Seré curioso

SERÉ CURIOSO

Rusito González: “Lacalle me dijo ‘guacho, mirá que me cagué de la risa con el personaje’”

Un murguero en el parodismo. Imitó al presidente y a Mieres y ahora encarnará a Pinocho Sosa. Le gustaría ser profesor de Historia.

25.05.2023 10:37

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2023-05-25T10:37:00-03:00
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Por César Bianchi

Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti 

Gastón González (32) quería ser carnavalero. Y lo fue, lo es. Le tira la murga más que ninguna otra cosa, incluso más que el parodismo, aunque ha hecho carrera en esta categoría. Arrancó en Zíngaros, hizo grandes amigos y se encariñó con Los Muchachos, se sacó las ganas de integrar una murga este año con La Nueva Milonga, y ya palpita el desafío que él mismo mentó: en su regreso a Zíngaros interpretará a su creador y alma-pater, Ariel Pinocho Sosa, fallecido en setiembre de 2021 víctima de cáncer.

En el medio y casi sin querer, el Rusito, como todos lo conocen, se metió en los medios: hizo bolos con su padre, Carlos Bananita González y Ricardo Espalter en Dale con todo, agitó barras de adolescentes en Loco de vos, tuvo una participación en el humorístico Con un caño, hasta que una persona que admiraba de niño, Luis Alberto Carballo, lo convocó para hacer suplencias en Algo contigo y un juego de 0900 con la gente. Su desfachatez y simpatía pegó en el público, y fue quedando. De ahí a conductor de Vamo’ arriba, y de ahí a conductor absoluto de Sopa de letras, un programa de entretenimiento. 

No tuvo tiempo de estudiar. A los 18 se independizó y le agarró el gustito a ganar su propio dinero. Fue animador de fiestas infantiles y de adultos, se metió dentro de Los Tatitos e hizo promociones que le llegaban por una agencia de publicidad, hasta que lo convocó El País TV para ser notero, y ahí se metió en los medios. Mientras, el Rusito seguía pensando en el próximo carnaval, fue madurando, se enamoró y formó una familia. 

Fue creación personal la imitación de Lacalle Pou (el personaje se llama Luis, a secas) para la que le robó tics que exageró. Y el año pasado propuso caricaturizar a alguien que mencionaban todas las murgas todos los años: Pablo Mieres. 

Careta y atrevido, sin haber pasado por ningún aula, este hombre que se siente actor, dice que le gustaría hacer una obra dramática, y tiene otro pendiente: algún día, estudiará profesorado para dar clases de Historia. 

Sin decir la palabra “grieta”, el Rusito —que volverá al teatro el 10 de junio en la comedia Bajo terapia, junto a gran elenco, en el Movie— se muestra irritado con la intolerancia imperante hoy en el país. “Yo veo que hoy todos se transformaron en hinchas de los partidos. Antes, las banderas de los partidos políticos las veías en épocas de campaña electoral, y hoy están colgadas todo el año. Es todo el año eso. Hoy decís ‘hola’ y ya te están catalogando, yo levanto el brazo izquierdo y ya es: ‘Ah, mirá cómo levantó la izquierda… ¡Qué bolche!’, o levantás la derecha y sos ‘facho’. Y con términos fuertes: facho, bolche, muchas veces ni saben lo qué están diciendo”. 

“Nos quedamos sin casa cuando yo tenía 18 años. Empecé a hacer algunas changuitas, a rebuscármela, y como mi cabeza se fue para otro lado, no para el lado malo. Pero ya no para el estudio. Ya estaba haciendo algo de teatro independiente, de promociones”

¿Desde cuándo sos Rusito, Gastón?

Desde que nací en el Hospital Italiano, por cesárea. Mi viejo me vio bien rubio, blanco, de ojos claros, y me dijo “Rusito”. Mamá estuvo 11 meses pensando un nombre, y él me puso Rusito, y quedó. Y ya quedó para la escuela, el baby-fútbol, y en el liceo, que ya sos un apellido, González, al segundo semestre ya era Rusito.

Cuando eras niño y te preguntaban qué querías ser cuando seas grande, ¿qué contestabas? 

Artista. No sé si decía esa palabra, porque no sabía qué era. El carnaval era lo más cerca que tenía. En realidad, decía “carnavalero”.

No tengo una fecha ni un momento. Fue tan natural todo, de acompañar a mi viejo, de ir con él a los ensayos, a los tablados, a los canales… Tengo recuerdos de acompañarlo a Nueva Palmira a ensayos de Curtidores de Hongos, con 4 años. Yo veía la murga entera parada y, para mí, eran superhéroes. Jugábamos al fútbol y cada uno se ponía nombres de jugadores, y yo jugaba a que era algún murguero: “Pasámela que soy [Miguel] Pendotta, Pinocho [Ariel Sosa] o [Jorge] Cocina Márquez”. Una vez mi madre me quería llevar al psicólogo porque decía que yo tenía una obsesión enfermiza con el carnaval.

¿Qué recordás de tu viejo haciendo carnaval?

Antes que el recuerdo, escuché charlas de cuando me contaban de mi viejo en Los Klappers, en esa rivalidad con Los Gaby’s, o en La Reina [de la Teja] y “Los Deditos”, pero mis recuerdos ya son en los noventa: 94, 95, 96, y en el 97 empecé a acompañarlo en el bondi, en la bañadera. Ahora nos acostumbramos a que vaya toda la familia en el bondi, van desde bebés hasta abuelos, toda la familia. Antes no.

Era más bohemio, quizás…

Era más bohemio y, también, más machista. No iban mujeres. Hoy hay más integrantes femeninas en las murgas, y creo que la cabeza fue cambiando, los tiempos fueron cambiando. El carnaval tampoco puede quedar atrás. Es la vida misma.

Todavía recordás el olor de la pintura de Los Curtidores de Hongos del 95. ¿Cómo es eso de que un aroma te quede impregnado en la memoria?

Es tremendo… Eran capas de diferentes colores, siempre con negro: negro con rojo, negro con azul, negro con verde… Recuerdo la pintura negra con verde que tenía Bruno Medina, el hijo de Benjamín Medina, que fue corista de Jaime Roos muchos años, él era el director escénico de la murga. Se puso pintura fresca y me quedó ese aroma. Me acuerdo que estaba el Dalton [Rosas Riolfo] y dijo: “Este es uno de los futuros murguistas”, y me sacaron una foto y quedó. Al día de hoy siento el aroma a pintura y me retrotrae a Curtidores en febrero del 95.

Tu debut en expresiones artísticas fue a los 7 años, en la obra El tercer tiempo del Flaco [Jorge] Denevi. ¿Cómo se dio eso?

Por lo que te venía diciendo, de que acompañaba siempre a mi padre. A veces porque no tenía con quién dejarme, y a veces por elección mía. Ensayaban en el Teatro Astral, creo que era ahí. Estaba el “Flaco” dirigiendo y dice que se necesita el personaje de un niño, me mira y me dice: “¿Vos te animás?”. Yo ya era atrevido de chico, y dije que sí. Marcel Keoroglian era mi padre, era el cantinero de un boliche, al que llegaba un jugador de fútbol, interpretado por Fernando Dianesi, y cuando llega, me llama mi padre, yo entro y digo: “Fernando, ¡cuando sea grande quiero ser futbolista como vos!”, y no lo dejaba ir. Era en el Teatro de Verano, la verdad que por motivos climáticos hubo pocas funciones, pero fue una experiencia hermosa con la Contrafarsa de fondo, y con Once canciones en el área, de Mauricio Ubal, de música.

Tu viejo, gran carnavalero, es de profesión médico. ¿Vos qué estudiaste, después del liceo?

Nada. Yo terminé sexto y quería ir al IPA para estudiar profesorado de Historia. Ahí tuve un quiebre de ubicación… de ubicación para vivir, porque nos quedamos sin casa, cuando yo tenía 18 años. Empecé a hacer algunas changuitas, a rebuscármela, y como mi cabeza se fue para otro lado, no para el lado malo. Pero ya no para el estudio. Sin dudas, que el estudio es fundamental y te da otras herramientas para la vida, pero yo en ese momento salí a la guerra de otra manera. Ya estaba haciendo algo de teatro independiente, de promociones, y cuando ya te pica el bichito de ganarte un dinero, quedaron para atrás los libros.

¿Creés que en algún momento vas a estudiar profesorado de Historia o no es una cuenta pendiente?

Lo voy a hacer, lo voy a hacer. Me encantaría. Me marcó un profesor, que en tercero de liceo hablaba de la Revolución Francesa y lo hacía actuando. En otras materias, yo era “vendehumo”, estudiaba un día antes y después, contestaba lo que había memorizado… Pero con él me daban ganas de aprender. Tenía las notas más altas. Es una deuda pendiente que tengo.

En carnaval debutaste en la murga Todavía no se sabe, ¿no? 

Esa murga fue la que me abrió las puertas. Yo tenía 17 años, estaba haciendo carnaval de las promesas y Murga Joven, entonces, fue en el tablado de Las Duranas. Y después, las murgas que clasificaban iban al Teatro de Verano. Esa noche estaba Eloy Calvo, un querido periodista de carnaval, que ya me conocía de chico, y me dijo: “Vos sos cupletero. ¿Quéres salir en murga? Puedo pasar tu contacto”. Le dije que sí, entonces me llamó el Pingüino [Edgardo González], dueño de Don Timoteo, y me dice: “¿Querés salir en murga? Llamame”. Ya arranqué perdiendo plata, tuve que llamarlo yo. Me dice: “¿Qué hacés, Bananita? ¿Querés jugar en la cancha grande?”. “Sí, me encantaría”, le dije. “Venite mañana al Nacional de Básquetbol”. Llegué y estaba el Cocina Márquez, Hugo Márquez, todos los popes… Yo con un chucho bárbaro. Me pusieron ahí, en la rueda de primos, intenté cantar, llegué hasta el cuplé, hicimos “el cuplé del debutante”, se lo llevé al Tanito Di Lorenzo, que era el letrista en ese entonces, y fue un debut divino. Con 17 años, en un género que me encanta con la murga, y con el Cocina adelante, que es toda una institución. 

Ahora, el carnaval explota en febrero, cuando se completa al poder ser visto y escuchado por la gente. ¿De qué te planteaste vivir?

Carnaval te da para un par de meses, es un extra y en ese entonces, más todavía. Yo laburaba en un salón de fiestas, de esos que laburaban de domingo a domingo, en avenida Italia y Caldas. Yo tenía un sueldo fijo y estaba en caja. Hacía de todo: animaba para adultos, animaba a niños, pero fue ganando espacio la animación para adultos. Hacía promociones también. Laburé muchos años en la Expo Prado, adentro de muñecos, estuve adentro de Los Tatitos, hice pasacalles. Estaba anotado en una agencia de publicidad y hacía promociones actorales de marcas. Agarraba cuanta changuita anduviera en la vuelta.

Sos muy murguero. ¿Por qué pasarte al parodismo?

Me formé con la murga, y me encanta, es lo que consumo todo el año, no solo en febrero. Me gusta la manera de vivir de la murga, eso de estar acodado en el mostrador, escuchar a otros, hablar y tratar de arreglar el mundo… Eso me parece divino, esa mezcla de tango y rocanrol. Era mi zona de confort. Pero llega Pinocho [Sosa] y me ofrece salir en Zíngaros, y yo con 18 años, en un conjunto tan popular, ya estaba viviendo solo y necesitaba plata, dije: “Vamo’ arriba”. Y ahí pensé en hacer carrera en el parodismo, y seguí… Hasta que un año dije: “Me tengo que sacar las ganas de volver a la murga”.

Y ahí casi casi salís en murga, pero no se dio…

Claro, había dejado a Los Muchachos por La Gran Muñeca, el año de la pandemia. Pero no hubo. Ensayamos y ensayamos cuatro meses, con tapabocas y manteniendo la distancia, pero nos faltó hacer tablados. Al año siguiente, cuando se supo que habría carnaval, con toda la normativa sanitaria, Los Muchachos se habían desarmado un poco, y era mi casa (la familia Yern es como mi familia, nos juntamos a comer, salimos de viaje), entonces le dije al Pistola [Eduardo Mega], el dueño de La Gran Muñeca, que yo tenía que estar en Los Muchachos, y lo entendió. Me quedó ese gustito amargo de no haber hecho murga… Y cuando después viene La Nueva Milonga, para este 2023, dije: “Ta, no lo dudo”. Y ahí estuve el carnaval pasado.

¿Cómo surge tu llegada a los medios?

Cuando era chico, por ser “el hijo de”, hice un par de bolitos en Dale con todo en canal 10. Estuve en el último sketch que grabó [Ricardo] Espalter: eran dos mafiosos, él y mi viejo, y el mafioso más grande, que era yo, el Paleta. Era un mini Al Capone. Ellos habían atado a Papá Noel porque no había traído un muñeco articulado del Hombre Araña, y le decían: “Ojo que ahora viene el Paleta y vas a ver lo que es bueno, él sabe tratar a la gente como vos”. Entro yo, con 8 o 9 años, haciendo de mafioso. Después, al otro año —tendría  9 o 10— estuve en Loco de vos, con Coco Echagüe en el 10, agitando las hinchadas con los gurises que iban al programa a jugar. Y retomé los medios en una propuesta que me hizo un conocido en carnaval que había producido alguna cosa en canal 4, Gerardo Bechi. Me dijo para hacer Con un caño, con Leo Pacella, en el 4. Ahí tenía unos 20 años. No duró mucho el programa, pero lo más lindo es que duró la amistad con Pache.

No hice más televisión hasta que me sumé a El País TV. Y, a su vez, también empecé con Los Muchachos en carnaval. Y en el 4 lo primero que hice fue una suplencia de Luis [Alberto Carballo] con el 0900 2424 en el verano de 2017. Algo contigo lo conducía Sofía [Rodríguez] cuando Luis estaba de licencia. Pero empecé a tapar huecos cuando algún integrante no podía ir, fui quedando, fui quedando. Así que las puertas del 4 me las abrió Luis y su producción.

“Cuando era chico, por ser ‘el hijo de’, hice un par de bolitos en ‘Dale con todo’. Estuve en el último sketch que grabó Espalter: eran dos mafiosos, él y mi viejo, y el mafioso más grande, que era yo, el Paleta. Era un mini Al Capone”

Se te nota muy cómodo en un magazine matinal como Vamo’ arriba, y después pasaste a ser conductor principal de Sopa de letras. Supongo que fue un salto importante en tu carrera ser la cara de un programa de TV, ¿no? 

Yo en Vamo’ arriba soy conductor, pero somos varios, en Sopa de letras era distinto, porque era solo yo, no tenía salvavidas. Ahí sos vos, en el acierto o en el error. Fue un desafío tremendo, porque cuando Nacho Mazza me lo propone, le dije que estaba divino, pero que era otra dinámica. Lo vi, y me encantó. Era un programa de preguntas y respuestas, pero estaba bueno que descifraran las respuestas en ese tablero enorme, con la sopa. Fue divino, me sentí muy cómodo, me ayudaron también mis compañeros del canal, la productora que estaba encargada del programa. 

Me gusta mucho el contacto con la gente. Vos hacés algo en tele y no sabés quiénes ni cuántos están del otro lado. Están las redes, pero tampoco sabés para dónde disparan. Entonces, el verdadero rating está en la calle: yo camino mucho, y ahí ves el que te mira raro y el que se acerca a felicitarte y decirte que le gusta lo que hacés. 

En el carnaval 2020 fuiste sensación por tu imitación al presidente Lacalle Pou con tu personaje Luis, con Los Muchachos, con quien ganaste la categoría. ¿Cómo preparaste la imitación? 

Ya estaba armada la estructura del espectáculo de ese año, llamada Terraja. Hacíamos “El príncipe y el mendigo” y “La historia de la música tropical”, por eso el espectáculo se llamaba Terraja, como le decían hace ya unos cuántos años a los que les gustaba la cumbia o la música tropical. Y yo dije: “Pah, tengo ganas de hacer un personaje de actualidad, porque el carnaval es largo con tres rondas, hay que sostenerlo un rato largo. Quiero hacer al próximo presidente, ya sea Daniel Martínez o Lacalle Pou”. Lo propuse antes de las elecciones.

Fue un año [el 2019] en el que habían vuelto los debates. Tenía algo… pero tampoco era un personaje político. ¿A qué me refiero? Sanguinetti es un personaje político, Pepe Mujica es un personaje político, Jorge Batlle lo era. Lacalle Pou todavía no; ahora sí lo es. “Tiene cositas que se pueden sacar”. Creía que tenía cositas para exagerar y hacer una caricatura. “Hacelo”, me dijeron. Y quedó. 

¿Qué cosas observaste más?

Empecé a verle los gestos. El tocarse el pelo, la sonrisa, es un tipo que tiene mucha llegada con la gente, se vive sacando selfies. Usé una peluca de Óscar Passos, un cra. Salí por primera vez en un ensayo en el Club Rentistas, y cuando salí y tiré el mohín de la nariz, y empecé a tocarme el pelo, la gente se mataba de risa. Pah, empezó a matar… Después explotó en el Teatro de Verano, era como La Reina y “Los deditos” (de El Dedo y Guambia) en la época de dictadura. ¡Se caía el teatro! Ahí él se comió cosas de costado por una caricatura, se dijeron cosas, pero yo traté de hacer el personaje con respeto. En algún momento, en el humor, se te puede ir un poco la mano, pero yo no podía decir nada de su gestión, porque ni había arrancado. Yo lo hice por primera vez en el Teatro de Verano al otro día de haber asumido.

¿Tuviste alguna devolución de él? ¿Te hizo llegar algún comentario?

Mirá, al segundo año que lo estaba haciendo, me lo encontré de casualidad. Me llamaron para animar un partido de Los Teros, la selección uruguaya de rugby. Tenía que hacer la previa, el agite previo al partido. Divino ambiente, familia. Se termina el partido, y baja el presidente. Se acercó y me dijo: “Bo, guacho, mirá que me cagué de la risa con el personaje. Yo me río de los demás, así que me tengo que reír de mí también. Te felicito”, me dijo. “Mirá que nosotros te invitamos para ir al Teatro de Verano”, le dije. “No fui porque no da, pero todo bien”, me dijo. 

“Yo dije: ‘Tengo ganas de hacer un personaje de actualidad, porque el carnaval es largo con tres rondas, hay que sostenerlo un rato largo. Quiero hacer al próximo presidente, ya sea Daniel Martínez o Lacalle Pou’. Lo propuse antes de las elecciones”

Y con La Nueva Milonga el pasado febrero cambiaste de político: imitaste a Pablo Mieres. El ministro de Trabajo dijo que si lo que tenían para decir era que el Partido Independiente tiene pocos votos o que desde 2019 se integró a la coalición es porque había cosas para decir de él. ¿Es así?

El espectáculo de La Nueva Milonga este año se titulaba “Público”. Y yo dije: “Tenemos que hacer un personaje político, una persona pública. ¿Por qué no hacemos a Pablo Mieres?”. Porque Mieres siempre se nombró en carnaval. Hace años que todos los conjuntos hacen los mismos chistes. “Pablo Mieres siempre está, pero nunca nadie lo hizo”. Era difícil porque no es una persona que desborde en carisma, o que tenga gestos muy visibles, era muy difícil. Pero bueno, si lo tomó mal, le pido mil perdones, pero no se le faltó el respeto tampoco.

¿El viejo Michigan o el Ponte Vecchio?

Pahhh… El viejo Michigan tenía una mística tremenda, iba desde Zitarrosa a cualquier pinta, bien boliche boliche. Ahí di mis primeros pasos, de nene. Pero me quedo con el Ponte. Marcó mucho mi vida. En una época jodida, cuando no tenía plata, me daban “fiado”. Me decían: “Bo, comé, cuando puedas me lo pagás”. De esas cosas no te olvidás. Mis hijas se crían ahí, porque vamos los fines de semana con mi esposa. Soy amigo de Eduardo y Mary, así que el Ponte Vecchio marcó varias noches en mi vida.

Ya firmaste un gran pase para el verano próximo. Volvés a Zíngaros, que además ya adelantó una parodia que homenajee a Ariel Pinocho Sosa. ¿Te entusiasma el próximo carnaval?

Mucho, mucho. Todos los carnavales me entusiasman, soy un bicho del carnaval que piensa los 12 meses en carnaval. Estoy esperando que se prendan las luces y arranque el primer espectáculo. Hoy mismo tengo reunión con Gastón Sosa, el dueño del conjunto e hijo de Pinocho. Me encantó volver a Zíngaros, quiero mucho a Los Muchachos, pero ellos tomaron su rumbo y yo había tomado otro. Sigue estando todo bien con ellos, y nos seguimos viendo en la vida, que es lo más importante. 

En el primer momento me junté con Gastón, y hablamos del papá, claro, pero no de hacer la parodia. Es más, él no quería, en ese momento. Ahí supe que habrá dos nuevos integrantes: Maxi Pérez y Camilo Fernández, que van a escribir. Y lo empecé a imitar a Pinocho. Les dije que yo me sentía identificado con Pinocho, por la entrega, por ponerle mucha garra. A Maxi ya le gustaba la idea, lo veníamos hablando por mensaje. “Bo, tenemos que hacer algo popular, y qué más popular que Pinocho”. Pero vos no sabés en qué parte del proceso está la familia. 

Un día llegó un amigo de la familia, un gran amigo de Pinocho, y Gastón me dice: “Andá por atrás, y decile, imitando la voz de mi viejo, Viruta” (creo que era ese apodo). Fui por atrás y lo llamé así, como lo hubiera era hecho Ariel. El tipo se da vuelta y me dice: “Me ericé”. Entonces le dije a Gastón: “Hagan lo que ustedes quieran. Yo estaría muy agradecido y honrado de hacerlo, y más en su conjunto”. Y estuvieron de acuerdo. Voy a hacer de Pinocho, frente a su familia. Es un gran desafío.

Estás ensayando para volver al teatro, con Bajo terapia, de Matías De Federico con producción de Diego Sorondo en el Movie, con Coco Echagüe, Cata Ferrand, Luciana Acuña, Adriana Da Silva y Leo Lorenzo. ¿Qué me podés adelantar de la obra?

Es una obra divina, que ya hicimos en 2018, la estrenamos en el Movie, donde volvemos ahora. Es una comedia que es como una montaña rusa de emociones, porque va por un lado —el humor como protagonista—, pero termina con un conflicto ahí. Son uno de esos espectáculos que me encanta ver, por los que pagaría una entrada. Tiene pasajes de humor, hace llorar y tiene actualidad también, cosas sociales que pasan en la vida. Hay cuatro parejas: Adrianita Da Silva con Coco [Echagüe], Cata Ferrand con Leo Lorenzo y Luciana Acuña conmigo. Realmente es muy divertida, con la dirección de Álvaro Ahunchaín, que es un fenómeno. Hay actuaciones excelentes de mis compañeros, rozando lo mágico, y es una obra muy bien escrita.

¿Qué tiene el teatro que no tenga la TV?

Lo presencial. En la pandemia lo que no se puede suplantar con nada era lo presencial. Y el teatro es presencial, ver al actor o la actriz haciendo lo suyo en ese momento. Las plataformas, para mí, desplazaron un poco al cine. Pero al teatro no podés desplazar. Si querés ver teatro, tenés que ir, tenés que estar ahí. Es vida real. A mí, ya de chico, me gustó más el teatro o el cine, es algo real, una obra en vivo.

¿Y te gustaría hacer alguna obra dramática? ¿O sentís que lo tuyo es la comedia y el humor?

Me veo, sí. Me encantaría. Soy muy abierto, y me gustan los desafíos. Y me sentiría muy cómodo. Mismo en carnaval, cuando hacemos temas sensibles, me siento cómodo. Transmitir emociones y tener una respuesta es difícil, tanto en el humor como en el drama. Y tenés que ser creíble. Me encantaría. Yo no me encasillo en nada. No tengo academia, pero considero que tengo herramientas actorales para desarrollarme en esos palos. 

“Le dije a la familia: ‘Hagan lo que quieran. Yo estaría muy agradecido y honrado de hacerlo, y más en su conjunto’. Y estuvieron de acuerdo. Voy a hacer de Pinocho Sosa, frente a su familia. Es un gran desafío”

En los últimos años te has especializado en imitar políticos, se podría decir. ¿Te gusta la política? ¿Escuchás las noticias y analizás lo que está pasando en el país?

Sí, leo. Leo para estar informado, porque trabajo en un medio de comunicación, más allá de que no nos basamos en eso. Y para saber qué es lo que está pasando alrededor. Me gusta el humor político. Hoy hacés un comentario de la vida y ya eso lo llevan a la política. Lo analizaba el otro día con un colega tuyo de La Diaria, y me preguntaba si el carnaval está politizado. ¡Politizada está la vida! El tema es si está partidizado. El carnaval, una obra de teatro, un programa de tele o radio, todos podemos tener nuestra posición.

Yo veo que hoy todos se transformaron en hinchas de los partidos. Antes, las banderas de los partidos políticos las veías en épocas de campaña electoral, y hoy están colgadas todo el año. Es todo el año eso. Hoy decís “hola” y ya te están catalogando, yo levanto el brazo izquierdo y ya es: “Ah, mirá cómo levantó la izquierda… ¡Qué bolche!”, o levantás la derecha y sos “facho”. Y con términos fuertes: facho, bolche, muchas veces ni saben lo qué están diciendo. 

Y sobre lo que está pasando, ¿qué es lo que más te preocupa?

Me preocupa, más que nada, lo social. Lo del agua es preocupante, el cambio climático en sí. Está caro Uruguay, pero siempre fuimos un país caro. Lo que más me preocupa a mí es lo social. Hablamos de empatía y es precioso, o de libertad, una palabra preciosa. Pero hablamos de una persona que está en la vereda de enfrente a lo que sentimos o pensamos, y ya lo cancelamos. No importa si es el mejor actor, el mejor director o el mejor periodista, pero está del otro lado, y lo cancelamos. Y una cosa son las redes y otra cosa es el cara a cara. 

Muchas veces te matan en redes, y después ese mismo te pide una foto en la calle. No me entra en la cabeza que alguien que esté leyendo esta nota, se tome unos minutos para agredir a alguien porque no le gusta lo que hace o lo que dijo. No me entra en la cabeza. Si yo voy a una ferretería y me tratan mal, no voy más a esa ferretería. Pero no me pongo a agredir al ferretero. Y la empatía, esa palabra de moda, bueno, vamos a ponerla en práctica.

“Antes, las banderas de los partidos políticos las veías en épocas de campaña, y hoy están colgadas todo el año. Hoy decís ‘hola’ y ya te están catalogando, yo levanto el brazo izquierdo y ya es: ‘Ah, mirá cómo levantó la izquierda… ¡Qué bolche!’, o levantás la derecha y sos ‘facho’”. 

¿Cuál es el consejo más preciado que te dio tu viejo, Bananita González?

“No te dejes endulzar los oídos”, por estar en este ambiente, ¿no? No es un fenómeno el que te dijo que sos el mejor, ni es mal tipo el que te diga “me parece que le estás errando”.

Ahora, tu viejo te abrió el mundo del carnaval, pero tu vieja fue tu hincha número 1, ¿no?

Mi vieja fue una Quijote que iba a pelear contra los molinos de viento. Una cra. Cuando arranqué en carnaval de las promesas con 12 años, iba conmigo en ómnibus a San Martín y Fomento, la esquina del Club Colón, a ensayar con parodistas Somys e iba conmigo. Una noche, vivíamos en frente a la playa Malvín. Salimos a caminar (era noche de prueba en carnaval de las promesas) por la rambla. En determinado momento llegamos a Buceo y quiso pegar la vuelta. “No, mamá, si está lindo… Vamos hasta la [playa] Pocitos”. “Bueno, vamos”. Llegamos a la Pocitos, y mamá dice: “Bueno, volvamos”. “Naa, vamos a seguir un poco más”. “¿Vos no me estarás llevando al Teatro de Verano, no? ¡Gastón vos estás enfermo, te voy a llevar al psicólogo!”. Fuimos, vi la prueba de admisión, estaban los Jackets, con Carballo y Cacho Denis, y nos volvimos caminando. No me lo podía perder.

¿Qué has aprendido sobre vos tras haber sido padre de Josefina (6) y Federica (4)? 

Descubrí que tengo bastante paciencia. Hay momentos en que no, cuando juega Peñarol y ellas quieren ver los dibujitos, ahí ya no tengo tanta paciencia y les digo “vayan para su cuarto”. Descubrí el amor de verdad, aunque suene a cassette. Aprendí que en mi cabeza no solo existían mis metas personales, sino las grupales, que cada logro de ellas es mío también y los míos son de ellas. Que cada cosa que digo o hago, pienso en mis hijas, en que no les quiero fallar a ellas. Pero lo principal es que esto de los medios es efímero, cuando se apaguen las luces, ellas digan: “Qué buena gente que sos, te amo”.

¿Sos feliz?

(Piensa) Sí, sí.

¿Por qué lo pensaste?

Y… lo pensás, porque es de a ratos, de a ratos. Soy agradecido de hacer lo que me gusta, de estar contigo acá charlando, de ir a buscar a mis hijas a la escuela. Soy feliz.

Por César Bianchi


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