, muchas veces, con llevar lo literario a la página del diario, no tenés tanta libertad. Por ejemplo, un error típico que yo cometí y también veo que cometen otros que quieren salirse del esquema famoso, de la pirámide invertida, es empezar con cualquier cosa. Tiene un efectivo sopresivo y, en principio, es un buen anzuelo. El problema es cuando no se justifica en la interna del texto. No estoy poniéndome en el podio y señalando a los otros, a mí me pasó muchas veces. Es típico error del que viene a cancherear y, a veces, no es tan fácil.

¿Para qué sirven los premios literarios?

Es un masajeo al ego. Es un reconocimiento de otra gente y hay que entender que son arbitrarios también, que no tienen valor universal. Un premio siempre es en un momento específico con un jurado particular que te da ese premio.

Es muy lindo ganar un premio, yo tuve la suerte de ganar varios y algunos importantes. Hay veces en que un premio te abre una posibilidad para publicar, eso es bueno. Te hace conocido en tu país o fuera de tu país. Hace que venga gente y se acerque a vos y te quiera representar. Eso es bastante útil. Hace que una editorial se interese y te ofrezca cosas. Genera en tus pares, a veces respeto. A veces, envidia. A veces, odio. Es un elemento que genera distintos tipos de ondas.

Hay veces que genera dinero también. Es divertido hacer algunas cosas con el dinero que ganaste en un premio. Genera algo que es muy disfrutable que es viajar, a veces. Cuando el premio implica un viaje y cuando vos te ponés a pensar estando arriba del avión, ¿estoy volando por un conjunto de palabras que metí en un libro? Es una linda sensación.

Tu siguiente libro, Entre jíbaros, llegó seis años después, ¿qué pasó en el medio?

Dejé ríos de tinta en Cuareim y Guatemala, ahí en la vieja y querida redacción de El Observador. Ahora se mudaron y están acá en frente a la Intendencia de Montevideo, pero allá en Aguada escribí mucho. De hecho, tengo pensada una antología de textos del diario. A la vez, escribía mucha ficción.

Publiqué un libro de cuentos con la editorial Estuario que se llamó Entre jíbaros que tiene uno de mis cuentos favoritos que es un cuento con gastronomía sobre el pollo a la Marengo que se llama "Después de Marengo". Creo que ahí toco algunos temas que me ha costado aprender. En ese cuento logré algunas cosas que todavía me satisfacen.

Y en el medio viví, viajé, tuve tres parejas distintas en historias particulares que también te sacan un montón de energía. A ver, no te sacan, pareciera que estoy diciendo que las mujeres te desvían de la literatura, pero no. En 2012 conocí a mi actual mujer. O sea, escribí, trabajé, viajé, hice un viaje muy fermental a México. Y vivir, en el medio vivir.

Pero te diría que el 95% de lo que escribí está editado en el diario. Me sacaron jugo, pero yo a la vez pagaba mis cuentas así que, de alguna manera, era ecuánime.

¿Cuándo se le puede decir a alguien escritor? ¿Cuando publica o, simplemente, por el hecho de estar escribiendo?

Pongamos una excepción ridícula, un escritor escribe un millón de páginas y nunca publica, ¿no es escritor? Claro que es escritor. Si no publica, es cierto, le falta algo. Pero un escritor es una persona que escribe, publique o no publique. Igual, si el sentido de la pregunta es por la denominación, creo que hay gente a la que le pesa la palabra escritor. Se siente incómodo porque es una cosa muy fuerte.

Después escribiste Nacional 88 junto con Elena, tu esposa. ¿Cómo es trabajar con quien estás casado en esa tarea?

Fue un libro muy atractivo, somos los dos enfermos de Nacional y no hay muchos libros en Uruguay escritos de esa forma. Es una mega entrevista con como cuarenta personas donde no hay un narrador. Utilizamos la técnica de la narración oral, que es el testimonio, engarzado con otro testimonio y van contando toda la gran historia del año 88. Nos dimos el lujo de entrevistar a todos los capos del año ´88.

Y con eso escribimos el libro. Nos dimos el gusto de presentarlo en la Feria del Libro y fueron los jugadores, algunos de ellos. En el living de casa tenemos la foto con Cardaccio, con Lima, Revelez. Revelez, además, nos prestó la camiseta del ´88 para la tapa, que es una gran foto de Nico Garrido. Ese día que nos la prestó dormí con esa camiseta de Revelez puesta.

Fue negociado el libro. Elena tiene su personalidad y, a veces, había que tomar decisiones, pero creo que anduvimos muy bien. Fue nuestro primer hijo, de alguna manera. Creo que es un libro que intenta hacer algo más que un libro de fútbol, narrativamente es bastante osado. Creo que puede ser atractivo para gente que, de pronto, no le interese directamente el fútbol porque, como digo alguno, el año 88´fue 364 días de drama y un día de gloria. Es un libro dramático en muchos sentidos porque ganaron mucho y la pasaron muy mal.

Fue un libro escrito relativamente rápido, logramos terminarlo en cuatro meses, más o menos. Empezamos a trabajarlo a fines de febrero del 2013 y lo presentamos para la Feria del Libro que fue en octubre. Con muchas entrevistas y con gente que no estaba en Uruguay.

Y en 2015 dejaste El Observador y el periodismo, ¿por qué?

Por las circunstancias. Trabajaba en El Observador, pero hubo elecciones departamentales en Maldonado y volvió a ganar el Coqui Antía, que es amigo de mi familia. Además, Liliana, su esposa, fue compañera mía en el CERP y me ofreció trabajar en la Dirección de Cultura. Yo hacía diez años que estaba en el diario y ya tenía las rutinas bastante incorporadas. Ya no sabía mucho qué hacer, podría haber seguido escribiendo en el diario, pero quería un cambio. Esto pareció un desafío gigante porque, aunque durante muchísimo tiempo había cubierto las temporadas en verano en Punta del Este, ahí tenía la posibilidad de hacer algo por mi departamento del otro lado del mostrador, ya haciendo y no opinando sobre lo que otros hacían.

Me gustó el desafío y me largué. Fui el director de Programación Cultural. Había que hacer el Festival de Cine de Punta del Este, ferias del libro, creamos un premios literarios, el premio Lussich, y fue una experiencia muy nueva trabajando desde lo público, como gestor cultural, aprovechando todos mis conocimientos literarios y periodísticos, pero estando dentro de una administración.

Además, yo seguía viviendo en Montevideo, por lo tanto viajaba. Fue cansador, fue intenso, fue desafiante y quedé conforme realmente. Creo que se hicieron un montón de cosas y me parece que dimos varios mensajes, intentamos por todos los medios de trabajar lo mejor posible.

Muchas veces se cuestiona que el escritor o el artista sea gestor cultural, ¿por qué no podría serlo?

Porque no hay nada que diga que un escritor, o un buen escritor, sea un buen gestor cultural. No hay nada que diga que un buen escritor sea un buen orador. De hecho, Neruda leyendo sus poemas da gracia porque no puede pronunciar la "erre" y tiene voz muy impostada. Hay que dejar a un actor, de pronto, porque molesta al texto.

Y así, por ejemplo, ¿quién dijo que un director de teatro puede ser un buen director de un teatro? No, pero en algunos casos sí puede ser. A veces, una persona no tan brillante en el campo artístico puede ser un gran gestor cultural porque las capacidades no son necesariamente las mismas. Necesitás otras características, otros perfiles.

¿Qué le dejaste a Maldonado?

Por lo menos una estructura, algunos proyectos culturales que continúan. Por ejemplo, se creó un fondo editorial y los libros se presentaban en la Feria del Libro y tenían una difusión dentro del departamento. La Intendencia financiaba las publicaciones.

Se creó un fondo audiovisual en el mismo sentido en el que se elegían algunos proyectos, sobre todo el cortometraje, algunos mediometrajes y un largometraje para una nueva sección del Festival de Cine de Punta del Este. Por primera vez se reconocía la producción audiovisual de Maldonado, tenía que estar en el Festival de la Ciudad. Se creó el Premio Lussich, que era un premio de narrativa de alcance nacional.

Se continuó con el Encuentro de Escrituras que era un proyecto que venía de la gestión anterior y cada año dedicado a un género distinto con invitados internacionales. El de periodismo narrativo estuvieron Salcedo Ramos, Felipe Restrepo, todos en Maldonado, estuvo realmente muy bueno. Se creó el Premio Lussich, que era un premio de narrativa, de alcance nacional.

La Feria del Libro, que empezó a tener invitados internacionales, intentó utilizar la infraestructura que tenía Maldonado y la muy buena historia literaria y cultural que tiene a favor de la gestión. En ese sentido, también era como reconocer y acordarse de todos los lugares del departamento que tenían relevancia artística, acordarse un poco de quiénes éramos y explotarlo a nuestro favor.

El 2017 fue un año cargado para ti: premios, te seleccionaron para Bogotá 39, el Premio Onetti, la biografía de Carlos Real de Azúa.

El Premio Onetti fue por mi primera novela que es una novela rara, se llama ¡Cómanse la ropa!. Pero sí, el año 2017 fue la confirmación de muchas cosas. En mayo el aviso del Proyecto Bogotá 39 que fue gracias a Banda Oriental porque las editoriales tienen que postular a sus autores frente al festival. Un jurado muy exigente.

Yo tenía dos libros de cuentos y el libro de fútbol. Ellos no habían leído ¡Cómanse la ropa!, esa es la verdad. Lo que yo había mandado era un extracto de un cuento que estaba en Jaula de costillas que se llama "Amor en febrero". Ese fragmento fue lo que los impactó, de un libro de 2007. Implicaba un viaje a Colombia, un país gigantesco que yo no conocía y participar en el festival y todas las posibilidades que te comentaba antes, entrar en el mundo internacional, una nota en El País de Madrid. Ese tipo de cosas que cuando uno es de acá no tenés dentro del radar.

En el medio, la biografía de Real de Azúa, el Bartolomé Hidalgo y luego el premio del MEC, increíblemente. Fue un año intenso y con muy buena crítica de la biografía de Real de Azúa porque vino a llenar un hueco. Era un intelectual demasiado importante en la historia del Uruguay y sí había habido algunos ensayos, pero nadie se había metido. Fue muy denso ese libro en la investigación de campo que me llevó más de un año y la redacción me llevó más de otro.

Fue un proceso de como tres años donde trabajé muchísimo con Carlos María Domínguez que hizo las veces de editor, de consultor y corrector al mismo tiempo. Fue un trabajo arduo y creo que eso repercutió positivamente en el libro, todo el peloteo que tuvimos con Carlos, la mecánica.

Toda la cadencia interna que tiene el libro fue muy debática. Salió el libro y no es común una biografía en Uruguay, una así de cuatrocientas páginas y con esa densidad. No tenemos una gran tradición de biografías, si bien hay excelentes biografías. Para hacer una biografía y que salga bien tiene que haber varios factores. Hay que dedicarle mucho tiempo y trabajarla mucho.

Yo pensé que ese libro era para un nicho de gente que le iba a interesar y me di cuenta que fue un libro con muy buenas ventas. Real de Azúa había sido profesor de muchas generaciones de montevideanos y tenían un gran recuerdo. Ese boca a boca, más los premios ayudaron a que el libro se vendiera bien.

Fue un año muy redondo en la mitad de lo que te conté de Maldonado. El año estaba secuenciado, había distintas cosas en distintos meses y yo yendo y viniendo. Ahí mi mujer cuidando a mi nene chiquito que tenía un año, entonces los días eran complicados. Ir a Maldonado, trabajar allá, volver, ir a lo de Carlos, escribir, reescribir en la madrugada. Dormí poco, pero fue un año que valió la pena. De alguna manera, también me significó, dentro de mi generación, otro status porque yo era capaz de poder escribir en varios géneros y destacarme en ellos. Tenía mi carrera como periodista, como narrador, como ensayista y como gestor cultural. Tenía varias hornallas prendidas.

Luego, en 2018, hice el viaje a Colombia. Los representantes de Uruguay fuimos Damián González Bertolino y yo que fuimos compañeros desde cuarto de liceo. Hasta hoy tenemos una relación muy cercana, nos escribimos todos los días, nos tomamos de referencia, nos mandamos cuentos, nos pedimos opinión, tenemos un diálogo literario más allá de la amistad que es muy intenso.

Ambos son de Maldonado, ¿qué demuestra que a nivel internacional no se haya seleccionado ningún montevideano, que es lo que generalmente pasa?

La elección es medio aleatoria. Creo que no es casual, objetivamente Damián y yo me parece que somos buenos escritores. Casi sin querer el premio de Banda Oriental reconoció una nueva camada de escritores que no eran los de Montevideo. Eso empezó en 2006 con Pedro Peña. Al año siguiente yo y dos años después Damián. Luego lo hizo Martín Bentancor que es de Los Cerrillos y Manuel Soriano, argentino. Gente que no era de Montevideo y eso se reflejó. Obviamente, sigue habiendo muy buenos escritores de nuestra generación de Montevideo, pero puso luz en un montón de narradores que no éramos de Montevideo y que teníamos cosas para decir.

Pero claro, eso no fue explícito, no es que ellos sabían quiénes éramos nosotros y nos iban a premiar, sino que fue porque se mandaba. Hay una camada importante de narradores y esto es un premio de narrativa, pero el hecho de que en Bogotá 39 hayamos sido nosotros dos fue medio casual de una forma porque a Damián lo presentó una editorial argentina. Él fue elegido uruguayo, pero postulado por una editorial de Argentina. Para alguna gente eso significó como una especie de conspiración, los dos justo de Maldonado. Hubo algunas suspicacias de ese tipo, pero no hay nada que puedas hacer.

En 2019 salió tu último libro, Revolución en sepia, ¿cómo es tu proceso de escritor?

Mi proceso de escritura tiene que enlentecer un proceso muy rápido que es el proceso de pensamiento. Obviamente, son cosas distintas, pero tienen mucho que ver porque hay una conexión muy directa en lo que pensás y en lo que escribís, a pesar de que son dos lenguajes diferentes. El ritmo del pensamiento es uno y, a veces, se refleja o no en lo que escribís, dependiendo de cómo manejes ese filtro. Tengo un montón de ideas en las que estoy pensando y varias que van en paralelo. A veces, es solo una la que termina bajando a tierra.

Hay veces en que confío cuando una historia empieza a ganar fuerza interna. De hecho, hace un tiempo que tengo en mente una novela que la he venido elaborando y sobre la que he escrito relativamente poco, que también tiene una conexión con el periodismo porque surgió a partir de una historia que escribí para el diario.

Pero el proceso es muy intuitivo, no trabajo obsesivamente a pesar de que sí tengo un esquema previo de por dónde va a ir la cuestión. Siempre hay una chance de que te puedas sorprender con un lugar donde no sabías que ibas a doblar y, de pronto, aparece todo un paisaje que estaba oculto y era por ahí. No sé si tengo un proceso esquematizado. Entiendo que hay como una etapa de calentamiento para escribir y hay veces en que agarrás velocidad. Podés estar ocho horas escribiendo, lo que es muy cansador para el cuerpo, sobre todo para los hombros y las cervicales y para la vista. Escribís a partir de una idea, por supuesto, pero luego existe la libertad de que vaya mutando, transformándose.

Después te llamaron para ser director de la Biblioteca Nacional, ¿te sentías preparado para tomar este tipo de responsabilidad?

Si te contesto que no debería pararme, irme y bajar la persiana. Durante el 2019 yo tenía una serie de reuniones con Pablo (Da Silveira). Él me conocía por otras fuentes, había sido su alumno, también habíamos trabajado en un proyecto juntos también vinculado a la historia. Él sabía que yo estaba en la Intendencia de Maldonado y que tenía la experiencia ejecutiva de la gestión. En el verano 2020, por enero, nos juntamos en Punta del Este y él me ofreció. Para mí fue una sorpresa y, sin duda, te corre un escalofrío. Saber que en ese sillón negro (apunta hacia un sillón detrás de su escritorio), exactamente ahí, se sentaba José Enrique Rodó. Un lugar donde estuvieron tantos intelectuales de Uruguay. Es un desafío gigantesco sí, pero creí que podía estar a la altura y me tiré al agua. Dije que sí con mucho honor.

Y luego vino lo que pasó. Era un lunes dos de marzo y con toda la ilusión, conociendo este lugar del que había sido usuario durante años porque muchas veces había tenido que venir a buscar material acá. Sobre todo, para Nacional 88 recorrí la biblioteca de ese año de arriba para abajo. Ahora me tocaba estar dirigiéndola y llegó aquel fatídico viernes trece de marzo y el lunes dieciseis cerró al público. En el medio, era director de una biblioteca cerrada y, ¿cómo llegar a los usuarios?, ¿cómo mantenerla viva?, ¿cómo hacer para que la Biblioteca no fuera este palacete cerrado a cal y canto? Trabajamos como bueyes, esa es la verdad. E intentamos que la Biblioteca se mantuviera viva y que hubiera interacción con los usuarios, muchísima y de diversas formas.

Aplicamos un plan de comunicación muy drástico, reformulamos completamente la comunicación de la Biblioteca y en redes sociales el nivel de interacciones y seguidores fue exponencial en su crecimiento.

Además, el MEC sacó la plataforma CulturaenCasa. Nosotros aportamos mucho contenido y después empezamos a trabajar de manera remota con los usuarios uruguayos y del exterior. El servicio al público cambió, hubo que adaptarse como se ha adaptado tanta gente a una nueva realidad e intentamos responder de la mejor manera. Haciendo aflorar la pinacoteca, hicimos exposiciones virtuales, trabajamos con el archivo, desempolvamos las efemérides, encontramos cualquier excusa para mostrar que en cualquier fecha nosotros tenemos algo digno para decir. Es alardear, en el buen sentido, de un acervo impresionante.

Nosotros acá tenemos, te diría, casi que cualquier día entre las invasiones inglesas y hoy. Tenemos contenido para dar sobre cualquier persona, sobre cualquier momento y sobre cualquier situación solo por el depósito de diarios y semanarios. Además, tenemos cientos de miles de libros, sobre todo uruguayos, pero además tenemos una colección de arte muy interesante, de fotos, afiches, mapas, objetos. Tenemos 167 archivos literarios con papelería personal de autores fundamentales de la literatura uruguaya. Tenemos el vestido de bodas de Delmira Agustini. Tenemos muchos libros, obviamente, pero también tenemos un equipo de investigadores que están produciendo conocimiento original y relevante en el campo de las humanidades. Muchos de ellos hacia el ámbito literario y uno es profesor de historia.

Al mismo tiempo, somos una editorial, publicamos libros. El cuatro de agosto sale la revista de la biblioteca que se redactó, en su mayor parte, el año pasado. Se llama Dos Siglos y está dedicada a la historia de la Biblioteca. A la vez, en el sótano tenemos una sala de teatro, que la gestiona el SODRE, que es la sala del Auditorio Vaz Ferreira, pero que es parte de la Biblioteca. En ese gran complejo cultural que es la Biblioteca Nacional, intentamos aprovechar al máximo casi todo.

Durante mucho tiempo estuvo concebida solamente como una biblioteca, como una reserva de papel. Ya solo por eso es soberbio, pero es mucho más que eso. Es todas estas posibilidades que permite y, además, intenta ser un motor cultural. En la tan polémica LUC se creó el Instituto Nacional de Letras con el que trabajamos de manera directa con la Dirección de Cultura. La Biblioteca Nacional comanda el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas y acabamos de hacer un censo para saber cuántas son porque el último censo era del 2011. Tenemos 120 bibliotecas públicas en todo el país y la Biblioteca Nacional es, por ley, el órfano coordinador de todas esas bibliotecas.

Ese es un nuevo desafío. Cuando pregunté cómo funcionaba el sistema, funcionaba con una reunión una vez por año, siempre en Montevideo en la Biblioteca Nacional. Participaban seis o siete departamentos y son diecinueve. La Biblioteca estaba en falta de alguna manera. Gracias al Zoom, hubo una reunión donde participaron diecisiete departamentos. Ahora, estamos pensando en un encuentro presencial del sistema y la Intendencia de Cerro Largo se ofreció a ser sede.

Entonces, ¿la forma de descentralizar cuál es?

La digitalización es una forma de descentralizar. A la vez es una forma de democratizar el acervo porque la Biblioteca tiene que tener acciones para todo el país. ¿Se puede digitalizar todo? No. Tenemos una colección que es inmensa y vamos a demorar años en digitalizar. Pero el sistema de pedidos, hay un investigador que está en Bella Unión que necesita material que está en biblioteca. Escribe, nosotros procesamos esa información y se la mandamos. Esa es una forma de llegar.

La Biblioteca, además, ahora compone la Comisión de Edición. Antes, esto solamente funcionaba por parte de la Academia Nacional de Letras, que tomaba todas las decisiones. Ahora, está la subsecretaria del MEC, Ana Ribeiro, el Archivo General de la Nación, el Museo Histórico Nacional y la Biblioteca Nacional. Y entre los cuatro tomamos la decisión. De hecho, el primer volumen de esta administración que se va a publicar es una obra de Pérez Castellano, que se llama "Cajón de sastre", que es de 1787, literatura uruguaya del siglo dieciocho. Es una rareza.

Es de las primeras literaturas uruguayas.

Sí, antes difícil. Entonces, digitalizamos y tenemos buenos motores para que la gente se entere porque podés digitalizar mucho, pero si nadie se entera nadie va a entrar. Esa es una forma de democratizar. Luego, puede haber alternativas, pero está en ruta esto de que la Biblioteca Nacional se sacuda un poco esa cuestión solamente capitalina e interactúe con el resto del país y aporte lo que tiene para aportar.

Uno de los principales desafíos que tuvo la Biblioteca es comunicar todo lo que pasa acá dentro. Durante mucho tiempo fue un monasterio, casi secreto. El año pasado en el día del Patrimonio vino cantidad de gente que entraba por primera vez, de pronto, con cincuenta años.

Había que cambiar algunas prácticas que tenía la Biblioteca y creo que los cambios son para bien. Por supuesto que no tenemos la bola mágica, ni somos perfectos, pero hacer también implica equivocarse. Consideramos que, un año y medio después, la biblioteca está parada en otor lugar.

Lisa Block me dijo algo que siempre recuerdo cuando se enteró que me habían nombrado, me dijo "vas a estar al frente de la cueva de Ali Baba, es donde están todos los tesoros de este país". Y tiene razón.

Me gustaría hablar de dos tendencias editoriales. La primera, Amazon, ¿dónde se está parando?

La pandemia lo potenció y, obviamente, Amazon es mucho más que una librería online. Entiendo que para el librero y para el mundo libresco puede ser un competidor bastante dañino.

Acá tenemos a nuestros vecinos de Tristán Narvaja que lo tratamos con tanta naturalidad el fenómeno que no nos damos cuenta de que es raro. No existen muchas ciudades acá a la vuelta que tengan la cantidad de librerías que tiene Montevideo y para la población de Montevideo. Es gigante. Lima es una ciudad que tiene algo así como diez u once millones de habitantes y es gigantesca. En total, tiene algo así como quince librerías. Lo mismo Santiago de Chile, esa ciudad moderna y grande.

Montevideo tiene un sistema de librerías que es formidable y vemos que el ambiente editorial independiente está muy complicado, efectivamente, y no nada en la abundancia. Para el tamaño que tenemos, es interesante. Además, ahora han surgido nuevas editoriales. Se me ocurre el ejemplo de Pez en el hielo que tiene unos libros muy cuidados y hay un criterio de colección atrás. Hay editoriales chicas que publican poco y que tienen mucho de artesanal. Yo no sé si te podés comprar un libro de Pez en el hielo por Amazon, pero pueden llegar a ser conjuntos interdependientes.

A la vez, hay un proceso grande a nivel internacional, por lo menos en libros en español, que cada vez depende más de dos grandes conjuntos. Tenés Planeta y tenés Penguin Random House porque todas las otras chicas están dentro y salvo alguna como Siruela, que el dueño tiene mucho dinero y mantiene la editorial, han ido siendo absorbidas por otras grandes. Es complejo.

Por momentos, parece milagroso que el ecosistema siga funcionando. El año pasado fue muy complicado para todo el mundo. Es cierto que la gente leyó más, sí, pero eso no significó necesariamente que se tradujera en más ventas. De todos modos, para las librerías de barrio, y esto lo vi en una librería cerca de mi casa, trabajaron muy bien cuando estuvieron los shoppings cerrados. Y se dice que la librería del shopping perdió, pero la pequeña librería ganó.

Después está todo el otro drama que es que se ha venido perdiendo el oficio del librero. El librero es un poco el librero del alma, es un poco Virgilio guiando a Dante en los infiernos. Es un tipo que tiene que saber mucho de libros y sacar rápidamente el perfil del cliente, aconsejarlo y que quede conforme. E ir creando una relación. Así como hay un médico de cabecera, ponés un librero de cabecera.

Yo creo que es motivo de celebración las librerías que existen en Montevideo y en otros lugares del Uruguay. Maldonado tiene muy lindas librerías y hay otros puntos del Uruguay donde te sorprende una buena librería.

Un amigo bromea y me dice que estoy al frente de la librería más grande de Uruguay. Yo sigo comprando libros y me parece que es importante el apoyo porque el circuito del libro necesita que la gente siga comprando en librerías. Obviamente, cuando el libro no está acá, Amazon es un atajo.

La otra tendencia sería la auto publicación, ¿cuál pasa a ser el rol de una editorial si todos nos empezamos a auto publicar?
La edición de autor existió desde siempre. De hecho, algunas obras muy importantes y fermentales en la literatura uruguaya salieron en ediciones que eran casi que de autor. El pozo, de Onetti, por ejemplo. Cuando se pusieron de moda los blogs la gente todo lo publicaba en un blog.

La editorial tiene un sentido porque le resuelve al autor un montón de problemas. Alguien tiene que diseñarlo, tenés que elegir una linda portada, el depósito legal, después la difusión. ¿Las editoriales podrían funcionar mejor? Sí. Tengo mis tirones de orejas con las editoriales y en algunos casos podrían funcionar mejor.

Desde el punto de vista formal, pasar por el filtro de una editorial es otra cosa. El que hace la edición de autor tiene que ir con su librito y golpeando para dejarlo. Hay un prejuicio con la edición de autor porque significa que si lo publicaste vos es porque nadie te quiso publicar.

El rol de las editoriales es muy importante. Por supuesto, es un rol también comercial, editan libros para que se vendan, pero deberían influir e orientar. También hay un asunto que está conectado a las críticas. Creo que estamos en una crisis de la crítica, las firmas en los medios dejaron de ser referentes de qué leer, cómo leer, a pesar de que todavía en el Uruguay, a duras penas, se mantiene la crítica literaria. Hay gente que escribe sobre libros y las secciones culturales increíblemente se mantienen, pero las editoriales mantienen en pie el ecosistema.

Y capaz que lo estoy pensando solamente desde el punto de vista de la literatura, pero desde el punto de vista del ensayo, de los trabajos históricos, científicos, de difusión también. Se publican desde horóscopos, autoayuda, el mundo del libro es mucho más, desde las enciclopedias hasta los libros de texto. El rol del Estado también juega, los fondos concursables de la categoría editorial es para publicar libros y se han publicado muy buenos libros. A mí me tocó ser jurado un año y me acuerdo que las propuestas eran muy variadas. Hay veces que las editoriales, y conozco algunas bastante desde adentro, que hacen malabares y es un milagro que sigan existiendo. Gente que hace quijotadas y que serán recordados en la historia. La gente de Banda, Martín Fernández en Estuario que están ahí aguantando la bandera en la mitad de la tormenta y eso es digno de todo mi aplauso.

¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?

El nacimiento de mis dos hijos y el día de tiro libre del Chino Recoba en noviembre de 2014. A nivel familiar habíamos vivido algo muy duro y ese clásico, de alguna manera, nos hizo volver a reír.

¿Y el más triste?

El día de la muerte de mi padre el siete de diciembre de 2019.

¿En qué momento de tu vida sentiste mayor libertad?

Obviamente hay cosas que te van recortando la libertad, si tomamos la libertad desde el punto de vista práctico de la posibilidad de elegir y hacer lo que uno quiere. No de la libertad filosófica donde podés estar en la cárcel y ser libre, de alguna forma.

Algo que la vida te haya hecho aprender a los golpes.

Es difícil decirlo, pero el valor de la ausencia. Uno nunca está midiendo lo que tenés para aprovechar y para vivir, pero hay ausencias que son muy fuerte. Esos son los golpes que te generan aprendizajes.

¿Algo que nunca te hayan preguntado?

Mil cosas, imaginate. Como escritor, te diría que siempre te preguntan por las influencias y nunca te preguntan por los escritores que querés hacer exactamente lo opuesto de lo que hicieron ellos.

¿Sería la anti influencia?

Llamémosle. Pero encima es, ¿qué escritores te influyeron? ¿qué escritores te gustan? Y hay veces en que te influyen los que no te gustan. Sería, ¿cuáles fueron los que los que no te gustaron? Esos que te gustaron tan poco que te enseñaron lo que no hay que hacer.

Si murieras hoy ¿irías al cielo o al infierno?

No lo veo como cielo o infierno. Cuando murió mi padre, mi hijo chico me preguntó dónde estaba. Yo le respondí que estaba en el cielo y, él, de manera muy lógica me preguntó mirando para arriba, "¿y cuándo se va a caer?". Me desacomodó absolutamente. Porque claro, ¿por qué no caería y volvería con nosotros? No sé, me imagino en algún tipo de purgatorio, quizá, si es que eso existe. 

Por Federica Bordaberry