La batalla de Verdún fue la más larga de la Primera Guerra Mundial (de febrero a diciembre de 1916) y una de las más sangrientas, ya que costó unas 260.000 vidas repartidas en ambos bandos.

El choque en una reducida zona del frente occidental fue idea de Erich von Falkenhayn, ministro de Guerra y jefe del Estado Mayor alemán, y tenía un cometido triple. En primer lugar, pretendía ser una distracción y obstáculo para los preparativos ofensivos que sus enemigos preparaban más al oeste, sobre el río Somme, donde ese mismo año se libraría otra terrible batalla. Por otra parte, el sector de Verdún parecía ser uno de los puntos más débiles de la línea francesa, y si se lograba rendir la ciudad, se habría dado un paso decisivo en el camino hacia París. Finalmente, Falkenhayn contaba con que el mayor poder artillero de su ejército diezmara al enemigo. De ese modo, incluso en caso de no lograr mayores conquistas territoriales, se podría desangrar al ejército francés hasta obligarlo a rendirse.

En ese contexto, el ejército alemán lanzó el 21 de febrero una enorme y ambiciosa ofensiva que en un primer momento alcanzó promisorios avances, pese a la denodada defensa gala. Sin embargo, con el paso de los meses girarían las tornas y los defensores retomarían la iniciativa.

En el marco de esa batalla se produjo un incidente singular, no sólo para la Gran Guerra sino para la historia militar en general: la caída del fuerte Douamont.

Una joya de cemento y acero

El imponente edificio era el mayor de un anillo de fortificaciones construidas por los franceses en la zona de Verdún, luego de que la derrota ante los alemanes en la Guerra Franco Prusiana de 1870/71 les hiciera ceder las provincias de Alsacia y Lorena, corriendo la frontera hacia el oeste. Los alemanes fortificaron primero esa nueva frontera, así que el gobierno francés tomó una medida espejo.

En cuanto al estado del fuerte Douamont en 1916, justo es decir que no atravesaba los mejores tiempos, pero continuaba siendo formidable. La mayoría de sus piezas de artillería habían sido trasladadas a otro sitios del frente, a excepción de las grandes piezas de 155 mm, que se encontraban instaladas dentro de robustas casamatas de acero.

El fuerte estaba guarnecido por una dotación insignificante de unos 30 soldados veteranos, y el Estado Mayor de la defensa era consciente de la debilidad del emplazamiento, tanto que había colocado explosivos en los cimientos para volarlo en caso de que el enemigo estuviera a punto de tomarlo. Obviamente, los alemanes no conocieron estos pormenores hasta que protagonizaron una acción militar que asombraría a todos, ellos incluidos.


Vista aérea del fuerte Douamont a principios de 1916, antes de que sufriera daños de consideración

La toma de Douamont se produjo el 25 de febrero, y si bien las crónicas difieren en diversos detalles, la mayoría de ellas señalan como "héroe del día" a un joven sargento de ingenieros de apellido Kunze, quien llegó a las afueras del fuerte al frente de un pequeño pelotón, y se sorprendió de la falta de actividad que imperaba en el lugar. El fuego de artillería alemán batía el fuerte desde lejos y no se veía a nadie en las cercanías. Sólo uno de los cañones de Douamont abría fuego de manera esporádica.

Ante semejante panorama, Kuntze pidió a sus hombres que formaran una pirámide humana para franquear un muro y entrar a la fortaleza en solitario a dar un vistazo. En ese procedimiento uno de los soldados se lastimó una rodilla, y posteriormente se lo calificó de forma humorística como "el único herido" de aquella operación.

Una vez dentro, Kuntze se dirigió fusil en mano a la torreta del cañón que aún disparaba y redujo a los dos hombres que lo operaban. Luego, y con creciente asombro, recorrió los vastos corredores de la fortaleza sin toparse con persona alguna. Finalmente, el murmullo procedente de un barracón le llamó la atención, y al abrir la puerta se topó con una veintena de hombres con muy poca disposición marcial. El sargento aprovechó el efecto sorpresa, ya que sus oponentes sin duda no imaginaban que él había entrado solo al recinto. Así, en un francés champurreado les comunicó que el fuerte había sido tomado y eran prisioneros. Acto seguido aseguró la puerta desde fuera y se marchó en busca de sus compañeros. Rato más tarde llegaron refuerzos al mando del teniente Brandis, quien se encontró al héroe del día dándose un festín con las reservas de comida del fuerte, harto de meses de ración de trinchera.

Precisamente fue Brandis quien se llevó el crédito de la operación, siendo condecorado por el Káiser Guillermo II. Incluso escribió un libro sobre su "heroica acción" que gozó de gran popularidad por entonces.

Otra versión de los hechos atribuye la toma a un teniente de apellido Radtke, quien habría entrado al fuerte trepando hasta una brecha abierta por la artillería alemana. De allí en adelante los hechos relatados son esencialmente los mismos. Radtke recibió meses más tarde la condecoración Cruz de Hierro por otras acciones, pero nunca se le reconoció la actuación en la toma de la fortaleza. En cuanto a Kunze, se recogieron versiones contradictorias acerca de su papel, incluso dentro de su unidad. Su toma solitaria nunca pudo demostrarse ni refutarse por completo, pero fue la historia que tomó cuerpo y trascendió con los años.

La reconquista

La toma de la Fortaleza de Doumanont fue un golpe para la moral francesa, y los alemanes incluso filmaron una película propagandística sobre el episodio. Poco después, la caída de la cercana fortaleza de Vaux (hermana menor de Douamont) fue la gota que colmó el vaso y provocó drásticos cambios en la cúpula militar francesa.

A partir de ese momento los defensores reestructuraron por completo su logística, y con la creación de la "Vía Sagrada" revitalizaron el frente y pasaron a la ofensiva. Así las cosas, los franceses se vieron obligados a cañonear su propia fortaleza, tomada por el enemigo. Los galos lanzaron varias ofensivas para retomar Douamont. En una de ellas lograron apoderarse de la mitad del edificio hasta que una contracarga alemana los expulsó de nuevo. La fortificación se vio envuelta en otros hechos curiosos. Por ejemplo, en mayo, unos soldados alemanes descuidaron un hornillo donde calentaban comida, el fuego alcanzó un depósito de granadas y lanzallamas y se produjo una explosión que mató a más de cien hombres. En medio del caos muchos intentaron huir, y se toparon con un ataque de las fuerzas coloniales francesas, que los masacraron.


Entrada de la fortaleza en la actualidad. Eric T Gunther/Wikimedia Commons

Finalmente, al cabo de intensos bombardeos y ofensivas, los franceses retomaron el fuerte el 24 de octubre, aunque el estado en que se encontraba el edificio era calamitoso y absolutamente inútil como enclave militar. En la actualidad, el fuerte es uno de los sitios más visitados por el "turismo de guerra" en Francia, y cuenta con un conmovedor osario donde descansan los restos de miles de soldados.

El triunfo de la muerte

La Batalla de Verdún finalizó el 19 de diciembre de 1916. Los alemanes fracasaron en su intento de romper la línea defensiva enemiga y marchar sobre París. Por su parte, los franceses obtuvieron una victoria relativa, ya que lograron hacer retroceder a los germanos hasta sus posiciones de febrero, pero no los derrotaron. De hecho, todavía quedaban casi dos años de guerra por delante. Por esa razón, el general francés Philippe Pétain diría más tarde que en aquella batalla no había habido vencidos ni vencedores. Un "empate" que unos 260.000 hombres pagaron con su vida y otros tantos con su salud física o mental.

De hecho, fue durante esta batalla que comenzaron a documentarse los primeros casos de lo que hoy se conoce como fatiga de combate o trauma de guerra. En un primer momento los médicos lo achacaron al surgimiento -debido a los horrores de la guerra- de alguna enfermedad mental preexistente. Mientras tanto, los altos mandos -que se encontraban lejos de las trincheras- no dudaban en tratar a estos enfermos como simples cobardes.

Sin embargo, poco después fue necesario rendirse a la evidencia: La Gran Guerra había desatado horrores inimaginables en conflictos anteriores, y en medio de su fragor los hombres enloquecían.

Gerardo Carrasco/Montevideo Portal