Uruguay avanza de forma sostenida hacia una economía cada vez más digitalizada y libre de efectivo. En una región donde los pagos digitales se multiplicaron por cuatro en la última década, según datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el país se posiciona como líder en interoperabilidad, eficiencia y colaboración público-privada.
El 75% de los pagos en Uruguay ya se realizan por medios electrónicos, y las transferencias entre distintos bancos se ejecutan de manera instantánea y sin interrupciones horarias. Este salto no es resultado de una disrupción aislada, sino de una estrategia de largo plazo que tuvo su punto de partida en la Ley de Inclusión Financiera y continuó con acuerdos entre bancos tradicionales y empresas fintech.
“Cuando los sistemas se abren y las reglas son claras, todos ganan”, resume Franco Moccia, country manager de Fiserv Uruguay. “La innovación no surge de la rivalidad, sino del entendimiento”.
Una infraestructura moderna con ambición regional
El ingreso reciente de Pix, el sistema de pagos instantáneos de Brasil, a las terminales de cobro en Uruguay representa un hito en la integración regional. Desde este verano, turistas brasileños pueden pagar en reales mediante códigos QR, mientras los comercios uruguayos reciben el monto en pesos, sin esperas ni costos extra. La operación es instantánea y sin fricciones.
“Pix no es solo una herramienta, es una cultura. Incorporarlo a Uruguay significa conectar ecosistemas”, señala Moccia. Con más de 150 millones de usuarios en Brasil, Pix ha transformado el mercado financiero y representa un modelo de pagos sin barreras ni fronteras, que podría replicarse en otros países del Cono Sur si se alinean políticas y sistemas.
Brechas persistentes: inclusión, conectividad y confianza
Pese al progreso tecnológico, el efectivo aún persiste en zonas rurales y sectores informales, especialmente fuera de Montevideo. Aunque su uso cayó más de 40% en cinco años, la digitalización no ha sido pareja. Factores como la desconfianza, la escasa conectividad y los hábitos culturales siguen siendo obstáculos. “La digitalización sin inclusión es una trampa. Si la tecnología avanza y la gente queda atrás, el sistema pierde sentido”, advierte Moccia.
Cerrar esa brecha requerirá educación financiera, incentivos para pequeños comercios y políticas que garanticen acceso digital universal. De lo contrario, la transformación podría profundizar desigualdades en lugar de reducirlas.
Una oportunidad económica en juego
Según estimaciones del BID, los sistemas de pago digitales podrían sumar hasta un 5% del PIB regional en la próxima década, gracias a la eficiencia, la formalización de transacciones y la reducción de costos. Uruguay, con alta penetración bancaria, capital humano calificado y estabilidad macroeconómica, está bien posicionado para aprovechar esta ventana.
Pero el desafío ya no es solo interno. En un entorno donde la velocidad de adopción marca la diferencia, el país compite contra el ritmo del cambio tecnológico global.
“Ya no se trata de eliminar el efectivo, sino de eliminar las fricciones. El que logre que el dinero fluya sin obstáculos, gana”, concluye Moccia.
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