Aislado, silencioso y cada vez más ausente del escenario público, Daniel Ortega cumple este martes 80 años como el mandatario con mayor permanencia en el poder en la historia de Nicaragua. Lejos de las plazas llenas de los años ochenta y de los antiguos comandantes revolucionarios con quienes compartió trincheras, hoy Ortega parece haber elegido un camino distinto: consolidar una estructura de poder familiar encabezada por su esposa, Rosario Murillo, y sus hijos.
Murillo, ahora oficialmente copresidenta por una reforma constitucional que alteró la arquitectura institucional del país, ejerce un rol cada vez más protagónico, tanto en el discurso político como en el control de los aparatos estatales. Analistas y exaliados del régimen señalan que el país transita del "orteguismo" al "murillismo", en una transición diseñada para asegurar la permanencia de la familia Ortega-Murillo en el poder más allá de la vida política —y biológica— del propio Ortega.
De comandante a figura ceremonial
Con esporádicas apariciones públicas, sin viajes al exterior salvo a sus aliados regionales —Cuba y Venezuela— y rodeado de un creciente cerco de seguridad incluso en Managua, Ortega ha ido cediendo el protagonismo. Su retórica antiestadounidense y sus lazos con China y Rusia se mantienen como pilares discursivos, pero la ejecución del poder recae en Murillo y en una generación de hijos posicionados en cargos estratégicos.
Laureano Ortega, considerado por algunos sectores de la oposición como el "delfín" del régimen, es el rostro de la diplomacia nicaragüense ante Moscú y Pekín. Otros hijos ocupan posiciones clave: Daniel Edmundo dirige la maquinaria comunicacional, Maurice el área deportiva y Camila la imagen estética del régimen, vinculada al emprendedurismo y la moda, siempre bajo la tutela directa de Murillo.
Purga en el sandinismo y rediseño del Estado
El ascenso de Murillo a copresidenta coincidió con la caída en desgracia de figuras históricas del sandinismo como Bayardo Arce y Álvaro Baltodano, ambos investigados por corrupción. Analistas como Óscar René Vargas —exasesor del Frente Sandinista y uno de los 222 presos políticos desterrados en 2023— interpretan estos movimientos como parte de una purga interna para eliminar cualquier amenaza a la sucesión familiar.
El Centro de Estudios Transdisciplinarios de Centroamérica (Cetcam) va más allá: sostiene que Nicaragua ya no es una autocracia convencional, sino una dinastía política en formación, donde el Estado ha sido "reformado para convertirse en un instrumento familiar". El FSLN, antaño fuerza revolucionaria, ha mutado en lo que muchos describen como una empresa política patrimonialista.
Con información de Agencias