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Santiago Rodríguez, el montevideano que emigró a Rocha y hoy es pionero del triatlón

Año de nacimiento: 1984. Lugar: Montevideo. Profesión: guardavidas, preparador físico. Curiosidad: su infancia la pasó lejos de la playa.

20.03.2022 01:58

Lectura: 22'

2022-03-20T01:58:00-03:00
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Por Federica Bordaberry

Nació sietemesino y con un mellizo que no llegó con vida al parto. A partir de esa situación compleja, fue que se desencadenó su vida. Creció en una cooperativa de viviendas por ayuda mutua que se llama Zona Tres, en Montevideo, donde sus padres se habían mudado poco antes de que él llegara. Ese complejo de viviendas es uno de los más grandes de América Latina. Son 839 viviendas. Creció lleno de vecinos.

Años después, se mudaría a La Paloma, en Rocha, y se daría cuenta que ahí viven prácticamente la misma cantidad de gente que habitaba ese complejo de viviendas.

Durante su infancia, la infancia de Santiago Rodríguez, y hasta los 19 años, pasó por tres apartamentos distintos. También creció con Guille, su hermano que es cuatro años y medio menor que él.

Sus padres: “dos laburantes”, dice Santiago. Cuando él era chico, recuerda que su padre trabajaba muchísimas horas en la Central Batlle de UTE, en la parte de tratamiento de aguas. En algún momento, tuvo también una cafetería y, en el medio de los dos trabajos repartía diarios. Su madre, también en UTE, trabajaba en el área de telefonía y telecomunicaciones.

“Familia de gente que se forjó el trabajo como base para poder avanzar, crecer, y eso de alguna manera nos quedó recontra impregnados a mí y a mi hermano”, comenta. Así fue como incorporó la escuela: como un trámite, como algo que no le gustaba hacer, pero que se tenía que hacer de todas formas. Si a su madre le tocaba ir a trabajar, eso era lo que le tocaba a él.

Fue a un colegio privado hasta segundo de primaria, cuando les pidió a sus padres que lo sacaran de allí porque el bullying le hacía mal. Lo pasaron a la escuela pública del barrio y “fue tremenda vida, me dio tremenda vida”.

Al Santiago que era niño le gustaba comer, le gustaba dormir, le gustaba estar acostado, pensar y viajar. Y le gustaba leer: Quiroga, una revista de pesca, Patoruzito, Mafalda. De adolescente ya leería a Galeano y, todavía más de grande, desarrollaría el gusto por las letras. Publicaría un par de cuentos en un libro gracias a concursos literarios de los que colaboraría.

Hubo un tío, el tío Cacho, que lo empezó a llevar a pescar y eso fue un escape. “Fue un viaje poder empezar a conocer el agua, siempre me llamó mucho la atención”, dice y agrega que el cambio vino en la adolescencia, cuando pasó de la pesca a la playa.

Un día se tiró al agua con la tabla de surf de un amigo suyo y le encantó. A los 14 se compró su primera tabla y “empezó otro viaje”. El viaje era ir caminando desde la cooperativa hasta Playa Honda o hasta la Playa Malvín, deseando que el mar estuviera picado, que hubiera una ola soplada y que le diera para poder surfear algo.

Después empezó a tomarse ómnibus con la tabla bajo el brazo, hasta donde llegara: El Pinar, la Costa de Oro, Bello Horizonte. En verano, con algún amigo a Rocha. De a poco, se empezó a concretar su amor por el mar.

Y empezó a moverse más. Salió del orden familiar, se unió a un grupo de animadores dentro de la cooperativa e incluso empezó a militar ahí dentro, como representante del grupo de jóvenes. Empezó, también, a trabajar en una fábrica.

Entonces, iba a la fábrica en la mañana, después se iba al club y después al liceo. Lo que hacía en el club en ese tiempo es lo que, después, lo ayudaría a concretar gran parte de su pasión: entrenar para ser guardavidas.

Hizo el curso a los 18 años, ejerció la profesión, se acercó a la playa y al mar. Viajó a Europa para hacer temporadas allá. Empezó a correr, a andar en bici, a nadar. Hizo carreras de triatlón, ironmans, ganó premios. Hoy es entrenador físico de Pasos del Sur y uno de los gestores deportivos de Rocha.

Javier Noceti

Javier Noceti

¿Cómo decidís que querés ser guardavidas, viviendo tan lejos del mar?

Iba día de por medio, que era lo que me permitían ir a la playa. Veía que había tres tipos sentados en una torre que, cuando había olas, uno estaba adentro del agua. Estaban en forma. A mí me gustaba trotar, había empezado en esa rosca de correr. Me ponía los walkman en ese momento y le daba, o agarraba la bicicleta y me iba.

Uno de esos tipos que vivían en la cooperativa de viviendas donde yo vivía se había mudado para ahí. El loco hacia triatlón y dije, “esto está demás, voy por ese camino”. A su vez, Pedro, un amigo de la barra de amigos dio la prueba para ingresar al curso de guardavidas. Él estaba en la misma y empezamos a entrenar juntos después.

Hice el curso en el ISEF, año 2003, y fue una movida que me partió la mente porque laboralmente me generó un cambio atroz. Yo estaba en una fábrica trabajando en época de crisis, por once pesos la hora, y si venía una inspección de BPS había que esconderse. Para mí era indignante esconderme, iba en contra de mis principios. Era horrible laburar. Una hora de laburo no te daba para pagarte un boleto. Me daba para pagarme el club y ta.

Tenía que ir para adelante. Nunca me faltó nada. En casa nunca faltó nada, pero tampoco sobró demasiado. Entonces, fue tremendo cambio poder entrar en el curso de guardavidas. Me abrió otras puertas que me partieron la mente.

De un día al otro me encontré, después del curso, firmando un contrato. Me dieron tres banderas, la paga de una quincena adelantada y bajé a la playa al otro día. El día anterior estaba laburando en una fábrica haciendo cromados de espejos de motos o de chirimbolos de Navidad, donde me llamaban cada dos horas para tomar un vaso de leche porque en esos momentos se tomaba un vaso de leche en los trabajos insalubres. Era una situación súper rancia y pasó un día y estaba en la playa, mirando el mar, cuidando gente.

Es una profesión diferente, algo que a lo que yo aspiraba. Tenía una hora en la que podía entrenar y estaba todo bárbaro. Estaba en la gloria.

¿Qué te enseñaron en el curso? ¿Qué se debe aprender para esa profesión?

Me enseñaron todo. Yo me desplazaba rápido en una piscina, nada más. Tampoco nadaba muy bien. Puse todo el corazón y me la jugué a todo o nada, pero en ese momento si terminabas el curso tenías el trabajo asegurado.

No entendía nada de dinámicas del mar. Hacía como cuatro años que surfeaba, pero realmente no tenía idea de un montón de cosas. Y sigo aprendiendo. Hace ya casi veinte años que estoy en el mar durante el verano durante un lote de horas, y sigo aprendiendo cosas.

Aprendí un montón del mar. Aprendí un montón de la vida y a convivir con otros, a trabajar con otros y a tener la confianza en otros. A asumir la responsabilidad de que otros tengan la confianza en uno y a poder lidiar con gente, brindando por su bienestar. A veces te enfrentás en la playa a situaciones que no están buenas, a personas que no están buenas. En realidad, tenés que ser bastante neutro y eso desde el curso se empieza a aprender.

¿Cómo fue el primer verano como guardavidas?

Fue en Salinas, en la playa Obelisco. Ahí eran años distintos. Bajábamos a la playa y no teníamos torres. Tenías tres banderas. Cortabas un pedazo de acacia o de caña y ponías una bandera en la arena. Había que ir a un aserradero a conseguir madera para hacer una casilla a mano, era otro viaje.

Eran muchos metros, cerca de 800 metros para un lado, como 1000 metros hasta el otro puesto del otro lado. Mucha distancia y mucha gente. Estábamos de 10 de la mañana a 8 de la noche. Laburábamos muchas horas. Estuvo demás haberlo hecho con 19 años eso porque llegas hecho paté a tu casa. Todos los días comiendo del tupper, comiendo refuerzo.

Sol, arena, nosotros laburamos sin días libres. Todo el verano. Laburé solo un año ahí, después me cambié. Me fui a Lomas de Solymar y estuve ahí en Canelones dando vuelta diez, once años.

Javier Noceti

Javier Noceti

Llegaste a ejercer de guardavidas, incluso, en el exterior.

Sí, al otro año de Salinas estuve en Lomas de Solymar. En enero, febrero, me entero que está la posibilidad de irse a España a laburar. Se pagaba bien, yo quería mi techo, quería tener una casa y no había otra forma. Hice todos los contactos como para irme, armé toda la movida. Llegué a la casa de mis viejos un día y les dije que me iba a sacar el pasaporte y que me iba a España. Mis viejos piraron. Fue caótico, pero con veinte años me fui para España. Terminó la temporada en Uruguay en abril y en junio me fui a España. Nunca me había subido a un avión.

¿Conseguiste trabajo de guardavidas enseguida?

Sí porque nos íbamos como socorristas voluntarios a trabajar en una fundación. Allá hay guardavidas socorrista, era todo un vacío legal horrible. Nos dimos cuenta cuando estábamos allá. Viajamos setenta u ochenta uruguayos con esa misma empresa, con un seguro médico. La fundación pagaba los viáticos que eran 1.000 euros, por ahí. Ocho horas y a picar piedra todos los días en una piscina, pero estuvo demás. Tremenda experiencia.

Caímos en Torrevieja, que es un pueblito a 50 kilómetros de Alicante. Fueron tres meses sin llover, todos los días el sol explotando, cuarenta y pico de grados, mucha gente, mucho calor. Fue divertido.

Y para la temporada de verano siguiente ya estabas de vuelta en Uruguay.

Sí, vuelta en setiembre y después de nuevo a laburar en Uruguay. Ese patrón lo repetí un par de años y después me volví a ir en 2008 a Gerona. Ahí ya fue distinto. Después de haber ido con esta empresa en ese vacío legal fue cuando empezaron a aparecer las visas por trabajo. Estaba demás porque terminabas de trabajar y estabas un mes viajando. A mí me partió la mente, era otro mundo, todo más fácil. Te dabas cuenta los años de diferencia de evolución como país.

Eso me permitió alejarme de Uruguay, extrañar, perder el sentido de pertenencia de un lugar, ver que extrañaba esto, que tengo un arraigo importante. Llorar en un locutorio hablando con la familia. Tuve que aprender a hacerme un mail y usar eso. Me terminé comprando un teléfono celular que tampoco, me rehusaba. En Uruguay recién estaba medio que apareciendo. No hace tanto, pero hace.

Fue una linda experiencia, el salirme de lo esquemas de Uruguay, desde la alimentación hasta los entrenamientos. En Uruguay, después de haber hecho el curso de guardavidas me puse a entrenar fuerte en la pista de atletismo. Tenía un grupo sólido de compañeros. Entrenaba con mi entrenador de renombre, uruguayo. Irme para allá y perder todo eso fue impactante.

De a poquito reconstruirnos. En ese camino me separé de un par de novias, me pude comprar esa casa que quería, después me separé y me fui de la casa. Pero me di ese gusto de poder construir todo un mundo que después lo deconstruís.

Dejé de laburar de guardavidas en la playa de Uruguay a tiempo. Me enrosqué mucho con el triatlón. Después de esa temporada que estuve en Gerona laburé creo que un año más en Uruguay, o dos, y después me surgió una propuesta laboral en una empresa que se dedicaba al deporte, y largué. Largué la playa, estuve tres años metido ahí.

¿Así es como llega tu ser preparador físico?

Estaba en la playa trabajando en mi cuarta temporada, más o menos. Desde hacía un par de años ya conocía a este vecino, Bruno Nández, que trabajaba en la playa Malvín y nos veíamos en las carreras. Termina una temporada de playa y yo me pongo a laburar en la huerta orgánica al lado del Parque Rivera, todo el inverno estuve ahí. Un día pasa Bruno, que venía de correr en el Parque Rivera, y se pone en un alambrado y me dice “bo, ¿vendés esas acelgas?”. Le dije que no, pero que si quería le daba. Le di un manojo de acelgas y ahí le comenté, “vos corres triatlón, ¿no?”. Me respondió que sí, a lo que dije que yo tenía ganas de correr triatlón. Era la conversación de dos parcos totales en ese momento.

Ahí me dijo dónde vivía y que fuera a la casa. Llevé todos los cuadernos de todo lo que estaba entrenando para ver qué le parecía. Le mostré y me dijo “esto es, más o menos, lo que se hace, ¿no querés venir a nadar con nosotros?”. Él tenía un grupo con otra persona, con el Tato, que laburaba de guardavidas en Canelones. Volví a la playa y empezamos a entrenar ahí y nos cruzamos con Tato que estaba un par de puestos para el otro lado. En ese viaje, conocí a Edgardo Camejo, que para mí es como un gurú, un hermano mayor, y ahí me entré a enroscar con el triatlón. Edgardo me entró a dar manija y terminé corriendo unas carreras de aventura. Ahí empezó el viaje multidisciplinar: la bicicleta, el mountain bike, el canotaje.

Yo nunca pensé todo esto. Andaba en bici por necesidad, para desplazarme, y corría porque corría en la pista. Recontra natural, empecé a correr triatlón. Terminó una temporada en la playa y había corrido un triatlón cortito en Pocitos. Tato me preguntó por qué no nos íbamos a correr el medio ironman a Entre Ríos. Eran 1.900 metros de nado, 90 kilómetros de ciclismo y 21 kilómetros corriendo.

Yo le pregunté si le parecía que llegaba y me dijo: “corrés todos los días en la playa, nadás a media tarde, vas y venís en bici de Montevideo a Solymar todos los días, ¿qué no vas a venir?”.

Terminé yendo en un auto con una bicicleta Winner de montaña a correr un medio ironman en Argentina. Llegué allá y no entendía nada. Ese fue mi debut como deportista en triatlón.

Fue mi segundo triatlón, pero salí campeón argentino de triatlón de media distancia en categoría mountain bike y me di cuenta que estaba buenísimo, que me iba bien, que me gustaba. Me enrosqué y empecé a competir. Me empezó a ir bastante bien.

Uno o dos años después, laburando cerca con el Tato, empezamos a entrenar. El Tato es muy buen corredor. Corríamos juntos casi todos los días porque yo laburaba en el puesto de al lado. Al mes, me dijo si no tenía ganas de darle una mano con el grupo, porque precisaba a alguien que le vichara a los corredores. Fui a entrenar un día, como todos, y Tato separó el grupo en dos. “Este grupo se va con Santi a hacer un trabajo de técnica de carrera en la playa”, dijo. Ya me había metido en ese rol y tuve que aprender.

Javier Noceti

Javier Noceti

¿Aprendiste haciendo?

Esto fue en el año 2006 o 2007. En ese momento, el grupo se llamaba los Cutalicos. Empecé a buscar libros, material, bibliografía que había en el ISEF (Instituto Superior de Educación Física). Empecé a tratar de convertirme en autodidacta. Me fui a España ese año y cuando volví seguí en la misma rosca. Ahí empecé a estudiar.

Dentro del grupo había un profe que se llamaba Diego Alonso, que le propone al Tato hacer una reestructura de ese Cutalicos y darle un impulso desde el punto de vista del marketing. Un orden, una estructura, consolidar un poco más la estructura que era bastante sui generis. Era una estructura que con el Tato tenía un contenido técnico de primera línea, pero el resto se manejaba en función de los ánimos.

Al Tato yo lo he visto, te hace un plan de entrenamiento olímpico en una servilleta, te parte la mente. Pero así surge Pasos del Sur, con Diego dándole ese impulso estructural. Diego es profe y con un posgrado, en ese momento estaba haciendo gestión deportiva. Empezó a desarrollar el ciclismo, que estaba abajo en el grupo. Yo seguí laburando como empleado y me tuve que empezar a formar, obligado.

Unos años después, hice el curso de entrenador de técnico de natación en Argentina, semipresencial. Después, hice el curso de entrenador de triatlón de la ITU y ahí arrancó otra rosca que la sigo manteniendo. Hasta ahora, trato todos los años de hacer algo, si no es una tecnicatura, es un cursito.

Entonces, ¿esa es la historia de Pasos del Sur, el grupo de entrenamiento?

Pasos del Sur arrancó ahí y fue evolucionando. Fue creciendo, creciendo, creciendo y en un momento, pum, se achicó. Casi que desaparece. Ahí quedé solo con el grupo, con ocho o seis alumnos. Diego se perfiló a otras actividades profesionales, el Tato también.

Yo ya había dejado la playa y estaba en un trabajo donde pasé por el área de marketing deportivo y no me sentía cómodo. No me gustaba, no me estaba haciendo bien. Me encontré con la disyuntiva de que, si hacía bien mi trabajo, tenía que generar necesidades que yo veía que no lo eran. Si era sincero conmigo, no estaba haciendo bien el laburo. Me di cuenta que lo tenía que largar porque estaba haciéndole mal al laburo, mal a mí y lo largué.

Tenía esos ocho alumnos y salía a dar clase a las seis de la mañana con el que fuera. Aproveché para estudiar, para formarme y gasta toda la guita que había ahorrado. En ese momento, me separé y me gasté toda la guita de mi casa. Me compré dos bicicletas, fui a Brasil cuatro veces en un año. Quedé en cero y empecé a meterle a Pasos del Sur para adelante. Se convirtió en lo que es hoy: un grupo que de alguna manera es pionero dentro del triatlón en Uruguay y por el que ha pasado la mayoría de los triatletas que hoy están en circulación.

Dentro de lo que es preparación física, juega un rol importante el seguimiento y la evolución de la persona, ¿cómo hacés tú esos seguimientos?

Hoy por hoy, hay dos formas. Una, es estar todos los días citando a la gente y mirándola, conversando y estando en el campo. Eso me encanta, es lo ideal. Pero la realidad del mundo moderno también hace que no sea viable porque con las diferencias entre los horarios de los alumnos no todos pueden ir a las clases.

Yo tomé la decisión de venirme a vivir a Rocha cuando ya venía desarrollando todo un sistema de seguimiento a través de la tecnología. Para mí, la ida a Europa fue clave en ese sentido. Me permitió ver cómo laburaban otros que estaban adelantados. No hay magia, la mayoría de los entrenadores trabajan con softwares que sincronizan las actividades o los procedimientos que hacen los atletas. Tienen un seguimiento que va desde el ritmo por kilómetro al que corren, la frecuencia cardíaca, la velocidad en el ciclismo, la cadencia, la potencia y todas las variables del entrenamiento deportivo que implican el punto de vista físico y metabólico. Tanto el motor como el chasis.

Después, es el contacto. Buscar y promover el contacto con los alumnos es clave. Muchas veces, uno busca provocarlos. Hay alumnos con los que me escribo casi todos los días, hay alumnos con los que me escribo una vez cada dos meses. A todos los veo en la computadora cuando abro el software, o me cae un mail donde veo una notificación de que la persona terminó una sesión de carrera. Lo abro y veo si se pasaron en la frecuencia cardíaca, si se fueron de ritmo.

Es la comunicación y aprovechar la tecnología. También trabajar con un equipo de profes dentro de Montevideo. Con eso y los años, vas teniendo un manejo de información amplio que, después con un poco de comunicación, se puede aflorar. Se puede aprender un montón cuando compartís, deducís y prevés situaciones. Lo que pasa es que estoy hace 15 años ya con Pasos del Sur.

Javier Noceti

Javier Noceti

También tenés la intención de generar eventos deportivos en Rocha, ¿cuál es tu motivación en torno a eso y cómo lo hacés?

En Rocha, hace siete años que estamos acá con Caro, mi pareja. Un par de años después de que llegamos surge una escuela de atletismo, a partir de unas horas comunitarias que genera Secundaria. Un profesor, Federico, pone una escuela de atletismo y acá en La Paloma hay una pista de atletismo de 400 metros en medio del parque Andresito. Todo el mundo piensa en La Paloma y piensa en la playa, pero ahí también hay una pista de atletismo.

Nadie la usaba y aparece esta escuela de atletismo. Federico me invita un día a ir y tenía como treinta gurises de cuarto, quinto y sexto de escuela. Nos metimos con Caro a laburar con él. En un principio, a dar una mano y, después, terminamos desarrollando y llevando adelante un proyecto en común. Terminamos todos laburando de manera voluntaria porque esas horas se terminan cayendo, las que tenía Federico. El proyecto, en realidad, lo financiábamos un poco con un grupo de adultos. Ahí fue como empezamos a trabajar en el atletismo en La Paloma.

Hicimos una fuerza para conformar la Federación Rochense de Atletismo. Nos entramos a capacitar un poco más, afinar en eso. Participamos en torneos a nivel nacional y en todo eso un día decidimos que había que armar un evento, una cadena, una pista, un torneo.

A su vez, nos invitó Julio a mí y a Caro a participar en una carrera que tenía Julio. A partir de eso, de Expedición Cimarrones que fue en Durazno, empezamos a pensar algo. Yo siempre quise hacer la carrera swim-run, una modalidad de natación y corrida. La corrida atraviesa todo terreno y dije, “eso está demás para La Paloma” porque lo hace un surfero, un guardavidas. No tiene por qué ser un triatleta.

Así es como aparece el swim-run. Este año fue el quinto y todos los años venimos haciendo uno. El primero fue un éxito, el segundo también y a partir de ahí empezamos a desarrollar eventos deportivos acá en La Paloma. Creo que todo se fue generando por las propias necesidades que se fueron dando.

Con la pandemia me pasó que se cancelaron todos los eventos deportivos. El último evento deportivo fue en un paréntesis en la pandemia en que pudimos hacer swim-run. También se cayó el medio ironman por tercera vez en Punta del Este y teníamos sesenta alumnos con el objetivo deportivo caído.

Yo como entrenador tengo las mismas aspiraciones que los deportistas por los que trabajo. Esto es un equipo. Tengo sesenta equipos con los triatletas y tengo treinta más con los atletas. Si fallás en una maratón a mí también me va mal porque me siento mal. Fallamos como equipo.

No podía soportar más el hecho de no tener carreras y se nos dio por armar el medio ironman en La Paloma. Fue una carrera que demandó un lote, setenta inspectores de tránsito, muchos kilómetros de ruta cortados. La Paloma en suspenso. Eso demostró que Rocha tiene un montón de ganas de hacer cosas, que tiene un montón para ofrecer y que la gente ama Rocha. A nosotros en lo cotidiano nos resultan cosas irrelevantes, pero tiene tanta magia.

Se armó un grupo de corredores divino. Lamentablemente, el grupo de atletismo de formativas se nos cayó. No lo pudimos sostener. En el proceso, también fuimos padres, Federico por un lado y Caro y yo por otro. Nació Teo y hay que empezar a ocuparse, no podemos estar todo el día laburando. Ahora está Ale en camino, vamos por la semana 37 de embarazo.

Javier Noceti

Javier Noceti

¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?

Cuando agarré a Teo, recién nacido, recién sacado de la incubadora.

¿Cuál fue el día más triste de tu vida?

Cuando perdimos el embarazo.

¿Algo que la vida te haya hecho aprender a los golpes?

Hoy venía caminando de la playa y se llena de abrojos en esta época. Creo que hay un paralelismo ahí. Sé que tengo que llegar a casa y para llegar tenía que esquivar esos abrojos. En un principio, miré el camino y me fui llenando de abrojos. Por mirar hacia ellos, me perdí después del camino. Es eso, me enseñó a tener que parar, respirar, repensar, sin perder el foco, poder orientarme un poco más en lo que está pasando ahora. En definitiva, si me concentro muy en el hoy me voy de pista. Pero si me pongo hacia delante de lleno, me voy a hacer pedazos con los abrojos.

¿En qué momento de tu vida sentiste mayor libertad?

La siento cada vez que entro al agua. Cuando me voy a correr y no veo autos, no veo gente, no veo nada. Creo que la libertad la encuentro en la soledad.

Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?

Voy al infierno, seguro. No he rezado, no he lavado mis pecados, no soy creyente, o dejé de creer después de haber ido a la escuela de monjas y que me hicieran bullying mis compañeros. He hecho tantas cagadas y, además, siempre digo que en el infierno debe haber olas.

Por Federica Bordaberry