Contenido creado por Federica Bordaberry
Informes

Más allá de la comida

Trastornos en la conducta alimentaria, un flagelo silencioso

El proceso de rehabilitación constituye una experiencia personal. Tres jóvenes cuentan su tránsito por ese camino.

12.08.2022 16:25

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2022-08-12T16:25:00-03:00
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Por Elisa Juambeltz

Los trastornos de la conducta alimentaria pueden definirse como enfermedades de salud mental complejas y multicausales. Son eso, son enfermedades de salud mental complejas y multicausales que afectan, sobre todo, a adolescentes y mujeres jóvenes. 

A nivel mundial, representan la tercera enfermedad crónica más común entre las jóvenes. La Organización Mundial de la Salud las considera enfermedades mentales prioritarias para los niños y adolescentes, dado el riesgo que implican.

En el año 2013, en Uruguay, ingresó al Parlamento un proyecto de ley que buscaba reconocer al 26 de agosto como el Día Nacional de Lucha Contra la Bulimia y la Anorexia Nerviosa. En agosto de 2021, un grupo de organizaciones y referentes retomaron el tema y trabajaron en un nuevo proyecto de ley para reconocer, finalmente, al 26 de agosto como el Día Nacional de la Lucha Contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria, con un enfoque ampliado.

Uno de los objetivos de esta iniciativa es incentivar la recolección de datos actualizados sobre la situación en nuestro país. Hoy, esos datos, no están disponibles. No existen. No se sabe cuántas personas sufren estos trastornos en Uruguay. 

No lo sabe, a ciencia cierta, nadie.

Por el 2015, la estimación era que el 14% de los adolescentes en edad liceal sufría algún tipo de patología alimentaria y que el 88% de los casos correspondía a mujeres. Julia Alderette, psicóloga e integrante de la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia desde 2011, asegura que el número de casos está en aumento y que ocurre en edades cada vez más tempranas.

Magdalena Bentancur, licenciada y magíster en Nutrición, notó que durante la pandemia se registró un aumento en las consultas sobre trastornos de la conducta alimentaria. Estos trastornos constituyen enfermedades multicausales. Es decir, que no tienen un único motivo de origen y, pese a que en los últimos años los tipos de trastornos se han diversificado, la anorexia nerviosa y la bulimia continúan siendo los más frecuentes.

La anorexia nerviosa conlleva un miedo intenso a ganar peso, implica mucho control, rigidez al comer y restricción de la ingesta calórica. 

Sin embargo, y en discordancia con lo que se cree habitualmente, no es necesaria la presencia de infrapeso, aunque sí las conductas restrictivas se mantienen en el tiempo, es probable que aparezca ese síntoma. Este tipo de trastorno se caracteriza también por alteraciones en la percepción de la persona. 

La bulimia, en tanto, es un trastorno caracterizado por los conocidos atracones de comida, que pueden darse diariamente, o con menor frecuencia. Las conductas compensatorias son otro aspecto constitutivo de la bulimia y, al igual que en la anorexia, está presente la distorsión en la percepción.

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Fue en 2017, durante su segundo año de facultad, que Lucía empezó a trabajar. Tener tiempo libre se convirtió en un desafío bastante ambicioso y no tuvo otra opción que dejar de ir al gimnasio por unos meses. Entonces, el miedo a engordar -que había sentido durante toda su adolescencia- volvió. En dos meses bajó casi diez kilos.

“Yo misma me di cuenta de que precisaba ayuda”, recuerda. El diagnóstico fue un trastorno de la conducta alimentaria “no especificado”. Así, comenzó un tratamiento largo, con altos y bajos, que aún continúa.

Su proceso de recuperación estuvo enfocado, desde el principio, en el aspecto psicológico, que fue el que sufrió mayor impacto. Aunque tuvo que cambiar hábitos alimenticios y eso significó un reto, el desafío más grande fue, y sigue siendo, cambiar pensamientos y creencias. Hoy, a más de cinco años de comenzar con su recuperación, Lucía está convencida de que redefinir el concepto de salud fue la gran clave: “Me costó, pero entendí que la alimentación es un medio para sentirme bien. Así pude empezar a ‘amigarme’ con la comida”, explica. 

El trabajo sobre su autoestima fue otro de los pilares de un camino que continúa transitando: “Todavía hay días en los que me miro al espejo y todos los monstruos reaparecen. Intento dejarlos ir y no darles entidad, pero sigue siendo difícil”, explica. 

Camila, su psicóloga, fue quien detectó el trastorno de la conducta alimentaria y se convirtió en “una gran aliada durante todo el camino”. Unos años después, y con grandes avances en el haber, Lucía conoció la herramienta del Yoga, que le permitió acceder a una nueva concepción sobre su cuerpo. “Ahora hago el ejercicio de agradecerle a mi cuerpo porque me permite hacer todo lo que quiero, pero me costó abrirme para sentir eso”, dice. 

“Gracias a todo el recorrido que transité, tengo la tranquilidad de que no voy a dejar de comer,  pero la batalla interna sigue y se da todos los días. Eso lo tengo claro”, reconoce Lucía. Aunque habla principalmente sobre un trabajo interno y cotidiano, está convencida de que la sociedad también tiene algo que ver con todo esto. “Tenemos que ser más responsables sobre los mensajes que damos y las exigencias que ponemos, sobre todo, sobre la mujer”, concluye. 

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Los trastornos de la conducta alimentaria y el abordaje interdisciplinario

Julia Alderette, como profesional, trabaja en el proceso de rehabilitación de pacientes con diversos trastornos en la conducta alimentaria, a través de dinámicas grupales y con un abordaje multidisciplinario. 

“Muchos pacientes llegan a hacer un tratamiento por voluntad propia, pero otras veces vienen traídos por familiares y, en esos casos, lleva tiempo que la persona tome conciencia del trastorno”, explica. La dinámica grupal, para estos pacientes, constituye una gran herramienta porque permite que las personas se reconozcan en lo que transitan los demás: ya no están solos.

El tratamiento es largo y no es lineal. Puede durar hasta tres o cuatro años, dice Alderette, quien considera que es necesario que los procesos sean prolongados: “La persona tiene que lograr enfrentar los miedos que está depositando en su relación con la comida y eso lleva tiempo”, asegura.

Para darle el alta a un paciente, es necesario que haya podido “sanar las heridas emocionales que están por detrás de la patología, porque la conducta alimentaria es solo la punta del iceberg”. Cuando esto sucede, la persona puede estar tranquila de que cuenta con las herramientas para no recaer en el punto inicial de la patología.

Si bien cada caso es particular, Julia está convencida de que -a nivel social- podemos hacer un aporte, especialmente en la prevención de estos trastornos. Es por eso que integra un grupo de trabajo orientado a la creación de una ley que promueva el 26 de agosto como el Día Nacional de la Lucha contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria. 

“Falta conocimiento sobre el tema. De hecho, muchas veces se cree que estos trastornos son exclusivos de las mujeres y no es así. También se piensa que aparecen únicamente en la adolescencia y vemos cada vez más familias que llaman preocupadas por sus hijas o hijos de cuatro o cinco años”, dice Alderette.

Valentina Casal es médica psiquiatra e integra el Departamento de Medicina Preventiva y Social de la Udelar. Además, forma parte del equipo multidisciplinario de Vitalis, una clínica especializada en la prevención, diagnóstico y tratamiento de los trastornos de conducta alimentaria.

Según Valentina, cuando los pacientes llegan a consulta, lo primero evalúa son los aspectos cognitivos del trastorno y los aspectos emocionales subyacentes: “La alteración en la conducta alimentaria es un síntoma visible, pero no es el problema central. Para conocer el conflicto que desencadena esta presentación clínica hay que hacer una evaluación integral”, dice Casal. 

Muchas veces, por ejemplo, aparecen conductas obsesivas, sintomatología ansiosa o depresiva y  “no siempre las personas están lo suficientemente estables como para afrontar una terapia psicológica que puede ser muy movilizante”. En esos casos, el acompañamiento psiquiátrico cumple un rol importante para mejorar la adhesión del paciente al tratamiento.

La dinámica de trabajo ideal debe estar basada en la interdisciplina. Por eso, la comunicación entre los profesionales es fundamental. Para Valentina, el alta a un paciente se tiene que dar de forma conjunta: “Puede pasar que el paciente mejore desde el punto de vista nutricional, pero permanezca con aspectos a trabajar desde el punto de vista psicoterapéutico. El alta definitiva llega cuando todos los profesionales están de acuerdo”, explica.

Si bien estos procesos siempre presentan vaivenes, ella asegura que el crecimiento es notorio, tanto para el paciente como para su entorno, y eso es gratificante. “Lo que al principio parecía imposible de aceptar, de a poco comienza a ser percibido y así llegan las mejoras en todos los aspectos”, dice Casal.

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El mundo estaba en pausa por la pandemia de covid-19 cuando Martina recibió su diagnóstico: anorexia. Fue su psicóloga la primera que le habló del tema y, luego, su médico de cabecera. Por entonces, las preguntas sobre su salud empezaban a agobiarla. Los “¿estás comiendo bien?, ¿estás enferma o te pasa algo?”. Eran cuestionamientos constantes en los últimos meses. Sin embargo, no fue hasta tener un diagnóstico que Martina pudo hablar sobre lo que le estaba pasando. 

“Lloré mucho cuando le conté lo que estaba viviendo a quien era mi novio. Fue el primero en saberlo. La charla fue muy dura, pero me hizo bien. Poner lo que me pasaba en palabras me alivió”, recuerda Martina. Las conversaciones que siguieron a esa fueron una más movilizante que la otra. El proceso de recuperación recién había comenzado. 

Los primeros pasos fueron los más difíciles: su psicóloga y su nutricionista no estaban lo suficientemente comunicadas y eso afectó su adhesión al proceso. “Mi nutricionista se alegraba cuando yo aumentaba de peso, pero yo no. No quería ir más a las consultas. Le conté esto a mi psicóloga y hablamos las tres -mi psicóloga, mi nutricionista y yo- sobre cómo continuar el tratamiento. Juntas llegamos a un acuerdo y todo fluyó mejor”, cuenta.

Ese acuerdo fue la base para lograr un proceso más ameno. Sin embargo, Martina recuerda los primeros meses como una etapa repleta de desafíos y un poco abrumadora. “Por momentos tenía diez ojos mirando constantemente lo que comía y, en realidad, lo más importante no está en eso, sino en el trasfondo de la relación con la comida. Nos lo explicaron los profesionales con el correr del tiempo, pero es algo que al entorno le cuesta interiorizar”, asegura.

Hoy, si bien Martina continúa en tratamiento, los avances son claros: disfruta de comer en familia y con amigas, y ha incorporado nuevos alimentos a su vida cotidiana. Estos logros la alegran. Está descubriendo nuevos momentos de disfrute: “Me di cuenta de que la comida crea vínculos y espacios para compartir. Todo eso yo lo había perdido y ahora lo estoy volviendo a ganar”, asegura.

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El trabajo desde la nutrición

Magdalena Bentancur es licenciada y magíster en Nutrición. Trabaja de forma particular y, en el último tiempo, ha notado un aumento en el número de consultas vinculadas con trastornos de la conducta alimentaria, especialmente en adolescentes: “Es difícil transitar la adolescencia en una sociedad tan exigente con respecto al cuerpo”, reflexiona. 

Para Magdalena, hay dos cuestiones esenciales en los trastornos de la conducta alimentaria. En primer lugar, es necesario entender que se trata de trastornos multicausales. No hay un único motivo. En segundo lugar, hay que considerar la atención a la persona de forma integral y no centrarse únicamente en su conducta alimentaria. 

De hecho, en las consultas con pacientes que transitan este tipo de trastornos, Magdalena decide preguntarles si quieren pesarse o si prefieren no hacerlo. “Creo que es bueno sacar el foco de la balanza para ponerlo en otro lado. Lo que tiene que cambiar es la calidad de vida. No todo tiene que estar centrado en un número”, explica.

De acuerdo con su experiencia, en los procesos de recuperación las recaídas son la regla y no la excepción. Sin embargo, lo importante es avanzar, sin importar el ritmo. Para eso, el entorno y el equipo profesional son clave: “Es muy importante contar con un sistema de apoyo activo, especialmente para la contención durante los momentos más difíciles”, dice.

“El tratamiento no es mágico, todo es paso a paso, pero la recuperación es posible”, asegura Magdalena y reconoce que uno de los principales desafíos es crear una alianza entre el profesional y el paciente: “Muchas veces, en el comienzo del tratamiento nosotros tenemos la imagen de ‘el enemigo’. Por eso, hay que trabajar en la empatía y la confianza para cambiar esa percepción”. 

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“No sé si lo que me pasó es representativo, pero yo lo cuento porque hoy no es un tabú”, avisa Sol antes de comenzar su relato. Ella transitó su trastorno de la conducta alimentaria sola, sin pedir ayuda. Esa es una gran particularidad. Pasaron seis años desde que Sol tomó conciencia de lo que estaba transitando. Por entonces, tenía solo 19.

“Nunca fui diagnosticada. Me daba mucha vergüenza hablar de lo que me pasaba y no pude pedir ayuda. Eso es algo que me pesa”, dice Sol. Fue capaz de ocultar lo que estaba transitando por más de un año. Toda su inteligencia estuvo al servicio de ese gran desafío: “No dejaba que se ‘metieran’ en mi vida y tenía muchos ‘trucos’ para no levantar sospechas”, explica. 

Su diabetes -enfermedad que le diagnosticaron cuando era una niña- fue la primera en delatar lo que estaba pasando. Los valores dejaron de ‘dar bien’ y eso encendió algunas alarmas, que decidió dejar pasar. Unos meses después, en consulta con su ginecóloga, Sol comprendió la gravedad de la situación. “La médica no sabía mi situación, pero me explicó qué riesgos corría si no aumentaba mi peso”, recuerda. Con menos de 20 años, se sintió en peligro y entendió que algo tenía que cambiar. 

Sol se animó a contar lo que estaba transitando y, con la contención de su entorno, los cambios en su alimentación, paulatinamente, aumentaron. Su autoexigencia, que por momentos le sigue jugando una mala pasada, fue uno de los principales aspectos a trabajar. Hoy, Sol reconoce cuándo tiene que parar y se recuerda a sí misma que estar sana es la base para lograr todo lo que se propone.

“Creo que es necesario que se visibilicen estos temas porque, seguramente, muchas mujeres sufren lo mismo que yo y tampoco pueden hablar. A mí me duele no haber podido pedir ayuda”, cierra. 

Por Elisa Juambeltz