Por Valentina Temesio
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La primera vez que Pamela Martínez pisó una cárcel fue cuando recién había cumplido 18 años. Un amigo de ella había quedado privado de libertad por consumir marihuana. Dice que recuerda aquel momento con “mucha angustia”. La siguiente vez sería de adulta, en 2014, después de haber vivido en México y haber regresado con una “intención”: ayudar a rehabilitar a quienes lo necesitaran con un programa de yoga que había creado y haber fundado la organización que dirige, Ombijam.
Terapeuta floral y creadora de una organización social que ayuda a 25 familias con integrantes privados de libertad —100 personas—, Martínez dice en diálogo con Montevideo Portal que el origen de su familia tiene que ver con su vocación, la de estar cerca de los sectores que la mayoría de las veces parecen (y son) apartados de la sociedad. La directora recuerda que su abuela fue una de las fundadoras del asentamiento en el arroyo Miguelete y que su padre fue recolector de residuos de la Intendencia de Montevideo.
“Yo fui creciendo con oportunidades, sin olvidarme, hasta el día de hoy. Por más que hubo una parte de mi crianza, sobre todo en la adolescencia, momentos en que no me fue tan fácil decirlo o que no sentía que caían sobre mí prejuicios y estigmas. Vas madurando, vas creciendo y al contrario: valorás y te sentís orgullosa, que es lo que siento hoy de la trayectoria de mi familia”, sostiene Martínez.
La vida de la directora de Ombijam viraba del barrio Punta Carretas, donde su madre “pujadora” logró vivir, y el asentamiento del Miguelete, en el que pasó temporadas con su abuela y sus tías, que eran casi de la misma edad. Su vida tenía “contrastes”. Era, de alguna manera, una dicotomía. Por un lado, uno de los barrios más pudientes de Montevideo; por el otro, la vulnerabilidad económica, de vivienda.
Dice Pamela que cuando se mudó a Punta Carretas “le cambió la cabeza por completo”. La fundadora de Ombijam encontró diferencias en las cosas que se hablaban, en las formas de vestir, en cómo se estudiaba, el paisaje urbanístico —tener la rambla cerca—, las vacaciones. Todo fue distinto, y quizá ese haya sido el motor que comenzó a forjar su futuro: el de conocer el mundo del todo y el de la nada.
La “intención” y el adiós a la vida de ensueño
Martínez había cumplido el objetivo de irse a vivir a otro país. Estaba instalada en las aguas turquesas y cálidas de Playa del Carmen, gerenciaba un hotel ecológico y también era voluntaria en causas sociales. Trabajó en un orfanato, en asentamientos, con personas con discapacidades y con adicciones y en merenderos a los que acudían niños de contextos críticos.
Un día, sintió que tenía que irse. Sin apresurarse, escribió una “intención” en un cuaderno. Meses después volvió a abrirlo y seguía sintiendo la “necesidad interna de generar cosas”. Se dio cuenta de que su tiempo en México había terminado, que quería que su aventura siguiera en Uruguay. El cambio no era concreto. “Sabía que buscaba abocarme más al trabajo social, pero no que iba a terminar fundando una organización social”, confiesa.
Un día volvió a Uruguay y fue “un comenzar de nuevo”. Estaba convencida de su sentir y sabía que el Caribe no iba a moverse de lugar, que si fallaba podía volver a escribir de nuevo su historia, pero que si no arriesgaba se quedaría con “una interrogante muy fuerte”.
Sin embargo, México fue clave para entender el camino que sigue hasta hoy: con la fundación Parinama Yoga, que fundó Ann Moexet, dimensionó que ayudar a personas privadas de libertad también es contener a sus familias, a niños sin padre o madre presentes, a personas con adicciones. Que para rehabilitar se debe trabajar de forma “sistémica”.
“Cuando hablamos de la sociedad nos cuesta un montón incorporar que la cárcel también es parte de esta: la escuela sí, el shopping sí, la plaza sí, la rambla sí, el parque sí, pero a la cárcel, generalmente, no la incluimos”, afirma.
Martínez buscó la oportunidad que la derivó a la Unidad N° 6 de la Cárcel de Punta de Rieles. Allí llegó con el programa “Yoga en cárceles”.
Los desafíos de Ombijam
Un día en Ombijam nunca es igual. Por lo general, dice Martínez, la labor de todo el equipo viene acompañada de “sobresaltos y con desafíos”. Existe una agenda, pero puede variar según cuáles sean las necesidades de cada familia a la que asisten. Es que la organización ayuda a rehabilitar a personas privadas de libertad dentro de la cárcel y fuera, así como también a sus familias.
La labor del equipo de organización implica compartir con los niños, acompañarlos al médico, si es necesario, articular con jueces, enfermeras, asistentes sociales. Ser un nexo entre la persona que los necesita y el sistema que debe protegerlos. Dice Pamela que su rol tiene que ver con “otorgar” un “entendimiento más profundo”.
“Cada uno de esos actores tiene una foto de la realidad. Pero la realidad es más profunda, y cada uno responde por esa foto. Muchas veces vemos injusticias que suceden por una foto que es real, que no la inventan, pero es solo de un momento”, explicó la terapeuta floral.
La calma es un estado que la debe acompañar a diario. “No te podés dejar llevar, por lo menos nosotros sentimos que nos preparamos todos los días para que, si queremos generar una perspectiva más profunda de la situación y ser actores que articulen, tenemos que también manejar estas situaciones con mucha calma, con diálogo y con comunicación”, expresa.
El programa de Ombijam atraviesa problemas de salud mental, de vivienda, de situación de calle. “Trabajamos con lo más crudo de la realidad y, a la vez, con lo que menos se visibiliza. Creo que por eso también tiene tan poca oportunidad de cambio, porque está en la agenda como titular, pero no en profundidad”, indica Martínez.
Adentro de la cárcel, las prácticas de yoga, que tienen un fin terapéutico, ayudan a silenciar “el ruido” de la mente.
Ombijam busca que sus alumnos sientan que su mente es como un “jardín zen”. Un estado en el que pueden encontrar soluciones para su vida, claridad, paz. “Donde puedo respirar, calmarme y no vivir en reacción”, cuenta la terapeuta floral. Lejos del “ruido” de la mente.
Martínez afirma que desde la organización dan “mucho”, pero que reciben aún más. Es que hay detalles que son la materialización del trabajo, como cuando una persona problemática cambia su actitud por asistir a sus clases, cuando ven la oportunidad o cuando logran reestablecer sus vínculos.
De todos modos, la directora de Ombijam afirma que las cárceles uruguayas no rehabilitan. Son pocas las que están “en condiciones favorables de rehabilitación” y tienen las herramientas necesarias para que sus reclusos puedan recuperarse.
“No están rehabilitando porque están faltando cosas. Es como que tú creas en tu casa que las tortas no se pueden hacer y que sea porque no tenés harina ni los ingredientes. No los tendrás, pero las tortas existen y se pueden hacer. Les falta mucho a nuestras cárceles para generar programas dignos de tratamiento que habiliten primero la rehabilitación y luego la reinserción sociolaboral, educativa y social de las personas que vuelven a una sociedad que muchas veces no las recibe”, cuenta.
Afuera de las rejas
Desde Ombijam prefieren que quienes sigan su programa afuera de los centros de reclusión hayan cursado su programa de yoga. Sin embargo, la propuesta se ha ampliado y ha llegado a personas de todo el país. El trabajo de reinserción en la sociedad también es complejo. La organización creó el Círculo de Abordaje Integral Multidisciplinario (CAIM), un requisito para continuar con el proceso afuera de la cárcel.
El CAIM aborda temáticas como las adicciones y el uso problemático de sustancias, que dependen de cada situación y el ingreso de la persona, pero que es un requisito para que la persona sea capacitada a nivel laboral.
Con un equipo multidisciplinario —terapeutas, psicólogos, trabajadores sociales, nutricionistas, profesores de yoga, coaches— Ombijan acompaña a sus usuarios y a sus familias, que casi en su mayoría son niños: un 40%.
Para ello, además de ayudar a superar adicciones, también capacita para que las personas puedan conseguir un trabajo, que facilitan por convenios con unas cincuenta empresas.
La paradoja
Martínez inició el yoga para rehabilitarse de operaciones y lesiones que sufrió de niña. En aquel entonces, no imaginó que marcaría su vida: utilizó la práctica que la ayudó para acompañar a otras personas.
“Cuando entré por primera vez en abril del 2014 a la Unidad 6 jamás imaginé que íbamos a estar trabajando hoy con un CAIM y con las familias”, confiesa Pamela. Su organización ha recibido premios, como el Nacional de Derechos Humanos Nelson Mandela y reconocimientos en Argentina, Ecuador, Colombia, México y Estados Unidos.
En sánscrito, el idioma clásico de la India, Ombijam significa semilla. Para Pamela, la principal ocupación que tienen en la organización es la de ser “semilleros del cambio” y traer “mayor dignidad y oportunidades a las personas que tienen menores recursos” —en todos los sentidos, no solo económicos—.
Y así podría traducirse ahora, más de veinte años después, aquella “intención” que escribió en un cuaderno en la playa mexicana, esa escritura que cambió su vida y la de las personas que la cruzan.
Por Valentina Temesio
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