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Internacionales

Por The New York Times

Pobreza, enfermedades y costumbres: por qué tantos niños indonesios mueren de COVID-19

En toda Indonesia, los niños han caído víctimas del COVID-19 en números alarmantes y hubo un aumento sorprendente desde junio.

16.08.2021 13:54

Lectura: 9'

2021-08-16T13:54:00-03:00
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Por The New York Times | Dera Menra Sijabat, Richard C. Paddock y Muktita Suhartono

BULUS WETAN, Indonesia — Cuando Debiyantoro, un reparador en un hotel, se dio cuenta de que había perdido el sentido del olfato, se preguntó por un instante si podía ser COVID-19, pero no tardó en descartar la idea. Estar contagiado hubiera significado que no recibiría un sueldo.

Ahora culpa su renuencia a hacerse la prueba por la muerte de su hija de 22 meses, Alesha Kimi Pramudita. Todos los 10 miembros de su casa hacinada presentaban síntomas de COVID-19, pero ninguno se hizo la prueba hasta que de casualidad llevaron a Kimi al doctor para una revisión no relacionada. La hospitalizaron al instante y falleció un día después.

“Aunque sí pensé que podría ser COVID, tenía miedo de que no me dieran permiso de trabajar, lo cual significa que no hubiera podido mantener a mi familia”, dijo Debiyantoro, quien, como muchos indonesios usa solo un nombre, mientras intentaba contener las lágrimas. “Pero ahora estoy lleno de remordimiento por haber perdido a mi hija”.

En toda Indonesia, los niños han caído víctimas del COVID-19 en números alarmantes y ha habido un aumento sorprendente desde junio, cuando la variante delta empezó a imponerse. La pandemia ha matado a 1245 niños indonesios hasta el momento y el mayor incremento reciente se ha dado entre los menores de 1 año, dijo Aman Bhakti Pulungan, jefe de la Asociación Indonesia de Pediatría.

Los investigadores señalan muchas razones de por qué los niños son más propensos a morir de COVID-19 en países en desarrollo, pero muchos de estos factores se reducen a uno solo: la pobreza.

Los países ricos se han acostumbrado a la idea de que los niños muy rara vez son víctimas de la pandemia. En Europa y Estados Unidos, los menores de 18 años constituyen 1 de cada 1500 muertes por COVID-19 que se reportan.

Pero el saldo en los países menos desarrollados cuenta otra historia. Las cifras de la Asociación Indonesia de Pediatría sugieren que, en ese país, aproximadamente 1 de cada 88 muertes oficiales ha sido de un menor.

La tasa real es imposible de discernir porque las pruebas son limitadas y muchas muertes por COVID-19 en Indonesia no se han contabilizado, pero claramente es bastante más alta que en Occidente.

Es probable que el subregistro se haya agravado en los dos últimos meses, ya que la variante delta del coronavirus ha provocado una ola enorme de casos y muertes en Indonesia, donde solo una quinta parte de la población está parcialmente vacunada. La variante delta es mucho más contagiosa que las formas anteriores del virus, aunque hasta ahora no hay pruebas de que sea más letal.

Las muertes por COVID-19 en niños han superado las 2000 en Brasil y las 1500 en India, es decir, son más que en Indonesia, pero esos países han tenido varias veces más muertes en general.

Los análisis detallados han señalado una serie de factores que contribuyen a la muerte de menores: problemas de salud subyacentes que pueden agravar el COVID-19, una contaminación atmosférica extrema, familias multigeneracionales que viven en espacios reducidos, mala alimentación, factores culturales, así como falta de acceso a información, diagnóstico y tratamiento.

“Lo primero que hay que saber es que la desigualdad socioeconómica es un factor muy importante para la letalidad”, comentó Marisa Dolhnikoff, patóloga de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo en Brasil.

Los niños que viven en situación de pobreza suelen tener más enfermedades subyacentes, como obesidad, padecimientos cardiacos y desnutrición, las cuales pueden potenciar los riesgos del COVID-19. Las afecciones respiratorias como la tuberculosis y el asma, que son más prevalentes en regiones menos acaudaladas, y el efecto corrosivo de la contaminación ambiental pueden hacer que sea más difícil para los niños sobrevivir el COVID-19, el cual en ocasiones ataca los pulmones.

En Indonesia, casi el 6 por ciento de las muertes infantiles reportadas de COVID-19 han sido de niños que sufren de tuberculosis. El sureste asiático, incluyendo Indonesia, tiene la mayor incidencia de tuberculosis en el mundo, ya que en 2019 representó el 44 por ciento de los casos nuevos a nivel mundial, según la Organización Mundial de la Salud.

En el sudeste asiático también se registran algunas de las tasas más altas del mundo de talasemia, un trastorno hereditario que dificulta la capacidad de la sangre para transportar oxígeno y que ha contribuido a la muerte de algunos menores.

Raesa Maharani luchó contra la talasemia durante gran parte de su vida, incluso recibió transfusiones de sangre como parte de su tratamiento, pero, luego de que el mes pasado la hospitalizaron con COVID-19, pareció darse por vencida.

“Suficiente, ya ha sido suficiente”, les dijo a sus papás.

Se quitó la máscara de oxígeno y se sacó las agujas del brazo, por lo que las enfermeras la tuvieron que atar a la cama para que pudiera seguir recibiendo su tratamiento. Aun así, murió el 19 de julio a los 17 años.

Incluso cuando es evidente que los niños están enfermos, los padres y los médicos a veces confunden los síntomas —dolor muscular, fiebre, diarrea o tos— con otros padecimientos, sobre todo debido a la falsa idea extendida de que los niños no pueden enfermarse de COVID-19. Cuando se descubre que los síntomas en realidad tienen una causa más grave, a menudo ya es demasiado tarde.

En países densamente habitados como Indonesia —el cuarto más poblado del mundo, con 270 millones de habitantes—, donde el acceso a las vacunas es limitado, los hospitales están saturados y carecen de personal, además, muchos no tienen unidades de terapia intensiva pediátrica ni especialistas en el tratamiento de niños. La falta de información sobre el COVID-19 también contribuye al alto número de decesos.

“La mayoría de los contagios se da ahora en el seno de las familias” y casi todo se puede evitar con las debidas precauciones, dijo Aman.

En Yakarta, la bulliciosa capital indonesia, Beverly Alezha Marlein nació a principios de junio en el seno de una extensa familia de 16 personas que residían en tres casas contiguas. Los parientes visitaban con frecuencia para admirar y abrazar a la recién nacida, como querrían hacerlo en cualquier parte del mundo, pero el mensaje de mantener la distancia social, tan inculcado en algunos países, no ha arraigado con tanta profundidad en Indonesia.

“Cuando nació Bev, era natural que todos estuviéramos contentos y quisiéramos ver y visitar a la bebé”, dijo su madre Tirsa Manitik, de 32 años.

A veces, los parientes usaban cubrebocas o mantenían una sana distancia, comentó. Pero ese no siempre fue el caso.

Algunos parientes se contagiaron de COVID-19 poco después del nacimiento de Beverly, entre ellos su padre y su tía, los dos primeros en dar positivo. Al poco tiempo, los 17 miembros de la familia estaban infectados, incluidos los 11 niños. El abuelo de Beverly murió en su casa el 1 de julio.

Cuando Beverly tuvo problemas para respirar, su médico ordenó que la hospitalizaran, pero fue difícil encontrar una cama. Tirsa la llevó a 10 hospitales y todos estaban tan saturados que había filas de pacientes esperando afuera, hasta que por fin el undécimo la aceptó. Beverly, que nació sana, sobrevivió ocho días en el hospital y murió el 7 de julio. Tenía 29 días de nacida.

“No estoy culpando a nadie, solo quiero alertar a la gente”, expresó Tirsa. “Tomemos más precauciones para proteger a nuestros bebés. No hay necesidad de visitas en persona, solo hagamos videollamadas”.

En algunas partes de Indonesia, la tradición religiosa también desempeña un papel importante en el contagio de los niños.

En Java Central, una de las zonas más afectadas por el virus, las familias musulmanas suelen celebrar un aqiqah, una fiesta tradicional en la que muchas veces sacrifican un animal para dar la bienvenida a un recién nacido. Estas reuniones han provocado un marcado aumento en el número de casos de bebés desde finales de mayo, según Agustinawati Ulfah, pediatra de la ciudad de Purwodadi.

“Con este tipo de ceremonia, los vecinos y familiares participan en la alegría por el recién nacido cargando al bebé y besándolo”, dijo. “Quizá durante la reunión usen una mascarilla, pero cuando cargan al bebé y lo besan, se la quitan”.

El gobierno ha recurrido a clérigos y parteras para educar al público, pero ha sido difícil vencer las costumbres más arraigadas.

“Como es una tradición, la gente no parece estar consciente de que los protocolos de salud de todos modos deben seguirse, a pesar de que el gobierno ha estado repitiendo el mensaje una y otra vez”, Novianne Chasny, gerente del programa de Java Central del grupo sin fines de lucro Project Hope.

En el fallecimiento de la bebé Kimi a los 22 meses, la pobreza, la ignorancia y el miedo se sumaron para crear una tragedia.

Los 10 miembros de la familia, de tres generaciones, compartían una casa de tres habitaciones en el pueblo agrícola de Bulus Wetan, a unos 16 kilómetros al sur de la ciudad de Yogyakarta. El padre de Kimi, Debiyantoro, ganaba el equivalente a unos 190 dólares al mes en su trabajo en un hotel y no le habrían pagado si hubiera pedido una licencia por enfermedad.

Kimi tenía dos tumores benignos en el cuello llamados hemangiomas, que por sí solos no la habrían hecho susceptible de contraer el COVID-19. Pero el tratamiento que recibió por ellos tal vez la haya hecho más vulnerable a la enfermedad.

Sus padres no se dieron cuenta de que padecía COVID-19 sino hasta que recibió el tratamiento por sus hemangiomas, cuando el médico reconoció sus síntomas.

“Yo soy fuerte, pero no pensé en Kimi, que todavía era una bebé y estaba enferma”, dijo Debiyantoro con tristeza. “Solo me di cuenta de esto ya que estaba en el hospital”.