Rodrigo Paz fue electo presidente de Bolivia con el 54% de los votos, en una jornada electoral histórica que marca el fin de casi veinte años de hegemonía del Movimiento al Socialismo (MAS) y coincide con el bicentenario del país. La victoria frente a Jorge Tuto Quiroga le confiere una legitimidad sólida, aunque el escenario que enfrentará desde el 6 de agosto es uno de los más complejos desde el retorno democrático, en 1982.

Paz, de 58 años, es hijo del expresidente Jaime Paz Zamora (1989-1993) y sobrino nieto de Víctor Paz Estenssoro, uno de los arquitectos de la Revolución Nacional de 1952 y figura central del siglo XX boliviano. Nacido en el exilio, en Santiago de Compostela, Rodrigo Paz representa tanto la continuidad histórica como el inicio de un ciclo político posmasista en un país profundamente golpeado por la crisis económica.

El fin del ciclo del MAS y la herencia de la crisis

El triunfo de Paz no solo cierra el largo ciclo iniciado con Evo Morales en 2006, sino que también refleja un voto de castigo ante la gestión de Luis Arce, marcada por la pérdida de reservas internacionales, escasez de dólares y combustibles, una inflación contenida pero latente, y una creciente desconfianza ciudadana hacia las instituciones.

El MAS, debilitado por divisiones internas y denuncias de corrupción, conserva aún influencia territorial y social, especialmente en áreas rurales del occidente. La gobernabilidad de Paz dependerá, en buena medida, de su capacidad para dialogar con actores diversos y gestionar una transición sin rupturas ni exclusiones.

Moderación, descentralización y demandas regionales

Formado en la política desde el Congreso y con una gestión visible como alcalde de Tarija (2015–2020), Rodrigo Paz ha construido una imagen de político pragmático, de centro moderado, y abierto al diálogo. Su discurso de unidad y modernización ha sido bien recibido en regiones del sur y el oriente, que históricamente han reclamado una mayor descentralización y autonomía.

Sin embargo, su gobierno enfrentará presiones tanto de sectores conservadores que buscan un giro drástico respecto al modelo estatal del MAS, como de movimientos sociales que aún reivindican las conquistas del último ciclo progresista. El reto será diseñar una política económica creíble, que atraiga inversión, pero también preserve cierta cohesión social.

Con información de Europa Press