Por César Bianchi
@Chechobianchi
Edgardo Ortuño (55) quería dedicarse al Derecho, estaba convencido que tomaría ese camino, hasta que un profesor de Historia lo encandiló y ahí abrazó la vocación de la docencia, y especialmente el magisterio de Historia como herramienta para comprender mejor el presente. De joven militó en el liceo, luego siguió militando para derogar la Ley de Caducidad y en esa consulta popular del 89 debutó con derrota. Pero supo, en esa campaña, que había hallado otra vocación: la política. Entonces, se dejó formar por Enrique Rubio y Mariano Arana, al fundar la Vertiente Artiguista.
Fue, para algunos, el primer diputado afrodescendiente del Parlamento uruguayo, aunque hay quienes reconocen en Alba Roballo un antecedente. Él dice que, de esa discusión, tiene claro el mensaje que siempre quiso dar: “Lo importante no es ser el primero, sino no ser el último”. Como militante de la comunidad afro en Uruguay, fue clave al ser un promotor de la declaración del Día Nacional del Candombe, la Cultura Afrouruguaya y la Equidad Racial (el 3 de diciembre).
El exlegislador y subsecretario es hoy ministro de Ambiente, y como tal, tiene un rol protagónico en el gabinete de Yamandú Orsi. Fue la cara visible de la decisión del gobierno de enterrar el proyecto Neptuno y apostar por nuevas obras en el arroyo Casupá. Por eso mismo acudirá a la Comisión de Ambiente de Diputados el lunes 4, presintiendo desde que concedió esta entrevista en su oficina de la Ciudad Vieja, que su concurrencia a comisión pueda ser el preludio de una interpelación inminente. Ortuño explica en detalle por qué el camino elegido, entiende, es el correcto para evitar que una eventual sequía como la de 2023 no impacte negativamente en el país.
¿Cómo fue su infancia?
Fue una infancia feliz, con mi familia y con muchos amigos en aquel Uruguay donde con la barra del barrio nos encontrábamos en la calle. Linda escuela, Austria N° 48 en Avenida Italia y Francisco Simón, y el liceo en el glorioso Dámaso Antonio Larrañaga N° 3. Y los dos últimos años en el liceo 8, en 8 de octubre y Garibaldi en La Blanqueada. He transcurrido gran parte de mi vida en ese barrio, salvo un par de etapas chicas que viví de prestado en Pocitos. Mi madre trabajó siempre como empleada doméstica y después años como auxiliar de servicio en la Médica Uruguaya, y mi padre en OSE, razón por la cual conocí a nuestra empresa pública desde muy chiquito.
¿Sufrió racismo en la escuela, o lo sintió en el liceo?
Yo creo que no hay ningún negro afro uruguayo que pueda decir que no sufrió racismo en la escuela, en su historia personal, pero particularmente en la escuela, porque los niños y los adultos mayores no tienen filtro, son un espejo de la sociedad. A veces a través de la broma, de la chanza o de las prácticas cotidianas transmiten lo que es la media de los valores de la sociedad uruguaya.
¿Y lo afectó? ¿Minó su autoestima?
Yo creo que afectaba como afecta cualquier insulto o cualquier discusión a cualquier edad, pero siempre tuve un enorme antídoto que es una gran cantidad de amigos y un tejido de afectos muy fuerte. Es una de mis riquezas. Recién te hablé de mi familia, mis amigos, y en particular los amigos del barrio y de la escuela de esa época, con algunos de los cuales nos seguimos viendo. Ha sido siempre mi gran red y mi gran sustento.
Yo te diría que manifestaciones de racismo hubo, sí, por suerte fueron aisladas y menos duras que las que después, militando en el movimiento afro, conocí que afectaron a muchos otros miembros de la comunidad.
Foto: Javier Noceti/Montevideo Portal.
¿Qué despertó su vocación por la docencia? ¿Hubo algún profesor que lo haya inspirado?
Sin duda. Desde temprana edad y hasta cuarto de liceo, avanzada mi adolescencia, no tenía dudas de mi vocación jurista. Quería ser abogado y estaba convencido que iba a ser abogado, hasta que un señor llamado Alejandro Sánchez Blanco, uno de los grandes profesores de Historia perteneciente a una generación de grandes profesores de Historia como Gerardo Caetano, como José Rilla. En este caso, Alejandro Sánchez Blanco, fue mi profesor en quinto, donde tomé contacto con la historia universal, pero sobre todo con el análisis y la metodología de la historia como forma de comprender el pasado y el presente. Y después, en sexto, recorrimos la historia nacional y descubrí la vocación.
Yo descubrí mi vocación y hasta cierta pasión por la docencia gracias al gran docente Alejandro Sánchez Blanco, al que después con el tiempo, seguí viendo.
Profe de Historia, en particular, ¿por qué?
La historia es una gran disciplina que nos permite comprender el pasado para conocer el presente. Y para lo que fue después mi vocación política fue fundamental para tener un conocimiento básico en ese camino de análisis, de conocimiento y de comprensión de la sociología, la economía, la geografía, las ciencias sociales en general. Naturalmente yo me afilé a una visión que es la de la Nueva Historia, absolutamente contraria y peleada con la repetición de fechas y aquella historia positivista que padecieron muchos estudiantes, que creo todavía algunos padecen. Era la que nos identificaba la historia con el aprendizaje de memoria de un montón de hechos repetidos en sucesión memorística. La historia que yo aprendí a abrazar, y que después estudié más profesionalmente en el Instituto de Profesores Artigas (IPA) y en Facultad de Humanidades y Ciencias cuando pude trabajar allí es la historia análisis, la historia comprensiva y la historia ciencia.
¿Dónde sitúa el comienzo de su militancia política? ¿En el año 87 cuando el referéndum por la Ley de Caducidad?
Ese contexto tiene un antecedente clave para mi vocación política que fueron las movilizaciones de salida de la dictadura. Aunque yo era muy chico, tenía 13 y 14 años, pero lo viví y fundamentalmente la militancia estudiantil, lo que en mi época llamamos “las jornadas del vaquero” que era resistirnos a la imposición militar de ir de uniforme con el pelo largo y todo eso. Nosotros, con los gremios estudiantiles, empezamos a promover jornadas donde íbamos de vaquero o como quisiéramos ir. Eso, que hoy parece algo de Perogrullo, era todo una lucha y una conquista.
Entonces comencé en la militancia social como delegado de clase, y cuando comienza el proceso después de la aprobación de la Ley de Caducidad, de movilización por los derechos humanos y castigo de los delitos cometidos en la dictadura. Como gremio estudiantil empezamos a participar en coordinaciones de lo que fue después la Comisión Pro-referéndum, articulación con movimientos, estrictamente vinculados con la defensa de los derechos humanos. Desde ahí contacté con sectores políticos que despertaron mi interés por la política. Y de nuevo se mete la historia, porque un día entro a una charla sobre el artiguismo en 8 de Octubre y Jaime Cibils, y el disertante era el profesor Enrique Rubio, a la postre referente principal de la Izquierda Democrática Independiente (IDI) que es donde yo ingreso por la juventud.
Fue, muy joven, uno de los fundadores de la Vertiente Artiguista en 1989. ¿Qué distingue a la Vertiente en una coalición de izquierda tan variopinta?
En primer lugar, en aquel contexto histórico en que la izquierda se miraba en el espejo internacional, la visión de la independencia de los grandes bloques y corrientes de la izquierda a nivel internacional, que en su momento bajaba línea de lo que debía hacerse en los países de América Latina. Me refiero a la Unión Soviética o incluso la socialdemocracia. Nosotros siempre nos definimos como una izquierda nacional independiente, y por lo tanto con raíces profundamente uruguayas y nacionales. Por eso siempre reivindicamos el artiguismo, que es la segunda seña de identidad. El artiguismo, más allá de la figura de bronce de Artigas, es un movimiento histórico y político con mucho contenido desde el compromiso social por los que menos tienen y los que más necesitan.
También una vocación democrática muy importante que nos define a nosotros desde aquel entonces. Recordemos la discusión sobre la validez o no de la democracia que, en aquel momento, tildada de “burguesa”, dividía algunos sectores de la izquierda. Nosotros siempre reivindicamos la democracia como elemento central e irrenunciable, no como algo que se podría sacrificar en aras de una transformación social que trajera justicia e iluminación de las clases sociales. Entonces, la Vertiente siempre fue un movimiento de izquierda independiente, izquierda democrática, izquierda transformadora, que impulsa un proyecto de desarrollo nacional a mediano y largo plazo y que hace apuestas programáticas muy jugadas, muy fundamentadas.
“En la Vertiente siempre nos definimos como una izquierda nacional independiente, y por lo tanto con raíces profundamente uruguayas y nacionales. Por eso siempre reivindicamos el artiguismo, la segunda seña de identidad”
La Vertiente (VA) se define, en gran medida, por ser un sector de compromiso de fuerte impronta ética, y si algo faltaba, la impronta de Mariano Arana como referente político complementa estos aspectos ideológicos que aportó la IDI y que siempre se distinguió por la profundidad en el análisis y en el desarrollo de propuestas programáticas.
Ha sido el segundo legislador negro en el Parlamento uruguayo, luego de Alba Roballo, ex colorada y fundadora del FA. No se recuerdan muchos legisladores negros en el Palacio Legislativo. Después de usted, recuerdo a Susana Andrade (FA) y Gloria Rodríguez (PN) y no más. ¿Por qué ha sido tan escasa la representatividad de la comunidad afro en el Parlamento?
Yo reivindico a Felipe Carballo, y más como autodefinido afrodescendiente. La diferencia que he tenido con mis colegas de historia y de militantes afro, era porque yo me definí desde siempre como autopercibido y conscientemente afrodescendiente y negro, tema que más allá del mote de “La Negra”
Roballo, el movimiento negro uruguayo no la identifica como una promotora de la equidad racial y combatiente del racismo. Ahí hay toda una polémica que, en su momento, cuando La República publicó “el primer diputado negro”, cargo con esa responsabilidad a la que contestamos siempre en su momento: lo importante no es ser el primero, sino no ser el último.
Planteamos la importancia de ser y estar en la política para contribuir a lo que yo denomino como uno de los componentes fundantes del racismo estructural también en Uruguay, que es lo que yo llamo la división racial del trabajo, y la valoración y el reconocimiento en las sociedades. Nosotros somos herederos de un proceso de profunda desigualdad que tiene origen en la esclavitud, en aquella experiencia desgraciada donde unos hombres y mujeres eran tratados como cosa, que trabajaban al servicio de la sociedad y que era una sociedad que no tenía un proceso de valoración de la sociedad. Durante años, y lamentablemente hasta el día de hoy, la población negra está concentrada en trabajos poco calificados o no calificados, por tanto, poco remunerados. uruguaya, Aquello de “cosa de negros” y tantos dichos que ha repetido la sociedad uruguaya (muchas veces sin pensar), por lo tanto, reproduciendo el racismo...
Tratamos de cuestionar todo eso cuando creamos el Día del Candombe, la Cultura Afrouruguaya y Latinoamericana, y después La Casa de la Cultura Afrouruguaya con aquella primer campaña multimedia de combate al racismo, que cuestionaba la presencia en el diccionario que legitimaba la frase “trabajar como un negro”, que es otra expresión de eso, de que el trabajo duro es para los negros, por lo tanto el trabajo intelectual, los trabajos de conducción, los trabajos de gerencia y, por supuesto, de gobernar un país no son para los negros. Entonces, la importancia de la presencia nuestra y la razón de la ausencia histórica es justamente esa desigualdad y racismo estructural que dejó para la población afrouruguaya las tareas de menor calificación, rango y prestigio. Eso es lo que tenemos que cambiar. Todavía somos una excepción a la regla, por eso tenemos que trabajar: para cambiar esas reglas.
Foto: Javier Noceti/Montevideo Portal.
Me detengo en lo semántico: ¿se siente, se define “afrodescendiente”, o “negro”?
Yo me defino negro afrodescendiente, porque negro es como nos percibe la sociedad uruguaya y es un producto histórico, para tratar como cosa a alguien había que cosificarlo y sacarle su condición humana. Una forma de deshumanizarlo es simplemente poniéndole el mote negro: no éramos personas, no éramos sujetos de derecho, entonces la construcción histórica de la desigualdad, desde la esclavitud en adelante, es la descalificación o la calificación en función del color de su piel y no en función de nuestra condición humana. Pero es como nos ha tratado y denominado la sociedad, incluso a veces con muy buena intención, nuestros amigos. Afrodescendiente es la construcción del movimiento afro a nivel mundial que reivindica la identidad histórica, la importancia que tiene en nuestro ser y en nuestras oportunidades y en nuestro convivir en las sociedades latinoamericanas y americanas como fruto y producto de nuestra inmigración forzada desde África.
“Yo me defino negro afrodescendiente, porque negro es como nos percibe la sociedad uruguaya y es un producto histórico, para tratar como cosa a alguien había que cosificarlo y sacarle su condición humana”
Esa referencia cultural al origen africano y a la descendencia africana hace referencia a esa realidad y esa identidad histórica que ha quedado identificada con el color de la piel, pero que es mucho más que el color de la piel y que no tiene el carácter peyorativo que tiene para muchos el adjetivo negro. Tenemos que seguir construyendo la afrodescendencia, el afro uruguayo como una denominación de un origen étnico y de una comunidad cultural, como tenemos la de otros tantos que han venido de los barcos europeos.
Fue director de OSE por el FA en el período de gobierno anterior, de la Coalición Republicana. ¿Cómo manejó el gobierno la crisis hídrica de 2023? Usted fue muy crítico en su momento: dijo que la declaración de emergencia había llegado tarde, que faltó amplitud política para llamar a otros actores institucionales, que había demorado en las exoneraciones en la cuenta de OSE. y sobre todo, que faltó un plan de contingencia de cara al futuro... En retrospectiva, ¿cómo recuerda ese episodio traumático para la población de la zona metropolitana del país?
Durante un tiempo largo el gobierno no gestionó la crisis hídrica ni la sequía. No tomó en serio la sequía y cuando la gestionó, la gestionó tarde, con el corset de sus definiciones ideológicas programáticas de ajuste del gasto público, y por lo tanto con poca respuesta y acción de nuestra empresa pública, la OSE y con consecuencias dramáticas fuertes para la población. Fueron 73 días sin agua potable en las canillas de los hogares de más de la mitad de los uruguayos que abríamos y tomábamos agua salada en nuestras casas.
“Durante un tiempo largo el gobierno no gestionó la crisis hídrica ni la sequía. No tomó en serio la sequía y cuando la gestionó, la gestionó tarde, con el corset de sus definiciones ideológicas programáticas de ajuste del gasto público”
Esto producto de la falta de previsión, del modelo de ajuste, de la interrupción de una obra fundamental como la construcción de una represa que asegurara reservas de agua bruta dulce para contingencias de sequía y para asegurar el abastecimiento de la población a mediano plazo, que es cierto, no hubiera estado construida un 100% en la crisis del 23. Pero también es cierto que podía haber tenido un 10%, 18 millones de metros cúbicos de agua para respaldar y seguramente a las empresas constructoras, trabajando para que tuvieran la posibilidad de una respuesta rápida de soluciones alternativas, como finalmente el gobierno en forma muy tardía termina adoptando en un trasvase del río San José para llevar agua en Santa Lucía, varios meses después de que el gerente general lo propusiera al directorio, por la obsesión del recorte fiscal.
Por eso no hicieron la represa de Casupá, a pesar de que comenzaron su gestión diciendo que era la gran obra que iban a construir. Era lo que venía trabajando la OSE por lo menos de hace una década y era lo que estaba recomendado desde hace cuatro o cinco décadas, desde aquel informe señero de 1970. Pero se cortó para abrazar un proyecto como el de Arazatí o Neptuno, que construían o gestionaban en parte los privados junto con OSE. Y, además, de introducir la privatización inconstitucional del servicio de agua potable, solucionaba el tema fiscal en la medida que los privados aportaban los fondos y estos se pagaban a partir del gobierno siguiente con pagos por disponibilidad, herencia que recibimos quienes estamos hoy en el gobierno.
Fíjate que los 50 millones de dólares que se terminan invirtiendo en las medidas de emergencia se comienzan tardíamente y quedan prontas, como la venida de aquella pequeña regasificadora que se anunció después que ya se había superado la crisis. Tiene que haber autocrítica de todos, y aprendizaje que, en parte, asume el gobierno cuando contrata una consultoría al BID para construir un Protocolo de Sequía que el Uruguay no tenía, que la OSE no tenía en el gobierno anterior y que tampoco tuvo en gobiernos del FA.
Me vengo al presente, Ortuño. Asumió como ministro de Ambiente de este gobierno, y a los pocos meses, le toca protagonizar una decisión clave: esta administración enterró el proyecto Neptuno, y optó por obras sobre el arroyo Casupá. ¿Por qué?
La razón fundamental es atender la necesidad del país para asegurar el abastecimiento de agua de la población metropolitana. Y la conveniencia, a nivel de política de Estado, de priorizar la construcción de las reservas de agua dulce que nos faltan con una nueva represa que complemente la capacidad de guardar agua, de embalsar, de represar en lenguaje más técnico, complementando las capacidades que nos da Paso Severino. Es nuestra única represa que tenemos en Florida, que tiene un respaldo en la reserva allí en Canelón Grande, pero que entre los dos nos dan 85 millones de metros cúbicos, cuando ahora estamos incorporando con la represa de Casupá, recomendada desde 1970, cuando aquel estudio que hizo la OEA y la OPS. Aquel dream team de ingenieros extranjeros y nacionales le recomendó a Uruguay construir la represa de Paso Severino. Eso Uruguay lo hizo 17 años después, en el 87.
En segundo lugar, construir la represa de Casupá. Bueno, vamos a dejar un Uruguay con más de 200 millones de metros cúbicos de reserva de agua, porque la prioridad es asegurar el abastecimiento a mediano y largo plazo. Los estudios técnicos dicen que en 2045 la demanda será mayor que la capacidad de producción y de reservas que tiene Uruguay, pero también asegurar el abastecimiento de agua en situaciones de verano secos, de baja significativa de los niveles de agua y de sequía, y de sequía extrema.
“Con las obras de Casupá vamos a dejar un Uruguay con más de 200 millones de metros cúbicos de reserva de agua, porque la prioridad es asegurar el abastecimiento a mediano y largo plazo”
Un estudio del BID, no encomendado por nosotros, sino por el gobierno anterior, y no realizado por un uruguayo, sino por un extranjero español, acaba de concluir que con la represa de Casupá, en un contexto de sequía como la que tuvimos, o 10% mayor, se asegura el abastecimiento y que con Arazatí no se aseguraba. Por eso priorizamos asegurar el agua potable a la población.
Estamos dejando atrás un proyecto que tenía en su contra innumerables objeciones técnicas. La primera, tomar agua en el Río de La Plata, en una zona con alta concentración de salinidad, en niveles no admisibles para su potabilización, por lo cual estaríamos haciendo una inversión millonaria para realizar una obra que cuando más la necesitemos funcionando a pleno, no podía asegurar el abastecimiento continuo por su salinidad. La Facultad de Ciencias, además de la primera información de la salinidad que nos aportan los registros de la Facultad de Ingeniería, nos aporta datos satelitales de que hay allí concentraciones de cianobacterias.
Recordemos que Arazatí sólo producía una tercera parte de lo que consumen los uruguayos que vivimos en el sur del país, 200.000 metros cúbicos de agua, cuando el promedio son 600.000. Y tuvimos en 2022, con aquella ola de calor, un pico de consumo de 702.000, pero además tenía estas dificultades que comprometían o impedían la continuidad de la producción. Si a eso le agregamos que está emplazada en un lugar donde los productores y los habitantes de San José de la zona se oponían, estamos hablando de un proyecto que es francamente inconveniente por razones técnicas y por su alto costo.
Foto: Javier Noceti/Montevideo Portal.
¿Cuánto cuestan las obras en Casupá?
A Arazatí lo evaluamos en más de 300 millones (de dólares), que es lo que declaraba el gobierno. En 370 lo estamos ubicando hoy, y que por la gestión público-privada que eligió el gobierno, tenía un costo por pago de interés a los bancos y pago por disponibilidad a las empresas privadas que iban a gestionar el proyecto. O sea que terminaba en un costo de más de 900 millones de dólares. Y finalmente tenía un formato de gestión inconstitucional, porque al incorporar la operación privada de las tomas de agua, violentaba lo que dice el artículo 47, que todos votamos en aquel plebiscito del agua, que dice que el servicio de agua potable debe ser “un servicio público prestado por una persona jurídica estatal”, por lo tanto, si el que presta parte del servicio es un privado, estamos violando la Constitución.
El proyecto que acuerda este gobierno tiene 100 millones de dólares de ahorro en cuanto a la inversión, y mucho más cuando vemos el financiamiento a largo plazo. Además, nos permite complementar las obras que nos permiten asegurar el abastecimiento. Y agregar una planta potabilizadora que nos va a permitir tener 200.000 metros cúbicos más de agua de producción diaria, sumada a la de Aguas Corrientes, entonces es un ganar-ganar.
Tenemos Casupá, pero por esta renegociación tendremos una planta potabilizadora nueva en Aguas Corrientes, de igual capacidad de producción que la que tenía Arazatí, una nueva reserva de agua, en este caso en el Solís Chico, acompañada de una planta que nos permitirá llevar agua donde hoy falta, que es en la Costa de Oro.
El secretario general del PC, Andrés Ojeda, dijo que era un “capricho monárquico” de “lo hago porque puedo”. Álvaro Delgado, presidente del directorio del PN, dijo que se lamentaba porque de esta forma, no había una fuente alternativa de agua en el Santa Lucía para garantizar agua al área metropolitana, ante una eventual sequía. ¿No le asiste razón a la oposición?
No les asiste la razón ni a ellos ni a Lacalle Pou, que habló de “decisión política, no técnica”, por dos cuestiones fundamentales. Lo primero, si hay una decisión fundamentada técnicamente, esto no es una decisión política, es una decisión de política pública con fuerte sustento técnico, basado en evidencia. Es la decisión de priorizar la construcción de una reserva de agua bruta dulce que es la represa de Casupá. Insisto, el estudio de 1970, el plan director de la OSE durante gobierno colorado en el año 2000, dos estudios en los gobiernos del Frente Amplio realizados por consultoras externas a la OSE, y por lo tanto independientes, del gobierno 2013 y 2017, y ahora ratificado y refrendado por un estudio del BID independiente, con componente técnico.
“No les asiste la razón ni a Ojeda, Delgado ni a Lacalle Pou. Esto no es una decisión política, es una decisión de política pública con fuerte sustento técnico, basado en evidencia”
¿Cuándo estima que va a estar operativa la represa sobre Casupá?
Al final del gobierno, en el 2029, estará construida, y tomará seis meses a un año —dependiendo del régimen de lluvias— para estar completa de agua.
Y entonces, si en lo que va de esta gestión, llegara a haber sequía, ¿el país tiene cómo reaccionar rápido para que no pase lo que ya vivimos?
Si existiera una sequía similar a la de 2023, mientras construimos Casupá, tendremos las capacidades para construir una reserva inferior en capacidad de embalse, que nos permita responder a una sequía. Pero, además, podremos complementarla con una mayor capacidad que hoy tiene el Uruguay para responder, por el trasvase del río San José hacia el Santa Lucía. Estamos seguros de que estamos avanzando en la dirección correcta, que resolverá un problema que Arazatí no resolvía, y con herramientas de contingencia para situaciones puntuales de veranos secos o de estiaje en la cuenca, que es una cuenta superavitaria, es decir, que tiene 18 veces más agua que la que consume el área metropolitana, y que ahora, al tener la posibilidad de una mejor gestión o regulación con embalses, la podremos administrar para que no nos falte agua potable más.
¿Cuáles son los grandes objetivos de esta secretaría de Estado para este quinquenio?
Los grandes objetivos son jerarquizar la agenda climática y ambiental en el Uruguay, a nivel de gobierno, pero sobre todo a nivel de la sociedad. Producir un cambio cultural que modifique nuestra relación cotidiana con los temas ambientales, desde la gestión que hacemos en casa con la basura, apostando al reciclaje, hasta cómo nos relacionamos con la naturaleza cuando nos vamos de vacaciones a un camping o a la costa de descanso.
Como país, apostar como proyecto nacional al desarrollo sostenible como diferencial del Uruguay. Esto de desarrollar producción más sostenible, ya bien en insumos en la producción agrícola, transporte sostenible con transporte eléctrico, nuevo modelo de gestión de recibos… Tercero, objetivo fundamental: asegurar el abastecimiento de agua para la población en cantidad, de lo que veníamos hablando ahora con la represa de Casupá y, el conjunto de obras que vamos a hacer, pero también en calidad, actualizando en forma más exigente y acorde a los avances científicos la normativa de calidad de agua. Y mejorar la disponibilidad de agua para la producción, trabajando en políticas de riego, que es de lo que todavía no se ha hablado, pero estamos trabajando en silencio para complementar.
Y, por último, una política, una aprobación de la Estrategia Nacional de Biodiversidad para mejorar la protección de nuestros ecosistemas y nuestras áreas protegidas, llegando al mar. Por ahora hemos protegido nuestra tierra, queremos también áreas protegidas marinas y finalmente hacer una ofensiva importante de concientización y acciones de respuesta al cambio climático.
¿Cree que sus hijos Belén y Mauro sufren menos el racismo hoy que cuando usted era niño? Es una forma de preguntarle si hoy el Uruguay es menos racista que hace unas décadas atrás.
Falta mucho, pero hemos evolucionado también, por lo que los jóvenes sufren racismo menos que las generaciones anteriores, así como yo sufrí menos racismo que mis padres y sus abuelos. Y mis hijos, además, sufrirán menos aún porque son hijos del amor entre una persona negra afrodescendiente y una madre blanca, entonces son menos oscuros que yo, y eso pesa a la hora de las prácticas racistas en Uruguay. Cuanto más oscuros sos, más te discriminan, y esa es una realidad que tenemos que cambiar.
¿Cuál es su gran aspiración política? ¿Cuál es el gran sueño de su carrera política?
Está cumplido: mostrar que podíamos llegar a desempeñarnos como legislador, llegar al Senado y ocupar un cargo ministerial como bonus track. Mi gran objetivo era ser electo senador. Lo conseguí gracias a la generosidad de la Vertiente Artiguista y del Frente Amplio, y fundamentalmente de la gente que acompañó la propuesta que encabezamos junto con Cristina Lustemberg, a la cual también le debemos una gran contribución para este logro. Y tuvimos la llapa o el bonus track de la confianza de Yamandú Orsi para ocupar un cargo al frente de un ministerio estratégico como el Ministerio de Ambiente.
Y no me quiero olvidar de Pepe Mujica, que en un contexto bastante más adverso que éste, se animó a incorporarme a su equipo de gobierno como viceministro, a tenerme como ministro en algunas etapas de alternancia con el gran ministro de Industria que fue Roberto Kreimerman, y a animarse a proponerme dos veces la titularidad de un ministerio que tuve la inconsciencia de rechazar por entender que era en áreas en las que no podía aportar (porque en esto de la política lo importante es aportar, no ocupar una silla).
¿Es un hombre feliz?
Sí, sí, soy un hombre feliz. Tengo una gran familia, una pareja envidiable, unos hijos divinos, una gran cantidad de amigos, y una causa por la que vivir.
Por César Bianchi
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