Contenido creado por Paula Barquet
Entrevistas

De Masoller a Montevideo

Romina Celeste, la joven trans que rechaza la militancia blanca “VIP” y da pelea en muros

Con pintadas, en Twitter o en TikTok, busca cambiar la imagen del Partido Nacional y ser “la primera diputada trans de derecha del mundo”.

08.11.2022 18:07

Lectura: 25'

2022-11-08T18:07:00-03:00
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Por Paula Barquet

La historia de militancia de Romina Celeste Papasso Oliver comienza a sus 10 u 11 años en un acto a favor de Jorge Larrañaga. Era 2004, el Guapo había perdido, y Romina —cuando aún era un varón— caminaba por 18 de Julio junto con su abuela, ferviente militante blanca y larrañaguista, tras el cierre de la jornada. A aquel niño también le gustaban los blancos, aunque todavía no sabía cuánto. En medio de la desazón, según el recuerdo de Romina, un militante frenteamplista pasó en bicicleta, les echó en cara la derrota y se bajó con ademanes como para golpearles.

“Me quiso pegar. Yo no entendía nada. Me subí a un taxi y nos fuimos. Mi abuela me metió para el taxi”, dice Romina hoy, sentada a la mesa de una parrillada que frecuenta en La Blanqueada, su barrio de origen y pertenencia.

La historia de militancia de Romina Celeste, la chica trans de 29 años de la que se habla cada vez más por sus pintadas en los muros, su militancia singular a favor de los blancos y sus posteos muchas veces agresivos en Twitter, empezó con violencia. De aquel episodio en 2004 ella interpretó un mensaje: “No podés ser blanca”. Y, como luego se volvería sello en su vida, la negativa y el rechazo serían mucho más motor que freno a sus deseos.

La transición a la transformación

En la casa de la infancia de Romina convivían el frenteamplismo de la madre con el nacionalismo de la familia del padre. Se hablaba mucho de política y a ella siempre le interesó. Su madre “tenía el discurso de que los blancos solo gobiernan para los ricos”. Su abuelo, dice, había hecho “los carteles para [Luis Alberto de] Herrera”. Su abuela era tan blanca que, cuando ganó el FA las elecciones de 2004, lloraba diciendo que se iba a venir el mundo abajo.

Y su abuela es todo para ella, no solo en política. Fue la primera que aceptó su orientación sexual y la protegió. “Gracias a ella soy quien soy”, dice Romina.

Empezó a militar a los 15 años, primero en la lista 71, para la elección en la que Luis Alberto Lacalle Herrera perdió contra José Mujica. En 2014 militó también, esta vez para el hijo, Luis Lacalle Pou, aunque ya no tan activamente porque estaba empezando su “transición”, como le dice ella. “Todavía no sabía qué sentía. Tenía miedo de que me discriminaran porque los escuchaba hablar mal de las personas trans”, cuenta.

Luego sintió la necesidad de alejarse de la política.

De aquella etapa turbulenta de cambios Romina evoca una escena de libertad. El adolescente varón que aún era trabajaba en la barra de un boliche, donde conoció la noche y las drogas, lo cual fue una “preparación” para entender que no quería nada de ese mundo. De allí lo terminaron echando. En esos años tenía escondida debajo de la cama una mochila en la que llevaba “una peluquita rubia”. “Era agarrar esa mochilita e irme para Atlántida, y ahí me transformaba en un baldío, en un campo. Salía de ahí sola. Y en ese momento era yo. Te juro que no soy tan feliz hoy por hoy como en ese momento”, recuerda con una sonrisa nostálgica. Eran sus minutos de liberación: cuando la fantasía se convertía, aunque fuera brevemente, en realidad. Le costaba aceptarse porque sabía que iba a perder todo; que la familia no lo iba a aceptar. “Hoy por hoy mi vida es normal, es la vida normal que tenemos todos”.

Pero antes de alcanzar la actual “normalidad” sí que hubo tiempos duros. Sus padres efectivamente no la aceptaron. En el supermercado donde trabajaba la empezaron a maltratar y ella no agachaba la cabeza, así que también la terminaron echando. Con el despido que le pagaron, el padre la empujó a irse de la casa: “Acá, así, no”.

“Y me tuve que ir a la calle, como quien dice. Con lo que cobré me fui a vivir a Piedras Blancas con unos amigos. Alquilé una casita y pagaba 4 mil pesos por mes. Pasé mal. Por elegir ser trans perdí a la mitad de mi familia y a la mayoría de mis amigos”, dice Romina. “Hoy la mitad no me habla. Es lamentable, pero es así”.

Salió adelante. “Rebuscándomela”, apunta.

 —Yo destaco que muchas compañeras trans (suspira) en el camino se han suicidado, las han matado, y algunas están arruinadas por la droga, pero mal.

—¿Tuviste suerte?

—Tuve un poco más de mente, cabecita.

Años más tarde, su padre cayó de cuatro metros de altura por accidente. Romina se asustó mucho, y a pesar de estar distanciados, lo fue a ver al hospital. Entró vestida “así nomás” —no de mujer ni arreglada, como se presenta ahora— y, tras el reencuentro, se perdonaron mutuamente.

“Hoy por hoy, lo aceptó. Le costó mucho, pero cambió”, dice Romina, aunque sabe que todavía persiste en su padre cierto “prejuicio” y por eso tiene algunas posturas que por momentos le angustian. “Nunca más fui a la casa de él. Nos vemos acá, o en otros lados.  Él dice que no tienen por qué saber los demás. Debe tener miedo de que le digan algo. Mi padre es muy como yo: se agarra a las piñas”, explica sin rodeos.

En el amor también vivió violencia. Un hombre que fue su pareja reaccionó cuando ella quiso separarse y le dio “un tijeretazo” que iba directo a su cara, y que terminó traspasando su mano. Con otro novio tuvo problemas porque él se drogaba y su madre, a quien describe como “homofóbica”, la denunciaba en la comisaría como “secuestradora” de su hijo, que era mayor de edad. Su realización amorosa llegaría varios años después.

Romina Celeste. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Romina Celeste. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Una trans fuera del colectivo trans

Romina dice que la odian. La odian por trans, pero también porque, siendo trans, elige el Partido Nacional. “Capaz si fuera del Frente, no me darían tanto palo”, supone.

Nunca fue a una marcha de la diversidad porque siente que “son actos políticos”. “Siempre lo son, y más ahora. Nunca tuve vínculos, nunca me interesó. Si me hubiera querido acercar, me habría acercado. Es que yo soy una persona más: soy Romina”.

También expone que hay ciertos aspectos de la ley trans, que se aprobó en 2018 y que el Partido Nacional no votó, con las que no está de acuerdo. Que un menor de edad pueda tener una operación de reasignación de sexo es una de ellas. “Cuando tenía 17 años no sabía qué quería de mi vida. Una cosa es ver para el aplauso y otra cosa es vivirlo. A los 17 no sabía ni lo que me gustaba ni lo que quería: ¿cómo iba a operarme?”, plantea. “Otra cosa que no me cierra es lo de los cupos laborales. ¿Por qué yo debo tener privilegios sobre los demás? Eso me hace sentir como si fuera una persona discapacitada. ¿Por qué? Yo de repente no tuve la oportunidad de ser una abogada, pero sé que voy para adelante y puedo hablar y enfrentar a cualquier persona. De eso estoy segura”.

Tus razonamientos vienen dados por tu experiencia personal, pero ¿no creés que a otras personas les puede hacer falta un apoyo?

—Lo que pasa es que yo luché, luché yo misma, no le pedí nada a nadie, me manejo por mí y entonces mis pensamientos son así. Pero puedo aceptar que otras personas piensen distinto. Yo no critico a las personas del colectivo trans.

Romina Celeste. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Romina Celeste. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Entre las cosas que sí respalda de la ley trans, Romina destaca las facilidades que se introdujeron para realizar el cambio de nombre. Ella, que lo hizo en 2012, debió pagar abogado y testigos, y pasar por psicólogos para reafirmar su voluntad. “Está bueno que ahora sea un trámite fácil. Lo aplaudo. Cada uno tiene el derecho de llamarse como quiera”, dice.

Sin embargo, y pese a su transformación, su idea de diversidad sexual no incluye opciones no binarias.

—Si usás barba y te vestís como hombre, ¿cómo te vas a llamar Florencia? —cuestiona ella.

—¿Pero eso no lo ves como parte de la diversidad, de que cada uno haga lo que quiera?

No estoy de acuerdo. No. Me gustan las definiciones. Entonces, tengo muchas diferencias con el colectivo. Además, yo siempre pienso en qué ven los niños. Qué les estás enseñando a los niños chicos. Si vos les mostrás algo que no coincide con el nombre… A los niños no los podés confundir.

—Hoy en día, dentro del Partido Nacional, ¿te sentís aceptada en tu orientación sexual?

Sí.

—¿No sentís discriminación de nadie?

No.

Sin embargo, cuando poco tiempo atrás visitó Buenos Aires para conocer de cerca el proceso de las PASO, caminó por la calle y tuvo una sensación que acá nunca experimentó. Sintió que la miraban sin odio, y fue verdaderamente libre.

Volver a la política, y no a la “VIP”

En 2019, ya transformada del todo, Romina Celeste decidió “volver a la política”.

Hago un telefonazo: 404, sede central, calle Bulevar Artigas, frente al Club de Golf. Llamo, cuento mi historia y digo que quiero militar. Era la secretaria de Álvaro Delgado hoy, Siboney. Tuvimos una reunión, le conté toda mi vida y nos hicimos amigas. Empecé a militar en la 404 pero era una militancia muy VIP. No era la militancia de ahora.

—¿Qué es militancia VIP?

Iba en mi auto, con mi banderita, y más nada. Estaba en la oficina, donde podían estar Álvaro Delgado o Graciela Bianchi, y doblaba las listas. Estaba ahí. Nada. No era la militancia de ahora.

—¿Cuál es la diferencia?

Que esa militancia era la más típica de los blancos.

—¿Menos popular?

Menos popular. Menos calle. Banderita, actos. Y yo todavía estaba muy tímida. Siboney me ayudó; ella es mi madrina política.

Por aquellos días conoció a la hoy senadora Bianchi, de quien dice que “no es nada que ver con lo que genera” como “personaje político”, aunque reconoce que “le gusta hacerse odiar”. “Graciela es una persona muy bien; no es una persona que te grite ni nada; es muy correcta. Yo iba de minifalda y a ella no le gustaba”, dice entre risas. Tiempo después se reencontrarían militando por el No a la derogación de la Ley de Urgente Consideración en la feria de Tristán Narvaja. “Imaginate lo que fue eso de puteadas”, comenta como al pasar.

Cuando los blancos ganaron la elección de 2019, la sede de la 404 cerró. Pero ella quería seguir militando, así que hizo alianza con un diputado de esa misma lista al que no quiere nombrar porque ya no está con él. Fue justamente su afán por salir de la “militancia VIP” lo que la llevó a volcarse a las calles menos blancas de Montevideo.

“Cuando yo entregaba la papeleta del No en el Cerro, sola, la gente me agarraba y me decía: ‘¿Pero vos estás ahí? Si estás ahí te voto’. Yo me paraba sola con una bandera gigante en el medio del Cerro, que es del Frente. No me importaba”, recuerda Romina, desafiante.

De ahí pasó a pintar columnas, y luego terminó en los muros. El primero que intervino fue uno que queda en Rambla y Luis Alberto de Herrera, en Buceo. Decía simplemente “Votá No”. Después empezó a firmar “Romina 404”, y su nombre se fue repitiendo en distintos puntos de la capital, especialmente en Cerro, La Blanqueada y Aguada.

Siempre me quise hacer cargo, aunque me lo hacen vivir como si fuera una delincuente.

—¿Pero por qué querés que aparezca tu nombre?

Porque yo quería cambiar la militancia del Partido Nacional. Esa militancia de ir con la banderita a la rambla y avenida Brasil, ya está. Yo quería demostrar que los blancos no somos solo una vez al año Masoller. Que tenemos.

—¿Que tienen qué?

Podemos tener una militancia más fuerte, en todos los barrios, y podemos competir con la izquierda. Yo lo estoy haciendo, y sola. Yo lo estudié mucho mentalmente. Me costó mucho personalmente. Yo soy una persona que cada vez que voy a hacer un cambio en mi vida, como cuando hice la transformación, pensé, y sabía lo que se venía. Acá también sabía lo que se venía (golpea la mesa). Me anticipo. Tuve mucha ansiedad, pero la pude superar.

—¿Y qué se venía con los muros?

Esto. La discriminación.

Otra vez discriminación, insiste Romina, que dice haber elegido el Cerro como sitio principal de su militancia porque es el lugar más comunista, o del MPP o como le quieras llamar”. Hablando sobre el Cerro, Romina saca a relucir su mayor orgullo: haberles dado a los partidarios del Sí una “linda sorpresa” el día del referéndum, “limpiando todo el rosado” y pintando el barrio de celeste. Cuando lo cuenta se le ilumina la cara.

Fue algo que nunca se imaginaron. Había pasacalles del Sí por todo el Cerro. Sacamos y limpiamos todo. Pintamos todas las columnas, desde el Cerro hasta La Teja. Cuando se despertaron, yo lo vi: la gente tenía una amargura…

—Y vos, disfrutando.

Un placer… mal. Se dieron cuenta de que habíamos sido nosotros, y un señor mayor nos amenazó con un arma cerca de la plaza 25 de Mayo. Me fui y me acerqué a un patrullero; le pedí que me acompañaran. Cuando llegamos, ya se habían ido.

—Es una provocación cambiar todo de color, ¿no?

Sí.

—Si te lo hicieran a vos, ¿cómo lo tomarías?

Bueno, no; no es una provocación. Lo que pasa es que se adueñaron de algo que no es de ellos: un barrio no tiene dueño. Y la gente me felicitaba cuando me veía pintando porque había gente que votaba el No, y estaba recontenta de que pintara. Esa gente se adueña tanto [del barrio] que hace sentir miedo al que piensa distinto. Yo nunca tuve miedo. Pero mucha gente tiene miedo de la izquierda. Yo no, pero sé que hay que enfrentarla.

“Cosse chorra”, y “me hago responsable”

Una, dos o hasta tres noches por semana, Romina sale con algunos militantes jóvenes de su agrupación —que hoy integran unas 20 personas, según dice— con pintura por Montevideo. La tarea lleva “mucho trabajo y dinero”. Además, asegura que en el último tiempo ha recibido amenazas, como por ejemplo que va a “terminar como un mástil”, o mensajes como “a ver si tu gente aguanta”. Por eso ha bajado un poco la intensidad de las pintadas.

La de los muros, está claro, es una verdadera guerra, y cada pared es una batalla. Si una pintada dura dos días sin que la tapen los rivales, es un triunfo. La guerra que se libra con la militancia del Frente Amplio es cada vez más cruenta, y Romina no cede. “Qué nos vamos a achicar. Jamás. Nunca. No nos gana ni el cansancio”, lanza.

Y relata: “Hay una brigada en el FA que se dedica a hacer murales. Nosotros un día compartimos con ellos a la vez, siete de la mañana, de un lado cada uno. Pero después vinieron los del PCU, que tienen algo contra mí, y me taparon de una. La parte del FA quedó. ¿Cuál es entonces la democracia? El PCU tiene algo contra mí, y ahora yo tengo algo contra ellos”.

En consecuencia, Romina sale a “limpiar Bolchevideo” e incluso realiza denuncias policiales por “vandalización” cuando, por ejemplo, los rivales pintan de rojo columnas que ellos habían dejado en gris “neutro”.

Su aversión hacia los comunistas ya es tal, que sus muros y posteos en redes suelen usar ese calificativo como peyorativo. Lo hizo, por ejemplo, con la intendenta de Montevideo, cuando hace poco más de un mes pintó: “Cosse chorra, comunista, delincuente”.

En otro tuit compartió una foto de Cosse junto con Fernando Pereira y Yamandú Orsi en un escenario con banderas del PCU, y los calificó de “traidores” y “energúmenos”.

Romina dice que a la hora de definir el mensaje a plasmar en un muro se fija en “representar el pensamiento” de quienes militan con ella y de “la gente” en general. “Yo veo en las redes lo que la gente piensa. Y digo ‘lo tengo que hacer’. Por ejemplo, para el último [muro] escuché una frase que dijo Robert Silva: No pueden ni van a frenar la transformación educativa. Esa frase me quedó acá [en la cabeza], la vi, fui y la puse en el muro”.

—¿Por qué motivos Cosse sería chorra y delincuente?

—En realidad… no sé. No nos dejan expresarnos. Entonces sentimos que si ella no va a dar la cara [a la Junta Departamental], es porque algo está ocultando. Hay algo raro ahí. Ella tiene aspiración política y quiere ser presidente del Uruguay. Todo lo que pasó con Antel Arena, o lo que pasó con las camisetas del Sí… Hay cosas que no me cierran. Pienso que si jugás con la plata de los montevideanos y tenés las calles así como están, estás incumpliendo con tu trabajo y, para mí, es una forma delictiva. Yo no soy la Justicia, pero mi pensamiento lo voy a decir, y me hago responsable.

Romina Celeste, la misma que siendo solo un niño sufrió la violencia política, no se percibe a sí misma como violenta en su forma de hacer política. Afirma:

—Si me atacan en redes sociales, me voy a defender. Pero en persona he tenido la oportunidad de sacarme fotos con personas del Sí, por ejemplo. No soy una persona violenta. Ahora, si a las cuatro de la mañana estoy pintando un muro, y baja una señora grabándome del lado de enfrente y viene a faltarme el respeto, y yo estoy con un pincel en la mano y viene a decirme, voy a denunciarla, como lo hice.

—Pero lo que escribiste sobre Cosse, ¿no lo considerás agresivo?

—Me molesta que se victimice. Que siempre sea la pobrecita. Si te metés en política, sabés el juego en el que estás. Con lo que siento que para mí es la verdad, si estás malgastando el dinero de todos, estás haciendo algo que no debés. Capaz [chorra] no es la palabra exacta. Pero el FA sacó una propuesta de ley de hasta 10 años a personas que roben en el Estado. ¿Por qué no la hicieron antes? Hay cosas que te calientan, qué querés que te diga. Me hago responsable. Mi nombre está ahí.

También suele expresar repudio a las manifestaciones sindicales. En el último mes tuiteó en contra de los gremios de la educación, del INAU y del puerto. Escribió, por ejemplo: “¿Hasta cuándo van a permitir que estos energúmenos hagan lo que quieran con las instituciones públicas? Si necesitan ayuda yo me sumo y los sacamos a garrotazos; es de la única forma que entiendan”. Y agregó: “Veinticuatro horas al calabozo y ahí terminan las huelgas, los atentados y las marchas absurdas”.

Para Romina Celeste, el ministro del Interior, Luis Alberto Heber, es omiso por no actuar contra las expresiones sindicales.

Sobre este punto también se expresó en entrevista con Montevideo Portal. A su juicio, el Partido Nacional no está haciendo bien las cosas en materia de seguridad: “Me parece que no está funcionando bien. Uno de los motivos principales por los que ganamos fue la seguridad, porque el Frente tiene algo ideológico contra la policía, y nunca le importó”.

Las intervenciones en los muros, explica Romina, implican un costo en pintura y en nafta. Además, a modo de agradecimiento suele invitar a cenar a los militantes que aportan de su tiempo por la tarea. Ella dice que el dinero lo pone en parte ella, y en parte su sector. Pero ella en este momento no tiene trabajo.

—¿De qué vivís?

—Te cuento: tengo pareja, que está en un sector de ambulancias. Es el que me ayuda en todo esto. Yo tengo mi apartamento hace siete años, vivo sola acá cerca. Y ayudo a mi padre, que tiene un local de fiestas. Como quien dice, me estoy dedicando 100% a la política; ahora no puedo tener otro trabajo porque la noche cansa mal.

—O sea que tu pareja te sostiene económicamente.

—Sí, está muy bien. Él vive en Carrasco. Eso sí: nunca mezclaría la política con lo personal. Es blanco, y tiene casi el doble de años que yo; pero él no se mete en la militancia.

Es miércoles, cerca del mediodía, y hay bastante movimiento en La Blanqueada. Cuando a Romina se le pide posar delante de alguna de las pintadas que ella misma hizo, para sacarse fotos para esta nota, la chica que arremete en muros y redes sufre un súbito arranque de timidez. No quiere que la vean. No quiere caminar por la calle. Sabe que su presencia, su metro noventa, su imagen femenina cuidadosamente cultivada, capta todas las miradas. Y no le gusta. Pide que las fotos sean lo más fugaces posibles. Pregunta si es necesario realmente para el artículo.

Romina Celeste. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Romina Celeste. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Y aunque parezca que está dispuesta a todo, Romina no tolera que la insulten por las redes. Hasta hace poco tenía anulada la posibilidad de comentarle los tuits. Ahora la habilitó nuevamente, pero advierte que bloqueará a quien sea ante el primer insulto. En paralelo, se abrió una cuenta de TikTok y goza con las reacciones contrarias de “la izquierda”. Los provoca en sus videos. Romina se alimenta de lo que genera en sus rivales, aunque a la vez pretende ser ella la que ponga los límites. Una de las formas de hacerlo es mediante denuncias policiales. Por ejemplo, a quienes le dejan “insultos discriminatorios” en los muros. Así lo advirtió días atrás en su cuenta de Twitter.

Lejos de ocultar su transexualidad o de intentar soslayarla, Romina enfrenta los insultos que recibe y los convierte en boomerangs, acusando a “la izquierda” de adoptar un discurso a favor de la diversidad sexual y a la vez agredirla por su orientación. “Los dejé desenfocados”, dice. “Soy lo que ellos quisieron adoctrinar y no pudieron”.

“La primera diputada trans anticomunista del mundo”

En ese contexto de controversias constantes se produjo un distanciamiento de aquel diputado de la 404 con quien se había asociado al principio de este gobierno.

“Con el tema de los muros, él se sintió un poquito opacado capaz por mí, y empezó como a bajarme un poco y dejarme de lado. Sentí que no iba a tener ningún tipo de crecimiento ahí, así que me fui a otro sector de la 404, con un dirigente del Cerro que se llama Marcelo Fernández”, cuenta. Sin embargo, fue visualizando que estando en la lista del presidente, con tantos dirigentes en lugares de notoriedad, tampoco había futuro para ella.

“Armé lo mío”, cuenta. “Me llamó un compañero de militancia de 2009 y me dijo que estaba trabajando con un diputado de Canelones que quiere hacer una inversión muy grande a nivel nacional porque quiere salir senador en 2024. Inversión de plata y de militancia. Y me dijo que le interesaba tener una reunión conmigo”. Se trata de Javier Radiccioni, fundador del sector Sabremos Cumplir [lista 2050], que se formó algunos meses atrás.

“Yo voy por Montevideo y él va por Canelones para el Senado. Yo lo quiero ayudar a subir”, anuncia Romina, que no anda con vueltas para hablar de 2024. “Y voy a trabajar mucho en el Cerro en la próxima elección. Mucho, mucho. Es más: voy a tener una sede mía en el Centro, que ya la estamos construyendo en la calle Fernández Crespo; y en el Cerro vamos a tener otra porque quiero estar muy presente”.

En estos meses en los que Romina cobró más notoriedad, sobre todo por sus pintadas en los muros y sus tuits combativos, la dirigencia nacionalista ha empezado a observar sus movimientos. Algunos de ellos, consultados para esta nota, valoran el “empuje” y la “garra” que demuestra, pero prefieren no figurar. “Apenas la conozco”, se excusan. Saben que acoplarse a Romina Celeste es demasiado riesgoso.

Y ella también lo sabe.

Romina cuenta que en alguna instancia los medios le preguntaron sobre ella a Álvaro Delgado, y que él se desmarcó. “Álvaro se cuida mucho porque ahora es candidato. Yo lo quiero mucho y tengo una muy buena relación con él. Sentí que capaz mi tipo de militancia le podía afectar, entonces, nada”, justifica ella.

“Se desentienden varios en el partido. Ellos están acostumbrados a otro tipo de militancia, que es lo que nosotros queremos cambiar. Yo llevo la bandera de los blancos, pero sé que no represento a todos los blancos. No me interesa tampoco”, aclara.

Consultado para esta nota, Radiccioni reconoce que el “estilo de militancia” de Romina es “bastante personal”, pero sostiene que en la agrupación se respeta a cada uno en sus formas. “Dejamos actuar con libertad. En lo personal, el estilo es algo diferente, pero debemos adaptarnos a los compañeros y compañeras que buscan otros caminos de expresión. Lo único que pedimos es que se haga con respeto y sabemos bien que la política, como el fútbol, es muy pasional y a veces se puede llegar a cometer algunos errores que tratamos de que no sucedan. Es un camino de aprendizaje que los más nuevos aprenden rápido”, plantea.

Hace algunas semanas, Radiccioni se refirió en el Parlamento a las pintadas de Romina y advirtió que al Frente Amplio “le molesta” que otros “se expresen libremente”.

A Romina le molesta mucho que digan que los políticos la están “utilizando”, algo que ha escuchado de parte de frenteamplistas. “¿Si yo estoy trabajando para mí? Escúchame: a mí me están haciendo sentir como una reina. Qué me van a estar usando, si yo estoy número uno en mi lista y en mi propia agrupación. Yo estoy impulsando mis ideas. Pongo mi nombre”.

Romina, junto con su agrupación, ya tiene resuelto sacar listas con todos los candidatos que compitan por la interna blanca. Pero tiene especial interés en una persona.

“Quiero convencer a Laura [Raffo]. Primero que nada, porque es una mujer. Porque está en todos lados: en todos los actos, en los del No, en los de jóvenes, en todos los barrios. Siempre está ahí. Tiene una fuerza... La quiero de candidata presidencial”, lanza.

—¿Cuál es tu aspiración política?

Representar a las personas que no se sienten representadas dentro del Partido Nacional, y poder captar a otro tipo de gente que no se siente representada políticamente. Soy una persona que las vivió. Muchas cosas, buenas, malas, la vida. He logrado lo que quería. Pude operarme lo que quería. He logrado todas las cosas que me he propuesto. Entonces, mi aspiración política es ser diputada. Porque, además, sé que no quieren.

—¿Quiénes?

No me quieren (se ríe). Pero calculo que me van a querer. Hay mucha gente que no me conoce. Quiero que me conozcan. Mi sueño no es ser diputada; mi sueño es ser la primera trans diputada anticomunista del mundo. Ese es mi sueño.

—¿Así de grande?

Para mí que sí. Es grande, muy grande, y me emociona.

—Acá, en Uruguay, está el caso de Michelle Suárez.

Sí, con un destino fracasado. Hoy en Uruguay no sé si hay una persona trans que tenga una agrupación política, y de derecha menos. Y en el mundo, no sé. Lo tengo en la mente desde hacer unos días y, ¿la verdad? Me incentiva.

Por Paula Barquet


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