Por Aníbal Falco
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El general Líber Seregni, fallecido el 31 de julio de 2004, fue un actor de primera línea de la política nacional durante décadas. Pero también, como militar, protagonizó momentos históricos previos que testificaron la serie de procesos y factores acumulados de la decadencia en la democracia uruguaya, y que desembocaron finalmente en el golpe de Estado de 1973 con la disolución del Parlamento en la madrugada del 27 de junio, hace exactamente 50 años.
Más allá de la serie de hechos de violencia política que se vivieron en el país durante la década de 1960 y 1970, Seregni consideraba que para comprender los orígenes del golpe cívico-militar dado por Juan María Bordaberry hay que remontarse a salida de la dictadura de Gabriel Terra, cuatro décadas antes.
Para Seregni, el golpe de 1933 “no solo dividió profundamente a la sociedad uruguaya, sino también a los partidos tradicionales de forma muy sensible”.
Consecuentemente, pensaba el general, durante esas décadas se dio un cambio en las correlaciones de poder dentro de las Fuerzas Armadas, y en particular en el Ejército, entre batllistas, nacionalistas y antibatllistas.
En La trama autoritaria: derechas y violencia en Uruguay (1958-1966), la doctora en historia Magdalena Broquetas señala que ya “durante los años veinte fueron in crescendo las amenazas de motines militares en un Ejército que se había consolidado colorado, antibatllista y anticomunista”, en reacción a los impulsos reformistas que había llevado adelante el primer batllismo sobre todo durante el segundo mandato de José Batlle y Ordoñez (1911-1915).
“El siguiente mojón de la reacción conservadora se ubica en 1915 con la creación de la Federación Rural que promovió la unión de las principales entidades empresariales con el objetivo de poner freno al reformismo. El gremio contó con el apoyo explícito de Luis Alberto de Herrera y Pedro Manini Ríos, los principales líderes políticos de la oposición. Finalmente, en las elecciones del 30 de julio de 1916 —las primeras con sufragio universal masculino y secreto—, el batllismo fue derrotado, lo cual se tradujo en un ‘alto’ en su programa reformista y la organización de un nuevo orden político, democrático y liberal, dando paso a casi tres lustros de la denominada por [el historiador] Gerardo Caetano la ‘república conservadora”, apunta Broquetas.
“El régimen terrista reprimió a la oposición y persiguió disidencias tanto políticas como sociales… La división entre colorados batllistas y antibatllistas era desde luego mucho más antigua y compleja que el episodio terrista. Solo que la dictadura la organizó de un modo más dramático, institucionalizado y le permitió a cada sector el ‘cumplimiento de un rol’ en el sistema. La división entre herrerismo y nacionalismo independiente dentro del Partido Nacional también tenía raíces más lejanas, ya presentes en la tensión constitutiva de la síntesis entre ‘lo blanco’ y ‘lo nacionalista’ que ocurrió en el siglo XIX. La dictadura terrista dividió con profundidad inédita a los partidos tradicionales desde comienzos de siglo”, añade Caetano en Historia mínima del Uruguay.
En 1971, Seregni fue el primer candidato a presidente por el Frente Amplio y cosechó el 18% de los votos, en una elección que hasta el día de hoy es cuestionada por fraudulenta y que se dio en un contexto de violencia y tensión política, en parte por los enfrentamientos de un grupo armado que apelaba a la revolución para la instauración del socialismo (MLN-Tupamaros) y las fuerzas represoras del Estado.
Antes de esas cuestionadas elecciones que planteaban la posible reelección de Jorge Pacheco Areco (vía reforma constitucional), Seregni llegó a ocupar durante su carrera militar varios grados en el Ejército Nacional, hasta alcanzar el grado de general en 1963 y pedir el pase a retiro durante el gobierno de Pacheco Areco en 1968, un año caliente marcado por las medidas prontas de seguridad, la muerte de Líber Arce, la intervención de la Universidad de la República, la militarización de los bancos y el congelamiento de precios y salarios, tras una fuerte devaluación que en cuestión de meses llevó al valor del dólar de $100 a $250. Tras más de una década de estancamiento económico, la inflación alcanzó su máximo histórico ese año, 183%.
Un ejército nacional y antibatllista
En entrevista concedida al periodista y politólogo Alfonso Lessa para el libro Estado de guerra (1996), Seregni afirmó que los principales perjuicios para los militares durante la dictadura de Terra fue que perdieron todas las posibilidades de ascenso, en particular aquellos que la pretendieron enfrentar al inicio, oficialidad en líneas generales vinculada al batllismo.
Según el histórico dirigente, a la salida de la dictadura de la década de 1930, “en las Fuerzas Armadas en general, pero en el Ejército en particular, comenzó a haber una división entre batllistas y antibatllistas, tras surgir un sentimiento nacionalista en buena parte de la oficialidad que cambió la mentalidad del Ejército”.
El grupo de oficialistas batllistas ligados al Partido Colorado que tuvieron una participación activa en los intentos de enfrentar la dictadura de Terra y que habían sido perjudicados durante el desarrollo de su carrera comenzaron a ser favorecidos para la recomposición de su carrera militar posdictadura.
El autogolpe del 31 de marzo de 1933 dado por Terra contó con el apoyo de las derechas blancas (herreristas) y coloradas (riveristas), el apoyo operativo de la Policía y el consentimiento del Ejército, que previamente había sido purgado de generales batllistas.
“Un grupo de esos oficiales y de políticos, los llamados isleños, fue confinado en la Isla de Flores. Recuperada la institucionalidad, primero a través del gobierno de [Alfredo] Baldomir y sobre todo en el gobierno posterior de Juan José de Amézaga, hubo una reivindicación de los que fueron perjudicados por la dictadura en el plano civil, pero también en el plano militar”, apuntó Seregni, según reconstruye Lessa en su libro De las armas, las urnas y las letras.
Según el relato, una vez finalizada la dictadura de Terra, se abrió un tribunal de reclamos.
“Aquellos que habían sido dañados y perjudicados en sus calificaciones se les recompuso la carrera y pudieron ir escalando los sucesivos grados en un mínimo de tiempo. Ocurrió, como siempre, que empezaron a jugar influencias políticas, y la reparación, en el seno del Ejército, fue más allá de los cuatro o cinco casos notorios, produciendo problemas en el medio militar”, añadió el general (testimonio replicado en el documental El Golpe: 30 años después).
Este empuje abarcó a más de 100 oficiales, quienes fueron “llevados a las categorías de mayores y jefes”.
“Eso distorsionó una estructura piramidal que es de relativa rigidez y se sobrepasaron los niveles marcados para cada uno de los grados. Así crecieron y empezaron a haber deformaciones en la estructura. Comenzaron a producirse lesiones a los que habían quedado y apareció una segunda generación, de los perjudicados por los perjudicados en la dictadura. Se terminó distorsionando seriamente toda la estructura de los cuadros del Ejército, creando resentimientos de todo tipo”, recordó Seregni.
A su entender, lo que ocurrió fue que durante las siguientes décadas los sectores batllistas tuvieron “una fuerte influencia” en la interna del Ejército y la oficialidad afín a ese sector político “recibió un premio mayor que los demás”.
“Esto fue creciendo y por los años 50, incluso en el gobierno de Luis Batlle Berres (1947-1951), se empezó a crear dentro del Ejército un sentimiento antibatllista, porque los batllistas se repartían los grandes cargos del Ejército y manejaban la fuerza. En la segunda mitad de la década de 1950 ese sentimiento se corporizó de una forma u otra contemplando al general Mario Aguerrondo. Era un grupo encabezado por él, gente de vieja raíz blanca, pero también estaban los hermanos y luego generales Eduardo y Rodolfo Zubía, entre otros oficiales inicialmente ligados al Partido Nacional, que criticaban ostensiblemente la conducción del Ejército. Esto va creciendo y toma cuerpo en las elecciones de 1958 cuando el Partido Nacional alcanzó el Gobierno”, relató Seregni.
Momento crítico en la entrega del poder
En el marco de la victoria de la Revolución Cubana, esta polarización y tensión dentro del propio Ejército uruguayo también se reflejaba en la realidad política nacional, alcanzando su punto más crítico en marzo de 1959, cuando el Partido Colorado le entregó el gobierno al Partido Nacional.
Liderados por Luis Alberto de Herrera, los blancos habían conseguido la victoria electoral y su llegada al gobierno después de casi un siglo, tras la alianza electoral concretada entre el caudillo blanco y Benito Nardone (Chicotazo), quien se había convertido en la principal figura de la corriente llamada “ruralismo”.
En lo previo, se había manejado la posibilidad de no entregar el mando, situación que fue descartada de plano por Luis Batlle Berres cuando le fue planteada.
Seregni, en ese entonces coronel, fue el encargado de organizar la ceremonia militar de transmisión de mando del 1° de marzo de 1959, acto que tuvo varios hechos inéditos. Entre ellos, fueron relevados por el Consejo Nacional de Gobierno cuatro generales en pleno desfile militar.
“Pasaron dos cosas. Me vinieron a ver los hermanos Zubía, con los que tenía buena relación. Yo también tenía buena relación con Aguerrondo, hicimos el curso de tenientes para capitanes juntos. Era un tipo honesto, tenía su visión, sí, y habíamos tenido discusiones; era amante de Alemania, lo fue siempre y no lo escondía. Me vinieron a ver, a decirme que había que asegurar la entrega del mando y a pedirme que facilitara la presencia de oficiales blancos armados en la ceremonia. Allí empezamos a tener problemas, porque yo les aseguré que las Fuerzas Armadas entregaban, que el Ejército entregaba”, recordó Seregni en diálogo con Lessa.
En esta línea, el dirigente frenteamplista, que estuvo preso durante la dictadura desde 1973 a 1984 y fue proscripto para las elecciones de 1984 al igual que Jorge Batlle y Wilson Ferreira Aldunate, señaló que en el desfile militar de 1959 muchas unidades lo hicieron con las armas cargadas: “Y más aún, se había creado una organización dentro de las fuerzas que desfilaban, con oficiales que tenían la misión de custodiar y en todo caso matar a los jefes. Respondían a este movimiento de oficiales blancos que actuaban pensando en el nuevo gobierno, por el temor de que no se entregara el mando. Se creó una mentalidad perversa ante la posibilidad, que era absurda”.
Pese al nerviosismo vivido ese 1° de marzo, agudizado por la falta de acuerdo para la constitución del nuevo gobierno, el colegiado blanco gobernó Uruguay hasta 1967 sin encontrar soluciones de fondo a la crisis estructural que padecía el país.
Durante este período, según Seregni, se consolidó aún más el sentimiento antibatllista dentro de las fuerzas armadas al llegar al primer nivel de los mandos del Ejército a oficiales de origen nacionalista y colorados exruralistas.
Comenzó a crecer la figura de Aguerrondo, “como el jefe blanco que se había opuesto junto a un grupito” a la no entrega del poder por parte de los colorados.
“Allí fue cuando empezó el camino que después va a terminar en el golpe de Estado de 1973. A muy grosso modo, esta gente se traduce en ese agrupamiento de oficiales que finalmente forman los Tenientes de Artigas (que también respondió a un enfrentamiento con la masonería). Se fue creando un sentimiento creciente entre un grupo inicialmente de raíz blanca, pero también con algunos colorados de derecha, respecto a lo que era el pensamiento militar. En 1964, se pudo apreciar claramente eso que había surgido a mediados de los años 50, ese sentimiento antibatllista que todavía estaba presente. Ahí terminó de consolidarse y conformarse ese grupo de Tenientes de Artigas. Y el inicio de este tipo de división está en las consecuencias del golpe de Estado de 1933, en las reparaciones que se hicieron. Ahí es donde empezó la transformación”, interpretaba Seregni, que también apuntó en clave crítica en reiteradas ocasiones contra el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN-T), “un grupo de iluminados” que se convirtió en “un obstáculo muy sensible y serio para el Frente Amplio”.
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